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Contenido creado por Sofia Durand
Literatura
No soy un extraño

“Los ahogados”: un “thriller costero” sobre soledad, memoria y paisajes inquietantes

El escritor y periodista Emanuel Bremermann crea una atmósfera tensa y melancólica frente al mar en su primera novela.

07.10.2025 14:46

Lectura: 7'

2025-10-07T14:46:00-03:00
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Por Gerónimo Pose | @geronimo.pose

La nueva literatura latinoamericana caló hondo y produjo una especie de nuevo boom dentro de la narrativa. Los lectores se encontraban parcialmente abandonados tras el agotamiento del "realismo sucio" o los paisajes urbanos en los que los protagonistas deambulaban por las calles sin llegar nunca a ningún lado. Roberto Bolaño ya había muerto y sus imitadores no alcanzaban a conectar con un público.

Entonces, se comenzó a explorar otros territorios.

Hay autores que lo consiguieron y se consagraron dentro de esta nueva vertiente, aunque no sea tan nueva y su tradición pueda encontrarse unas cuantas décadas atrás. Podríamos hacer una "Santa Lista", como el podcast que conduce Bremermann junto a Pablo Staricco y Nicolás Tabárez desde 2017, pero basta con mencionar a Mónica Ojeda, Tamara Silva Bernaschina, Michel Nieva (aunque lo suyo traspase el género y se derive a una nueva corriente de la ciencia ficción), Samanta Schweblin, entre otros.

Emanuel Bremermann viene de haber gozado de cierta exposición, al menos a nivel local, con su libro de cuentos Los murciélagos (Pez en el hielo, 2022), que le valió el Premio Nacional de Literatura en la categoría Ópera Prima. Son siete relatos caracterizados por su brevedad, su minimalismo y una intensidad notablemente controlada por un autor que ahonda en ese nuevo mundo de la literatura, donde lo inquietante y los paisajes naturales priman por sobre todo lo demás.

Los ahogados se posiciona dentro de esta nueva narrativa latinoamericana, pero lo hace aportando algo distinto. Si bien la novela entra perfectamente en la categoría "thriller costero", como dice su contratapa, se perciben destellos que remiten a la gran novela americana del siglo XX: el minimalismo de Raymond Carver, o también Cormac McCarthy, principalmente en los momentos en que la ciencia ficción de carretera busca colarse, asomando su cabeza para rápidamente ser arrastrada por la misma naturaleza del entorno.

En Santa Clara, el escenario en el que se desarrolla esta historia, viven menos de 90 personas. Es una zona fragmentada en los años 50, cuando varios estancieros decidieron que lo mejor era vender las tierras que eran de su propiedad. Estas no cayeron en las manos adecuadas y resultó en que Santa Clara quedara detenida en el tiempo y que no se desarrollara al ritmo de otros enclaves cercanos. Santa Clara es un desierto residencial verde oscuro, un no lugar donde “el machete apenas entra para horadar el espacio en el que casonas demenciales, estructuras de diseño y ranchos precarios comparten ambiente, pero no línea de visión”.

Emanuel Bremermann. Foto: Francisco Supervielle

Emanuel Bremermann. Foto: Francisco Supervielle

El lugar se esconde entre el monte y es un misterio en su totalidad. El narrador y protagonista de la historia todo el tiempo inspecciona sus acciones y su entorno, como si en lo más profundo de su cuerpo supiese que hay algo que está a punto de asfixiarlo. Abandona su hogar para hacer una especie de retiro en una cabaña situada sobre una duna. Desde la ventana puede ver cómo la espuma del mar revienta contra la orilla y cómo la sal se cuela en el mobiliario que se encuentra en el balcón. Una cabaña que atraviesa invasiones, una plaga de ranas, y donde los fantasmas de su infancia y su pasado atormentan el intento del narrador de reestructurar su vida. Pero también es un lugar capaz de sanar e incluso revitalizar. Quizá por eso decide irse hasta ahí a "reescribir su vida". 

Tras un episodio que podría ser el punto de quiebre dentro de la novela, ya que se desarrolla durante varias páginas con las observaciones, emociones y recuerdos del narrador, conoce al Bebe Monterroso, un ex notero de televisión que supo vivir sus años dorados en ese oficio y que ahora se encontraba recluido en la zona con Valentina, su escurridiza nieta. El Bebe habla apurado y entreverado, y se presenta como un entrañable personaje dentro de la historia. Llegó a Santa Clara en un momento en que su trabajo le estaba haciendo mal. Estaba atravesando un divorcio y la relación con su hija pendía de un hilo. El alcohol y la noche lo fueron absorbiendo y, para cuidarse a sí mismo y a su entorno de su torbellino autodestructivo, decidió salir de circulación. Tenía algo de dinero ahorrado y el mejor destino pareció ser esa zona costera que —según dice— lo terminó rescatando una vez que dejó la televisión y decidió jubilarse.

Balnearios (2002), una película documental dirigida por el argentino Mariano Llinás, parece haber sido una suerte de disparador para el autor, o tal vez una guía. Un falso documental, que vio en YouTube y en mala calidad, cautiva al narrador de Los ahogados. Anota un fragmento de una escena cuando una voz en off se encarga del relato: "Los balnearios nacen de algo antiguo y profundo. Nacen del placer del agua. El placer de nadar, zambullirse o flotar. De explorarla, desafiarla y celebrarla. De hacer de ella una fiesta (…)". 

"Los ahogados" (2025)

No es la única referencia presente en la novela: también se mencionan Tiempo sin lluvia, del galés Cynan Jones; a Delphine de Vigan, Oliver Sacks, entre otros. El epígrafe que abre la primera parte del libro (“Acabo de llegar, no soy un extraño”) es una cita directa de “No soy un extraño”, canción que forma parte del álbum Clics modernos (1983), de Charly García. Esa cita condensa a la perfección la sensación que atraviesa al protagonista al llegar a su cabaña, aquella que su familia y él se resistieron a vender, pese a los pésimos negocios de su padre. Llega y estudia su entorno con extrañeza y desapego.

Bremermann consigue generar la atmósfera que busca. Este no lugar provoca una tensión que, por momentos, logra arrastrarnos y llevarnos a otro espacio, como un océano que no se decide entre arrastrar un cuerpo mar adentro o dejarlo abandonado en la orilla. O la tensión que provoca encontrar una rana dentro del wáter, observar los tonos de su lomo, las vetas amarillas, la piel brillante e intentar agarrarla solo para que se escape por las cañerías.

Los personajes se construyen a partir de sus propias historias y recuerdos. Por momentos, se sobreutiliza el recurso de la explicación; por ejemplo, cuando el narrador exclama que quiere escapar de todo y enumera posibilidades, advirtiendo que no son las correctas, para luego decir que solo quiere escapar y listo. Quizás esos momentos en los que la explicación atraviesa cierta frontera imaginaria podrían haberse evitado. Si bien aportan datos de interés para el lector, también limitan las posibilidades de la imaginación. El entorno y los paisajes son lo suficientemente ricos como para hablar por sí solos.

En su totalidad, se constituye como una gran primera novela, que probablemente termine ternada en los Premios Bartolomé Hidalgo y cause un impacto mayor que el logrado con Los murciélagos. Bremermann demuestra, una vez más, ser un gran controlador y nivelador de intensidades. Abandona los relatos breves para demostrarnos que puede generar tensiones e ilustrar y sostener escenas inquietantes, atractivas y atrapantes durante casi 400 páginas.