Cultura
Teatro de una contra la platea

Solas en escena: mujeres en monólogos

Ya sea porque son las que más se animan, porque logran buena respuesta del público, cada vez hay más unipersonales femeninos

03.10.2021 07:00

Lectura: 11'

2021-10-03T07:00:00
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Por Leonel García

Angie Oña o, mejor dicho, la psicoanalista rusa de origen judío Sabina Spielrein, recibe, sola y su alma en un escenario que incluye dos pizarrones, un piano, una silla, un escritorio y varios libros, al público que va llenando lo que la pandemia deja llenar en el Teatro Victoria. En poco más de una hora resumirá los 56 años de la vida de esta mujer que bajó a los abismos de la locura y pudo asomar la nariz, explicará la influencia que tuvo en Sigmund Freud y Carl Jung, de quien fue amante, dejará todo en la cancha en esta obra, Ser humana, que requiere una gran exigencia física, recibirá risas contadas y calculadas y 200 ojos concentrados en ella, interactuará con el público cómplice, fulminará con la mirada al idiota que no sabe que los celulares deben estar silenciados durante la función, y se ganará una ovación de pie al final. Todos los ojos y los aplausos son para ella.

“A nivel personal, en el proceso de construcción de Ser humana el desafío mayor fue sostener y sobrevivir a los ensayos”, cuenta a Galería la protagonista y dramaturga de esta obra estrenada en 2018. Tan exitoso fue este unipersonal, o monólogo, que ha sido repuesto en varias ocasiones, siempre atrayendo gente. Claro que no tener nadie más en escena, no compartir con nadie la expectativa de los asistentes, tiene sus bemoles: “Extrañé actuar con otras personas. La soledad se volvió dura en muchos momentos”. Esta soledad, agrega, tiene una “interesante contracara”: “Te conecta íntimamente con la mirada del director (Freddy González) y te demanda un compromiso superior, te sumerge en cierto caos conflictivo personal que habilita el encuentro con otro tipo de información actoral. Por otra parte, la ausencia de la cuarta pared y la comunicación directa con la gente sentada en la platea es fundamental, y eso hace que en los ensayos sin público se note bastante su ausencia”.

Varias actrices encaran esa soledad consigo mismas en los ensayos y frente al público en las funciones. En setiembre, la cartelera ha incluido a No más flores, con Leonor Svarcas, Amelia quería dormir, con April Ocaño, Rémora Divina, con Mavi Pouso, El desmontaje, con Jimena Márquez, y la ya nombrada Ser humana con Oña. El 15 de octubre, Florencia Infante lleva su Intensidad a Colonia, esperando que sea el inicio de una gira por el país. En agosto, Noelia Campo volvió a ponerse en la piel de Luce Mangione en La bailarina de Maguncia y Leonor Chavarría presentó Casi Dahiana en la Delmira Agustini.

Casualmente, el surgimiento en 2017 del ciclo Ellas en la Delmira, ciclo de monólogos femeninos que se presenta desde entonces en el mes de marzo en esa sala del Teatro Solís, y que es retransmitido por TV Ciudad, es considerado como una de las razones de la proliferación de este tipo de espectáculos. El éxito de muchas de estas presentaciones permite una continuación posterior. Eso le pasó, por ejemplo, a Campo y La bailarina..., que se estrenó ahí en la edición de 2019.

La fuerte presencia de este tipo de propuestas, reconocida por la gente del teatro aunque sin que nadie se haya puesto a teorizar sobre ello, también responde a otro tipo de realidades: un unipersonal requiere poca gente involucrada, lo que facilita coordinar ensayos y funciones en un medio donde muy pocos pueden vivir del arte y sacar el tiempo que no tienen para ello; la escenografía suele ser sencilla (aunque hay excepciones como en Ser humana o Casi Dahiana), así como el vestuario (aunque puede haber varios cambios, se interprete o no más de un personaje), lo que da otras facilidades logísticas.

Pero también hay otras consideraciones que explicarían esta tendencia. “Las mujeres somos más valientes”, ríe con mucha seriedad María Mendive, actriz y directora del Instituto de Actuación de Montevideo (IAM). “Hay una realidad: somos muchas las mujeres en el teatro, y pienso que somos más resolutivas”. Ella en particular nunca actuó en un unipersonal aunque sí dirigió uno, Las Manolas, con Manuela da Silveira en 2017, algo que le resultó “más trabajoso” que una obra con un elenco más extenso. Florencia Infante aporta otro ángulo: “Hay más notoriedad con los unipersonales femeninos porque está pasando algo interesante con las mujeres: somos nosotras las que estamos llenando las salas”.

Matando fantasmas. Cuando el director y dramaturgo argentino Mariano Tenconi Blanco convocó a Mané Pérez a protagonizar su unipersonal La fiera, ella tembló. “Al principio, me dio muchísimo miedo. Se lo comenté a un actor amigo y me dijo: 'Hacelo, Mané, ¿sabés todos los fantasmas que matás?' Y fue tal cual. Tanto me gustó que luego hice otro monólogo, Ella sobre ella”.

Por La fiera, una mujer que se transforma en tigra para matar o mutilar a violadores y abusadores, una obra que le exigió actuar, bailar y cantar (con la compañía de un pianista y una percusionista que no la secundaban en escena), además de desarrollar el acento de algún lugar inubicable en Tierra Adentro, ella se llevó el premio Florencio a mejor actriz de unipersonal en 2016.

¿Y a qué fantasmas tuvo que matar Mané? “Lo primero es pensarte sola en escena, ¡es mi responsabilidad defender la obra ante cualquier inconveniente! Eso me obliga a tener una concentración que en otros espectáculos no tengo. El margen de error es mínimo. Y más allá de que hay un equipo atrás, director y asistente, durante el proceso de ensayo es lindo intercambiar con compañeros”, indica. “Ahora, cuando pasa el miedo, la adrenalina y la pasión te ayudan para la actuación”.

Mientras ensayaba Amelia quería dormir, hasta ahora su primer monólogo, April Ocaño recibía los chistes del director, Gerardo García: “Si te olvidás de la letra, apoyate en el elenco”. Piensa que el también ser cantante le brinda mayor expertise en eso de manejar todas las miradas clavadas en una, pero no le quitó los miedos iniciales. “El mayor desafío es no salir nunca de la historia, ser consciente de que sos otra persona, en otro momento, en un lugar. En otra obra, los actores podemos salir de escena y respirar; acá no tengo respiro: son 50 minutos bajo las luces. La ventaja de Amelia es que encarno a cinco personajes distintos, lo que le da mucha vida”.

Memoria y ensayo, no hay secretos para evitar las lagunas, coinciden por separado Campo e Infante. No hay un compañero que te dispare la siguiente línea ni mucho menos que te salve en caso de un bache. Es el propio rodaje escénico el que te da las herramientas para superar ese texto que, por un pase de magia negra, se evaporó. Oña recurre “a la respiración y a la confianza en que el trabajo está hecho y entendido, también a la aceptación desdramatizada del bache”. Si el público no quiere ver una laguna, que vaya al cine. Soltar y confiar, por más místico que suene, puede ser un camino, y que los fantasmas buenos, los que andan tras bambalinas, colaboren con lo suyo. Claro que para eso hay que saberse bien el libreto...

Apto para todo. En lo que todas coinciden es en que no hay tal cosa como actrices (o actores) para unipersonales. Más allá de la razón del artillero (el intérprete debe ser lo suficientemente convocante como para que la gente lo quiera ir a ver), no hay una formación ni técnica específica. No la tuvo Noelia Campo en la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD) ni la dan María Mendive ni sus colegas en el IAM. Sí hay textos que piden a gritos a un solo individuo en escena. “Este es el primer texto que escribí, que tenía que ver conmigo, con mis partes oscuras y con mi humor”, cuenta Leonor Chavarría, también autora de Casi Dahiana.

Acá hay otro punto señalado por todas: así como más allá de esta proliferación no creen que se trate de un formato más pensado para una actriz que para un actor (de hecho, en setiembre está en cartel Lautréamont o su última carta, con Julio Persa), tampoco creen que esté más inclinado hacia la tragedia que a la comedia, o viceversa. “A veces son las dos cosas a la vez, el drama y la comedia, lo real y lo absurdo, nos pasa todo el tiempo. Alguien en el público puede ver algo absurdo, otro padecer lo que se está diciendo y otro matándose de risa”, cuenta Chavarría.

Y así como el público está pendiente de una única persona, la relación que se genera con la protagonista también es único. Noelia Campo habla de un “vínculo directo” que va mucho más allá de clavarse mutuamente las miradas. “En un unipersonal, lo que el público te devuelve te ayuda, terminás de entender la obra gracias a él, se completa con él. Aunque eso también pasa en el teatro 'italiano', con cuarta pared, en un monólogo es algo mucho más fuerte”.

Y, quizás todavía más que en una obra coral, hay que respetar los tiempos y las reacciones del público. Si se ríen, son protagonistas; si están en vilo, también. Incluso hay que dejarles espacio para las respuestas menos esperadas. En Casi Dahiana, Chavarría baila un malambo para cuyo final no está previsto el aplauso del público; sin embargo, eso fue lo que pasó cuando lo llevó de gira por el interior, más versado en eso de danzas folklóricas.

“Es (un vínculo) bastante distinto, sí”, afirma Oña y, a tono con el tema, monologa: “Nunca, actuando, me había encontrado tan profundamente con la gente. En el caso de Ser humana el vínculo es directo y sin cuarta pared en muchos pasajes de la pieza. El público es todo, me sostiene, nos sostenemos. Es la gente sentada ahí la que le da sentido a mis gestos y a mis palabras, momento a momento. Creo que el unipersonal, como género teatral, es potenciador de la identificación. Nos interpela y nos compromete más profundamente. Toca fibras que no son tocadas de la misma forma en otros géneros teatrales”.

Y si la responsabilidad de defender la obra es toda tuya, el aplauso es tuyo también. Media hora antes de empezar, Florencia Infante —que se autodefine como “obsesiva” e “insoportable” al momento de ensayar y estudiar— echa a todo el mundo de su camarín. “Tenés que estar muy bien colocada para enfrentar a 300 personas vos solita. Ahí es cuando te vienen las dudas. ‘¿Por qué no estudié abogacía?’. Pero cuando terminás y recibís los aplausos ahí vos misma te respondés: ‘Por esto yo hago teatro’”. Pero al igual que al inicio, luego del final Infante ?—que nunca hizo un unipersonal dramático—debe pasar un largo rato hasta que pueda ver a alguien. “Ese momento es poesía, es una locura, metiste un gol... y no tenés con quién festejarlo”.

MONÓLOGOS QUE MARCARON A LAS MONOLOGUISTAS

A Noelia Campo le gustaban mucho los unipersonales que hacía Nidia Telles. Uno que recuerda en particular es Yo amo a Shirley Valentine. “Era ella sola, con una sillita de playa”.

Como espectadora, Florencia Infante recuerda a Crecer o reventar, un unipersonal de Manuela da Silveira, que la marcó y tenía la dualidad comedia-tragedia inherente a la condición humana: “Ella estaba contando un proceso muy íntimo, muy personal, y la gente se estaba matando de la risa. 'Yo no sé si estamos entendiendo lo importante que está contando esta mujer', pensé. ¡No era un momento de risa!”.

Angie Oña nombra dos, el primero y el último. El primero fue La Monstrua, escrito por Ariel Mastandrea, dirigido por Marianella Morena e interpretado por Isabel Morena. “Yo acababa de entrar a la EMAD cuando la vi, era adolescente, me voló la cabeza y el corazón”. El último fue Estado vegetal, escrito y dirigido por Manuela Infante y protagonizado por Marcela Salinas, a quien Oña admira mucho. “Me llevó por todos lados; imponente”.

Mané Pérez está en España, donde participará en una versión contemporánea de Fuenteovejuna, el clásico de Lope de Vega. Antes de irse, en agosto, le gustó mucho El desmontaje, escrito e interpretado por Jimena Márquez. También destaca a Kassandra, con Roxana Blanco.