Desde que el término bullying fue acuñado, hace casi 30 años, ha sido muchas veces mal empleado y hasta trivializado, aplicándose erróneamente a situaciones de menor gravedad que lo que verdaderamente implica el acoso escolar. Con el tiempo los expertos han ido afinando el concepto. Hoy, Silvana Giachero, licenciada en Psicología y autora de los libros Manual de Mobbing-Una amenaza silenciosa y Bullying & Mobbing, lo define como “una dinámica perversa de abuso emocional repetitiva, sistemática y sostenida en el tiempo, que dispara un hostigador en términos genéricos, hombre o mujer, cuando un compañero de clase se convierte en una amenaza para él”.
Pero la ecuación no es tan simple ni polarizada, puesto que en la dinámica participan otros actores, además de la víctima y el agresor: están los que aprueban la situación y hasta la incentivan, y están los que no la aprueban pero por temor o falta de herramientas tampoco actúan para neutralizarla. A la larga, ambos terminan convirtiéndose en cómplices.
Según un informe para Unicef elaborado por los investigadores Santiago Brum y Carlos Noya —publicado en abril de 2021—, entre uno y tres alumnos de cada 10 que asisten a instituciones educativas en Uruguay sufrieron situaciones de acoso escolar. Cobra sentido entonces que el país ocupe el puesto número 14 entre los que tienen más bullying, según los datos que dio a conocer Unesco a mediados del año pàsado.
El acoso escolar es, en Uruguay, la causa de 19% de los suicidios o intentos de suicidio de menores, según estadísticas del Ministerio de Salud Pública que cita Giachero. Para el año 2025, estima la experta, si no se adoptan medidas preventivas el bullying podría provocar el suicidio de 850.000 niños en el mundo.
No hay tiempo que perder.
Mitos y verdades. Desde las primeras investigaciones sobre bullying, en los años 80, se han ido desterrando algunos mitos. Uno de ellos es que el bullying es una forma de discriminación. “Escuchamos todo el tiempo comentarios como ‘a mi hijo le hicieron bullying porque es gordito’, o ‘porque es el más traga’, ‘porque es el más bajito’, ‘porque no juega bien al fútbol’, ‘porque es gay”, dice Giachero, y aclara que esta asociación es un error. La experta sostiene que esta idea pone el foco y “la responsabilidad” en la víctima, y explica que esta conducta agresiva sistemática se dispara en el agresor cuando un par se vuelve una amenaza, ya sea por “celos, envidia o secretos a proteger”. “Lo que va a hacer el depredador entonces es buscar la vulnerabilidad en su víctima, y la vulnerabilidad la va a determinar el contexto. En un grupo de chicos a los que les gusta jugar al fútbol, si a la víctima seleccionada no le gusta va a utilizar esa vulnerabilidad para burlarse públicamente y generar lo que se llama el efecto mimético, que es que algunos se sumen a la burla por acción, riéndose, burlándose también; o por omisión, mirando y no haciendo nada”.
El psicólogo sueco Dan Olweus, uno de los primeros en estudiar el bullying y el inventor del término, confirma que si bien algunos alumnos mencionan características como “obesidad, color de piel o pelo, gafas” como posibles generadores de acoso escolar, la única “desviación externa” que diferenciaba en sus investigaciones a unos grupos de otros fue la fortaleza física: “Las víctimas eran más débiles físicamente que los niños en general”.
Para Giachero, sin embargo, la debilidad con que se suele identificar a los acosados es consecuencia y no causa del bullying; la baja autoestima del agredido sería la consecuencia de esas vivencias, que a menudo desencadenan en estrés postraumático. Cuando el hostigador consigue el beneplácito del grupo se instala la dinámica: “Ahí ya se genera el desequilibrio del poder, que es uno de los indicadores de bullying”. Ese poder se lo da el grupo, y cuanto más poder va teniendo el victimario, menos poder va teniendo la víctima y más vulnerable e indefenso queda.
Por eso, para diferenciar bullying de conflictos puntuales entre estudiantes, hace falta detectar tres variables, según detalla el informe de Unicef: tiene que haber un alumno que es agredido por uno o varios compañeros, tiene que estar expuesto a esas agresiones de forma repetida, y tiene que existir un desequilibrio de fuerzas.
El rol de bully puede asumirlo un varón o una mujer, con la distinción de que los primeros suelen agredir física o psicológicamente a varones y psicológicamente a mujeres mientras que las mujeres, en cambio, tienden a hostigar solo a otras mujeres, y optan por la violencia psicóloga o la exclusión social.
Pueden presentarse casos de acoso en cualquier etapa del ciclo estudiantil, pero el grueso se da entre los ocho y los 15 años; el pico se sitúa, según Giachero, a los ocho, y luego entre los 12 y los 15 años.
Víctimas y victimarios. Si bien las categorizaciones clásicas hablaban de una cierta tendencia de las víctimas a tener un perfil más ansioso e inseguro, con baja tolerancia a la frustración y baja autoestima, estudios recientes sostienen que esto no es necesariamente así. En cuanto al perfil del agresor, sí puede encontrarse, según Giachero, un patrón. “Al principio se hablaba de psicopatía; en realidad en la infancia no se puede hablar de psicopatía y en la adolescencia tampoco, porque no está en el diagnóstico en el manual de psiquiatría. Pero la psicopatía no aparece en la edad adulta por arte de magia; hay indicadores de un desarrollo psicopático que puede ser justamente la ausencia de miedo, el trastorno disocial —que es el trastorno antisocial, el chico que transgrede todo el tiempo y disfruta de transgredir—, el chico que miente todo el tiempo y disfruta de hacerlo, el que no siente culpa, la baja empatía, el trastorno oposicionista”.
Brum y Noya coinciden en que los agresores muestran “una mayor propensión a la agresividad, escaso control de impulsos, poca empatía y suelen presentar una opinión muy positiva de sí mismos”. En el informe, los investigadores citan a Olweus para explicar que “la actitud emotiva en los primeros años de vida, el grado de permisividad ante conductas agresivas, el uso de castigos físicos y los contextos emocionales violentos” pueden incidir en la incubación de estos impulsos agresivos. También citan al psiquiatra de niños y adolescentes uruguayo Ariel Gold, que afirma que “Ningún niño feliz es hostigador”. “El hostigador también es víctima y están presos de una forma de vincularse con el otro que está llena de carencias”, asegura. “La sobreprotección, descalificación, ineficiencia parental, de privaciones, sobrecarga de problemas de diversa índole y la exposición a las adversidades sin apoyo son un factor de vulnerabilidad”.
Indagando un poco en la motivación detrás de esta conducta agresiva podría encontrarse la búsqueda de poder y estatus a través de la desvalorización del otro.
La pandemia y el ciberbullying. El confinamiento que impuso la pandemia tuvo variados efectos en niños y adolescentes por las nuevas formas de aprender y de vincularse que trajo consigo. A un año de comenzada la pandemia, una investigación realizada por Giachero mostró varios escenarios que se dieron en un mismo contexto. Por un lado, “algunos niños que sufrían de bullying, al pasar a la casa se sintieron más protegidos y fortalecidos; eso les generó mucho alivio y, cuando tuvieron que volver al colegio, no querían. Otros niños que sufrían de bullying pasaron rápidamente a sufrir de cyberbullying, que es más destructivo todavía porque acompaña todo el día. Y lo que se generó, además, fue algo que nunca había visto: que el cyberbullying apareció solo, sin instancias previas de bullying en el centro de estudio”, dijo la especialista.
La encuesta en Kids Online Uruguay (realizada en 2018 por Unicef, Agesic, Plan Ceibal, Universidad Católica del Uruguay y Unesco) concluyó que el acoso escolar estaba repartido de manera similar entre el formato presencial y el virtual, con 13% de los encuestados maltratados cara a cara, 15% por un medio electrónico y 7% acosados en ambas modalidades.
Entre las formas más habituales de ciberacoso está el envío constante de mensajes desagradables a la víctima; echar a andar rumores o colgar en la red comentarios para dañar su reputación o sus amistades; asumir la identidad de la víctima, también en la red, con el mismo fin; compartir información o fotos privadas; excluirla deliberadamente del grupo. Según Giachero, una nueva moda, también pospandemia, es hacer capturas de pantalla de las clases por Zoom y armar stickers de la víctima para luego enviarlos a grupos de WhatsApp en los que, cada tanto, se la incluye para que sea testigo de las burlas, y se la elimina después.
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Según algunos colegios consultados por Galería, la agresividad se vio aumentada pospandemia. “Lo que vimos fue un aumento del enojo. Lo veías en los tiempos libres, en los patios; mucha más descarga física. El encierro y el no poder socializar fue todo un tema, porque los adolescentes necesitan tener cerca a sus pares, y si bien a veces se despliega lo negativo, también necesitan desplegar sus herramientas positivas, y no lo podían hacer”, explicó Allen Bottrill, psicólogo y director de Secundaria del Liceo Ivy Thomas.
Eliana Cortinas, psicóloga de la Escuela de Parque, observó también en el colegio un aumento de la conflictividad producto de la pandemia.
Consecuencias y estrategias. No solo es esencial en el desarrollo de niños y adolescentes el buen vínculo con sus pares, sino que un ambiente educativo armonioso aumenta la motivación, el compromiso con la escuela y el liceo y hasta el rendimiento. El informe de Unicef recoge datos que establecen un vínculo positivo entre “los puntajes de matemática en Terce (Tercer Estudio Regional Comparativo y Explicativo) y el clima de aula reportado por los docentes”, “así como entre los desempeños en el área de ciencias en PISA 2015 y las relaciones en el aula percibidas por los estudiantes”.
Pero esta, aunque importante, no es la consecuencia más grave. El bullying, además de ser una experiencia traumática para la víctima mientras la atraviesa, deja huellas a largo plazo y es predictora de conductas negativas. “Dos tercios de los niños que disparan las dinámicas de bullying se convierten en adictos antes de los 18 años, y el 64% se convierten en depredadores. O sea que hay un centro, un núcleo de violencia ahí”, expresó Giachero. Por otro lado está el daño a la víctima, que puede sufrir de estrés postraumático; “Es como si vos sufrieras todos los días una catástrofe, o un abuso sexual. Es un abuso emocional en una edad donde los vínculos son fundamentales. Además, este estrés postraumático genera cambios en la estructura del cerebro, sobre todo a nivel de razonamiento matemático y del lenguaje. Y en todo lo que tiene que ver con la valoración de sí mismo, la autoestima, el apego, la confianza”, agregó.
Brum y Noya sugieren también que “ser víctima o acosador en la escuela puede ser predictor de comportamientos antisociales en el futuro”, como “la violencia doméstica, la autoagresión, el tabaquismo y el alcoholismo”.
Entonces, ¿cómo se detiene este mecanismo tan extremadamente nocivo? Las campañas antibullying más efectivas no se enfocan en el binomio víctima-victimario, sino en los observadores, pues está comprobado que si el agresor no tiene quién se le sume, activa o pasivamente, no se genera ese proceso sostenido; la agresión queda en un hecho puntual y no tiene continuidad, que es precisamente lo que define al acoso.
“Las dinámicas de prevención deben orientarse a trabajar con este grupo en la escuela. Es necesario que el apoyo al acosador se transforme en empatía con el sufrimiento de la víctima”, escriben los expertos. “Las investigaciones coinciden en que las víctimas recurren especialmente a sus compañeros para hablar del tema. Por dicha razón, el trabajo de sensibilización y la participación estudiantil en la generación de estrategias deben estar entre las principales líneas en la búsqueda de soluciones”, añaden.
En eso se basa justamente el método KiVa (acrónimo de Contra el Bullying en finés), que Finlandia implementó en 2009 con muy buenos resultados: eliminó el acoso en 80% de las escuelas y lo redujo en el 20% restante. Tan exitoso ha sido que lo replicaron 20 países de Europa y más recientemente también algunos de Latinoamérica. Lo revolucionario del sistema es precisamente que incorpora a los testigos, dándoles herramientas para que sean capaces de intervenir y puedan así neutralizar el acoso. Según explicó a la BBC la psicopedagoga y encargada del programa en el Colegio Santa María de Salta, Argentina, Francisca Isasmendi, “cuando el grupo lo deja de apoyar y se queda solo, el acosador para”. Sin claque, no hay show.
Proyecto de ley y otras iniciativas. Debería haber una política de Estado, opina Giachero, quien aportó su granito de arena en 2016 cuando presentó un proyecto de ley orientado a la prevención, obligando a los centros de estudio a establecer protocolos de acción contra el bullying con un criterio común.
“Soy una convencida de que abordar el bullying científica y estratégicamente reduciría la violencia en un gran porcentaje en todas las áreas de la sociedad. Un niño que crece naturalizando la violencia, después va a naturalizar la violencia en cualquier vínculo. El tema tiene muchas aristas, muchas ramificaciones, y no hemos logrado que realmente se tome conciencia de su importancia”, asegura la experta, que opina que por esa complejidad intrínseca el tema encuentra cierta resistencia en particulares e instituciones; “Todos, de alguna manera, a lo largo de nuestras vidas hemos ejercido violencia psicológica, porque somos seres humanos, porque nos enojamos, porque es lo más común que hay insultar, agredir a alguien, aplicarle la ley del vacío. ¿Entonces, qué hace el bullying? Nos pone de cara frente a nuestra propia violencia”, sostiene.
Después de ser tratado en la Comisión de Educación y Cultura del Parlamento, el proyecto de ley fue archivado en marzo de 2020.
Ha habido otras iniciativas a nivel estatal, como la Ley 19.098, que se aprobó en 2013 y declaraba “de interés nacional la confección de un protocolo de prevención, detección e intervención respecto al maltrato físico, psicológico o social en los centros educativos de todo el país”, según cita el informe de Unicef. A partir de esa ley se elaboró en 2017 el Mapa de ruta de promoción de la convivencia para instituciones de educación media, un instrumento para prevenir y abordar este tipo de violencia. Y, en 2019, el MSP y el Sistema Nacional Integrado de Salud (SNIS) diseñaron un Protocolo para el abordaje de situaciones de maltrato a niños, niñas y adolescentes con el fin de orientar en el manejo de esta clase de situaciones en centros educativos. Pero todas estas iniciativas parecen ser insuficientes al faltar protocolos unificados para los centros educativos.
Giachero considera que los niños siguen siendo “los más olvidados en nuestra sociedad” en cuanto a la protección que se les ofrece frente a la violencia. “Fijate que un caso de abuso sexual contra una mujer, una adulta, toma estado público de una manera impresionante, y al mismo tiempo, como ha pasado, hay una denuncia de abuso sexual contra un niño y no toma ese estado público. Parece que no nos impacta de la misma manera. Es como si los niños estuvieran en una categoría inferior. Yo creo que nos tenemos que cuestionar mucho al respecto”.
Los centros educativos y el cambio cultural. Solo dos de cada 10 niños que sufre de bullying lo cuenta. ¿Por qué? Porque saben que después de hacerlo el problema podría, en vez de solucionarse, recrudecer. El gran desafío para centros educativos y familias es detectarlo, aun cuando no sea explícitamente denunciado.
Por el momento, las iniciativas para combatir el acoso escolar corren por cuenta de cada institución, que toma las medidas que considera más adecuadas. La Escuela del Parque trabaja específicamente en la prevención, según expresó Eliana Cortinas, una de las dos psicólogas que trabajan en el centro. “De esa manera no se instalan las situaciones, porque cuando hay algún conflicto o un indicio de que un niño se siente en desventaja frente a otro, siempre es algo que se conversa, que nos llega”, explicó. “No tenemos un plan de bullying, con ese título, como no tenemos un plan de valores, sino que es algo que se vive en lo cotidiano. Nos apoyamos mucho en los docentes, los docentes en nosotros, y educamos a los niños en tener mucha confianza en los adultos”.
El colegio, que se rige por la metodología natural integral, tiene “un abordaje del objeto de conocimiento en forma integral”, y en su filosofía está también trabajar con los niños “desde el afecto, desde la escucha”. “No tenemos notas hasta 5º año; tienen sus boletines pero solo con conceptos. Tratamos de no jerarquizar la competencia sino al revés, la cooperación. Me parece que eso también tiene mucho que ver”.
El Ivy Thomas, por su parte, implementó hace más de 20 años un espacio “de formación en valores” que lleva adelante un referente adulto: en Primaria el maestro o el psicólogo y en Secundario el adscripto de nivel. Funciona como una materia y, a los efectos del bullying, habilita un trabajo preventivo. “¿Esto quiere decir que no tenemos casos? No. Tenemos algunos casos, obviamente. Tenemos la pata más fuerte en la prevención, pero hemos tenido que trabajar sobre situaciones puntuales”, explicó Bottrill. “Esto es como en capas, una cosa es lo que uno ve y lo que uno puede prever, pero hay otras capas más profundas que a veces no las ves, por más ojo clínico o experiencia que tengas, y para eso tenés que tener un telar afectivo de adultos y que los estudiantes sepan que pueden hablar con ellos y confiar en ellos. Porque el chico hostigado, además de que viene muy golpeado en su autoestima, piensa: ‘Si le cuento a un adulto, esto va a ser peor’, y nosotros tenemos que hacer todo para que eso no suceda, para que se anime a pedir ayuda”.
Según el psicólogo, la solución no suele ser sacar del colegio al agresor ni al agredido. El trabajo es en cascada e incluye a la familia y en ocasiones a técnicos externos. “A veces de afuera puede parecer que no estás haciendo nada, pero estás empezando a mover (las piezas), porque vas rodeando el problema; a veces fortalecés a un líder positivo que hace de colchón y calma bastantes situaciones”.
La psicóloga Natalia Castelli, del Colegio y Liceo Juan Zorrilla de San Martín–Hermanos Maristas, explica que desde la institución saben “que en todo grupo existe una dinámica interna compuesta por roles y estatus”. “Es común ver cómo los observadores buscan preservar su autoestima y seguridad evadiendo involucrarse con el que recibe algún acoso. Ellos también se involucran pasivamente en lo que observan y algunas veces, afectados, buscan acercarse al coordinador de grupo o al Departamento Psicopedagógico a pedir ayuda. Es sabido que en el 50% de los casos, si los testigos expresan su intención de parar, este (el acoso) se corta”, expresó.
Y agrega Castelli: “Evitamos naturalizar las situaciones cotidianas de violencia, recordando la obligación de respetar y el derecho a ser respetado. Promovemos la comunicación entre todos los actores de la comunidad, incluidas las familias”. Además, el colegio cuenta con algunos test y protocolos para evaluar la hostilidad en cada grupo y las modalidades de relacionamiento cuando son asimétricas y llegan al destrato.
Según la experta en bullying Silvana Giachero, es importante que los padres se informen y le exijan al centro de estudios que aborde el tema, que haya un protocolo, charlas con los padres, personal formado en la materia. “Si a mi hijo no le está pasando (ser víctima o agresor), igual bullying hay, porque hay en todos los centros educativos. Mi hijo lo está viendo, y ¿qué está aprendiendo? Está aprendiendo a no ser solidario”, sostiene.
Además, de acuerdo a estudios que citan Brum y Noya, “la presencia de calidad de los padres en la vida de los hijos es un factor de protección ante las situaciones de vulneración frente al conflicto escolar”.
Giachero hace énfasis en el concepto de que cerebro, mente y psiquis son la misma cosa: “Si no cuidás tu psiquis, se ve afectado tu cerebro también”. “Si mi hijo va al centro de estudio a aprender, ese aprendizaje está directamente vinculado a cuidar su psiquis también, y cuidar su psiquis no es hacer charlas de coaching, de liderazgo o de habilidades. No, es cuidar su psiquis como se cuida su cuerpo; que no la golpeen, que no la lastimen”.
