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Contenido creado por Catalina Zabala
Cine
FOUND FOOTAGE

“V/H/S”: la cámara que nunca se apaga se convirtió en un archivo del terror contemporáneo

Tras su nueva entrega "V/H/S/Halloween", la saga que comenzó como experimento de bajo presupuesto y hoy representa un ícono de su género.

03.11.2025 13:48

Lectura: 9'

2025-11-03T13:48:00-03:00
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Por Juampa Barbero | @juampabarbero

Cuando el sistema se ablanda, el terror vuelve a sus formas más primitivas. Cuando el género se llena de efectos prolijos y guiones calculados, aparece algo como V/H/S para recordar que el horror nació sucio, desprolijo y pegajoso. En 2012, la primera entrega irrumpió como un corte punk sobre la pulcritud del terror de estudio. Un grupo de directores con hambre y una sola consigna: filmar con libertad absoluta, bajo el mismo espíritu del VHS que guardaba más secretos de los que mostraba.

La idea era simple pero explosiva. Un grupo de ladrones entra en una casa abandonada buscando una cinta misteriosa. Lo que encuentran es una biblioteca de grabaciones imposibles: posesiones, asesinatos, rituales, criaturas que respiran dentro de la señal estática. Cada corto era una puerta a otro infierno. La forma antológica permitía que cada realizador filmara sin rendir cuentas, y eso le devolvió al género una ferocidad distinta.

Esa libertad se convirtió en marca registrada. Cada entrega posterior funcionó como una curaduría de pesadillas filmadas desde distintos rincones del mundo. Algunos directores ya tenían peso propio, como Ti West, Radio Silence o Adam Wingard. Otros, como David Bruckner o Simon Barrett, usaron a V/H/S como plataforma para demostrar que el terror podía volver a ser impredecible. De ese semillero surgirían nombres que después dominarían el género. La saga fue una incubadora del miedo moderno.

Detrás del ruido y la sangre hay un nombre que vale la pena recordar sobre todos los demás: Brad Miska. El tipo que, desde su trinchera digital en Bloody Disgusting, entendió que el terror necesitaba una nueva forma de circular. Que el miedo no estaba muriendo, solo necesitaba un nuevo soporte. Miska fue el que juntó a todos estos lunáticos con cámaras baratas y los dejó jugar sin permiso de nadie. Hizo lo que los grandes estudios no se animaban a hacer: convertir la precariedad en estética y la colectividad en método. Sin su instinto curatorial —esa mezcla de productor, fan y kamikaze—, V/H/S nunca habría existido.

"V/H/S Halloween" (2025), Alex Ross Perry, Paco Plaza 

V/H/S/2 (2013) elevó el listón con historias que mezclaban religión, gore y tecnología, y consolidó el espíritu de laboratorio. Gareth Evans, el director de The Raid (2011), firmó uno de los segmentos más impactantes con Safe Haven (2013), una explosión de sectas, sangre y cámara en mano que redefinió lo que se podía mostrar sin anestesia. Allí quedó claro que el found footage no era un truco barato, sino un lenguaje capaz de traducir la locura contemporánea.

A lo largo de las entregas el dispositivo cambió, pero la esencia se mantuvo. V/H/S/Viral (2014), V/H/S/94 (2021), V/H/S/99 (2022), V/H/S/85 (2023), V/H/S/Beyond (2024) y la más reciente, V/H/S/ Halloween (2025), demostraron que la serie podía mutar con los años sin perder su ADN. Cada película se situó en una época específica, con texturas visuales propias: granulado, glitches, cintas que parecen rescatadas de un televisor poseído. Esa obsesión estética por lo analógico es lo que distingue a la franquicia de cualquier otra antología.

El found footage, ese subgénero tantas veces ridiculizado, encontró en V/H/S su renacimiento. Acá no se trataba de justificar a la cámara: se trataba de habitarla. La cámara es el cuerpo, la herida, el punto de vista del miedo. El ojo que tiembla, la respiración que acompaña al movimiento. Esa proximidad entre lente y carne es la que genera incomodidad. V/H/S entendió que el horror no necesita distancia, necesita contacto.

En esa lógica, cada entrega funciona como un espejo roto de la época que retrata. V/H/S/94 canalizaba la paranoia mediática de los noticieros; V/H/S/99 traducía la ansiedad digital y la nostalgia de los primeros años de internet; V/H/S/85 se hundía en la televisión ochentosa, esa que confundía lo real con lo grabado. Con Beyond, la saga directamente apunta al cielo —y a lo que podría estar mirándonos desde arriba—: sus historias orbitan lo extraterrestre, mezclando abducciones, experimentos y contactos imposibles con la estética granulada del found footage.

"V/H/S Halloween" (2025), Alex Ross Perry, Paco Plaza 

La saga se pone la máscara definitiva con V/H/S/Halloween, una antología que celebra la noche de los disfraces pero, claro, lo hace sin gentileza. Los directores invitados —desde Paco Plaza hasta Alex Ross Perry— se enredan con trucos, casas embrujadas, y una gaseosa maldita que vuelve a quienes la prueban en sujetos poseídos —quizás una broma ácida al consumismo—. Hay gore carnavalero, humor negro que corta más de lo que abraza y un puñado de relatos que juegan al “truco o trato” con la cámara que nunca se apaga. Como seña más clara, esta entrega se muestra más coherente tonalmente que muchas anteriores, lo que no le quita que algunas piezas naveguen en terreno torpe. Pero así y todo, la sensación es la de una franquicia que recupera el pulso: que no se avergüenza de la sangre ni del susto.

Los nombres detrás de cada segmento a lo largo de las ocho películas forman un linaje salvaje del terror contemporáneo. Eduardo Sánchez, el cocreador de The Blair Witch Project (1999), aportó una mirada subjetiva zombi. Paco Plaza, el español detrás de REC (2007), llevó su estética claustrofóbica a un Halloween de pesadilla. Timo Tjahjanto, el indonesio maestro del horror físico, firmó piezas que parecen coreografías del caos. A ellos se suman Natasha Kermani, Chloe Okuno, Jennifer Reeder y Flying Lotus, que expandieron el universo hacia lo experimental, lo queer, lo político y lo grotesco.

Esa variedad es la fuerza del formato. Cada corto puede fracasar o brillar, pero en conjunto arman una textura que pocas franquicias logran: el mapa del miedo actual. V/H/S no busca la perfección, busca la descarga. No quiere pulir la imagen, quiere que duela. Cada nueva entrega se siente como un compilado de pesadillas encontrado en un sótano, armado por manos distintas pero con el mismo pulso tembloroso.

Lo más interesante es cómo la saga entendió el tiempo. Cada cinta es un fósil tecnológico, una reliquia que revela los miedos de una generación: el cuerpo, la grabación, la transmisión, el archivo. Lo que alguna vez fue entretenimiento doméstico, hoy se convierte en reliquia maldita. En ese cruce entre lo analógico y lo digital, se esconde el verdadero terror de nuestra era: la imposibilidad de borrar.

"V/H/S Halloween" (2025), Alex Ross Perry, Paco Plaza 

A diferencia del terror industrial, V/H/S no le tiene miedo al error: lo abraza. Las tomas mal expuestas, los cortes abruptos, los encuadres sucios, todo eso se vuelve parte del relato. La imperfección es autenticidad, y la autenticidad, en el horror, es el verdadero golpe al sistema. Cuando la imagen sangra, el espectador se acerca. Lo que antes se veía como amateur, ahora es una estética de resistencia.

Por eso su influencia es tan grande. Desde que la primera V/H/S salió en 2012, el found footage dejó de ser un recurso agotado para volver a ser un laboratorio narrativo. De ahí nacieron experimentos como Host (2020), Deadstream (2022) o Dashcam (2021), películas que entendieron que el terror puede existir en cualquier pantalla. V/H/S abrió el código y dejó que cualquiera pudiera entrar.

Y detrás de eso hay una lectura del mundo. Lo que une a todas las historias no es solo el miedo, sino la fascinación por registrar. Todos graban, todos filman, todos dejan rastros. En V/H/S, la cámara no salva a nadie: solo expone. La mirada es castigo. El horror no viene de lo que se ve, sino del acto de ver. Esa obsesión con documentar lo inenarrable define nuestra época mejor que cualquier discurso académico.

Lo más curioso es que, con los años, V/H/S empezó a tener algo de nostalgia. Su textura granulada, sus colores saturados, su estética de grabación doméstica despiertan en el espectador un recuerdo físico: el de meter una cinta, rebobinarla, esperar. Esa espera, ese ritual mecánico, es también un rito de iniciación al miedo. El terror, antes que un género, fue siempre una experiencia compartida. Cada interferencia, cada glitch, es un eco del pasado. La distorsión como estética. El ruido como lenguaje. En un mundo de imágenes limpias y filtradas, V/H/S propone el retorno de lo sucio. Del grano. De la imagen que quema la retina.

"V/H/S Halloween" (2025), Alex Ross Perry, Paco Plaza 

En ese sentido, la saga también funciona como crítica cultural. No se limita a asustar, incomoda. En tiempos donde el terror se volvió mainstream, V/H/S sigue siendo impredecible, impura, inagotable. Un recordatorio de que el miedo verdadero no se vende con sustos baratos, sino con pulsos acelerados y cámaras que tiemblan.

El hallazgo es que en V/H/S, incluso cuando algo falla, algo late. El error se vuelve revelación. La torpeza, estilo. La saturación, verdad. Esa mezcla entre experimento y accidente es lo que hace que la saga se mantenga viva cuando otras franquicias se disuelven en el marketing. Acá no hay red. Todo puede salir mal, y eso es hermoso. Por eso la última película terminó filtrándose en YouTube mucho antes de su estreno en cualquier plataforma oficial. No fue un descuido: fue casi una consecuencia lógica. Una obra reencontrándose con su público del mismo modo en que nació. Fuera del sistema, entre interferencias y links compartidos a escondidas.

En definitiva, V/H/S es el testimonio más honesto de una época donde el horror se volvió archivo. Donde el miedo dejó de necesitar un monstruo para existir y se volvió parte del acto de mirar. Cada video dentro de la saga funciona como un espejo roto donde nos reflejamos, aunque no queramos vernos.

A más de 10 años de su nacimiento sigue siendo una serie incómoda, experimental y necesaria. No por nostalgia, sino por convicción. En un género cada vez más domado por el algoritmo, V/H/S todavía respira como una bestia herida. Un manifiesto grabado en baja resolución, pero con una intensidad que a la alta definición le cuesta reproducir.

Porque si algo enseña esta saga es que el terror no envejece, muta. Y en cada cinta nueva, en cada grabación perdida, en cada glitch que estalla, hay una promesa cumplida: la de que el horror sigue siendo humano. Crudo. Imperfecto. Eternamente grabable.