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Contenido creado por Catalina Zabala
Literatura
Realismo extremo

“López López”: la primera novela de Tomás Downey y el arte de narrar lo improbable

La obra del autor argentino aborda la guerra y lo endeble de la identidad desde el minimalismo más absoluto.

29.10.2025 15:14

Lectura: 6'

2025-10-29T15:14:00-03:00
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Por Delfina Montagna | @delfi.montagna

Capturado por el bando contrario, López está a punto de morir. Por la gravedad de la premisa puede parecer un gran spoiler, pero es sólo el punto de partida: en el centro de un círculo de soldados naranjas, cuatro fusiles le apuntan mientras él queda reducido al pánico ciego de sus últimos segundos de vida. Al menos pudo enviarle una carta de despedida a su amor, María. Ante la orden de dar fuego del sargento, comienza el derrotero absurdo pero no inverosímil, con un narrador al que no le tiembla el pulso para exhibir el sinsentido de la vida misma: ninguno de los fusiles funciona. No es la primera vez, y los soldados ya han presentado sus quejas.

López López (2025) es la primera novela del autor bonaerense Tomás Downey, que publicó tres libros de cuentos: Acá el tiempo es otra cosa (2015), El lugar donde mueren los pájaros (2017) y Flores que se abren de noche (2021). Lo que llegó primero al mundo fue su título. Según comentó, sabía que quería escribir sobre la guerra por ser un panorama tan ajeno, y sobre un soldado que cambiaba de bando. Un día en el que al autor se le ocurrió este nombre duplicado, llegó todo lo demás: la trama continúa – de nuevo, no es spoiler sino solo el inicio – con una distracción que permite a López escapar de su propio fusilamiento y hacerse de un uniforme de los naranjas para continuar su huida. No es un plan premeditado; López ya es pura adaptación a lo que proponen las circunstancias. Se viste, entonces, y observa el nombre en el parche de su nuevo uniforme: "López".

En pocas páginas, Downey ya nos pasó por la distopía postapocalíptica a lo endeble de la identidad, a observar la guerra desde distintos puntos como la lealtad, la fraternidad, la pérdida de individualidad y enajenación que implica, todo con el ritmo que provee la acción, e instaurando un viaje como punto de partida del arco narrativo.

Hasta esta publicación, el escritor destacaba por ser un gran exponente de todos los rasgos que se supone caracterizan a un buen cuentista: inicio contundente, ritmo, tensión. Se notaba, además, la escuela del "realismo sucio" de autores norteamericanos como Raymond Carver, que él mismo ha mencionado como influencias. Pero López López, como muchas grandes obras, desarma la rigidez de los límites entre géneros: ¿es una novela con la fuerza arrolladora de un cuento, o un cuento que necesitaba de la extensión de una novela para desarrollarse? Poco importa. Como expresa el escritor madrileño Munir Hachemi en la contratapa, “Downey invierte la lógica de la consagración: no es un cuentista que aspire a hacer novela, es un narrador que nos muestra cómo una gran novela puede ser también un cuento”.

Foto: Magdalena Siedlecki

Foto: Magdalena Siedlecki

Actuando a tientas en una improvisación que exige una sintonía total con el entorno y las expectativas ajenas, López se encuentra con otros naranjas y asume lentamente la identidad de éste otro López: su pasado romántico, sus habilidades técnicas, su historia familiar. Con su nueva identidad, es decir, "López naranja", el protagonista conoce a un nuevo amor llamado Maira, que de nuevo pone en juego lo endeble de la identidad y lo intercambiable de todo. Las personas, los bandos, los afectos.

Con este paso, el tono absurdo sube un decibel sin perder su impronta plausible. ¿Nadie se da cuenta de que tiene otra cara? ¿Qué podríamos saber nosotros? Nunca estuvimos huyendo de un bombardeo o viendo colegas fallecer en una trinchera, con el trauma y las heridas que eso implica. Con el impacto físico y psíquico que la guerra puede generar. 

Precisamente en esta ambivalencia radica una de las tensiones — ya no de la trama, sino de la narrativa — que da impronta a toda la novela: la ambivalencia entre realismo y absurdo, que exhibe la cantidad de cosas a las que les concedemos sentido pero, en realidad, no lo tienen.

Recorriendo inspiraciones, gustos personales e influencias, el autor también mencionó al cineasta nórdico Aki Kaurismaki. El distintivo de sus películas es también un realismo tan extremo que ya deja de ser real, con actores tan inexpresivos que quedan reducidos a solo dos de sus rasgos: lo que dicen y lo que hacen. Es un interesante disparador para pensar cómo plantea su trama Downey. Aparejado del minimalismo, el realismo observa lo que sucede con el foco en un único detalle, para examinarlo en todo su esplendor.

La guerra es uno de estos: no conocemos su causa, su detonante ni las razones de su vigencia hasta el final, y de algunos de esos factores no nos enteraremos jamás. De nuevo, poco importa. Al igual que fuera de la ficción, la guerra es una fuerza imparable frente a la que el individuo tiene poca injerencia. No son muchos los que puedan hacer o decir algo que vaya a cambiar su rumbo. Toca aceptar y rodar con la circunstancia.

"López López" (2025), Tomás Downey

Es tan abstracto que los bandos se reducen a colores, negros y naranjas. La tapa misma ya adelanta algo de este tono entre lo lúdico y lo absurdo con los soldados de juguete de esos colores. Destripando el conflicto hasta su unidad mínima, ese asunto ya queda en manos del lector. Como dijo Downey en diálogo con Clarín, “Las interpretaciones posibles se ramifican y aparecen, además, en segundo plano. Son producto de la historia, más que el motor”.

El mismo punto de vista enrarecido, con una frescura que descoloca, aparece en torno a la identidad y a la pertenencia: puede que hayamos forjado los cimientos de nuestra personalidad frente a un ideal, cualquiera. Puede que esos ideales nos hayan llevado a establecer lazos indisolubles con otras personas. ¿Pero qué tan fuertes y estables serían esos cimientos y esas convicciones si conociéramos íntimamente a quienes tienen los ideales opuestos? ¿Y si sorteáramos a la muerte en equipo varias veces con esos mismos —supuestos— contrincantes?

Hay algo profundamente contemporáneo en esta guerra sin nombre ni geografía, que funciona como laboratorio moral y metafísico: un entorno donde nada se sostiene demasiado tiempo; ni los ideales, ni los nombres, ni los amores. Downey esboza la identidad como apenas un pacto provisorio con las circunstancias. Sobrevivir consiste en adaptarse a los accidentes del camino.

El autor no busca resolver los enigmas que plantea, sino mantenerlos en circulación. Por eso López López no es solo una historia sobre un soldado duplicado, sino sobre la imposibilidad de la coherencia: entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que uno cree ser y lo que el mundo le impone. Con humor seco y un ritmo impecable, Downey logra una novela que mira la guerra sin solemnidad, que asume el sinsentido y lo convierte en lucidez.