A pocos pasos de la plaza y del faro de José Ignacio, pintada de color crema y con un árbol africano en el jardín al que le debe su nombre, Posada Tamarindo se posiciona como uno de los hoteles boutique más hogareños y discretos del balneario. La casa, originalmente construida para alojar a 12 personas, fue restaurada el año pasado y ahora puede recibir hasta 28 huéspedes. Su diseño, a cargo del arquitecto argentino Javier Gentile, se caracteriza por su adecuación a la naturaleza del lugar —tanto es así que varios árboles fueron respetados y crecen en pleno pasillo o galería—, la utilización de materiales nobles y su gran funcionalidad.
De las 12 habitaciones, 10 son para dos personas y las otras dos corresponden a apartamentos que pueden alojar hasta cuatro huéspedes y son accesibles para personas con discapacidad. Todas tienen diferentes vistas: pueden mirar hacia el patio interior, a la piscina, a la galería repleta de árboles altos o al pueblo. La entrada de varias de ellas cobra encanto con un tejado sobre su puerta, pequeño y de paja, que aporta al estilo playero y relajado.
Desde noviembre de 2021 la posada busca ser un refugio de serenidad, privacidad y relax, prestando especial atención al contacto de los huéspedes con la naturaleza. La vegetación abunda y hasta se cuela por algunas ventanas, dando la sensación de estar en la selva, alejados del ruido. “Tamarindo apunta a un público que busca tranquilidad y confort en una locación inmejorable, con fácil acceso a la playa y a los distintos atractivos del casco del pueblo”, comenta su gerenta, Fabiana Kanovich.
Sin duda el protagonista principal del alojamiento es el tamarindo, ubicado en plena galería que conduce a la piscina. De un tronco fino y curvilíneo, es una especie frutal y tropical. Ya se encontraba en el predio al momento de renovar la estructura de la posada. Se decidió entonces respetarlo y construir el piso de madera que recubre todo el espacio que rodea la piscina y las galerías que llevan a los distintos cuartos alrededor de él. Con el objetivo de fortalecer la presencia del verde, se plantaron más tamarindos en distintos puntos de la posada.
Foto: Lucía Durán
Básicamente, el sonido que se escucha en el lugar, después del viento y el mar, responde a la gran cantidad de pájaros que se escuchan desde todos los rincones.
Un recurso arquitectónico que identifica esta casa es la cantidad de escaleras que llevan a habitaciones en el segundo piso o al rooftop, desde donde se puede disfrutar de una vista 360° del pueblo salpicada por los tejados naranjas de las casas vecinas. Allí, un grupo de reposeras espera a los huéspedes para contemplar el atardecer o admirar la fuerza del océano desde la altura.
Los grandes amplios también caracterizan la posada, un rasgo que el arquitecto priorizó. “Mi arquitectura tiene que ver con la escala humana, con espacios de altura y volúmenes importantes”, explica Gentile. “Por un tema inmobiliario, al ser humano lo metieron a vivir en 2,6 m (...). Mis espacios generosos permiten que el ser humano se desarrolle con otros límites”.
Cada habitación tiene su propio living y está vestida con muebles de diseño contemporáneo, siempre dentro de la escala de los grises o blancos. A diferencia de la mayoría de las habitaciones, los dos apartamentos para cuatro personas cuentan con su propia kitchenette integrada.
El desayuno se sirve en la barbacoa, con vistas a la piscina, rodeada de reposeras, sombrillas y toallas disponibles. En el otro extremo del jardín se construyó una estufa a leña al aire libre y la acompañaron con varios livings para que los huéspedes puedan disfrutar de las noches frescas de verano bajo las estrellas.
