Por Sofía Durand Fernández
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—Movete como una persona real. No les des demasiada importancia a las palabras y usá la ropa que quieras.
Esto fue lo que Woody Allen le dijo a Diane Keaton al comienzo de las grabaciones de Annie Hall (1977), según el libro de memorias de la actriz, Then Again (2011).
Chaleco de vestir, pantalón sastre, camisa, corbata y sombrero: ese estilo andrógino se transformaría en tendencia y hasta la actualidad es tomado como una referencia directa al personaje.
El sábado 11 de octubre se anunció el fallecimiento de Diane Keaton a sus 79 años. Una noticia que tomó por sorpresa al mundo y que fue lamentada por sus fanáticos y colegas de la industria del cine.
En el abanico de rostros que encarnó Keaton siempre hay uno al que se le guarda particular aprecio por distintas razones. Puede ser Kay Adams, la novia y luego esposa del corrompido Michael Corleone en la trilogía de El Padrino; Annie Paradis, la esposa abandonada que se reinventa en El Club de las Divorciadas (1996); o hasta Erica Barry, la dramaturga conflictuada por haberse enamorado del novio de su hija en Alguien tiene que ceder (2003).
Aunque sus habilidades actorales fueran sobresalientes, siempre había una parte de ella misma que se reflejaba en los personajes que interpretaba. La forma de habitar cada situación con un leve aire despreocupado, pero cargado de una notoria incomodidad. La falta de pudor para mostrarse herida, decepcionada o desconsolada. Podía ser aquella que, a pesar de ya saber la respuesta en el fondo, aún le pregunta a su marido si es cierto que mató a su cuñado. O la que en el medio de una crisis de angustia encuentra inspiración para escribir una obra teatral.
En el ámbito del cine, Keaton demostró una y otra vez que había más posibilidades para las mujeres que las preestablecidas. No como un manifiesto, sino más bien por la forma en que la vida discurre. Enamorarse en la tercera edad, conjugar el aspecto profesional con la maternidad. Incluso con algo que podría considerarse superficial, como la vestimenta. No importaba de qué manera se vestían otras mujeres, y tampoco si estaba “bien” o “mal”. Ella tenía su propia manera.
En el ámbito personal también. En varias ocasiones afirmó que nunca sintió el deseo de casarse, y lo cumplió. Se convirtió en madre a los 50 años, luego de adoptar a dos hijos, en 1996 y 2001, respectivamente.
En A propósito de nada, el libro autobiográfico de Woody Allen, este la describe así: “Hay gente que ilumina una sala, ella ilumina todo un bulevar”. Con el director no solo mantuvo un vínculo amoroso entre 1970 y 1975, sino que también fue su musa y colaboradora. Primero en Annie Hall, un protagónico que le valió el Óscar, y luego en Interiores (1978), Manhattan (1979) y Misterioso asesinato en Manhattan (1993). En esta última reemplazó a Mia Farrow, hasta ese entonces esposa de Allen.
"El Padrino II" (1974), Francis Ford Coppola
No se limitó a la actuación: también fue directora, productora, fotógrafa, guionista y hasta publicó dos memorias, Then Again (2011) y Let’s Just Say It Wasn’t Pretty (2014). Incluso dirigió el episodio 22 de la segunda temporada de Twin Peaks, la serie creada por David Lynch, quien también falleció este año. Hasta el año pasado se mantuvo en actividad, siendo parte del elenco de Summer Camp.
Con Al Pacino tuvo una relación que comenzó en el set de El Padrino, un amor que quiso y no pudo concretarse en algo duradero, pero que terminó convirtiéndose en una amistad eterna. En el homenaje a la actriz de los premios AFI, Pacino recordó que en una cena que compartieron con Marlon Brando, este fue a presentarse y le dijo: “Hola, Diane, soy Marlon Brando”. Ella lo miró, le dio la mano y le contestó: “Sí, bien, de acuerdo”.
No solo era auténtica, también sabía reírse de sí misma y trasladar ese espíritu burlón a la pantalla. Una risa honesta y memorable. También tenía un registro para el llanto que podía ser tanto melodramático como cómico. La muerte de Keaton fue recibida con sorpresa. No solo porque, hoy por hoy, podemos robarle un par de años más que 79 a la vida, sino por cómo ella transitó la suya: con gracia, encantadora en su rareza, trazando siempre su propio camino.
Por Sofía Durand Fernández
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