No recuerdo exactamente cuándo estrevisté a Ruben Rada por primera vez. Fue hace mucho tiempo, seguro más de 20 años. Después vinieron varias veces más, siempre distintas pero a la vez siempre iguales. Porque Rada es un músico sólido, pero sobre todo una persona entrañable. En las charlas con él suelen surgir historias y reflexiones sobre Opa, El Kinto, los hermanos Fattoruso, los Shakers y el candombe que le corre por las venas. Pero aparecen también las dificultades del exilio, la figura de su madre, el amor por sus hijos, las dificultades idiomáticas que a veces no son tales y “la plata” que no hizo o no supo cómo invertir.
Esta vez, la excusa para charlar con él —nota que Leonel García buscó insistentemente hasta conseguir— era una gira de 20 días y 15 shows por Japón con toda su banda, a los 78 años y después de casi dos años de pandemia. Finalmente el encuentro ocurrió la semana pasada, a la vuelta de semejante experiencia y habiendo superado dolores físicos, restricciones sanitarias y las primeras semanas del 2022. El resultado fue aún mejor de lo planificado.
Las anécdotas del músico sobre su aterrizaje en Tokio, sobre las palabras que aprendió para comunicarse con su público y la sensación de ver a los japoneses bailar sus temas sin poder cantar una palabra son geniales. Rada no habla subido a ningún podio. Lo hace con la capacidad de sorpresa propia de un niño. Y eso lo vuelve humanamente genial.
Más allá de la música, habla de la vida. Mantiene el mismo discurso que tiene hace 20 años, cuando sacó Quién va a cantar, aquel disco producido por Cachorro López que fue cuádruple platino y que le permitió quedarse a vivir con su familia en Uruguay, pese a que muchos —colegas y seguidores— lo tildaron de comercial. “Como todo artista, estaba cansado de sacar discos y no venderlos”, me dijo en una entrevista que publicamos en Galería en abril de 2001. En aquel momento tenía 57 años y algunos kilos más que antes, pero se lo notaba tranquilo y seguro con sus decisiones.
Ahora tiene 78 y aunque el cuerpo —“la carrocería”, como él lo llama— le recuerda el paso de los años, siente que tiene la mente joven para cantar y componer. Si fuera necesario, podría grabar un tema por día. Él dice que es por ansioso, otros le llamarán creatividad. A diferencia de otros músicos, Rada siempre se rodeó de gente joven y escapó a los purismos, dos cualidades que le permitieron seguir en la música pese a las crisis, las modas, las redes sociales, el streaming e incluso la pandemia. En su banda llegaron a estar sus tres hijos, Lucila, Matías y Julieta, algo que le resulta gratificante y difícil a la vez: “Acepto muy poco, porque soy un viejo testarudo. ‘Esperen, yo los traje acá, ¿ahora me van a querer explicar cómo son las cosas?’”. Sí, le explican, le sugieren y lo invitan a deconstruirse. Cuando le brotan los temas, es capaz de generar material para cuatro o cinco álbumes al año. En 2021, mientras muchos colegas no lograron componer, grabar o tocar, él presentó tres discos. Después de muchos años sin pantalla (hace tiempo ya condujo El teléfono en Canal 12 y participó en Gasoleros, en Argentina, con lo que se compró la casa propia), también vuelve a la televisión como coach en La voz, una de las apuestas de Canal 10.
Dicen que lo perfecto es enemigo de lo bueno, y eso Rada parece saberlo bien. Él hace, crea, cambia, festeja, se asusta, acierta y se equivoca. Solo por eso, ya es un ejemplo. No puede permitirse parar y tampoco quiere. En el camino surgen experiencias, intercambios, aprendizajes. Algunos son mejores que otros. Algunos son enriquecedores, otros no tanto. Algunos son dignos de repetición, otros para el olvido. En definitiva, sigue el show y sigue la vida.
