Por Gerardo Carrasco
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En 12 años pueden pasar muchas cosas. En ese tiempo, un mejunje de cebada, agua y levadura se transforma en un líquido ardiente por el que algunos pagan buen dinero. Doce años padecimos por estos lares la oscurana —por usar ese vocablo tan caro al Bocha Benavides— de las botas, cuyas secuelas son todavía herida abierta.
Una docena de años transcurrió también entre el lanzamiento de Un mundo sin gloria, primer disco solista de Garo Arakelian, y la consecución de Milonga de Quirón, su nuevo trabajo. En ese lapso, el demiurgo de la famosa banda La Trampa no se estuvo quieto. Por ejemplo, llenó salas junto a Gonzalo Deniz y Diego Presa, con quienes formó esa suerte de efímero triunvirato musical que se llamó El Astillero. También la rueda de la fortuna giró y giró, y entre puntos altos y bajos trajo nada menos que una pandemia.
En todo ese tiempo, la idea de un nuevo disco siempre estuvo en la mente de Garo, y material no le faltó. Sin embargo, el alumbramiento se postergaba una y otra vez. Hasta que finalmente llegó —como escribiera Roberto Arlt— por tenaz prepotencia de trabajo.
Carpe diem
Garo recibe a LatidoBeat en su apartamento del Cordón. Viste de negro y nos invita a tomar asiento junto a una ventana por la que ingresa un tibio sol de invierno. En la habitación, los estantes atesoran literatura diversa: biografías de músicos, narrativa de variados géneros y hasta los volúmenes de la inigualable Historia general de las civilizaciones, de Maurice Crouzet, material que revela un interés enciclopedista.
Es media tarde, y el anfitrión ofrece un café, pese a que hace varias horas que tomó el único que se permite en la jornada, que para él comienza a las cinco y media de la mañana. Así, mientras la ciudad todavía duerme y reina el silencio, Garo —como un monje copista en su celda— trabaja. Más tarde, cuando la cotidianidad reclama su presencia —para llevar a su hijo a la escuela, por ejemplo—, su cuota de productividad ya está cubierta. “Le gano un día al propio día”, comenta.
Esa suerte de retiro monacal matutino, unido a una férrea disciplina, le permitieron “bajar a tierra” el elusivo Milonga de Quirón, cuyo nombre combina la cultura popular rioplatense y la mitología griega, como si se tratara de una charla de Alejandro Dolina. La elección de ese personaje —humano y animal, sanador y sufriente— no fue antojadiza.
Una apuesta al caballo humano
Para Garo, una milonga sobre “el más civilizado de los centauros” tiene que ver con “hacer un mundo por una combinación improbable. Un poco como los tangos que compusieron Ferrer y Piazzolla, ¿cómo en un mundo de tangueros se podría hablar de las venusinas?”, pregunta. Por ello, la idea obedece en parte a la búsqueda “de un resultado estético, a poder salir de una media predecible en lo discursivo del rock o la canción popular uruguaya, que está enmarcada con determinados elementos que conforman una cosmogonía, y hay que habitarla ahí.
“Hago esto para poner a prueba todo; no importa cuánto friccione con la realidad, no podría hacer canciones de otra manera”
“Por eso es un poco de lo de Quirón, el personaje mítico”, explica el músico, que aclara que la idea no es hablar de ese centauro en particular, sino “del arquetipo de Quirón que llevamos dentro. Y el hacer que estuviera asociado a una milonga era el concepto de lo excéntrico en sí mismo, el desorbitarse y salir de girar predeciblemente alrededor de lo aceptado en la canción uruguaya, rockera o como prefieras llamarla. Hay una mezcla de esas cosas”.
¿Qué es un disco?
Alguna vez, el escritor Julio Cortázar se maravilló de que ciertos críticos encontraran supuestos hilos conductores entre sus relatos. Para él, y en sus propias palabras, los cuentos eran como cocos que caían dentro de una canasta, y una vez que tenía suficientes, nacía un libro.
En la música, el disco como concepto está hoy en entredicho, dado el modo fragmentario y revuelto en el que solemos escuchar y el detalle no menor de que ese objeto circular del que se extrae sonido mediante una púa metálica o una luz láser hoy es casi una pieza de museo.
¿Es Milonga de Quirón un disco con “hilos conductores”, o se trata de ocho cocos en una cesta? Ante esa pregunta, Garo recuerda que la verdad está en los grises, y no en el blanco o el negro.
“Personalmente, he sido autor de discos sobre los que se dijo que eran conceptuales, y yo considero que no lo eran. Lo que entiendo es que hay un vínculo entre las canciones, especialmente si estás muy enfocado en percibir de una manera tu presente, o lo que fuere. Teniendo un punto de vista y un personaje medianamente definidos, las canciones generan un vínculo entre ellas”, expresa. Y si bien no considera que su nuevo lanzamiento sea precisamente un “disco conceptual”, entiende que durante el arduo proceso creativo nació cierta cohesión.
“Cuando estuve a punto de tener un disco, una vez que tuve maquetas que, una vez trabajadas, se iban a convertir en algo parecido al resultado final, creo que percibí una unidad, cosas que podrían estar en un mismo disco y que, sin llegar a ser algo conceptual, respondían a una sensibilidad, una intención, una mirada”, explica.
El letrista no se olvida
Una de las características marcantes de Garo Arakelian es su capacidad para componer letras que no son precisamente corrientes en el rock vernáculo. Algunas de ellas son verdaderos relatos cantados, como “Andes 1206”, de su anterior disco, o “La balada de Martín Aquino”, en el presente trabajo. ¿Poeta que canta o cantor que escribe? El entrevistado no deja dudas en su respuesta.
“Lo de poeta se lo dejo a los poetas, cuyo trabajo es mucho más difícil porque no tienen música, y lo tienen que resolver enteramente”, responde con una sonrisa, y luego señala la existencia de “un desencuentro” entre sus composiciones y “lo que se ha vuelto recurrente en la industria o en la cultura popular, por decirlo de alguna forma”. En ese sentido, señala una deliberada elección por hacer y seguir su propio camino, aunque no sea fácil.
“Yo también hago esto para poner a prueba todo; no importa cuánto friccione con la realidad, no podría hacer canciones de otra manera. No porque no sea capaz: tengo el oficio como para hacerlas y la verdad es que tendría una vida bastante más fácil, seguramente más exitosa, redituable y menos enredada”, asegura.
“Escribir las canciones es un proceso que me cuesta mucho, pero si no siento que tengo la canción sostenida, recostada en lo dicho, no me importa la melodía ni nada. Ya sea como historia o con una estructura o una versificación más poética, como en el caso de “La balada de Martín Aquino”. Fijate que prácticamente no hay canciones de ese tipo hoy en día”, dice.
“Trabajo desde los 13 años y llegué hasta acá; tengo opciones, no estoy preso de un determinismo. Podría hacer esto u otra cosa. Me doy el gusto de hacer lo que quiero y mi relación con el resultado, el logro, el triunfo, el éxito, es hacer lo que quiero”, afirma entusiasmado, y destaca la importancia de “darte el gusto de hacer lo que quieras, sin medir qué va a ser lo más beneficioso”.
El rodaje de una canción
En su poema “El tango”, Jorge Luis Borges lamentaba que cierta épica criolla, relacionada con el mundo finisecular de guapos y malevos, estuviera condenada a un prematuro olvido por falta de juglares que la cantaran. “Una canción de gesta se ha perdido en sórdidas noticias policiales”, escribió.
Una figura de ese mundo cerril y divorciado de la ley es abordada por Garo en su nuevo disco. A diferencia de los “compadritos” de Borges, no se trata de un cuchillero suburbano, sino de un matrero legendario, el ya mencionado Martín Aquino. Y meter la leyenda en un puñado de versos no fue tarea fácil.
Esa canción “tiene, por un lado, el estudio de esa figura fascinante. De repente leés cuatro libros, mirás dos documentales, sacás cuatro cuadernos de apuntes para tener tres estrofas, un puente y un estribillo, que no ocupan más de una carilla. Ese proceso es lo que me da la vida. Eso y estar conforme con el resultado”, asegura, a pesar de que se trate de un viaje poco confortable que pasa por “saber que la canción todavía no está bien, tenerla como una promesa, un primer impulso, y hasta que llega el momento en el que [sabe] que está terminada, no [tener] satisfacción de ningún tipo”.
En ese caso, y de regreso al trabajo de poeta que se mencionara líneas arriba, Garo entiende que en esa parte de la labor compositiva “sí pueden entrar en juego algunas cosas más vinculadas a lo poético”, y en el caso particular de la pieza sobre Martín Aquino existe “una versificación donde la rima está siempre de forma consonante, cosa que nunca había hecho en mi vida, pero es un recurso. Como el cine o el teatro pueden jugar con la iluminación, el vestuario, el ángulo de cámara, yo tengo que usar las herramientas de que dispongo”, sostiene.
“No voy a caer en la novedad solo para no ser un viejo de mierda; no voy a hacer una historia de Instagram poniendo caritas para invitarte”
“Pensaba en la canción como si fuera la escena final de una película de Sam Peckinpah y en cómo podía aumentar la tensión”, recuerda. Y la respuesta fue “el ritmo, la potencia de la voz, el desgarro, pero también algo que es musical y va con una lectura en paralelo, algo que nos identifica con lo que está diciendo el personaje. Es como el color del background y tiene que ver precisamente con el tipo de versificación”, una rima en particular y “una riqueza de lenguaje que permitiera que la estrofa tuviera sentido mientras la tensión iba en aumento”, describe.
“No se trata de alinear palabras porque quedan, que es una de las cosas que más escucho hoy: la rima en la que se pasa de un verso a otro variando el target porque es la rima la que lleva a las palabras. Nada más opuesto a eso que lo mío”, asegura, para luego hacer una declaración de intenciones. “Es como si fuera un elogio del lenguaje, lo pienso como eso, en un tiempo en el que lo visual es dueño de todo, en el que no podés comunicar nada si no es poniendo una foto tuya, una cara. No: el lenguaje sigue teniendo una potencia tremenda, pero para que la mantenga hay que hacer un trabajo de relojería, por eso pongo a funcionar una maquinaria lo más perfecta posible, dentro del mundo artesanal en el que yo me manejo, y entonces el lenguaje funciona. Yo escucho esa canción y estoy viendo una escena, y eso es lo que busco. No necesito un videoclip para la canción: la canción tiene que ser su propio clip. Por eso termina siendo, como dije antes, un elogio del lenguaje y de su potencia”, remarca, y recuerda que lo mismo sucede con su vieja “Andes 1206”, que, caprichos del nomenclátor mediante, “hoy sería ‘José Germán Araújo 1206’”, comenta risueño.
Para el cantautor, ese tipo de canciones son piezas en una construcción. “Tienen que ver con el mundo que quiero habitar. Yo tuve una segunda oportunidad como músico y estoy muy agradecido, porque hay gente muy talentosa que no la tiene”, dice, en alusión a su carrera luego de la disolución de La Trampa.
“Insisto: soy una agradecido, pero no voy a caer en la novedad solo para no ser un viejo de mierda; no voy a hacer una historia de Instagram poniendo caritas para invitarte, tipo ‘amigos, ahora estoy por acá’,” dice con voz jocosa. “No. Yo voy a habitar el mundo que quiero, y es ese: el mundo en el que lo dicho, lo escrito, tiene que ser suficiente”.
Cada casa es un mundo y viceversa
A lo largo de la entrevista, la palabra “habitar” se repite, lo que conduce de inmediato a una de las ideas sobre las que se cimenta el disco. En al menos tres de sus ocho piezas, la idea de la casa aparece de manera explícita, ya sea como sitio seguro al que regresar o como plaza que defender. Quizá porque “la casa de un hombre es su castillo”, como reza una antigua máxima.
“Es una idea. Yo creo que la casa es una construcción de lo que hemos logrado. Familiarmente, como sociedad, como país, tenés un tesoro que es la democracia, la república; eso también es el lugar donde vos habitás”, considera, y advierte de la inconveniencia de “ponerlo en riesgo, ofertarlo para demolerlo a cambio de seguridad o de algunas otras supuestas piedras preciosas”.
“Yo reconozco que tengo una obsesión, que viene de que cuando fui preadolescente y adolescente y viajaba al Chuy con mi madre”, dice, y regresa a un asunto que ya abordara en “La móvil”, un tema incluido en su disco anterior.
“¿Cómo sos moderno? Yo qué sé. ¿Vos querés ser moderno? Yo quiero ser bueno en lo que hago”
En esos momentos, “la casa era… volver a casa era [respira hondo, mira hacia el techo]… en esos viajes tuve un nivel de ansiedad que no volví a tener nunca más en mi vida… El querer volver a tu casa”, dice. Y en el disco, esa “hambre de casa” pasa de lo particular a lo general.
“Lo junto todo, porque tampoco quiero perder lo construido, que no es mío: es nuestro, algo colectivo”, y menciona al tema “Canción abierta”, penúltimo tema de disco, y uno en los que la idea de la casa está más presente.
“El detonante de ese tema fue la foto de José Plá, de un río de libertad”, rememora, y menciona al pasar otro de los tópicos del disco: el río.
“Ese río de libertad es la voluntad y el propósito popular, su devenir, el estar condenado a tu propia libertad. Ese río no admite dudar de sus propios logros, salvo que esté embaucado por otra supuesta verdad que le compita. Pero ¿desde dónde tengo que ver yo ese río? Desde la casa, desde un lugar firme y sólido”, plantea.
“Es verdad, la casa es una figura que está presente en el disco, al igual que río y sus diferentes acepciones simbólicas. Y también la contradicción, la convivencia de lo dual, desde Quirón con su condición salvaje y su virtud humana, que en realidad son irreconciliables, y eso es lo que lo lleva al dolor. Y también en la canción ‘Como un río’ [primera del disco], en la que el agua viene ‘con barro y con luz’. O como el personaje de la última canción, ‘No voy a caer’, que quiere abrazarse a su rabia y a su luz”, describe.
En esa última pieza del disco, se relatan episodios y situaciones que invitan a pensar que se trata de una suerte de autobiografía. Sin embargo, Garo asegura que no lo es, al menos en sentido estricto. En esa línea, el artista asegura que esa canción narra peripecias “de un personaje ficticio que son varios yoes, y varios otros”, personaje que “en ningún momento se ve poseedor de una verdad o de una iluminación que lo coloque por encima de los demás”. Por el contrario, al igual que Quirón, “tiene muy clara su condición virtuosa, lastimada, y su parte barrosa, animal”.
El hombre la calle, el nombre de la calle
Juan Paullier, Prato, bulevar España, Paysandú, Cuareim… el disco Milonga de Quirón está atravesado de esquinas y de coordenadas geográficas montevideanas. Y si bien las temáticas abordadas en los temas pueden resultar universales, esas referencias callejeras les dan un anclaje local. La presencia —y permanencia de tales lugares en las canciones resultó —literalmente— resistente a toda prueba.
Sobre ello, Garo recuerda que, dentro del ya mencionado trabajo de creación del disco, se incluyeron algunas “pruebas de funcionamiento”. Uno de esos experimentos fue llevado a cabo con la colaboración del realizador Rodrigo Labella. “Lo que hicimos fue tomar las canciones que mencionaban lugares concretos y sustituir eso con otra cosa. La canción sobrevivía, pero perdía fuerza, porque ya no tenía la potencia de lo local, del conocimiento de lo que estás hablando, porque es tu mundo”, rememora.
“En política, los fracasos son acumulativos, van mellando, y dan lugar a la aparición de cosas que, aunque no tengan el título de religión, se comportan como tales”
“Para mí, las cosas en voz genérica siempre pierden vigor. El intento de universalizar, que te digan ‘mirá que ahora tenés la oportunidad de que te escuchen en Japón’, estará muy bien, pero insisto en que se pierde fuerza. Las plataformas y los medios de comunicación están por un lado, la canción está sola, independientemente del transcurso que tenga. Si yo estoy teniendo una mirada sobre mi realidad, desde dónde la miro, o qué miro, es totalmente definitorio. Tanto como el desencuentro entre la arrogancia de la ciudad que se erige y en la que en determinado momento aparece el escombro humano con el que nos acostumbramos a vivir”, señala, parafraseando la letra de “Llevo el Vientos del sur”, otra de las canciones del disco.
¿Modern clixs?
En cualquier caso, a Garo la idea de que “lo escuchen en Japón” le parece bien, pero no es algo a lo que supedite su trabajo.
“Fijate que el periodo más exitoso de mi vida en ese sentido fue con La Trampa, y eso no sucedió. ¿Me voy a poner a buscarlo ahora? No, ahora lo que tengo que hacer es tratar de sentirme orgulloso de mí mismo, y que mi hijo se sienta orgulloso de su padre cuando sea mayor y escuche las canciones”, subraya.
“Yo me siento orgulloso siendo Garo adulto, no jugando al pendejo, tratando de caer en gracia o queriendo ser aceptado. Una cosa que veo en colegas que respeto e incluso admiro es la necesidad que tienen de ser aceptados por los pendejos. Sos un tipo grande, te fue bien y te va bien. ¿Realmente es necesario buscar esa aceptación a toda costa? Porque lo que yo quiero es que la gente joven me respete, y respetarlos a ellos. Jamás les voy a poner un palo en la rueda, pero no estoy para subvencionar gente ni para hacer una carrera para ser aceptado y no ser considerado un viejo de mierda. ¿Cómo sos moderno? Yo qué sé. ¿Vos querés ser moderno? Yo quiero ser bueno en lo que hago”, asevera.
Ver el universo desde la esquina
Describir el propio jardín puede resultar tan complejo como narrar el mundo, e incluso se puede apuntar a lo segundo desde lo primero. El atardecer sobre la ominosa barca del cuento “A la deriva” de Horacio Quiroga sirve como resorte escatológico para relacionar el fin de una vida con la muerte del día. Del mismo modo, mencionar cierto punto del plano de una ciudad puede también remitir a circunstancias universales.
A modo de ejemplo, Garo menciona un verso de la canción “Expreso”, en la que se nombra “el grafiti eterno en la pared”, en alusión a un pertinaz verso pintado en un muro montevideano en 1984, y que se resiste a desaparecer. El grafiti en cuestión plasma el verso “Ánimo, compañeros, que la vida puede más", de la cantante colombiana Elia Fleta, y fue restaurado en 2015.
“La mención a esa pintada no es para georreferenciar, sino para expresar algo que no quiero decir explícitamente en la canción, que es justamente ‘ánimo, compañeros, que la vida puede más’, y el personaje de la canción está parado ahí y se da cuenta de que quiere volver a chuponear con su examor, con su amor, porque su vida se acaba de derrumbar en medio de un efecto dominó cuyo detonante fue que perdió su trabajo”, cuenta, ya puesto a revelar la “cocina” de la composición.
Similar situación se produce en la canción que da nombre al disco, en la que se menciona la esquina de “Prato y Bulevar”, que es utilizada por partida doble, ya que se trata de una calle de solo cuatro cuadras trazada entre dos bulevares: Artigas y España.
“En Prato y bulevar Artigas está la doble escalinata que nombra la canción, con su condición dual y contradictoria de subir y bajar, y la oscuridad que restaura lo que la luz quebró, como sucede con el perro lastimado que se va a un rincón oscuro para lamer sus heridas”, relata. En la otra punta, en Prato y bulevar España “es donde muere Durazno y se ilumina toda de lila”, con los jacarandás en primavera.
“La música, cuando es tuya, de tu lugar, cuando responde al presente de una sociedad, te da una posibilidad de seguir siendo vos mismo, algo a lo que aferrarte”
“Entonces, lo que hago es pararme encima de algo que es fundacional de toda mi existencia montevideana, como lo es Durazno y Convención en el caso de Jaime. Para mí ese lugar es donde la muerte y la luz conviven, y lo tengo asimilado desde los 17 años. Por eso, ese tipo de guiños a lugares de la ciudad no son por el hecho de nombrar una esquina, no es solo eso”, remarca.
“Lo local, lo puntual, siempre va a tener un lugar reservado, porque la suma de universal + universal + universal + universal, satura y no deja espacio para lo diferente”, advierte.
No nos une el amor, sino el espanto
En algunos temas del disco, particularmente en “Expreso” y “Llevo el vientos del sur”, se aprecia una visión desangelada, oscura y hasta catastrofista de la vida y de la ciudad. Sobre ello, Garo sostiene que los protagonistas de esos temas son personas que, como él mismo y cualquier contemporáneo, “están expuestos a un mundo en crisis, y que no parece dar ninguna señal de que esto se va a revertir”.
En el caso del segundo tema mencionado, esa crisis es más tangible, con versos que aseguran que “se desmorona la ciudad” y que, en medio de ese derrumbe, hay “gente como escombro en la vereda”.
“Yo veo así la situación, porque la verdad es que ha habido una gráfica exponencial en la que todo se precariza cada vez más en menos tiempo”, pero la canción no busca ser un lamento por lo rápido que se ha precipitado todo; no va hacia ahí”, explica.
Ese personaje, que en un realismo mágico a lo Kusturica pone el disco de Dino en sus auriculares y se eleva sobre Montevideo, no lo hace por alienación. “La pregunta es: ¿cómo sobrelleva la realidad, cómo salvaguarda su bien más preciado? La respuesta es llegar a casa, que es donde están sus amores, que son lo único que le garantiza no perder su condición humana, no convertirse en un fierro caliente, en lo peligroso. ¿Qué es lo peligroso? El que odia a sus congéneres, el que por ese odio termina tomando malas decisiones, el que vota basado en esas malas decisiones, por acumulación de hierro al rojo vivo”, describe.
“Esto de hoy es una crisis, es obvio, y el disco Vientos del sur, de Dino, fue editado en el 76, en el momento más duro de la dictadura. Eso destaca el valor de la música popular, cuando tiene un terreno basal, como lugar para que la gente se suba y pueda sobrellevar su cotidianidad, para que no se rompa su condición humana. Y eso puede ser rock, música popular o también música tropical, con la que la gente, bailando, pueda resolver cosas de un modo que otros, como yo, no sabemos hacer. Porque la música, cuando es tuya, de tu lugar, cuando responde al presente de una sociedad, te da una posibilidad de seguir siendo vos mismo, algo a lo que aferrarte”, afirma.
La primera de las últimas crisis
Cualquiera que lleve algunas décadas de pie sobre esta penillanura ha atravesado y sufrido varias crisis: desde el golpe de Estado hasta el corralito de 2002, pasando por la tablita de los años ochenta, los altos han sido varios. Sin embargo, para Garo, la crisis presente tiene una particularidad.
“Todas las demás crisis son anteriores al advenimiento de la herramienta democrática y republicana que nos iba a permitir torcer la historia, creo que ese es un cambio”, analiza.
“Lo único que estoy haciendo es valorar las variables, dándoles un rol; no estoy hablando de responsabilidades, pero lo cierto es que cada vez que salimos de una crisis las herramientas son menos potentes, porque son menos promesa de cambio. La esperanza también pierde luminosidad y disminuyen las expectativas. Porque cuando vos creés que la herramienta no sirve, que, afortunadamente no es mi caso, la esperanza no tiene lugar. La esperanza se activa porque hay una oportunidad, de lo contrario eso no sucede”.
Sobre ese punto, Garo recuerda palabras del fallecido sacerdote jesuita Luis Pérez Aguirre. “Lo considero una figura increíble, pese a que yo no profeso ninguna religión, y él advertía que el día en que la política le quite la esperanza a la gente en vez de dársela, habrá un antes y un después”. Para el músico, es necesario evitar que ese día llegue, porque de lo contrario las consecuencias pueden ser terribles.
“En política, los fracasos son acumulativos, van mellando y dan lugar a la aparición de cosas que, aunque no tengan el título de religión, se comportan como tales. Que, de repente, dentro del sistema republicano, aparezca algo que es como un evangelio, con ‘verdades’ como las que propone la religión, es verdaderamente dramático”, considera.
“Recordemos la idea de la lucha de clases, que ahora no está muy de moda, pero era algo sostenido por una ideología, con una teoría potente detrás. Podías estar de acuerdo o no, pero era una idea política, no un evangelio. Creo que la sustitución de ideas por evangelios no parece la mejor oportunidad”, concluye.
Navegando en aguas peligrosas
En su libro Las ciudades invisibles, Ítalo Calvino recordaba que el infierno de los vivos se encuentra en esta vida, y ofrecía un consejo para mitigar sus llamas: “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”, recomendaba.
Por una labor de criba y pesquisa semejante debió pasar Garo para culminar su obra.
“Este periodo de decidir hacer un nuevo disco fue como un viaje por mar en el siglo XVII: con azares, peligros y enfermedades por avitaminosis. De decir ‘no voy a hacer un disco en la puta vida’, y luego tener un empuje de vitalidad y retomarlo. Sabía que me tenía que enfocar en encontrar los personajes, porque lo otro, la canción, ya lo sé hacer. Así que hubo que buscar en toda esta jungla llena de cosas, de informativos, youtubers, streamers, gente que pasa al lado tuyo y pensás que te está hablando, pero está hablando por teléfono con auriculares... entonces, de todo esto, ¿qué?”, resume.
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“Yo tengo urgencia de explicar mi vida y mis problemas mediante la música. A aquel que lo hace porque puede siempre se le nota en la liviandad”
Así, y para separar el grano de la paja “lo primero era encontrar qué decir. La calle, el concepto de la libertad, la angustia. Una vez que definí los tópicos me armé mi propio mapa, y ya sabía que todo iba a suceder ahí. Y termina siendo universal, una minicosmogonía”, explica.
No se quede sin su localidad
El disco Milonga de Quirón se presentará el sábado 6 de setiembre en Sala Zitarrosa, recital que será el punto de partida para otras varias presentaciones.
“Me salgo de la vaina por empezar a tocar, y me encanta volver a tener un sonido más eléctrico, ya que una de las diferencias con el disco anterior es que hay un lenguaje musical diferente. Con la banda disfrutamos mucho los ensayos, estamos muy afinados, con muchos arreglos de voces y muy contentos”, dice con alegría.
Además, se siente confiado porque, más allá de que sus composiciones puedan gustar más o menos a la gente, tiene un producto casi exótico para ofrecer.
“La canción bajó de nivel jerárquico en comparación con generaciones anteriores. La mía es una generación de canciones; podemos haber escuchado música instrumental ocasionalmente, pero nuestra vida pasó por canciones. Y hoy en día, para mucha gente joven, la canción ya no es tan importante como los sonidos, la experiencia, la sensación. Ahora, yo vengo con canciones, con un cancionero renovado, algo que no abunda en las grillas de espectáculos de hoy”, apunta. Y, por ello, por simple cuestión de oferta y demanda, confía en que no le faltará ocasión de tocar.
“Espero poder trabajar, porque todo esto, que salió de mí, tiene su costo, y me encantaría poder hacerlo para que toda la gente que está conmigo tenga un ingreso seguro, y seguir tomando la música como la tomé siempre: esto es un trabajo. No es algo que hacemos porque podemos. El que lo hace porque puede quizá esté en una posición envidiable. Es decir, a nadie le gusta estar en una situación en la que una urgencia le quema el culo y, si no hace algo, se muere. Pero además de eso está la relación con la propia música: yo tengo urgencia de explicar mi vida y mis problemas mediante la música. A aquel que lo hace porque puede siempre se le nota en la liviandad, por más técnica que tenga. Siempre. La clave es el propósito, el porqué”.
Erguido frente a todo
Para Garo Arakelian, haber culminado el disco y aprestarse a “defenderlo” ante el público es algo más que ver la luz al final del túnel.
“Desde principios de este año, tener este disco terminado me ha devuelto una vitalidad y me ha dado un espíritu más luminoso que el que tenía un tiempo atrás. De alguna forma, es como una afectación sobre la autoestima, el volver a creer en uno mismo, como lo dice la última canción, seguir de pie. Es justamente eso: quiero honrar esta oportunidad y seguir de pie”, concluye.
Por Gerardo Carrasco
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