Este fin de semana hubo poca gente caminando por las calles de Colonia del Sacramento, una de las ciudades más turísticas de Uruguay. Los visitantes, mayoría de uruguayos por razones obvias, se veían sobre todo en los dos o tres puntos claves del casco histórico: la Puerta de la Ciudadela, el faro y la Calle de los Suspiros. Pero el telón de fondo era un recorrido con muchas menos opciones que las habituales. Los puestos de artesanías se contaban con los dedos de las manos, varios museos estaban cerrados temporalmente, muchas de las tiendas o restaurantes emblemáticos ya no existían y lo que más abundaba eran los carteles de "Se vende". Entre los pocos sobrevivientes de la pandemia se notaban las ganas de dar batalla. Lo mismo que entre los turistas, donde la voluntad de sentarse a tomar otro café, comprar un souvenir o hacer un posteo en redes sociales pasaba más por las ganas de contribuir que la de consumir o exponerse. En una esquina cercana al río, donde durante varias temporadas funcionó una chocolatería belga, una de las tumbitas del artista callejero Untonga resumía a la perfección la sensación que se respiraba en el ambiente. En medio del vidrio de la puerta y en amarillo, rodeada de polvo, pegatinas descoloridas y algún grafiti decía: "Volverá la magia".
En todo esto pensaba mientras editaba la nota que publicamos en este número sobre los nuevos escenarios que abre la pospandemia. Es un tema sobre el cual se ha escrito y hablado mucho en los últimos meses, con decenas de escenarios posibles -algunos incluso contradictorios- e infinitas especulaciones. Lo cierto es que si bien no es posible predecir con exactitud cómo va a ser la nueva vida, la historia da algunas pistas. Más de una vez se comparó este momento con la época que siguió a la Primera Guerra Mundial y a la pandemia de la gripe española, hace exactamente cien años. La diferencia esta vez fue, sobre todo, la rapidez con la que actuó la ciencia para lograr una vacuna y las posibilidades que dio la tecnología. Los efectos psicológicos y emocionales que está dejando a escala global esta crisis sanitaria, en cambio, no son tan distintos: desánimo, tristeza, angustia y miedo, por nombrar solo algunas.
En su libro Apollo's Arrow, el médico, sociólogo y catedrático de la Universidad de Yale Nicholas Christakis asegura que se vienen los locos años veinte del siglo XXI. Dice que la gente va a buscar las interacciones sociales, vaticina libertinaje sexual, derroche económico y una regresión de la fe religiosa. Como la pandemia no golpeó parejo a todo el mundo, Christakis dice que estos comportamientos comenzarán a verse a lo largo de 2021, pero que su punto más alto llegará en 2024, cuando la inmunidad frente al coronavirus sea global. Entrevistados para esta nota por María Inés Fiordelmondo, historiadores, psicólogos sociales y clínicos y filósofos uruguayos no fueron tan tajantes, aunque advierten que la gente está con ansias de disfrutar y vivir la vida.
Luis Gonçalvez Boggio, magíster en Psicología Clínica y autor del libro Trauma y pandemia, utiliza la expresión "modo supervivencia" para referirse a la forma en que vivimos durante la pandemia y hace explícita la necesidad de salir de ella. "Una vida sin placer ni disfrute, a largo plazo, se transforma en una lucha por sobrevivir", opina. Pero, además, durante este año y medio todos experimentamos la cercanía de la muerte de una manera seguramente inédita. Eso, sumado a la imposibilidad de acompañar de cerca, abrazar o besar, generó una sensación de impotencia desconocida al menos para la población actual. Las ganas de vivir, de hacer y de aprovechar, entonces, no solo son bienvenidas, sino que son esperables.
Y ahí es donde esta nota se cruza con las tres entrevistas a emprendedores gastronómicos que hizo Marcela Baruch y que son la tapa de esta edición: Guillermo Sosa, Nacho Gallo y Álvaro Russi. Cada uno en su especialidad, pero todos como integrantes de uno de los rubros más golpeados por la pandemia, sintieron ganas de hacer cosas diferentes, de encontrar su lugar más allá del rédito económico y de disfrutar su trabajo sobre todo desde el aporte que puede ser para la sociedad, o al menos para parte de ella. En su caso, la pandemia funcionó de freno y acelerador a la vez; se dispararon proyectos, se concretaron sueños, nacieron ideas impensadas. "Manejo las situaciones de crisis como puedo, pero siempre termino haciendo algo. Preciso encontrar desafíos, yo necesito una zanahoria", dice Sosa. Y ese espíritu se repite en las tres conversaciones, donde la lógica de la gastronomía parece haberse impregnado de las dinámicas de las startups.
Difícilmente la pandemia nos haya convertido en mejores personas, como especularon algunos, pero seguramente invitó -o empujó- a la reflexión. Se habla de buscar la felicidad, de valorar los vínculos, de un consumismo quizá exacerbado pero también más consciente. No hay una única opinión ni posibilidad, los escenarios son varios y dinámicos, pero todos tienen en común ser menos malos que la situación que vivimos hasta hoy. Tampoco se sabe si estamos al principio del fin o al final del principio. Pero ojalá tenga razón Untonga y la magia vuelva pronto.
