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Contenido creado por Catalina Zabala
Cine
The Show Must Go On

“The Running Man”: la película distópica que propone correr para sobrevivir al espectáculo

Edgar Wright adapta a Stephen King en una producción que oscila entre la sátira política y la adrenalina televisada.

19.11.2025 11:52

Lectura: 8'

2025-11-19T11:52:00-03:00
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Por Nicolás Medina
nicomedav

Las distopías cambian de forma según la década que las proyecta. En los 80, cuando la paranoia se mezclaba con aerosol y bíceps descomunales, la violencia televisada podía presentarse como un juego. Mientras uno iba a alquilar la última película de Schwarzenegger al videoclub, el capitalismo se reía a carcajadas detrás del póster. The Running Man (1987), la primera adaptación, respondía a esa visión: el Estado convertido en showrunner sádico, la audiencia como cómplice feliz. Stephen King había escrito un cuento sobre pobreza y vigilancia estatal. Hollywood lo interpretó como la oportunidad perfecta para otro “hasta la vista, baby” del austríaco en prime time, y así fue. Otro golpe de acción que funcionaba más como reflejo desafinado de su tiempo que como adaptación.

Casi 40 años después, Edgar Wright decide que ya es hora de volver a intentarlo. Y la propuesta, sobre el papel, tenía demasiado sentido: un director con una de las gramáticas visuales más reconocibles del siglo XXI, formado en esa mezcla rara de comedia británica y cultura pop que convirtió la trilogía del Cornetto —Shaun Of The Dead (2004) Hot Fuzz (2007), The World’s End (2013)— en un culto global. El mismo que, con Baby Driver (2017), demostró que la música también puede editar la imagen; y que, en Last Night In Soho (2021), con Anya Taylor-Joy, se permitió una melancolía estilizada que el público no supo valorar del todo. Wright es un cineasta que entiende el ritmo, la imagen y la exageración como un lenguaje propio. Por eso, cuando recibió 110 millones de dólares —el presupuesto más grande de su carrera— para rodar The Running Man (2025), muchos imaginamos el gran salto del autor al blockbuster. Pero la película, sin embargo, se mueve en un terreno menos cómodo para él.

El protagonista es Glen Powell, convertido en una de las nuevas caras visibles de Hollywood. Un ascenso que parece haberse impulsado casi a la vista del público: primero como galán cómico en Con todos menos contigo (2023) junto a Sydney Sweeney, después como estrella de un revival apocalíptico en Twisters (2024), y ahora diversificando su imagen con Chad Powers (2025), un proyecto deportivo muy simpático y con muchísimo corazón. Pero su primera aparición destacada fue probablemente junto a Tom Cruise en Top Gun: Maverick (2022). Esa última participación suponía un buen trampolín hacia roles más grandes, y de hecho Powell, que recientemente auspició como host de Saturday Night Live, contó que de cara al estreno de Top Gun recibió la propuesta del programa de Lorne Michaels. Pero el retraso del estreno por la pandemia congeló todo y, en palabras del propio Powell, Michaels lo llamó y le dijo que “sin Top Gun nadie va a saber quién carajo sos”. Ahora, Hollywood sabe bien quién es.

En este caso, Powell interpreta a Ben Richards: trabajador de la construcción, despedido por denunciar condiciones precarias e insubordinación, con una hija enferma y una necesidad desesperada de dinero. El camino al infierno está pavimentado con contratos televisivos: Richards acepta participar de The Running Man, un reality extremo gestionado por una corporación que controla la información, la seguridad y, para el caso, la moral pública.

"The Running Man" (2025), Edgar Wright 

Wright establece desde temprano un mundo vigilado por drones omnipresentes; un país que se proclama triunfalista mientras todo alrededor se desmorona. La sátira política aparece como una sonrisa torcida, sin grandilocuencias: el entretenimiento como máquina de disciplinar. La idea tiene profundidad y resonancia contemporánea —el diagnóstico del show como dispositivo de dominación masiva—, pero el film parece debatirse entre desarrollarla y dejarla apenas como decoración escenográfica. El problema aparece cuando la película descubre que debe ser acción, aventura, crítica, comedia y blockbuster: el equilibrio no termina de amalgamarse.

Powell funciona muy bien, su carisma sostiene la tensión. Logra que Richards sea un héroe accesible, incluso cuando las decisiones morales del mundo colapsan a su alrededor. Josh Brolin como ejecutivo sin escrúpulos y Lee Pace como cazador implacable agregan presencia y textura. Michael Cera, quien ya había colaborado con Wright en Scott Pilgrim vs. The World (2010), se luce como un enlace clandestino del protagonista en una escena que, súbitamente, nos recuerda el cine de Wright: movimiento calculado, timing cómico, extrañeza coreográfica que potencia la amenaza. Ese momento, en realidad, expone el conflicto central del film. Wright puede imprimir su estilo, pero el tono general casi no se lo permite.

La segunda mitad del metraje se vuelve más visible en ese sentido. La repetición mecánica de desafíos y persecuciones diluye el riesgo intelectual. La película opta por demostrar que el sistema es injusto más que por explorarlo, y allí pierde potencia. Narrativamente, el giro sobre la imposibilidad de ganar está anticipado desde el primer acto, y cuando se incorpora un nuevo personaje en la huida —Emilia Jones como Amelia—, la historia se estira en lugar de tensionarse. La distopía se convierte en fórmula.

"The Running Man" (2025), Edgar Wright 


No es que la película “falle”: entretiene, se entiende, avanza sin sobresaltos, no se traiciona. Pero esa misma corrección es su límite. La pregunta que aparece, inevitablemente, es: ¿dónde está Edgar Wright?

No están sus montajes rítmicos como herramientas narrativas. No está su juego formal con el sonido. No está esa mirada ternamente irónica sobre el antihéroe que no sabe ser protagonista. Richards es una figura de acción construida para funcionar como producto masivo, y Wright se ve empujado a trabajar dentro de una estética estandarizada, sin la libertad de moldearla a su gusto. El cineasta que alcanzó su madurez retratando geeks, perdedores, personajes cuyo atractivo residía en su torpeza, se encuentra aquí con un protagonista demasiado sólido, demasiado seguro de sí, demasiado “estrella”.

Así, el film se resiente: hay un esfuerzo por desacralizar a Richards, por recordarnos que es apenas un hombre común acorralado; pero la maquinaria del star system es algo más fuerte que cualquier comentario social. En una película sobre cómo la televisión devora a sus propios héroes, Wright parece el héroe que está siendo suavizado para apelar a un público más amplio. Es paradójico que una distopía que denuncia el control desde arriba termine, a su modo, representando esa misma dinámica en su proceso creativo.

"The Running Man" (2025), Edgar Wright 


Lo que queda es una película con dos tensiones simultáneas: por un lado, el entretenimiento evidente. La acción que cumple con el mandato de la industria. Y por otro, una crítica menos desarrollada sobre la espectacularización del sufrimiento humano. La primera funciona, la segunda apenas sobrevive.

Hay un mérito, igual, en su voluntad de recuperar el espíritu de King: la preocupación por la desigualdad económica, el señalamiento de la violencia como herramienta institucional, la idea de que el show no se propone ocultar la injusticia sino volverla parte del paisaje. Wright no subestima al espectador: el trasfondo político está ahí, legible, pero no sermoneado. Y aun así, la película parece evitar cualquier borde demasiado filoso, cualquier implicación demasiado incómoda.

The Running Man se siente como una obra que quiso ser más grande y más profunda al mismo tiempo, y la presión por llegar a todos terminó limando el filo de la propuesta. Hay chispazos de autor entre capas de cine mainstream programado para no fallar.

"The Running Man" (2025), Edgar Wright 


El futuro, nos dice la película, será un lugar donde correr es una obligación, y entretener al público un deber moral. Pero lo más inquietante es que ese futuro ya llegó, y la película —como su protagonista— debe pelear para no convertirse ella misma en otro producto indistinguible del ecosistema que está criticando. Quizás ahí esté la reflexión más interesante: en un mundo dominado por corporaciones que capitalizan incluso nuestra indignación, ¿cuánto espacio le queda a la voz personal? A veces, la respuesta duele.

Y sin embargo, algo late. En el fondo del espectáculo, entre drones inquisidores y multitudes que aplauden la desgracia ajena, Wright deja una puerta abierta: la posibilidad de que la rebeldía vuelva a ser contagiosa. Que incluso dentro del sistema exista una grieta por donde puede colarse un autor con ideas propias. Que la lucha por no ser triturado por la maquinaria del entretenimiento es también una forma de humanidad. Quizás ese sea el triunfo más pequeño —y más valioso— de la película: recordarnos que correr no siempre es huir. A veces, es insistir en seguir siendo uno mismo, aunque el mundo entero esté mirando.

The Running Man o El sobreviviente, como fue estrenada en Uruguay, llegó a salas locales el pasado 13 de noviembre. Podés ver todas las funciones en nuestra cartelera.

Por Nicolás Medina
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