Editorial
Editorial de Daniela Bluth

Ser periodistas, ni protagonistas ni tontos

Cada tanto, el famoso algoritmo, por obvio, acerca a la orilla textos, fotos, artículos o recuerdos en los que vale la pena detenerse

04.02.2021 07:00

Lectura: 6'

2021-02-04T07:00:00
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Por Daniela Bluth

Aunque forma parte del universo de lo intangible -en el más amplio de los sentidos-, ya más o menos todos entendimos cómo funciona el famoso algoritmo. Básicamente, muestra lo que uno consume, quiere, gusta. Va sobre seguro, no toma riesgos. Y por eso es a la vez tan efectivo y alienante. Pasa tanto con lo que vemos en las redes sociales como en los servicios de streaming. Escapar o engañar al algoritmo no es fácil y, para su beneficio, implica trabajo. Ser consciente de ello es, tal vez, el antídoto más efectivo.

Pero como toda herramienta-que-simplifica-la-vida, no siempre es mala. Cada tanto, el famoso algoritmo, por obvio, acerca a la orilla textos, fotos, artículos o recuerdos en los que vale la pena detenerse. Así volví a leer, hace unos días y del muro de Facebook de la periodista Cristina Canoura -colega, compañera de altillo durante un par de años en Búsqueda, madre y maestra de las generaciones más jóvenes-, un texto de Leila Guerriero sobre el rol del periodista. "El peor pecado para un periodista es ser ignorante, ingenuo o cándido y debería siempre funcionar la humildad. Vos no podés ser más importante que la historia. Si el periodista se preocupa más en hacer lucir su pregunta o en lucirse él para contar una historia, hay algo que no está funcionando. Se es un vehículo para contar una historia y no el protagonista. También la humildad debe estar cuando investiga y reportea, porque aunque pueda tener la sensación de que lo conoce todo, siempre tiene que saber que habrá alguna parte de la realidad que le va a ser esquiva, en especial para escribir sobre el otro, porque la gente siempre tiene secretos". Sencillas, claras, sin vueltas, estas frases que aparecen en su libro Zona de obras siguen vigentes como ocurre con los textos de los grandes.

Pocos días después me enteré de la muerte del presentador de televisión Larry King, probablemente el no periodista más periodista de la televisión. Mezcla de interés, casualidad y algoritmo, las notas que llegaron a mis manos en versión papel y las que también lo hicieron en mi celular me llevaron de nuevo a reflexionar sobre el cómo y el porqué de la profesión. Larry King, durante años al aire en CNN y como entrevistador en Larry King Live, programa del que luego armó una versión web, siempre se empeñó en aclarar que no era periodista y que encaraba su trabajo desde ese lugar. No siempre fue comprendido y muchas veces fue criticado. Pecaba de tonto, cuando claramente no lo era. Elegía la no confrontación como táctica, no como último recurso. Y obtenía buenos resultados, de lo contrario, el mundo entero no habría reparado en él. "Yo nunca me he considerado un reportero. Yo soy la revista de un periódico. Estoy tratando de ser entretenido e informativo", solía decir sobre la receta de su éxito.

En total, se calcula que unas 50.000 personas respondieron a sus preguntas. De todo lo que fui leyendo sobre King me quedo sobre todo con dos grandes conceptos. El primero es la revalorización de la entrevista como género periodístico y la habilidad (o el arte) para hacerla. "Hay que tratar bien a tu entrevistado, pero no solo al que luego comparte contigo memes y memeces. Hay que dejarle hablar e incluso -aunque esto puede parecer en principio muy complicado- hay que escuchar lo que dice. Hay que asumir que quizá, solo quizá, tú como entrevistador estás descubriendo cosas porque -oh, triste realidad- no lo sabes todo. Hay que saber dónde empiezas en lugar de empezar sabiendo dónde quieres acabar. Y gracias a Larry King, que nunca se consideró periodista, hemos aprendido que parecer tonto queda muy mal en las redes pero te puede dar mucho juego en la vida. Sobre todo si no lo eres", resumió una nota de El País de Madrid tras su muerte.

El segundo concepto que me quedó en la cabeza es esa definición de sí mismo como "la revista de un periódico", donde el periodismo corre por el carril de las historias de vida, de darse el tiempo para escuchar y elaborar, de la información amable, sin que eso quiera decir ahuyentar o desoír una noticia cuando la hay. En Galería hacemos eso todas las semanas. Y damos más explicaciones de las que nos gustaría también.

Y como no hay dos sin tres, esta semana también se concretó la salida del director del Washington Post, Marty Baron. Baron dirigió el Post durante ocho años -algunos dicen que en este tiempo el diario vivió su "renacer"- y a los 66 decidió jubilarse. Hace dos años anunció que dejaría el puesto tras las elecciones presidenciales (más allá de cuál fuera el resultado). Y así lo hizo. En una larga entrevista que le hizo El País de Madrid, Baron habla de todo un poco, con una sinceridad esclarecedora y una cercanía que sorprende. Demuestra, en definitiva, que los dilemas del periodismo son los mismos en todos los momentos y todos los lugares (aunque es difícil ignorar el dato que el Post tiene a Jeff Bezos como dueño). Su consejo, más allá de buscar y pregonar el entusiasmo, es que hagamos nuestro trabajo. "No veo que estemos en guerra con nadie", dice, "pero tenemos una misión, y parte de esa misión es hacer que la gente poderosa y las instituciones rindan cuentas". Y agrega que no cree que el mayor reto para el periodismo actual sea económico o tecnológico, sino la dificultad en ponerse de acuerdo sobre qué ocurre en realidad. Después, en las aspiraciones, las mejores respuestas o las reacciones sí puede haber disenso y debate. "¿Cómo funciona la prensa cuando una parte sustancial de la población cree en cosas que son directamente falsas y teorías conspiratorias locas?", se pregunta.

Leerlo me recordó a las clases de Claudio Paolillo en la facultad o los debates que encendía en medio de la redacción aun cuando el cierre de Búsqueda le pisaba los talones. Y, a veces, en la corrida de la inmediatez a la que lleva la era digital, vale la pena frenar para reflexionar. Aunque no sea "el día de..." o una fecha redonda o aniversario. La mera realidad -y el mejor oficio del mundo- lo amerita.