Por Federica Bordaberry
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Previo a la llegada de los españoles al continente americano, el territorio que hoy llamamos Uruguay estaba habitado por indígenas. Las etnias más conocidas son las de siempre, la de las clases de historia del liceo: los charrúas, los guenoas, los minuanes, los bohanes, los arachanes y los chanáes.
Fue el rey español Fernando V que mandó, desde su reinado, una expedición al mando de Juan Díaz de Solís. Ese mismo fue el que descubrió un río ancho al que, más tarde, apodaríamos como Río de La Plata. Aquello sucedió por febrero de 1516, hace más de 500 años. Cómo terminó esa invasión, ya lo sabemos: la expedición de colones españoles luchó contra los indígenas autóctonos y, de a poco, estos fueron desapareciendo.
Pero la bahía que hoy es la capital uruguaya tardó en llegar. En 1520, Fernando de Magallanes, también navegante de la corona española, llegó al Río de La Plata y vio, detrás de ese puerto natural, un cerro. Ahí, en ese lugar, se fundaría Montevideo.
Mientras que los colonizadores se disputaron lo que hoy es el país, recibió el nombre de Banda Oriental. De un lado, los españoles y, del otro, los portugueses a partir de 1680. Pasó un siglo y, recién en ese entonces, aparecieron los ingleses a protagonizar las invasiones en el Río de La Plata.
En todo aquello, el gobernador del Virreinato español, Bruno Mauricio de Zabala, fundó Montevideo como ciudad fortificada en diciembre de 1726. El objetivo: frenar la expansión portuguesa, y de a ratos inglesa, en el Río de La Plata.
Pero en 1723, el Mestre de campo Manuel de Freitas da Fonseca, estableció un campamento en la punta este de eso que aún no era Montevideo. Eran 300 soldados de la Armada Portuguesa, originales de Río de Janeiro. La razón: había agua. Por eso, la fortificación de Montevideo comenzó por ese año.
Fueron los españoles los que forzaron la retirada de los portugueses, dando lugar en 1924 al asentamiento español. El proceso fundacional de la ciudad, entonces, se sitúa entre 1724 y 1726, depende quién lo mire y cómo lo mire. Quizá, lo más aceptado, es lo que planteó el historiador uruguayo Raúl Montero Bustamante, que tomó en 1919 al año 1726 como fecha fundacional de la ciudad.
Después, vino todo lo otro: Artigas y sus orientales, la Revolución de Mayo, el Grito de Asencio, Pedro José Viera, la Batalla de Las Piedras, la Provincia Cisplatina, Lord Ponsomby, y todo lo demás.
Entonces, Montevideo nació y se fundó antes que el propio país del cual es capital. Podría creerse que, con más años de existencia arriba, la etimología del nombre de la ciudad estaría más claro. Pero no es cierto, el paso de los años borraron una única teoría y abrieron paso a varias hipótesis sobre por qué Montevideo se llama Montevideo.
Buenaventura Caviglia, en un libro publicado en 1925, bajo el título La etimología de Montevideo, ordena preguntas. Expone, de forma clara, que no hay una sola respuesta y, años después de vista Montevideo por primera vez, hay más que nada preguntas.
De todo esto, hay solamente dos certezas. Una, que el nombre Montevideo parte del registro del diario de Francisco Albo, el marinero griego que participó de la expedición de Magallanes en el Río de La Plata y que dejó registro del avistamiento de la capital en un diario náutico. Ese es el primer documento que registra el famoso grito que le dio nombre a la capital.
Es ahí donde se encuentra escrita la expresión “monte vidi”. De ahí, la segunda certeza, que la palabra “monte” se refiere a un cerro de próximo a la embarcación que veía tierra después de varios días en el mar.
La duda que abarca la etimología del nombre de la capital está vinculada, no al hecho de que haya habido un monte frente a los ojos de Magallanes y sus marineros, sino en el término “vidi”.
La primera hipótesis que plantea Caviglia es que, en 1981, tiene un planteamiento cristiano. El padre Schupp, junto a Paul Groussac, publicó un documento que demuestra la posibilidad de que “vidi” sea una referencia a Santo Ovidio (un romano, de origen siciliano, que hoy se lo considera el santo de los sordos).
Aquel supuesto grito, visto desde esa óptica, es una exclamación que nombra al Cerro de Montevideo de esa forma, en honor al Santo. En su libro, Caviglia sostiene que es viable que Magallanes haya puesto, más adelante, una cruz en la cumbre del cerro.
La segunda hipótesis proviene del doctor Felipe Ferreiro, que plantea algo mucho más simple: los usos lingüísticos de la época. Éste cree que “vidi” puede ser una abreviatura de las palabras “vi” y “deo”, ver y lejos. Las palabras de Albo, en tal caso, pasarían a significar “veo a lo lejos un monte”.
Otra posibilidad es que, en lengua araucana, “uidi” equivalga a la palabra “monte”. Podría haber utilizado su lengua, la propia, para registrar la presencia del monte y, al lado, una lengua bastante más local. Caviglia deja demostrado que, lejos de ser una incoherencia geográfica o histórica, la rama araucana llegó, por lo menos, a la altura de lo que hoy es Bahía Blanca.
Vinculado a lenguas extranjeras, existe la posibilidad de que “veneredi” sea una traducción del italiano referida al viernes. Según cálculos que plantea Caviglia, la llegada de Magallanes a Montevideo podría haber sido un viernes o la madrugada de un sábado.
En español antiguo, por otra parte, “vireo” se traduce a “bosque verde”. Según Herman Burmeifter en Reise durck die La Plata Staten (1861), se plantea que el diario de Albo podría haber expresado la visualización de un monte verde, repleto de árboles. Además, según Burmeifter, la expresión podría no haber sido del propio Albo, sino de consejos posteriores de navegación.
Una sexta hipótesis podría estar vinculada a las abreviaturas. “Vidi” podría haber sido un conjunto de letras que, aún partiendo de esa base, genera varias posibilidades. La primera idea es que “vi” fuera una anotación náutica en referencia al verbo ver y, “di”, lo siguiente”, lugar y fecha.
VI quiere decir seis en números romanos. De ahí sale la teoría tan difundida de que los españoles vieron seis montes de este a oeste, siendo las siglas que corresponden a “e” y a “o” de la palabra Montevideo.
Pero “vidi” podría también servir de abreviatura para la palabra “virgen”, entrando en la línea de las referencias cristianas. Pero en el escrito Albo, también es posible que “di”, significara día, y que la “o”, que venía después, fuera en realidad una “c” para referirse al puesto de la Candelaria. Así, hubiera sido “Monte vi día Candelaria”.
Algunos cálculos consideran que Magallanes podría haber llegado a Montevideo un 27 de diciembre, el día de San Juan Apóstol. En tal caso, “vidi” podría haber sido una abreviación de la palabra “vidia” y ésta un conjunto de símbolos. “Vi” de ver, “d” de día, “i” en referencia al número romano I y a Juan, “a” a apóstol. La frase completa hubiera sido, en ese caso, “Monte vi el día de Juan Apóstol”.
Caviglia incluye, además, la idea del uso de números romanos en “vi”, siendo VI (seis) y que “di” sea “destas Indias”.
La última hipótesis, y quizá la más épica, es la que analiza Carlos Traverso en 1923, en sesenta páginas, donde teoriza sobre la etimología del nombre Montevideo. Obviamente, es una más dentro de la lista de posibilidades, pero sus argumentos son de los más fuertes en términos históricos y prácticos. Cree que el nombre Montevideo proviene de las palabras latinas “montem vídeo” y que quieren decir “veo un monte”. Es, en definitiva, la versión más apasionada de lo registrado ese día.
Por Federica Bordaberry
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