Desde hace unos años —y seguramente por unos cuantos más—, los temas adolescentes me tocan de cerca. Y aunque mucha de la teoría que leo en libros o manuales y escucho en seminarios o charlas con amigas la experimento en la práctica del día a día en mi casa, siempre hay datos que vuelven a sorprenderme y me obligan a estar aún más alerta. El tema del consumo de alcohol es uno de ellos. ¿Por qué? Porque mientras los riesgos están entre los más sabidos, mientras que es la droga más aceptada y común en la sociedad, mientras que sus efectos en el cuerpo y la mente están estudiados, la edad a la que empiezan a tomar los adolescentes uruguayos es cada vez más baja. Según la VII Encuesta Nacional sobre Consumo de Drogas en Estudiantes de Enseñanza Media, presentada a principios de 2020, la edad media de iniciación está en los 12,78 años. Los varones comienzan un poco antes, a los 12,53, mientras que las mujeres a los 13; y no hay mayores diferencias entre los adolescentes de Montevideo y los del interior: 12,71 y 12,83, respectivamente.
Quienes trabajan de cerca con adolescentes saben bien que siempre existió un desfasaje entre la información que manejan y la forma en que se comportan. Y hoy esa brecha es mayor que nunca. Tienen un imán para atraer el riesgo o, por lo menos, para meter la pata en cuestiones de las que se les ha hablado hasta el cansancio. La razón es, simplemente, que son adolescentes. Los padres deben (debemos) comprender que no lo hacen todo a propósito, solo para llevar la contra o llamar la atención. Los adolescentes son seres en construcción. En un cuerpo creciendo y cargado de hormonas, su cerebro está en pleno desarrollo, sobre todo la corteza prefrontal, que es la parte que tiene que ver con la capacidad de autocontrol, toma de decisiones y facultad para calibrar riesgos, que no termina de madurar hasta los 25 años.
Pero la realidad no termina allí. Además de una percepción del peligro distinta a la de los adultos, los adolescentes también valoran la recompensa de una manera diferente; incluso, valoran la recompensa más que el riesgo en sí mismo. “Y no lo hacen por ser tontos, inmaduros o por estar en la “pavada”, lo hacen porque tienen un cerebro que necesita más que nunca de actividades placenteras y del reconocimiento social”, dice el psicólogo Juan Pablo Cibils en su libro Adole-sienten, que se acaba de publicar.
Allí parece estar buena parte de la explicación no solo de las razones que llevan a los chicos a tomar alcohol (y lo mismo pasa con el consumo de otras sustancias), sino a las nuevas y extremistas formas que están encontrando para hacerlo. La única medida para ayudar y educar es tener reglas claras. Si los límites de lo permitido se corren, ellos precisan dar un paso más. Y muchas veces, los primeros en levantar esas barreras son los padres. Consultada por Leonel García para la nota que publicamos hoy, la médica Laura Batalla, especializada en Adolescencia y Familia, dice que “más que el consumo de alcohol, lo que preocupa más en los adolescentes es la forma de consumo”. El psicólogo Paul Ruiz, docente de la Universidad de la República e investigador de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, coincide: “Están tomando para 'darse vuelta'”. En una charla organizada por MP, la psiquiatra infantil Ruth Gajer dio el mismo diagnóstico: “Uno de cada tres adolescentes manifiesta que la motivación para tomar es buscar el efecto”. Los expertos hablan de retos virales que consisten en que las chicas usen tampones empapados en bebidas destiladas o se coloquen gotas de vodka en los ojos para lograr una absorción más rápida. Y aparecen términos en inglés como binge drinking y blackout, que refieren a conductas extremas: tomar hasta no poder más el primero y tomar hasta generar un apagón de memoria el segundo.
Como si esto fuera poco, una investigación realizada por Ruiz y publicada en 2020 concluyó que el malestar psicológico y la depresión están íntimamente asociados al consumo de alcohol, un dato particularmente preocupante en un país con altas tasas de depresión y suicidio adolescente (que en 2021 aumentó 45% respecto al año anterior).
Mientras la edad en que se comienza a tomar sigue bajando y las modalidades para hacerlo aumentan, las posibles soluciones siguen siendo las mismas de toda la vida. Dejar de considerar al alcohol como una droga normalizada, dejar de ofrecerla en casa bajo la idea de que es mejor eso a que tomen en otro lado, y dejar de pensar que el único o mayor mal que trae es convertirse en la puerta de entrada al consumo de otras sustancias. En una sociedad tan avanzada e hiperinformada parece increíble que sigamos discutiendo sobre esto. Más aún cuando la responsabilidad es de los adultos, no de los adolescentes.
