Por Sofía Durand Fernández
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El lugar es Cartagena de Indias, más específicamente una tienda de artesanías a la que muchos viajan desde el pueblo a la ciudad para trabajar. Gina Vargas de Roemmers quiere comprar una pieza, pero a su marido no le parece una buena idea.
—Si no te la llevas tú, te vas a arrepentir toda tu vida. Es única en el mundo —le advierte la persona que atiende el local.
Era la última pieza que había tejido un pueblo originario.
Los viajes de Vargas de Roemmers por América Latina han estado marcados por este tipo de encuentros. En cada uno busca conocer las historias que guardan las comunidades indígenas. En Colombia, por ejemplo, descubrió que, en tiempos de la esclavitud española, las mujeres trenzaban el cabello de sus hijos con las rutas de escape que los hombres memorizaban antes de salir a trabajar.
Gina explica que ellos tejen lo que van siguiendo en el momento; no es metódico. "Para ellos la simbología es muy importante. Plasman las imágenes, los sentimientos, el clima en sus artesanías", dice.
La tradición y lo artesanal no le son ajenos. Nacida en Colombia, aprendió de su abuela costurera el oficio y su valor. Más tarde, su estrecho vínculo con monjas y su carrera en diseño textil cimentaron esos principios.
El próximo 1 de octubre inaugurará Artesia, en la calle Rostand. El proyecto busca rescatar el arte de comunidades indígenas latinoamericanas. Habrá piezas de distintos pueblos de Colombia, Perú, Bolivia, Argentina y Uruguay, además de un espacio con obras de artistas contemporáneos y una cafetería.
"Estamos en un momento en el que el ser humano necesita de la experiencia, está viviendo desde otro lugar y con los sentidos más alerta, palpando más la vida", afirma Gina.
Cortesía de la producción
¿Qué lugar ocupó la tradición en tu formación e identidad?
Fue lo que más me quedó marcado de las monjas y de mi abuela: el hecho de aprender a coser y tejer con ellas. De hecho, mi amor por las huertas viene por las monjas; ellas cultivaban caracoles para comérselos. Las situaciones pueden forjar tu identidad, y la infancia es muy importante en todo lo que se desencadena más adelante en tu vida. Después me preparé en la Universidad de Palermo, ya que estudié diseño de indumentaria mercantil y textil. Eran tres años de diseño de modas, y en mercantil y textil te enseñaban diseño de joyería y de carteras. Después vino lo de la alta costura, que fue lo último que hice relacionado con la moda.
¿Por qué decidiste que Uruguay fuera la sede de Artesia?
Fue porque me vine a vivir a Uruguay. Mi esposo siempre me habló maravillas de este lugar, yo no conocía Montevideo. Había venido al Mercado del Puerto a comer un asado, pero siempre había estado en Punta del Este, lo amaba y era parte de mis vacaciones. Descubrí Montevideo y me sorprendí mucho, sobre todo con Carrasco, es lindo, organizado y sin tráfico, yo venía de Buenos Aires. Me pasó de empezar a caminar por la calle Rostand, encontrarme con la iglesia Stella Maris, el Hotel Carrasco, y pensar: “¿Cómo en este lugar puede haber esto y que esta calle esté tan solita?”. Empecé a pensar en que era un buen lugar, siento que Uruguay tiene un montón de oportunidades, tiene un montón de visión al mundo. Pero, sobre todo, me da paz y tranquilidad. El uruguayo vive tranquilo. Por ahí hay gente que no le gusta, pero hay otros como yo que lo necesitan. Siempre están esperando al extranjero, al turista, y te reciben bien.
Cortesía de la producción
¿Cómo construiste los vínculos con las comunidades originarias?
No es un trabajo fácil, porque son tribus que están desplazadas por la violencia y en lugares vulnerables. Hasta mi esposo me preguntó si estaba loca y cómo se me ocurría, pero aun así me apoyó. En Colombia todavía existe el paramilitarismo, pero me nació ir y estar en el territorio. Yo quería estar en el lugar, sentir y compartir. Fuimos a diferentes lugares con el equipo, como a La Guajira, en la parte norte del Caribe, que es totalmente desierto y supervulnerable, en casas hechas de barro en la que el calor es extremo y estás reunida con ellos. Les empezás a hacer un montón de preguntas. También les hice entrevistas con esto del documental que estamos haciendo. Les pregunté qué sienten cuando están tejiendo, y muchos me decían que ellos tejían para entrar en un estado zen y no sentir el calor. Yo lo sentí: estaba en Puno, Perú, a 4.000 metros de altura. Entonces estábamos con ellas y mordían coca mientras tejían. Yo no quería.
Mientras estás tejiendo entrás en un trance; fue una experiencia linda. El acercamiento con ellos no es fácil. Primero tenés que buscar contactos y llamar para saber cómo puedes tener este acercamiento. Gracias a Paola, nuestra project manager, teníamos un conocido y pudimos llegar. Catalina Guevara, que está trabajando con una fundación colombiana, nos pudo hacer un acercamiento profundo sobre todo en Colombia. En Perú siempre estuvimos rebuscando. Para llegar fue una vuelta interesante, hay una feria en Buenos Aires de diseño llamada Kafira, entonces ponen todo lo que son objetos y muebles. De repente vi un stand que tenía el logo de Perú y no iba nadie. A mí sí me interesaba, empecé a ver los jarrones y había una argentina ayudando, entonces le pregunté por lo que traían. Esto fue hace tres años, me dio su tarjeta. Armamos el portafolio y se lo enviamos a la cita en Perú y les encantó. Nos invitaron, nos ayudaron a armar el recorrido por los distintos lugares. Así, poco a poco y rebuscándome por mis propios medios, pude llegar.
¿Qué importancia tiene preservar la historia a través del arte en América Latina?
Hace poco me hice un examen genético y es impresionante cómo se desenlaza. Los latinoamericanos salimos de acá y el primer punto es el lago Titicaca, muchos venimos de ahí. Desde ese lugar arranca uno y luego se desencadena en Guatemala, Panamá, Costa Rica, Colombia, la Patagonia. Es impresionante la riqueza latinoamericana que tenemos. Tenemos que cuidarnos y protegernos porque el mundo está dando muchas vueltas. En vez de esparcirnos e irnos, agarremos lo que tenemos y unámonos. Hay muchos grupos originarios en Argentina, Perú, Colombia y Guatemala, ellos se protegen con una fuerza tremenda y todavía están en territorio. No los obviemos porque son “parte de”. Con el afán de la tecnología, lo moderno y lo nuevo, nos olvidamos de que eso está ahí. Hay gente viviendo ahí, seres humanos en el Pacífico y en el Caribe. No son solamente cosas turísticas para mirar, son de mucho valor. Nosotros tenemos sangre y raíces de ellos. No es algo para reírse y tomarse la foto, es mucho más que eso.
Cortesía de la producción
La pieza principal tomó cinco años en hacerse. Es la antítesis de la cultura del consumismo actual.
Todo es un proceso. Los seres humanos nos vamos moldeando y transformando. Como diseñadora de moda, a mí me gusta lo fashion y lo nuevo, pero le vas agarrando el gusto cada vez más a lo importante, te vas formando a lo largo de tu vida con viajes, experiencias, charlas y amigos. Y vas diciendo: “Qué lástima que el mundo esté tan rápido y tan fácil”. Siendo mamá también me doy cuenta de que los chicos lo quieren rápido y fácil, y no tendría que ser así. También tenemos la contaminación del planeta, que me parece que tiene mucho que ver, porque la mayoría y más del 80% de las artesanías que traigo son sustentables. Estamos trabajando todo con lana e hilos. Hay muchos ceramistas buenísimos en Uruguay. Todo es de la tierra y para la tierra, hay que pensar un poco en esto. Artesia, quieras o no, está involucrada con la sustentabilidad.
¿Qué esperás transmitir con Artesia al público uruguayo?
Estamos en un momento en el que el ser humano está necesitando la experiencia, está viviendo desde otro lugar y con los sentidos más alerta, palpando más la vida. Estás disfrutando más del café, de la fruta cortada, de la decoración en el plato, del vestido tejido hecho de bambú. Todos estamos direccionándonos hacia esa dirección. Yo siento que con Artesia le voy a poder ofrecer a Uruguay y al mundo ese tipo de experiencia sensorial. Están las texturas para tocar, estamos desarrollando un perfume especial para la tienda y velas.
Todo está pensado desde la experiencia sensorial y en la importancia de que cada cosa tenga una historia detrás. Cada cosa que voy a tener en el local va a tener un código QR en el que se le cuenta a la gente qué artesano lo hizo, de qué región viene y cómo lo hizo. Cuando una persona está haciendo una cerámica la toca, piensa, se concentra. De hecho, trabajamos con un artista uruguayo que está haciendo una colección de cerámicas y empezó a basarse en las letras chinas. Si la gente entra a esta tienda va a encontrar un detalle que tenga una historia y un valor. Si vas a regalarlo a una persona, va a ser una experiencia, una historia y no una cosa que se reprodujo muchas veces. Siento que esto es el nuevo lujo.
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