Los viejos ojos azules miran hacia el ring del Madison Square Garden con el mismo asombro con el que un niño ve algo por primera vez. De los dos hombres que van a disputar la corona mundial de los pesados, hay uno al que conoce bien. Es el mismo que, unos años antes, le advirtió que tendría que acostumbrarse a su existencia, a su nombre y a su religión. Se llama Muhammad Ali y no olvidó el apoyo explícito a Floyd Patterson en aquella pelea de 1965, cuando todavía lo llamaban Cassius Clay. Por eso, cada golpe a su rival irá también dirigido a todos los periodistas y celebridades blancas que no toleran a un negro confiado, seguro de sí mismo y arrogante. Para ponerles nombre y cara, los llamará “los Frank Sinatras”.
Frente a él, el drama que se avecina parece escrito para Broadway. Pactado a 15 rounds, el combate del 8 de marzo de 1971 es esperado como el evento deportivo del año. Por su épica, terminará ascendiendo en la consideración hasta alcanzar el status de "La pelea del siglo". Más de 20.000 personas en las tribunas, cerca de un millón y medio de dólares de recaudación y los ojos de más de 300 millones de telespectadores en todo el planeta para presenciar cómo, entre las cuerdas, “dos animales brillosos con las mismas armas” —Gabriel García Márquez dixit— ponen en juego sus invictos. Joe Frazier, 27 años, 92.986 en la balanza y un récord de 26-0, es el campeón del mundo. Ali, 29, 97.500 y 31 victorias sin derrotas, mucho más que el retador.
ACTO IV — “I’ve got you under my skin”
So deep in my heart that you're really a part of me
El sudor se vuelve el perfume dominante. También hay olor a billetes, a whisky, a miedo. Los fotógrafos vibran, capturan, terminan rollos. Sinatra busca algo más. Cada disparo del obturador es una nota que captura la tensión de un país, de una era, de la decadencia de un crooner que ya no vende discos.
Un uppercut corta el aire como una trompeta solista. Se podría dibujar un pentagrama con la sangre de los dos gladiadores, sobre el que el rugido del público entra como un arreglo de metales y el chasquido de los golpes marca la percusión.
La pelea tiene ritmo, colma las expectativas del público. Eso comentan los especialistas mientras Ali conecta más golpes al principio, deslizándose con la ligereza de sus mejores años. Sinatra le comenta a un periodista que tiene al lado que Frazier está dejando la cabeza demasiado desprotegida. Le parece que puede ganar, pero que desafiar a Ali de esa forma puede mandarlo al hospital.
Hasta que los impactos de Frazier empiezan a hacer mella. En el octavo asalto, el campeón lidera en todas las tarjetas. A partir del noveno, no hay un alma sentada en todo el estadio. Ali parece caer en el undécimo, pero contraataca. El doce y el trece son pura acción. En el último round, Frazier conecta un gancho de izquierda al mentón de Ali, que se levanta a los ocho segundos del conteo, pero no puede evitar perder por decisión unánime.
Don’t you know, little fool...
ACTO V — “In the wee small hours of the morning” (Epílogo)
You’d be hers, if only she would call...
Con el final de la pelea, un piano distante suena en su cabeza. La noche le salió redonda. Vio perder a Ali y lo pudo registrar. No imagina que cinco años más tarde va a colaborar en un álbum llamado Las aventuras de Ali y su pandilla contra el Sr. Caries, que incluso va a ser nominado a un Grammy.
En la residencia presidencial, Nixon celebra la victoria de Frazier sobre “ese maldito desertor del servicio militar”. Tampoco imagina que, en agosto de 1974, dos meses antes de que Ali recupere el título en una épica pelea contra George Foreman en Zaire, se va a ver obligado a renunciar a la presidencia por el escándalo del Watergate.
Sinatra guarda la cámara en silencio. Años después, el crítico Will Friedwald escribirá que, en él, cualquier tipo de consideración vocal o musical resulta secundaria frente a su misión principal: contar una historia de la forma más expresiva posible.
La multitud abandona el Madison. Recorre las calles de Manhattan rumbo a los restaurantes o a sus hogares, mientras los dos boxeadores se van al hospital por precaución. Cuando el mundo está en silencio cada uno puede estar a solas con sus pensamientos. La noche de Nueva York se empieza a llenar de comentarios, recuerdos y sensaciones. Alguien dirá que empiecen a correr las noticias en la ciudad que nunca duerme, Ali declarará que la gente se olvida de todo en dos semanas.
Mientras Sinatra, la tercera persona más fotografiada de la noche, sale por el pasillo de servicio, una canción suena dentro suyo. No lo sabe, pero nunca más volverá a tomar fotos para ninguna otra publicación. Afuera, Nueva York late como un contrabajo. Aún faltan años para que popularice su himno, pero esa noche, en el silencio posterior al último golpe, la melodía lo está esperando. Sin saberlo, ya vive dentro de esa canción.
These vagabond shoes
Are longing to stray
Right through the very heart of it
New York, New York