"La ambición es la ceguera por la cual hasta un ángel podría perder el camino, y la única forma de volver a recuperar sus ojos, siempre termina siendo encomendarse a Dios". Así comienza el viaje que propone Acru en Yamael, la ambición, un álbum conceptual que profundiza en la "cara B" del recorrido de la música. Competitividad, ego, lujuria y ángeles caídos. 

Con solo 17 años, Agustín Cruz comenzó a participar en batallas de freestyle. Su pasión por la escritura y la música venía de antes, a través de su padre. "Viejita mía!", una canción de su autoría que publicó en YouTube, fue su debut oficial. Lo que lo movía no era la fama, sus participaciones en eventos tenían como motor ayudar económicamente su familia. En 2016, luego de que la familia sufriera un robo, se organizó un evento benéfico para ayudarlo llamado #TodosPorAcru. 

En Yamael, la ambición, Acru colabora con YSY A, Neo Pistea y Duki, entre otros. El rapero sostiene que a todos les gustó el concepto y que compusieron en el estudio "prácticamente uno al lado del otro". Si bien está contento con el resultado, quiere continuar por el camino de realizar obras conceptuales que le permitan contar nuevas historias y explorar temáticas diversas. "Entiendo que mis discos van a ir siendo distintos en audio, en propuesta, y le habilito la facultad al oyente de que le resuene o no, como también me habilito a mí mismo la posibilidad de seguir creciendo y volverme un artista más completo", dice en entrevista con LatidoBEAT.

¿Cómo surge la idea de abordar el tema de la ambición y el pecado?

Siento que la música y los artistas también tienen una cara B. El recorrido de la música muchas veces se va tornando oscuro y transforma a las personas. Si bien creo que tiene una energía positiva y de sanación, hemos visto a muchos ángeles caídos en el camino, corrompidos por su propio deseo. Eso me hizo pensar un poco en la posibilidad de hacer una propuesta que refleje la lujuria, el ego, la competitividad. Empecé a repasarlo como si fueran los pecados capitales. A partir de ahí, me propuse invitar gente que pudiera encajar en el perfil de testimonio para que fuera un álbum colaborativo, que tuviera un sonido más cruento, de noche, de antro, en el que se juntarían estos pecadores. Así empezamos a armar una estética de audio y discursiva para el álbum.

¿Cómo definirías la experiencia colaborar con otros artistas? Sobre todo en un tema donde se pueden entender.

Fue súper orgánico y divertido. Con cada uno de los artistas compusimos prácticamente uno al lado del otro en el estudio, teniendo sesiones para que la canción llegara a su mejor punto. Todo arranca con encuentros míos con Luigi para armar las propuestas de los beats. Por cada artista teníamos pensados dos o tres. Nos juntamos o les mandábamos por internet ciertos beats para ver qué les pasaba. A partir de ahí, les contábamos por dónde iba el proyecto y les proponíamos ciertos versos. A todos les gustó el concepto y se animaron. Todos se animaron a teatralizar un poco o jugar con las voces para construir su paso y personaje por el álbum. Era una cuota de valor nueva. Fue orgánico, divertido y desafiante. Estoy muy contento con lo que cada uno aportó, que es único.

Cortesía de la producción

Cortesía de la producción

Arrancaste a rapear con la ambición de poder vivir de eso, con hambre de éxito. ¿En qué sentís que haber tenido esa impronta te ayudó en tu carrera?

En este proyecto me di la oportunidad de crear un personaje y usar un alter ego para construir dinámicas que no diría ni transitaría como Acru. Creo que eso fue lo interesante al desarrollar este proyecto: entender que el hambre que tengo no es el mismo que el que refleja el álbum, que es más oscuro y corrompido. Todos estos años de trabajo y formación me vienen enseñando la importancia de ser resiliente, de tener paciencia, de convivir con la frustración, de amigarse con el error y también de ir a buscar la creatividad. Hace unos años, si no tenía un beat particular o no estaba en cierta situación, no componía. Creo que ahora es mucho más oficio, y que el tiempo vale mucho. El hambre me ha enseñado la importancia del tiempo y la calidad que se puede conseguir en los trabajos estando enfocado y haciendo valer el minuto a minuto.

¿Harías otro disco conceptual? ¿Te gustó el proceso creativo?

Me gustó la idea de crear un personaje. Siento que la próxima vez iría más a fondo todavía. Si bien me la jugué por desarrollar algo, también fue un prototipo de un trabajo. Creo que la teatralidad, los conceptos y jugar detrás de otro nombre es algo en lo que me gustaría profundizar. Estoy contento con este proyecto, con el valor que me dan y con la gente involucrada, pero cuando lo terminé me di cuenta de que puede ser la puerta a algo más grande si tomo ciertas bases de la fórmula de su creación.

Vas a estar por varios lugares de Latinoamérica, ¿cómo lo estás viviendo?

Es un sueño. La vida en los últimos años me viene regalando experiencias. Si al preadolescente que fui hace unos años le decía que iba a vivir esto, no se lo creía. Es emocionante haber pasado por cada país de Latinoamérica, ver este cariño y que el público reaccione con canciones que por ahí fueron escritas en San Martín, mi barrio. Pareciera que no existe distancia, que fuimos criados en el mismo lugar y entendiendo exactamente el mismo código. Vivir la música tan de cerca y ser testigo, en un escenario, de la gente cantando y resonando con tus palabras es algo invaluable.

Cortesía de la producción

Cortesía de la producción

¿De qué referencias te serviste para hacer Yamael, la ambición?

Cuando empecé a compartir ciertas estéticas de audio con gente cercana, me decían: “Qué loco que vos estés en estos beats”. ¿Yo no podría estar en estos ritmos? ¿Qué sería ir en contra de mi propia estética construida? Cuántos escritores hay por fuera de la música que desarrollan personajes, cuentos, y que la gente que los lee se permite volar con esa narración. Con la música se puede. Esto me está abriendo un campo para jugar. No estoy descubriendo la pólvora: hay artistas que ya lo hicieron —Tyler, The Creator; Kendrick Lamar; acá, en Latinoamérica, capaz que Suppa con sus alter ego—. En mi caso personal, la semilla fue un: “¿Qué es lo que Acru no podría decir?”. Quiero empujar los límites y que la gente pueda entender el proyecto como un concepto que va a ir moviéndose entre los beats y las discursivas. Se trata de una galería de obras; ni siquiera tiene que ver directamente con mi persona. Yo soy uno más que está creando y poniendo colores, texturas y sonidos a ese universo. Para mí, la obra es mucho más grande que yo: se trata de la música en sí. Empujar los límites de lo que se puede decir y lo que no fue una gran inspiración para hacer Yamael, la ambición.

Otro miedo puede ser repetirse, la contracara. 

Ha sido una gran dicotomía que me ha tenido conflictuado durante varios años. Sufrí mucho haciendo Don Acru (2023). Fue realmente duro porque me hice muchísimas preguntas: si era el disco que quería hacer, si estaba siendo consecuente con lo que soñé. ¿Soy rapero o soy músico? Muchas preguntas sobre cuáles son mis “sí” y mis “no”. Después de haber pasado por ese material y haber llegado a "Yamael" desde un lugar más del goce, de entender que el proyecto es grande y de transformación, de evolución, y que el oyente puede resonar con el primer álbum, con el segundo o con el tercero. Ya no tengo ese miedo ni ese límite. Entiendo que mis discos van a ir siendo distintos en audio, en propuesta, y le habilito la facultad al oyente de que le resuene o no, como también me habilito a mí mismo la posibilidad de seguir creciendo y volverme un artista más completo.