Editorial
Columna, por Daniela Bluth

Ser madre, un todo imperfecto

12.05.2022 07:00

Lectura: 5'

2022-05-12T07:00:00
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Por Daniela Bluth

Con la llegada del Día de la Madre aparecen los regalos, las publicidades, los eslóganes, todo gira en torno a la figura materna. Pero no a cualquier figura, a la de la madre sonriente, compañera, canchera, todoterreno. Todos queremos tener una madre así. Y, llegado nuestro turno, también serlo. Evadir esa construcción social edulcorada, completa e imbatible no es sencillo.

Sin embargo, cada vez surgen más voces que apuestan a elaborar y compartir un concepto más real, con sus luces y sus sombras, sus momentos amorosos y los de bronca total, los de sumarse a cualquier plan y los de sentirse asfixiada, los de felicidad absoluta y los de angustia al borde de las lágrimas.

Aunque en mi familia mayo nunca fue un mes particularmente especial —no éramos de festejar los días de...—, en estas semanas recuerdo a mi madre un poco más que siempre. Está en los pequeños gestos, en las frases que quedaron grabadas, en las costumbres cotidianas, en repetir los patrones menos esperados, en elegir qué emular y qué no. No la recuerdo como la madre perfecta. No quiero recordarla así, porque seguramente no lo era. Como tampoco lo soy yo hoy. En los años 80, cuando era una niña y todavía jugaba a las muñecas, deseaba que mi madre no trabajara tanto. Quería que estuviera más rato en mi casa, como le sucedía a algunas de mis amigas. Que me llevara la comida caliente a la escuela y me esperara con torta para merendar. Un día, durante unas vacaciones de verano, decidió que se iba a tomar la tarde para quedarse en casa. Tantas veces me ofreció jugar a algo, tantas veces me preguntó cómo estaba y tantas veces quiso reordenar la secuencia de hechos cotidianos que al final del día ambas estuvimos de acuerdo en que lo mejor era terminar con ese experimento y volver a nuestra rutina. También la recuerdo fanática de su gimnasia por las mañanas, de escuchar la radio mientras se maquillaba, de no comer cebolla en la ensalada del mediodía y de evitar las papas chips en los cumpleaños para que nadie se limpiara las manos en el sillón. Recuerdo los mandados del sábado de mañana, las carcajadas estruendosas y el rouge siempre rojo. Recuerdo la torre de panqueques y espinaca para el almuerzo familiar y la costumbre del té comentando la revista Hola! cuando visitábamos a mi abuela. Recuerdo los regalos que me trajo de cada viaje y que no le gustaba que me vistiera de negro. Recuerdo su letra ejemplar y cómo disfrutaba de las novelas brasileñas. Recuerdo que rezongaba por tener que cumplir con algunos compromisos pero que los terminaba haciendo igual. Recuerdo cuánto le gustaba tirarse al sol, no tanto de meterse al agua. Y la lista podría seguir, así, con cuestiones pequeñas y cotidianas, relajadas y estresantes, buenas y malas.

Históricamente, la maternidad ha sido idealizada. Que es lo mejor que le puede pasar a una mujer, que la completa, que funciona como un resorte cuando aflora el instinto materno. Lo cierto, como dice María Inés Fiordelmondo en una de las notas de este número especial, es que estas idealizaciones terminan imponiendo patrones sobre qué es ser una buena o mala madre imposibles de cumplir. En ese contexto, cobran todavía más importancia esas voces calificadas que reconocen que ser madre ya es mucho y que está bien no estar siempre feliz, no cocinar siempre saludable o no llegar a tiempo a todos lados. Así como hace algunos años fue el boom de los blogs sobre maternidad, ahora hay varias cuentas de Instagram que vale la pena seguir. Una de ellas es AyMamucha, donde dos mamás argentinas hacen “catarsis sobre la maternidad” y hablan “de lo que no se habla” con 40.000 seguidores. “Te ponen un peso enorme, imaginate que si tu entorno te dice que esto es increíble, lo mejor, un momento hermoso, cuando te sentís horrible o tenés un día malísimo te sentís supermal. Como que hay algo que no estás haciendo bien”, dice Julieta Puleo, de AyMamucha, a Galería.

Danna Liberman, actriz, pionera de la improvisación y otra de las entrevistadas para este número, dice que le da rabia pensar en que hay que ser buena madre. “Ojalá todas las madres lo hagan con consentimiento, quien quiera ser. Y quien no quiera maternar nada, que no materne. Después, decidís ser madre, y ahí hacés tu mejor versión de ese momento intentando no desdibujarte vos, porque seguís siendo un ser humano con sus deseos, sus espacios, sus amigas, tu trabajo”, reflexiona.

Este año, películas como La hija oscura o Madres paralelas también mostraban ese otro lado de la maternidad, tan real pero menos compartido y menos aceptado, quizás por miedo a romper con la ilusión de una madre feliz, dedicada y rosada. Danna, que por estos días estrena una obra de teatro que creó a partir del dolor de la muerte de su hijo Uriel, lo resume así: “Las cosas tienen una parte de luz, una de oscuridad, una parte de placer, una de displacer. Las cosas son el todo. No es la mirada parcial de lo conveniente para que tomes una decisión, es todo”. Y ser madre no es la excepción.