Por Ivonne Calderón | @malenamoon13
"La escritura es mi vida", dice Katya Adaui. Sonríe y bebe de la botella de cristal que revela la transparencia del agua, el gran elemento de su narrativa. La autora limeña que reside en Argentina hace más de un lustro, se sumerge en sus relatos como si fuese esa inmensidad oceánica que creció contemplando. Adaui fue galardonada en 2023 con el Premio Nacional de Literatura del Perú por su libro de cuentos Geografía de la oscuridad (2021). Recientemente resultó finalista del VIII Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve 2024 por los cuentos de Un nombre para tu isla (2024), en los que se refleja una vez más la obsesión de la autora por los vínculos interpersonales, las relaciones.
En Un nombre para tu isla, compuesto por siete relatos, la autora no privilegia las relaciones paternofiliales ––centro de sus obras previas––, sino que explora los vínculos extendidos que dan lugar a familias por elección: aquellas que se conforman con amigos, amigas y parejas románticas. Los personajes viajan con expectativas, van y vienen con sus incomodidades y experimentan el extrañamiento, pero ríen más. Ríen bajito o más fuerte, y aun así se nos revelan con sus zonas de sombra, sus ambigüedades, dejando al descubierto las grietas por las que se filtra el agua dulce y salada de estas historias. Este es, quizá, un punto de quiebre en la obra narrativa de Adaui, que se ha caracterizado por un tono más sombrío y una atmósfera melancólica.
Un grupo de amigas se retira a una casa flotante y descubren allí el cuidado que las sostiene. Una pareja busca construir su propia isla, su pequeño paraíso dentro de Isla Grande. Un niño se permite la soledad en una playa. Un par de amigos hace equilibrio entre las semejanzas y las tensiones. Dos amigas se reencuentran a bordo de un avión. Un hermano emprende un viaje de huida mientras su medio hermana lo extraña. Una mujer vuelve a su país de origen y es sorprendida por el arte de perder. Es la vida con los otros, que transcurre en el constante movimiento.
Foto: Mafer Guzmán
Has dicho que con tu última novela, Quiénes somos ahora (2022), cerraste el duelo de tu familia y te pudiste dedicar a pensar en las vidas de otros, como en este libro. ¿Pensás que se agota la narrativa de lo familiar, lo más íntimo? ¿Debe tener un límite?
Katya Adaui (K.A.): No es que se agote, si no que el tema lleva como una temporada de eclosión, reproducción, y luego se termina. Pero yo sigo pensando lo íntimo y lo familiar. El micromundo de la intemperie versus casa, o casa con intemperie, pero abriendo los vínculos a familias más extendidas como son los amigos, las amigas. Lo vincular es lo que me interesa pensar, lo que me inquieta, lo que me preocupa en la vida y en la literatura.
En tu anterior cuentario, Geografía de la oscuridad, estabas más enfocada en otro tipo de vínculos: los filiales, las familias, el hogar, la figura del padre.
K.A.: Claro, más paternofiliales. Ahora me provocó otras filiaciones, las elegidas.
¿Cómo surgieron los relatos de Un nombre para tu isla? ¿Fueron apareciendo de forma espontánea, o respondieron deliberadamente a tu búsqueda de narrar otras vidas?
K.A.: Nunca acumulo cuentos para después crear un libro. Tardo mucho en entender qué quiero contar, pero una vez que tengo el primer cuento, ese contagia su aliento a los demás. El primer cuento que tuve fue el primero del libro, que es "Tripulación, puertas en manual. Cross Check y reportar". Y me dio un tono muy gracioso, cínico, mentiroso, muy agudo, muy de la característica y el detalle. Y porque ese cuento ríe, yo entendí que el duelo se me había terminado. Ese cuento por fin reía como yo río, como mis amigos ríen. Cómo adoro a la gente cuando celebra la gracia, el chiste. Entonces yo dije: "Acá algo ha cambiado". No es tan elíptico tampoco, si bien la elipsis es un recurso muy presente en mi escritura. Me di cuenta de que técnicamente lo que me interesaba era el falso narrador, ir probando otras cosas. Yo en casi todos mis cuentos tenía hombres, y este es un libro de cuentos con muchas mujeres. Siempre quiero probar otras cosas.
Así que ese primer cuento fue un descubrimiento para ti, como si hubieras notado que podías empezar a escribir de otros asuntos. O quizá de esos mismos asuntos, pero desde otra perspectiva.
K.A.: Totalmente, el de "Isla Grande" también. Nunca pongo en un libro un texto que no sea una sorpresa para mí primero, y eso implica que otras cosas se queden fuera. Yo entrego algo que está muy decidido, desde el lugar de que tiene que haber una conmoción. Si a mí no me produce ese movimiento no lo presento, lo saco.
Este libro fue finalista del Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve 2014. ¿Cuándo empezaste a escribir los relatos?
K.A.: Debe haber sido a mediados del 2023, y luego le metí todo el 2024. Yo me dedico mucho al proyecto. Entro como en una fase de obsesión en la que no puedo pensar en otra cosa, y me dedico. Entonces lo escribo quizá en seis meses, pero luego año y medio, un año, reescribo. Vuelvo, lo sazono, lo espeso, lo voy hilando. Ese trabajo de hilado me toma un tiempazo.
¿Ese trabajo de edición te supone mucha poda del texto?
K.A.: En verdad, más que podar es cambio de sitio. Porque yo escribo muy contenido, muy podado ya. Tengo como un efecto de podado mientras avanzo; pero luego lo que tengo que hacer es enhebrar mejor. Me doy cuenta de que el entramado es donde más tengo que trabajar y mover los bloques de sitio, los ladrillos. Me preocupa mucho probar la estructura. Estoy moviendo todo el tiempo, viendo que hay escoliosis. Necesito que haya escoliosis en el texto.
¿Para ti dónde ocurre lo literario?
K.A.: Hay mucha zona, pero creo que una que puedo reconocer es cuando, para tu sorpresa, los personajes o el texto se han ido a otro lugar, o están hablando de otra cosa. Cuando pierdes el control, cuando dejas de preguntarte qué harías en esa situación, y son tus personajes los que se lo preguntan. Una pregunta en la voz del personaje, no en tu voz. Y te preguntas: "¿De qué lugar de mi alma salió esto que es desconocido para mí?" Ese instante de trueno mental. Ha ocurrido algo que ha sido un resplandor, y ese resplandor a mí me sorprende mucho.
Foto: Katya Adaui
Es increíble cuando escribís y de pronto sentís que algo te es entregado, y no sabés de dónde proviene. Te permitís perder el control y narrar eso que te va llegando como decís, como un trueno.
K.A.: Sí, porque escribir no puede ser una seducción sin entrega. Lo rico de la seducción es que se te entrega algo, y que tú estás dispuesto a recibirlo. La seducción por la seducción, a cierta edad, ya nos molesta. El juego inútil, el regodeo amoroso. La escritura exige recibir algo. Yo siempre recuerdo esto que Roland Barthes decía: "Tu texto tiene que probar que me desea", o "tu texto debe probarme que me desea". Yo pienso en eso todo el tiempo.
En este cuentario hay algo particular, y es que hay más trabajo de diálogo. Este recurso es muy notorio en los siete cuentos, a diferencia de los últimos volúmenes de relatos en los que has privilegiado lo elíptico, por ejemplo. ¿Qué buscas con los diálogos?
K.A.: Siempre pienso mucho en qué pasa cuando escuchas una voz que aun no entró a la habitación. Uno escucha una voz y empieza a pensar: ¿Fuma? ¿Es gordito? ¿Es alto? ¿Es viejo? ¿Es flaca? La voz precede a quien la habita, a quien la ocupa. Las voces en la escritura hacen eso: empiezan a formar el fantasma, le dan materialidad, reponen. Lo que nos permite la voz es probar personalidad y si la acción viene acompañada también por un pensamiento. En la vida todo el tiempo pensamos una cosa, decimos otra y hacemos otra. Por eso el saludo árabe es: "Que lo que tú estés pensando sea lo mismo que tu boca diga y tu corazón sienta". Entonces, el personaje es ambiguo. No piensa lo mismo que hace, que dice y que siente.
A mí me interesa probar en el diálogo el goce por no terminar de entenderse, porque en escritura hay que dialogar para que se intercambien desencuentros con la idea de que se encuentren. Pero es un intercambio de desencuentros, de tonalidades, de deseos. Escribir con diálogo en un cuento es bien difícil, porque tienes que estar todo el tiempo calibrando los pesos y haciendo que la gente converse diferente. Nadie habla igual, a menos que sea tu imitador. Es un trabajo de otredad muy dedicado y absoluto. ¿Cómo se inventa una voz? Porque el cuerpo es más fácil pensarlo; pero la voz, ¿de dónde sale? ¿Por qué se habla? ¿Por qué hablamos? Así que cuando la gente dialoga, a mí me parece algo milagroso. Hacer que gente fantasma hable en un cuento les da el cuerpo, se lo forma. Eso me parece lindo.
¿Creés eso de que un buen cuentista se prueba en los diálogos?
K.A.: En parte sí. En realidad el escritor o escritora, más allá del cuento. No sería raro un cuento sin diálogo, pero sí una novela sin diálogo. Sobre todo si ocurre entre personas. Incluso en El hotel de los animales (1966) de Jean Garrigue, es precioso ese libro. Los animales hablan, y no es Disney. ¿Cómo hacer que alguien hable y no sea Disney? Es un esfuerzo extra, porque es un recurso técnico. En mi caso me gusta que el diálogo entre como parte de la acción, eso es lo más parecido a la vida. Y la vida nos prueba que el diálogo es interrumpido por un estornudo, por una mirada, por un pajarito que te cagó en el hombro. El diálogo está perpetuamente interrumpido. Yo no uso guiones; no tengo idea cómo se ponen. En la vida no estamos poniendo guiones de habla. Cuando leo guiones en un libro me parece muy antiguo, pero no sé por qué. También el auto, me pregunto por qué no andamos en bicicleta. Hay cosas que me parecen viejas, desfasadas, inútiles y grandes. No sé. Es más difícil para el lector, pero los vamos a defender. Yo de los lectores no pido reciprocidad, pido complicidad. Pero no para mí, para tratar con la lectura.
Algo que caracteriza a los relatos de este volumen es el viaje, la vacación. ¿Hay algo en esas experiencias de movimiento que nos permita descubrirnos, conocernos?
K.A.: Yo estoy un poco preocupada por el tiempo de ocio y cómo hay gente que no puede desconectar. Ha matado por sus vacaciones pero se lleva los dos celulares. Y dices, ¿por qué está mal visto el tiempo libre? ¿Quién nos dijo que aun en el disfrute tenemos que seguir pendiente del pendiente? Hasta en el reino onírico, el pendiente te persigue. Entonces yo pensaba, por un lado, que las clases medias trabajamos mucho para irnos de viaje. Ahorramos mucho y fantaseamos con el destino pispeado en internet, en las redes. Queremos ir a pescar las mismas vacaciones que el otro, y se paga por eso. Por esa palabra horrible, "exclusivo", hotel todo incluido, hotel sin bebés y niños. Pero yo aprendí una frase muy buena, que dice: "Solo me voy de viaje si voy a estar en un lugar mejor que mi casa". No voy a pagar para no tener lo que tengo en mi casa.
Pasa también lo que te persigue, te persigue a donde vayas. No es la ciudad, no es el campo, no es la vacación, eres tú. Lo que no te deja dormir donde tú vives, no te deja dormir y te despierta a la misma hora en otro lado. Pasa con las parejas que quieren irse de viaje. Suponen que van a estar mejor allá; pero lo que las acosa, las acosa en cualquier parte. La mente, el monstruo acosador. Yo estaba pensando en eso, en ese mal de época cuando en el cuento "Isla Grande" dice: "Fotografiaban el atardecer como si fuera la última vez que lo vieran".
En el cuento "Isla Grande" la pareja que se va de viaje tiene desencuentros, pero a la vez en esa diferencia se logran encontrar.
K.A.: Es que, quizá en una pareja que todavía se quiere, que todavía se encuentra, lo real es que el problema ocurra. No es real la adultez sin conflicto. Pero hay algo de la conversación que tiene que ver más con el momento de escucha que con el momento de hablar. Siempre pienso eso: ¿mis personajes se van a entender? ¿Son necios? ¿Son tercos? ¿Escuchan? Es un ejercicio para mí de generosidad de la escucha. Si somos capaces de escuchar, eso influye en nuestro comportamiento. Así que siempre me pregunto: ¿es verdad que el personaje no cambia? Cuando dicen "nadie cambia, solo mejora", ¿eso es verdad? En mis historias quiero gente que se escuche, aunque no se vaya a entender. Eso haciendo mi falso ejercicio de psicología.
No sé si falso, sé que hacés psicoanálisis. ¿Cómo influye en tu proceso creativo?
K.A.: Freud se propuso curar a través de la palabra, entonces es un lugar donde piensas el lenguaje. La escritura es asociativa, y en el psicoanálisis vas a hacer asociación libre. En mi caso, más hondo el proceso de terapia, más honda mi escritura también.
A propósito de ello, en tu cuento "Una buena por cada diez malas" el narrador afirma: "Todo se trata de dónde pones la luz, dónde la dejas caer". Te he escuchado hablar del concepto de piedad, y creo que juega bien con esta frase. ¿Cómo lo aplicás en tu escritura? ¿Cuándo poner luz en las historias?
K.A.: A mí la sombra es lo que me interesa, el claro oscuro me parece interesante. Que un techo pueda tener al mismo tiempo una zona en la sombra y otra en la luz, eso me inquieta mucho. Y la piedad me parece un tema potentísimo de escritura, porque la ternura nunca es banal ni tonta, ni nace de la estupidez. Habitamos una época en que lo amoroso, lo bueno, lo amable, es sospechoso. ¿Por qué me trata bien? ¿Qué quiere de mí? Hay como una sospecha, y eso ilumina también que nos hemos vuelto sospechosos y desconfiados del otro. Todos somos capaces de eso, de la cosa amorosa, de la sospecha, de la ambigüedad. A mí me gusta mucho pensar en qué momento el personaje o el narrador va a ser capaz de pensar algo de lo bueno que todavía hay en el mundo, sin que sea bobo. Un pequeño gesto de humanidad, sobre todo porque estamos en el reino de la escritura y de las películas de terror. La vida es lo suficientemente oscura y terrorífica, entonces me gusta traer un poco de luz. Es un cambio que he hecho en mi escritura, no era así antes. Joy Williams dice que un cuento es bueno cuando los protagonistas acceden a una instancia de piedad, aunque no la reconozcan y no vayan a tomarla. Me mató cuando leí eso.
Tu literatura está muy permeada por el agua. Es un aspecto que se filtra en la ambientación de tu escritura, asumo que producto de la memoria. ¿Cuál es la connotación metafórica que le has asignado en tu proceso creativo?
K.A.: El agua es donde surge la vida. En el agua todo nace, todo se reproduce. Han descubierto que la cima del Everest es roca de antes del cretácico, o sea que el Everest estuvo bajo el agua. ¿No es una locura? Siempre me interesó el agua. También pensaba que cuando vemos la tierra desde el espacio, es más agua que tierra. ¿Por qué no nos llamamos "Oceánica"? ¿Por qué hemos nombrado a la tierra desde el lugar que podemos pisar, y no flotar? A mí el agua me fascina, me vuelve loca. Escribo del agua porque no la entiendo, puede ser hielo y después gas. ¿Por qué el agua puede ocupar tres elementos? Cuando tú lanzas una red al mar, esa red después puede ser una caza de peces. El agua, el mar, toma todo lo que le lanzas y construye vida alrededor, tiene esta cosa de envolvente. Además, unos científicos descubrieron que la visión del agua es lo que más nos calma. El agua fue mi paisaje, y esas cosas se convierten en un pivote de la escritura. Hay que dejar que surja el manantial.
¿Escribís con la cabeza en Perú, o la migración ha causado en ti el efecto que suele provocar en nosotros los migrantes, esa sensación de vivir siempre en una suerte de frontera?
K.A.: Trato de escribir pensando más que en el país, en un lugar de calma. Para mí el estado es la paz de alma, digamos. Un estado en el que estoy pensando: "que salga esto bien escrito, que salga bueno". Luego también pienso que tiene que ser el lenguaje que yo conozco. No argentinizo términos, a menos que sea un cuento que ocurra con un personaje argentino, que obviamente respeto el habla. Pero trato de pensar en un lenguaje que no sea peruano. ya me sale otra cosa. Me pregunto para quién escribo esto, y lo que pienso es que está escrito para Latinoamérica. Yo escribo pensando en Latinoamérica, mi patria es Latinoamérica. Si me quieren pasar una palabra al español de España me suena rarísimo. En alguna ocasión, además, me cambiaron una expresión. Yo había escrito tomar sol, y me pusieron tomar el sol. Me rompieron el ritmo; no es lo mismo tomar sol que tomar el sol.
¿Cuidás mucho el ritmo en tu escritura?
K.A.: Sí. Me interesa el golpeteo, el tap. Como si fuera un tap de palabras. Me preocupa mucho cuando no he logrado el "run run" que yo quería, si te lo cambian no es lo mismo. Yo pienso la frase, la oración, y luego palabra por palabra. En ese hilado de palabras, que te cambien una te mata el ritmo.
En tu cuenta de Instagram dijiste: “No daré hijos, daré cuentos”. Te considerás cuentista, y lo ratificás siempre que podés. ¿Qué valor tiene para ti el género del cuento hoy?
Lo que a mí se sale del corazón es el cuento. Me parece complicado, difícil, terriblemente arduo. Me parece más difícil que la novela. Quien no escribe cuento no tiene idea del nivel de complejidad y de capa tras capa que implica; pero está bueno que así sea. Está bueno que parezca fácil. Si notamos el esfuerzo del otro tenemos miedo. No queremos ver que el artesano lo tenga, que el funambulista lo tenga, que el domador de leones lo tenga. Tiene que parecer siempre fácil, y que eso tan complejo parezca fácil es un logro del autor. A nada le dedico tanto largo plazo como al cuento. Lo habré revisado unas 1000 veces, 800 veces sin exagerar. Línea a línea, palabra a palabra. Cuánto amor le dediqué. Lo digo porque yo también cocino, y lo máximo que he dejado algo al horno fue media hora, una hora. No he hecho salsas de 12 horas, no sé cómo se hace algo que tarda 12 horas. Pero en el cuento lo sé. Conozco esa cocina, ese horneado fino, y así se hace.
Por otro lado, cuando un conjunto de cuentos está pensado respondiendo a un problema, una temática, un concepto, y todo hace eco de eso, tú estás leyendo una multiplicidad de vidas en un relato. Encontrar multiplicidad de vidas es como viajar sin haberte ido de viaje. Eso me fascina del relato: su sabor complejo de lectura simple, pero que es compleja. El cuento es el umami de la escritura. Para mí el cuento tiene umami, todo sabor. El relato es con lo que hemos crecido. "Relato" es una palabra muy linda, porque viene de encontrar la relación entre las cosas: relatio. Escribir es ir relacionando, y eso es algo que a mí me encanta. Relacionar y pensar las relaciones. Todo es relación, el hongo que te sale en la uña con el hongo de afuera, el árbol que pasa debajo de tu casa. Todo el tiempo estoy tratando de hacer relaciones y son complejas, esquivas, anacrónicas, atemporales. Es muy loco que algo que ocurrió hace millones de años siga teniendo impacto hoy. Todo está relacionado, y ese asombro me lo da el cuento.
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