Por Sofía Durand Fernández
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Una carretera larga y sinuosa es el corazón de Una batalla tras otra (2025). Funciona como un personaje más en una de las escenas más memorables y es, al mismo tiempo, una analogía de las preguntas que la película busca contestar. ¿Cuál es tu batalla? ¿Existe realmente una salida para lograr un “borrón y cuenta nueva”? ¿Hay un final?
Las tensiones y alianzas —que cambian de manera constante— se encargan de llevar adelante la trama, inspirada vagamente en Vineland (1990), una novela de Thomas Pynchon ambientada en 1984.
Paul Thomas Anderson decide traerla al presente: por un lado, está French 75, un grupo revolucionario armado que se opone a políticos racistas y provida con el objetivo de liberar a migrantes atrapados en la frontera. Por otro, una asociación secreta de supremacistas blancos llamada Christmas Adventurers Club.
El director supera con creces algunos de los grandes desafíos del cine en la actualidad. Uno es el de realizar una sátira política sin caer en lugares comunes y clichés, sin apelar a la “tribuneada”. En gran parte lo logra con un desarrollo de personajes sobresaliente en el que el héroe no es impoluto y el villano tienen un costado entrañable.
El primero es "Ghetto" Pat Calhoun (Leonardo DiCaprio), parte de French 75 y pareja de su líder, Perfidia Beverly Hills, con quien tienen una hija: Charlene. La caída de la agrupación los obliga no solo a tomar caminos separados, sino también a que él tenga que cambiar su identidad y la de su hija por Bob y Willa Ferguson respectivamente. 16 años después, viven en un pueblo llamado Bactan Cross y aparentemente lejos de aquel pasado guerrillero.
No va a ser la primera ni la última reseña que relacione a Bob Ferguson con The Dude de El Gran Lebowski (1998): un antihéroe de bata, quemado por algún que otro exceso y dispuesto a realizar una hazaña sin saber muy bien qué está haciendo. El trabajo de DiCaprio demuestra una vez más su versatilidad y, ante todo, su capacidad humorística.
Su contracara es Steven Lockjaw (Sean Penn) un oficial que lucha contra French 75, pero que paradójicamente mantiene una relación obsesiva y de sumisión con Perfidia. Es por esto por lo que vuelve después de una década y media. Lo que hace Penn en pantalla lo convierte en un candidato fuerte para las próximas entregas de premios: construyó a uno de los mejores villanos del último tiempo. No tiene necesidad de recurrir a un montón de diálogos para transformar la solemnidad en patetismo a lo largo de la película; con solo aparecer en pantalla le basta.
Una batalla tras otra (2025), Paul Thomas Anderson
La revelación es Chase Infiniti, de 25 años, que encarna a Willa Ferguson en su primer rol en la pantalla grande. Benicio del Toro como Sensei Sergio juega en el mismo nivel que DiCaprio y logra que su papel secundario adquiera un valor que lo engrandece.
Es un atrevimiento, pero la única nota hacia Thomas Anderson en este sentido podría ser el escaso desarrollo de Perfidia Beverly Hills, que juega a ser una especie de Rebeca de Hitchcock después del primer acto.
De todas formas, el otro desafío que “PTA” supera es el de unificar diferentes temáticas sin obtener una masa apelmazada como resultado. Hasta el mismísimo Francis Ford Coppola dio un paso en falso en este sentido con Megalópolis (2024), su última obra y el “proyecto de su vida”. Además, las casi tres horas de película no son un capricho: están al servicio de la trama y corren con una intensidad que hace que parezcan menos.
La dirección de fotografía, a cargo de Michael Bauman, colabora con esto último. El uso de planos cerrados ayuda a ir descubriendo de a poco la escena y el juego de luces cálidas y frías provee inestabilidad. Hay una proeza por parte de Thomas Anderson de limitarse a un diseño de producción y una iluminación muy realista, además de tomar la decisión de rodar con VistaVision, que permite ese formato panorámico.
Una batalla tras otra (2025), Paul Thomas Anderson
El soundtrack, a cargo de Jonny Greenwood —guitarrista de Radiohead— juega con lo que se muestra en pantalla. Por ejemplo, recurriendo a música anempática en las escenas de Bob y también en las de Lockjaw.
Paul Thomas Anderson no se casa con nada, solo con su esencia independiente —por más que haya contado con 130 millones de dólares para hacer esta película—. Esta le permite hacer un cine que nace a partir del juego y la experimentación, sin recurrir a lugares seguros para ahorrarse problemas. También lo lleva a crear cine de autor que exige un visionado en salas.
Una batalla tras otra es una bomba adrenalínica porque en eso se basa su premisa: puede que una batalla nunca llegue a su final si se opone a la del otro. Y eso puede ser tan devastador como liberador. Porque, al fin y al cabo, siempre puede quedar un cabo suelto en el pasado dispuesto a reavivar el fuego en el presente, y siempre hay alguien a quien pasarle la posta para continuar la pelea.
Por Sofía Durand Fernández
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