Documento sin título
Contenido creado por Sofia Durand
Cine
Entre el duelo y el scroll

“Her”, “Black Mirror” y la ilusión del consuelo inmediato

Lo que podría ser un duelo se convierte en consumo. Un "loop" de estímulos que evita el silencio.

30.06.2025 15:50

Lectura: 5'

2025-06-30T15:50:00-03:00
Compartir en

Por Sofía Lust | @lust.sofia

En Her (2013), Theodore camina por una Los Ángeles suavemente distorsionada, en tonos pastel y líneas limpias. El futuro se ve hermoso.

Sin embargo, hay algo profundamente roto en él. Recién divorciado, melancólico y con una soledad crónica que no disimula, se enamora de un sistema operativo. Samantha, una voz sin cuerpo, lo escucha, lo contiene y lo hace reír. Le da eso que la vida real muchas veces niega: atención y ternura sin fricción.

Her transcurre en el año 2025. Sí, ahora. Ya no es el futuro: es el presente que habitamos con una mezcla de extrañeza, deseo y desamparo.

El cine, como los sueños, siempre se adelanta. Nos muestra lo que todavía no queremos ver. O sí. Y Her, con su estética retrofuturista, su impecable dirección, su guion que parece susurrado, no solo anticipó nuestra relación emocional con la inteligencia artificial. También filmó, con una dulzura devastadora, la evasión emocional de una generación que ya no sabe cómo procesar el dolor sin mediaciones tecnológicas

Her es una historia sobre cómo esquivamos la incomodidad de la pérdida reemplazándola por lo que sea que la alivie rápido: un bot que conteste a las tres de la mañana, una aplicación de citas, un mensaje que no dice nada, pero que llena el silencio.

En el universo estéticamente perfecto de Spike Jonze, todo parece estar diseñado para que nadie tenga que mirar hacia adentro. Pero debajo de esa superficie, los personajes están quebrados. No pueden conectar. No saben cómo sostener la tristeza. Y entonces buscan, desesperadamente, una interfaz que les devuelva algo parecido al amor.

Hoy, el dolor también se procesa con pantallas. Nos sentimos mal y abrimos Instagram. Buscamos refugio en una conversación con inteligencia artificial, en una playlist melancólica, en un match que probablemente no nos lleve a nada. El algoritmo nos conoce. Nos lee. Nos habla. Y mientras más nos entiende, más nos aleja de lo humano.

"Be Right Back", Black Mirror (2013)

Black Mirror lo llevó aún más lejos. En el episodio “Be Right Back”, una mujer reconstruye digitalmente a su pareja fallecida. Primero con sus mensajes, luego con su voz, hasta llegar a un cuerpo físico que le llega a su casa como un delivery de comida rápida que te pedís cuando estás aburrido. Es escalofriante. Pero también es verosímil. Ya no se trata de ciencia ficción: se trata del deseo humano de negar la ausencia. De reprogramar el vínculo para no tener que perderlo.

Pensé en ese capítulo cuando murió mi mamá. Fue una idea que se me cruzó por la mente de inmediato. Pleno año 2020. ¿Y si pudiera hablar con ella otra vez? ¿Y si cargara sus audios, sus mensajes, sus videos? ¿Y si alguna IA pudiera replicarla, aunque fuera un poco? No hice nada con eso, claro. Pero la fantasía existió. La tecnología había instalado la posibilidad. Y cuando el dolor aprieta, una posibilidad es suficiente.

La cultura audiovisual lleva años adelantándose a lo que estamos viviendo. Y ese reflejo es incómodo. Porque lo que vemos no son relaciones alternativas, sino una generación intentando evitar su propia tristeza. Personas que le hablan a máquinas porque ya no saben hablarse entre ellas.

Vivimos en una época donde el duelo se edita. Donde el amor no se construye, se swipea. Donde sentir algo muy fuerte es visto como una debilidad. Lo vulnerable se oculta. Lo incómodo se reemplaza. Lo que duele se posterga hasta nuevo aviso. Y si se puede compartir en stories con subtítulos, mejor.

Her (2013), Spike Jonze

Her (2013), Spike Jonze

La inmediatez se volvió la gran prótesis del siglo: una extensión invisible que usamos para no tropezar con lo que sentimos. Dolor, scroll. Angustia, click. Todo rápido, todo indoloro. Nos acostumbramos a anestesiar sin preguntarnos qué estamos evitando. Las pantallas resuelven antes de que el cuerpo registre, antes de que la emoción siquiera alcance a nombrarse. En vez de transitar el vacío, lo llenamos de notificaciones.

Y así, lo que podría ser un duelo se convierte en consumo. Un loop de estímulos que evita el silencio, ese lugar donde tal vez podríamos empezar a entendernos. Y sin ese silencio, sin esa demora, también se pierde la posibilidad de procesar, de habitar la incomodidad sin correr a buscar un reemplazo.

Her y Black Mirror no solo nos mostraron hacia dónde íbamos: nos mostraron que ya estábamos ahí. Que ya hablábamos con voces sin cuerpo. Que ya preferíamos los vínculos que no demandaban. Que ya habíamos empezado a amar sin tocar.

¿Y ahora qué? ¿Nos desconectamos? ¿Volvemos a las charlas largas, a los silencios incómodos? No hay respuesta única. Pero quizás lo importante sea dejar de anestesiar todo lo que duele.

Capaz el futuro no era enamorarse de una IA. Capaz era sentarse con el dolor un rato. No huir. No reemplazar. No hacer match con una versión mejorada del otro, sino mirar el hueco, reconocerlo y aprender a habitarlo. Como podamos. Con miedo, con torpeza, pero también con coraje.

Si hay algo que las películas todavía nos enseñan, es que no hay amor, ni duelo, sin riesgo. Y, por más sofisticada que sea la tecnología, todavía no inventaron una app que nos devuelva lo que perdimos. Pero sí existen las historias. Y ahí, a veces, encontramos la forma más parecida a la cura.