Por Gerardo Carrasco
[email protected]
“Creo que el universo es un admirable concierto de correspondencias numéricas y que la lectura del número y su interpretación simbólica, constituyen una vía de conocimiento privilegiada”.
Esta frase fue puesta por el inolvidable semiólogo y narrador Umberto Eco en boca de Agliè, el “anciano sabio” de su novela El Péndulo de Foucault. En la misma página, ese personaje se burla de los “piramidólogos” que buscan coincidencias matemáticas en monumentos y edificios de la Antigüedad.
“Con los números se puede hacer cualquier cosa. Si tengo el número sagrado 9 y quiero obtener 1.314, fecha en que quemaron a Jacques de Molay, una fecha señalada para quien como yo se considera devoto de la tradición caballeresca templaria, ¿qué hago? Multiplico por 146, fecha fatídica de la destrucción de Cartago. ¿Cómo he llegado a ese resultado? He dividido 1.314 por dos, por tres, etcétera, hasta encontrar una fecha satisfactoria. También hubiera podido dividir 1.314 por 6,28, el doble de 3,14, y habría obtenido 209. Que es el año en que ascendió al trono Atalo I, rey de Pérgamo”, ironizaba.
Sin embargo, y mal que le pesara a Agliè, durante milenios, constructores y arquitectos utilizaron su ciencia para levantar estructuras “codificadas”, ya fuera por su alineación astronómica o por las claves numéricas que encerraban en sí mismas. Desde el siglo XVIII, la masonería, entidad perseguida en diversos momentos de la historia, utilizó repetidamente el arte escultórico y la arquitectura para transmitir mensajes de forma hermética.
¿Guarda nuestro Palacio Legislativo alguna clase de comunicación de esa naturaleza? Tal posibilidad resultó un imán para el uruguayo Eduardo Cuitiño, licenciado en Matemáticas —opción Estadística— por la Udelar, profesor de la Facultad de Ingeniería Bernard Wand-Polak y del Colegio Saint Brendan’s, y profesional del Observatorio de Movilidad de la Intendencia de Montevideo.
Matemático de profesión y curioso por vocación, Cuitiño saltó a los titulares de la prensa rioplatense en el año 2012, cuando decidió pasar por el tamiz de la matemática aplicada un caso que ha hecho correr ríos de tinta en ambas márgenes del estuario: el origen de Carlos Gardel.
En su libro Gardel, el muerto que habla, Cuitiño se metía en un tema largamente abordado, pero hacía un aporte desde su área de trabajo, algo que nunca había ocurrido. Por ejemplo, cotejó la estatura del cantante en fotos de distintas etapas de su vida (y se trasladó hasta la locación de una de ellas para medir una chimenea que aún existe y que tomó como referencia), y la comparó con la establecida en un viejo reporte policial argentino. El cruce de estos datos indicó que las fechas de nacimiento manejadas por la “tesis francesa”, serían erróneas.
Meses atrás, y en vísperas del centenario del Palacio Legislativo, que hoy se conmemora, Cuitiño decidió contar la historia “oculta” del edificio. No aquella que figura en libros de texto y que se puede rastrear incluso en la prensa de la época, sino el relato misterioso que sus ideólogos y constructores plasmaron en cifras y figuras, y que solo podría entender quien estuviera iniciado en ciertos misterios.
Esa idea cuajó en el libro El Palacio Legislativo, una historia por desvelar, que salió a la venta en diciembre de 2024, de la mano del sello editorial Da Vinci
Foto: Héctor Testoni
“Hoy los edificios están pensados más bien como máquinas para habitar, o para la operativa de una oficina, pero no dicen nada. En esa época, por el contrario, la arquitectura era expresionista”
“Para mí, la arquitectura del Palacio dice cosas, y no encontré ningún libro que expresara lo que me parece que oculta”, dice el autor en diálogo con LatidoBeat.
“La construcción es de estilo neoclásico de principios del siglo XX, y en esa época el arte arquitectónico era concebido precisamente como un arte que decía cosas. Hoy en día la construcción, los edificios, están pensados más bien como máquinas para habitar, o para la operativa de una oficina, pero no dicen nada. En esa época, por el contrario, la arquitectura era expresionista”, afirma el docente.
Buen ejemplo de ello es el Salón de los Pasos Perdidos, “un lugar que tiene detalles muy interesantes, es muy matemático, tiene juegos numéricos, detalles, combinaciones… y me pareció que valía la pena contarlos”, asegura, idea que se reafirmó durante su trabajo, que le permitió comprobar que en el “templo laico” del Uruguay “había historias para desvelar que no estaban contadas en ningún libro”.
“La historia y la matemática parecen no tener, a priori, una conexión, pero yo entiendo que sí puede haberla, y pienso que puede resultar muy interesante establecer ese vínculo. Creo que puede hacerse esa conexión del arte con la ciencia, con números o conceptos matemáticos y el resultado puede ser, como dije antes, muy interesante”, asevera.
Una quiniela con el 18, el 25 y el 33
Estos tres números no son en rigor más que unos cualquiera en la serie infinita de las cifras. Sin embargo, en la historia, la geografía y la cartografía del Uruguay, nos tropezamos con ellos a cada rato. Esta tenacidad numérica no es casual y, según sugiere el autor en su obra, obedece a una intención muy concreta.
“Para quien mira bien, la simetría que tiene el Palacio es de una belleza impresionante, es simétrico por todos los costados que quieras buscarle”, dice el matemático, y subraya que “hay una simetría con respecto a las columnas que están en el Salón de los Pasos Perdidos, pero también está arriba” en alusión a las 24 cariátides que posee, y que “son como columnas que tienen una torre superior”.
Foto: Héctor Testoni
“En sus comienzos, el rito escocés de la masonería tenía 18 grados, después pasó a tener 25 y finalmente subió a 33. Y precisamente 18, 25 y 33 son los números de nuestra patria”
Sin embargo, esas 24 columnas serían en realidad 25, porque “la luz que cae del lucernario, de la gran claraboya que domina el salón, es como una columna más”.
Esa columna de luz cae exactamente en el lugar donde hay “una especie de armarito en el que se guardan las actas de la Declaración de la Independencia de 1825 y se encuentran los originales de la primera Constitución”, tesoro que es “custodiado por el Batallón Florida, que es en cierto modo el comienzo de nuestra fuerza militar”.
Para Cuitiño, esa simetría luminosa es parte de un conjunto enigmático. “Hay muchos guiños con números en el palacio, y también con conceptos masónicos”, asegura.
Por ejemplo, en el mismo salón “hay 32 círculos concéntricos que forman otro círculo mayor, que rodea a ese armario. Son 32 círculos que forman un círculo 33, que es el grado máximo actual en la masonería del rito escocés”, explica.
En su descripción, señala que “un poco más para los costados, el cuadrado central del Salón de los Pasos Perdidos tiene cinco metros de lado de forma exacta. Serían pues 25 metros cuadrados, y 25 antes era el número más alto en esa masonería escocesa, antes de que pasara a 33”, cuenta.
“Si te vas un poco más para los costados y te ponés a contar los detalles que aparecen en los mármoles, más lejos del cuadrado central, vas a ver que hay 18 detalles a cada lado: tenemos 18, 25 y 33, que para la masonería no son números cualquiera. En sus comienzos, el rito escocés tenía 18 grados, después pasó a tener 25 y finalmente subió a 33. Y precisamente 18, 25 y 33 son los números de nuestra patria”, recuerda, valores numéricos asociados a hitos como la Jura de la Constitución, la Declaratoria de la Independencia y el desembarco de los Treinta y Tres Orientales.
Estas simetrías “numérico arquitectónicas” resultaron sorprendentes incluso para personas conocedoras del edificio. Algunas de ellas fueron comprobadas por Cuitiño de forma directa y en el lugar. “Llevé una cinta métrica y me puse medir”, cuenta con sencillez el autor. Otras fueron verificadas sobre los planos del inmueble con la colaboración de Gisella Carlomagno, directora de Arquitectura del Palacio Legislativo.
“El Palacio ‘casualmente’ se inauguró el 25 de agosto, aunque todavía estaba sin terminar, y su piedra fundamental se puso un 18 de julio”, dice en cuanto a las fechas de inicio y final, y también remarca que las ya mencionadas cariátides “están a 25 metros de altura, y más arriba, por encima de ellas, se encuentran figuras aladas” que, según los cálculos del autor, “están a 33 metros de altura del nivel del Salón de los Pasos Perdidos”.
Foto: Héctor Testoni
“Hay un diseño del palacio, algo hecho adrede como para para que en el futuro nos maravilláramos con números que no son casuales.
El “cifrado” masónico del Palacio Legislativo no se limita a los ejemplos mencionados, como lo podrá comprobar quien lea el libro de Cuitiño, obra en la que también se cuentan “guiños” de índole cristiana y rosacruz. En cuanto a las razones de su abundancia en el edificio, el autor recuerda que el arquitecto italiano Gaetano Moretti, responsable de la obra —sobre proyecto original de su compatriota Vittorio Meano— tenía por entonces el grado 33 de la masonería, y considera probable que el artista Giannino Castiglioni, autor de los cuatro grupos escultóricos que engalanan los jardines del Palacio Legislativo, también fuera masón.
De hecho, Cuitiño incluso considera la posibilidad de que José Batlle y Ordóñez, quien era presidente cuando se decidió acometer la obra, hubiera abrazado la masonería en su juventud, concretamente durante su estancia en París entre 1879 y 1881. Por desgracia, el autor considera muy difícil que ese extremo se pueda comprobar alguna vez, ya que la documentación de las logias en Francia fue destruida meticulosamente durante la ocupación nazi.
“Hay un diseño del palacio, algo hecho adrede como para para que en el futuro nos maravilláramos con números que no son casuales. Hay un diseño artístico con cosas esperables o manejables desde un punto de vista simbólico o incluso esotérico”, asevera.
La vieja política
El debate parlamentario sobre la construcción de una nueva sede para el poder legislativo comienza en la década de 1890. A la sazón, el Parlamento convivía en una especie de régimen de “conventillo” con la Cancillería, dentro de las estrechas estancias del Cabildo de Montevideo.
Por entonces —y como tantas otras veces— el país estaba en medio de una crisis económica y los recursos escaseaban. Por ello, la discusión en las comisiones parlamentarias fue tremenda, con los colorados defendiendo la idea y los blancos rechazándola, o al menos procurando que el futuro recinto legislativo no fuera un “palacio”, sino un edificio más pequeño y austero.
El mismo día de la inauguración, el diario El Día atribuía enteramente la obra al Partido Colorado. “El Palacio Legislativo que hoy se inaugura es obra exclusiva del Partido Colorado, y especialmente de uno de sus hombres más ilustres, el Señor Batlle y Ordóñez”, se lee en la edición de esa mañana, cuyo facsímil parcial forma parte del libro.
El Palacio Legislativo el día de su inauguración. Foto: CdF de la Intendencia de Montevideo
“El diario El Día, cuando se inaugura el palacio dice que costó diez millones de pesos, pero hay documentos que muestran que costó veinte, eso equivaldría a 350 millones de dólares de hoy”
“Además, en la misma nota principal se enumeran 50 razones para pensar que el día de la Independencia no era el 25 de agosto, como para afianzar la idea de que el Palacio Legislativo no se estaba construyendo el día del centenario”, señala Cuitiño, quien recuerda que la fecha “inaugural” de la patria fue también objeto de disputa entre los partidos fundacionales, dado que los nacionalistas se inclinaban por el 18 de Julio. Ese debate se aplacó luego del “empate técnico”, marcado por la inauguración del Estadio Centenario el 18 de julio 1930, y “se saldó en realidad con la construcción del Obelisco, en el año 1938”.
Veo el futuro repetir el pasado
La historia del Palacio Legislativo está repleta de “uruguayeces” que demuestran que, para bien o para mal, nuestra idiosincrasia siempre aflora. Por ejemplo, la inauguración de la que hoy se cumplen cien años se hizo con el edificio inconcluso y con andamiaje de madera en sus alrededores. De hecho, las tareas de decoración se extendieron nada menos que hasta 1964, casi cuarenta años después de la fecha inaugural. Además, durante el periodo de construcción original, que se extendió desde 1908 a 1925, hubo todo tipo de vicisitudes, como paros de trabajadores y la creación de un colectivo sindical cuyos reclamos se prolongaron hasta entrada la década de 1950.
Asimismo, los costos proyectados no coincidieron exactamente con los finales, y circularon números muy diferentes según quién los publicara, situación que bien podría remitir al lector a ejemplos de la historia reciente.
“La historia es muy divertida, porque el tiempo pasa y los discursos son los mismos, solo que los usan actores diferentes”, comenta el autor.
“El diario El Día, cuando se inaugura el palacio dice que costó diez millones de pesos”, señala Cuitiño. “Ahora bien, hay documentos que muestran que costó veinte millones de pesos de la época, eso equivaldría a 350 millones de dólares de hoy, por lo menos”. Esa cifra convierte al Palacio Legislativo “quizá en el edificio más costoso del Uruguay”, y su costo solo sería superado por “grandes obras arquitectónicas como el puerto de Montevideo, el saneamiento, o la represa de Salto Grande”.
Más allá de si debió ser un palacio o un edificio menos oneroso, Cuitiño entiende que sí era necesario construir una nueva sede legislativa.
“En el Cabildo no había lugar, y realmente esto ayudó a generar un profesionalismo por parte de los políticos, porque pudieron trabajar con mucho más espacio en un edificio diseñado para ellos, y generar las leyes que brindaran lo mejor para los uruguayos”, entiende.
Sin embargo, con el paso de los años hizo falta todavía más espacio, ya que en el diseño original “los despachos estaban pensados para los senadores, y los diputados no tenían sitio”. Esto llevó a la construcción del anexo José Gervasio Artigas, situado sobre avenida de Las Leyes, e inaugurado en 1995.
“El lujo del palacio capaz que fue un poco exorbitante, porque tiene oro de 24 quilates como detalle de varios lugares clave. Tiene mucho mármol, granito, pórfidos. Fue muy costoso realmente. Pero también es verdad que fue una gran inversión en un momento difícil del Uruguay, cuando los avatares de la Primera Guerra Mundial daban un mazazo a la economía”, considera.
En ese sentido, consigna que la obra generó miles de puestos de trabajo y se abasteció en gran medida de minerales extraídos de canteras uruguayas.
Joyas a cielo abierto
En el libro, Cuitiño señala que entre los costos de la obra figuran elementos ornamentales que, en un sentido estricto, son ajenos al edificio. En concreto se refiere a los cuatro grupos escultóricos colocados en los jardines, encargados al ya mencionado Giannino Castiglioni.
Foto tomada hacia el año 1930. CdF de la Intendencia de Montevideo
“El uruguayo común no siente como propio el Palacio Legislativo ni mucho menos. Por el contrario, lo siente distante y como un lugar de privilegios y privilegiados”
“Esas esculturas de bronce aparecen en el presupuesto de 1924 con un costo de 1.101.000 pesos”, lo que es “una millonada” en cifras actuales.
“Creo que en principio iban a ser de mármol, pero en los hechos se hicieron de bronce y se anexaron después al edificio. Es una pena, porque hoy se están destruyendo, el metal está todo oxidado, verdoso”, describe, y compara esta lamentable situación con “lo que pasa con el monumento a El Gaucho, hecho por Zorrilla de San Martín y colocado en 18 de Julio”.
Para Cuitiño, “en el mundo de hoy, donde hay tecnología que lo permite, estaría bueno que se suplante esas esculturas por copias y que nuestras joyas escultóricas no queden a la intemperie”.
¿El palacio de la gente?
“El uruguayo común no siente como propio el Palacio Legislativo ni mucho menos. Por el contrario, lo siente distante y como un lugar de privilegios y privilegiados”, escribe Cuitiño en el capítulo final de su libro.
Consultado sobre estas palabras, el autor reafirma su idea y expresa que le gustaría que esa situación cambiara. “Realmente a mí me encantaría que los uruguayos sintiéramos el Palacio Legislativo como casa del pueblo, tanto como lo sentimos, como lo es el Estadio Centenario”, asegura.
“El fútbol quizás es mucho más democrático que la política en sí, pero los uruguayos sienten mucho más al Estadio Centenario como propio. Ahí van y gritan, se ponen eufóricos y espontáneamente se abrazan gritando por Uruguay. Negros, blancos, judíos, umbandistas, comunistas, blancos, colorados, de Peñarol y de Nacional, alientan a la selección todos juntos”. Por el contrario, “al Palacio Legislativo la gente va el Día del Patrimonio o cuando hay un velatorio con honores de Estado”.
Por ello, invita a toda la ciudadanía a interesarse más por el edificio que hoy cumple cien años y todo lo que representa.
“Yo creo que las autoridades de este gobierno y del anterior no han escatimado esfuerzos para que la gente entienda que el palacio está abierto, que le pertenece. Quedará en el tintero para los próximos cien años, que los políticos del futuro logren que la gente sí lo considere como una casa de todos. Ese sentimiento falta”.
En ese sentido, Cuitiño entiende que su libro puede ayudar a construir ese interés, dado que “tiene una mirada un poco diferente y creativa, y que puede sorprender”, así como contribuir a “conectarnos de forma entretenida con nuestro pasado”, concluye.
Por Gerardo Carrasco
[email protected]
Acerca de los comentarios
Hemos reformulado nuestra manera de mostrar comentarios, agregando tecnología de forma de que cada lector pueda decidir qué comentarios se le mostrarán en base a la valoración que tengan estos por parte de la comunidad. AMPLIAREsto es para poder mejorar el intercambio entre los usuarios y que sea un lugar que respete las normas de convivencia.
A su vez, habilitamos la casilla [email protected], para que los lectores puedan reportar comentarios que consideren fuera de lugar y que rompan las normas de convivencia.
Si querés leerlo hacé clic aquí[+]