La complicidad reina en la conversación. Al empezar la videollamada por Skype, Agustín Casanova y Petru Valenski se ríen, bromean y comparten anécdotas en común. El músico y actor de 26 años y el comediante de 61 están separados por una pantalla, aislados cada uno en su casa para evitar la propagación del coronavirus. Uno vive en Buenos Aires (donde rige la cuarentena obligatoria) y el otro en Montevideo, pero la distancia de 500 kilómetros parece acortarse cuando se prende el micrófono. Aunque sea por una hora, la pandemia queda suplantada por los recuerdos de la adolescencia, las noches en vela por desamores, los nervios de las giras y por las risas que provoca cómo han cambiado las cosas.
Petru creció en el Uruguay de los años 70, sufrió la partida de sus padres durante la dictadura y se consolidó en el teatro con su papel en ¿Quién le teme a Italia Fausta? Allí se ganó la simpatía de los uruguayos, que agotaban sus funciones durante los 15 años que estuvo en cartel (la obra teatral con mayor éxito en la historia del país con más de 300.000 espectadores y la de mayor permanencia ininterrumpida), y que hoy siguen disfrutando de sus personajes en el programa de la mañana de Canal 10.
Agustín Casanova creció en el Uruguay de los videoclubs y de las computadoras. Era un niño cuando aparecieron los primeros celulares, y es producto del éxito de las redes sociales. Se hizo conocido por ser la voz de Márama, una banda de cumbia pop formada en 2014 que rompió récords en el Río de la Plata. Debutó como actor en la telenovela argentina Simona y estuvo en el teatro en Buenos Aires con Aladín. Tras la disolución de la banda en 2018, comenzó una carrera solista y será jurado de la versión uruguaya del programa Got Talent, uno de los estrenos previstos para este año de Canal 10. Ambos tienen perfiles diferentes pero el repaso de sus vidas sirve como hoja de ruta para ver cuánto cambió la cultura dentro y fuera de los escenarios.
¿Por qué entraron al mundo de los escenarios? ¿Qué los fascinó de esta industria?
Petru Valenski: A mí, toda la vida me gustó hacer personajes. Yo crecí en otra época, con otro Uruguay y una sociedad completamente distinta, pero tuve el apoyo incondicional de mi familia. Ellos me dejaban hacer lo que quisiera. Piensen que tengo más de 60 años y hacer lo que uno quería o mostrarse como uno quería, era difícil. Mis padres me dieron para adelante en lo artístico y lo profesional. También tuve la suerte de que hace muchos años, por el 78, me conoció Omar Varela y me ofreció hacer la consagrada Italia Fausta.
Agustín Casanova: Claro, yo soy de una época distinta y lo mío fue decisión propia. Me acuerdo de que trabajaba en una cerrajería y siempre le decía jodiendo a mi jefe que iba a ser cantante. Un día me aburrí y dije: "Bueno, voy a hacerlo. Si la vida es una sola, hay que aprovechar". Ahí tuve un punto de quiebre, dejé todo y me dediqué a cantar. Pero ni a palos planeaba que iba a pasar todo esto. Yo tenía la idea de ser músico callejero. Después funcionó y tuve el apoyo de mi familia. Antes, y sobre todo en la música, era distinto porque la discográfica decidía si tenías éxito o no. Ahora es la gente la que decide. Si vos tenés éxito en las redes sociales y en YouTube, es la discográfica la que te viene a buscar. Yo empecé a hacerme conocido porque a la gente le pintó. La época cambió y permitió que el talento de cada uno se globalice mucho más; te puede ver gente en China y admirar tu trabajo.
¿Se siguen en las redes sociales?
PV: Yo lo único que tengo es Instagram porque no me llevo mucho por las redes. Por ese medio me mandan mensajes y estamos en contacto, pero nunca tuve, por ejemplo, Facebook. Sé que hay unos rondando por ahí con mi nombre. Sí sigo en Instagram a Agustín y me encanta lo que sube.
¿Qué te gusta de lo que sube?
PV: De todo. Las fotos, grabaciones de Got Talent y las cosas de su vida personal. Mirá, si seremos un pueblo chico que yo hice un espectáculo fantástico de café concert con Fabián (Silva Rozman), un músico que trabaja con él, conoció a Agustín cuando era niño. Me acuerdo que fui a hacer un espectáculo a su casa y al papá (sus padres son unos divinos) lo conocí en su trabajo. Nos conocemos entre todos. Y en casa también tengo un duende, algo que comparto con Agustín, que sé que le encantan.
¿Duendes? ¿Qué significan?
(Agustín da vuelta la cámara del celular y camina del living a la azotea para mostrar su balcón. Está lleno de macetas con duendes, de distintos tamaños que cuelgan a los costados).
AC: Los duendes son entidades espirituales que vibran a una frecuencia distinta a la nuestra, pero que para mí estaban antes que nosotros en el mundo. Lo que hacen es cuidar las plantas y a la Madre Tierra. Son protectores de ataques más oscuros: si recibís uno, ellos te protegen. Es muy loco ver cómo a los duendes se les empiezan a derretir la cara y las manos. Es medio creepy, pero es real.
PV: Yo tengo una anécdota, que la saben en el canal y es impresionante. Yo vivo solo y un día se prendió el aparato de la música. Eran las 6 menos 10 de la mañana y la canción decía: "A las 6 menos 10 te encontraré en el cielo". Yo no lo podía creer. Me levanté pensando que había alguien en la casa. Y cuando llegué al canal, fui a maquillarme y me dijeron que tenía un duende que me protegía. Son señales. Me dijeron que lo cuidara.
¿Qué conexión tienen con la espiritualidad?
PV: Yo creo muchísimo y me siento protegido.
AC: A mí me pasó que mis padres son muy buenos en lo que se relaciona con la espiritualidad, pero yo lo agarré un poco solo. Antes de leer y entender más, pensaba que mis viejos estaban relocos. Los veía sentados meditando en el cuarto y los respetaba, pero como buen adolescente creía que me las sabía todas. Cuando me pasó lo de Márama entré en una especie no sé si de locura, pero que me afectó mucho. Yo entendía que la felicidad estaba en cumplir tus sueños y cuando los cumplí, me di cuenta de que al final no era lo que quería, me sentía vacío. Ahí dije: "Si me estoy sintiendo mal, debe ser por otro lugar". Y me involucré en el descubrimiento de mí mismo. Encontré un mundo casi en paralelo y, cuando empecé a leer, me di cuenta de que mis papás estaban muy zarpados.
Los dos crecieron en épocas diferentes. ¿Cómo vivieron las tardes de su infancia?
PV: En la mía ni celulares había (risas).
AC: Mi niñez y mi adolescencia fueron muy lindas. Yo agarré el inicio de los celulares y el C115 era la revolución del momento. Mi niñez fue más en la calle, pero mi adolescencia estuvo muy tranquila. Fui a un colegio lindo y tuve buenos amigos. Ahí también viví mi primer amor, tuve mi primera novia y estaba superenamorado. Descubrí lo que era enamorarme. Esa fue de las cosas que más me gustó y más me marcó. En el colegio y el liceo me iba bien, aunque era bastante charlatán. Siempre fui muy fanático de los juegos de computadora. Fue una época crucial, también, en cuanto a elegir los amigos que hoy me acompañan; estaba el lado de los populares y el de los que jugaban a la computadora, yo opté por el segundo.
PV: La mía fue feliz. Tuve una adolescencia impresionante, pese a haberla pasado en épocas difíciles por la dictadura. Ahí también viví mi primer noviazgo con convivencia incluida. Mirá si seré adelantado (risas), porque permitirme convivir siendo adolescente y en esa época que era impensable... Fue fantástico. Mis compañeros también fueron el placer de mi vida; una de ellas fue María Inés Obaldía. Nos sentábamos juntos en la clase y que la vida nos juntara durante tantos años es hermoso. La viviría mil veces.

¿Qué penitencias les ponían sus padres?
AC: Me apagaban Internet (risas).
PV: "Te vas al cuarto", me decían.
¿Se acuerdan cómo se le declararon a su primer amor?
AC: Sí, y no sabés lo que me costó: cero bola me dio durante muchos meses. Me hizo pasarla mal porque me ignoraba y me costó muchísimo (risas). Yo hacía planes para encontrarme con ella; me iba al colegio, aunque no tenía nada que hacer y le decía: "Qué hacés, qué casualidad". Me fui haciendo amigo y después le dije que me gustaba, pero ella me dijo que no. Ahí seguí luchando con respeto, obvio, y nos enganchamos. Estuvimos como tres años juntos. Pasé toda la adolescencia con ella.
PV: Qué bárbaro. Mi primer amor fue un compañero de clase. Nuestra característica era que de primero a cuarto año éramos los mismos compañeros; en Preparatorio algunos se fueron a otros colegios, pero la mayoría siguió junta. Siempre competimos para ver quién tenía la mejor nota y estudiábamos más por competencia que por otra cosa. La pasábamos increíble. Hacíamos fiestas todos los fines de semana.
¿Cómo las organizaban? Estaban prohibidas.
PV: En aquella época no se podía hacer fiestas, pero las hacíamos a escondidas en las casas. Nos pasábamos la voz: decíamos que había que estar a tal hora en la casa de fulano y allá íbamos. Si venía una razia, rajábamos para la azotea o a la casa de algún vecino y ahí nos escondíamos. El sabor de ese peligro era interesante. Te cuento que ya en esa época hacíamos sketches impresionantes.
¿Han escrito muchas cartas de amor?
AC: Cartas y poemas.
PV: Nosotros comprábamos tarjetas con dibujos, ositos, pavaditas, que decían cosas.
AC: Le poníamos perfumes...
PV: Sí, también (risas). Con algodón le poníamos perfume y las regalábamos.
AC: A mí me gustaba escribir cartas y poemas. En la escuela les escribía muchos poemas a mis enamoradas. Es algo que me gusta. Ya no lo hago, pero lo podría hacer.
PV: Los dos fuimos a colegio católico si no me equivoco, ¿no?
AC: Yo fui hasta primero a colegio de monjas, después fui a escuela pública y liceo privado.
PV: Cuántos recuerdos. Me acuerdo de que llegaba el fin de semana y nos daban plata para ir al Maracaná, el Maturana; íbamos al cine o al teatro siempre. Después volvía a casa y me iba al altillo al que nadie entraba porque era mi lugar. Ahí inventaba personajes y soñaba mucho. La televisión empezaba a las cuatro y media y veíamos las películas argentinas de Canal 10. Con eso nos retroalimentábamos para hacer cosas.
AC: Yo siempre fui tremendo loco por el cine y las series. No me pasó tanto con el teatro; es más, la primera vez que fui, fue en Argentina y a los 23 años. El año pasado hice la obra de teatro Aladín y cuando llegué y les dije que había ido dos veces, todo el elenco me miró sin poder creerlo. En Uruguay, la cultura del teatro es muy distinta. Acá, en Argentina, los muchachos de 16 años se juntan y van al teatro, pero allá nunca me pasó que mis amigos me dijeran para ir. Es una lástima porque el teatro es hermoso. La primera obra que vi fue Peter Pan con Ángela Torres y no podía creer lo que estaban montando. Tiene una magia que es recontra única y me da lástima que no sea tan fuerte como acá.
¿Alquilabas películas en vez de ir al teatro?
AC: Sí, me acuerdo de ir al video a alquilar una película con una presión psicológica regrande por si no llegaba a devolverla o si no elegía una buena. Yo, por ejemplo, me sabía los diálogos de El rey León. La vi tantas veces. Para almorzar necesitaba que mamá me pusiera esa película y todo lo que iban a decir lo iba repitiendo. Claro, ahora es distinto. Antes tenías un VHS y todos miraban la misma película. Con los medios que tenemos en este momento, siempre se puede elegir algo que nadie haya visto. Aunque la emoción de que llegara una película nueva al videoclub no se compara. Y me acuerdo de ir a alquilar una película y que me dijeran que estaba alquilada, que volviera al otro día, y de volver al otro día y que te dijeran que todavía no la habían devuelto.
PV: Es verdad. Te daba una bronca (risas). Yo me acostumbré a Netflix.
¿Se acuerdan de sus primeras giras?
AC: El primer toque fue en un boliche y había tres chicas bailando, los demás estaban quietos. Después fue creciendo y la primera gira que tuvimos en Argentina fue muy loca. Nosotros veníamos tocando para 600 personas y de repente vamos a Orfeo en Córdoba. Cuando llegamos, vemos a mucha gente y decimos: "Pah, qué cantidad de personas que hay". Llegamos al camarín y la puerta estaba ploteada con nuestra cara. Nos pareció raro así que preguntamos cuánta gente había en el boliche y nos dijeron que las entradas las había vendido por nosotros. La gente no iba a bailar, venía por nosotros, y había como 6.000 personas afuera. Era el primer día, la primera gira, el primer lugar adonde íbamos. Yo arranqué a temblar de una forma... Nos sentamos en el piso para ver el orden de las canciones porque no lo habíamos organizado. Fue una locura y tenía un miedo...

¿Cómo manejan el miedo o la presión sobre el escenario? ¿Lo siguen sintiendo?
AC: Ahora no me provoca mucho nervio subirme al escenario. Lo siento como una casa, me siento cómodo cuando salgo y no cuando estoy atrás del escenario. Las cosas que sucedan las sé manejar. Hay mucha gente que me dice que si ya no siento miedo, estoy perdiendo algo, pero no lo veo así, al revés, lo disfruto de una manera distinta. Antes me dolía la cabeza, se me secaba la boca y transpiraba. No la pasaba bien. Ahora no me quiero bajar.
PV: Para mí los estrenos son terribles (risas). Antes de salir siempre digo: "¿Para qué me habré metido en esto?". Los días previos soñás con que te olvidás de la letra, te vienen mil dudas y estás nervioso. Pero estrenar es mágico. Salís al escenario y en esa hora desaparece todo.
AC: También es distinto el teatro a la música. Yo siento que en el teatro tenés que acordarte de la letra y tiene un ritmo que sí te da miedo. A mí me pasó cuando hice Aladín. En un show, ya sabés lo que la gente va a ver, qué esperar. Para mí siempre es lo mismo porque sé que voy a subir y pasarla bien. En el teatro te da nervios hasta después de haber estrenado.
PV: A mí me pasó de olvidarme la letra de una canción en plenomusical. Fue terrible porque tuve que inventar la letra y quedó. Para mejor era una canción de los nazis y era un momento terrible del espectáculo. Creo que solo uno o dos se dieron cuenta.
AC: Yo cada vez que me equivoco, lo expreso en el escenario. La gente también entiende si desafino, si no me sale, si me caigo. Soy humano y eso lo admiro en otros. Nunca juzgo a un cantante si desafina o a un bailarín si se equivoca. El cuerpo nos puede fallar. Es parte de mi show expresar lo que siento. A veces los músicos quedan un poco de cara, pero ahí está la magia: en que el show sea espontáneo.
¿Te costó perdonarte esos errores?
AC: En el escenario era muy exigente conmigo mismo y eso me prohibió disfrutar muchos shows. Si el micrófono no funcionaba, ya me arruinaba. Después entendí que la gente conecta de una manera energética distinta, y aprendí a aceptarlo todo. En cuanto a mi carrera artística, cometí muchísimos errores por inexperiencia y por la sed del éxito: te pintan un color y vas para ahí, pero después te das cuenta de que podía ser un futuro oscuro. Creo que lo manejé de una manera errónea, ¿no? Pero lo logré solucionar bien y mantuve la calma. Maduré y no me dejo pasar por arriba. Antes decía a todo que sí y ahora ya no. Tampoco la parte económica me domina; en el pasado, quizás, por miedo a perder el dinero o por no tener, hacía lo que me pedían.
PV: La presión al principio es jodida, pero después la prioridad son los valores.
¿A quién le pedís consejos, Petru?
PV: Yo estoy solo, pero tengo muy buenos amigos y me apoyo en ellos. Con los años también vas tomando experiencia y sabés por cuáles carriles moverte en este ambiente donde nada es seguro y tenés que moverte con cierto aplomo. No es porque esté Agustín ahí, pero yo admiro mucho la capacidad que ha tenido para profesionalizarse. El apoyo de sus viejos es un placer y lo hemos visto todos.
AC: Sí, papá y mamá son una parte especial, pero mis hermanas también. Ellas son las primeras en decirme que algo está mal y confío 100%. Me conocen más que nadie y pueden ver una cosa que quizás yo no veo. No te olvides de que cuando uno empieza a tener éxito, las luces te marean, es la realidad. En un momento tu ego te domina y eso es un error. Ahí viene tu hermana y te dice que no sos un genio.
Tú vivís solo desde que tenés 20 años, Petru. ¿Cómo seguiste la relación con tu familia cuando se fueron al exterior?
PV: Iba a la operadora y le decía que quería hablar con Asunción. Podía tener una demora de 45 minutos o una hora. Ahí te quedabas al lado del teléfono esperando a que te llamara la operadora. Parece el Paleolítico pero era así. Lo mismo pasaba cuando me quería comunicar con el campo, en Florida: me quedaba sentado leyendo al lado del teléfono. Así me comunicaba con mis padres.
AC: Y lo que era, salía...
PV: Era salado también, no podías hablar todos los días. Lo que ha avanzado la humanidad es increíble. También es impensable que no se pueda parar ya la pandemia y la locura por el coronavirus. La vida es un aprendizaje y yo incluso a esta pandemia la tomo como un aprendizaje. No pregunto por qué pasa esto sino para qué. Creo que dentro de todo lo malo, tenemos que sacar algo bueno. Me llevo muy bien con la soledad.
¿Cómo llevás el encierro por la cuarentena obligatoria en Buenos Aires, Agustín?
AC: Lo vivo bastante bien porque soy ermitaño. Estoy acostumbrado a pasar todo el día solo, porque vivo solo acá en Argentina y mis amigos están a 40 kilómetros. Vivo con los duendes (risas). Hago lo mismo que siempre: me levanto, cocino, hago el mate, trabajo con la computadora y grabo cosas. No la sufro mucho, pero sí entiendo que es una enseñanza para el mundo. Es triste que tenga que haber una catástrofe para aprender a ser más solidario y dar un respiro climático. También sé que hay mucha gente que la está pasando mal. Creo que va a ser un reseteo mundial.
Mientras Agustín Casanova termina de contar, con mate de por medio, cómo está viviendo la pandemia desde su apartamento en Buenos Aires, Petru Valenski lo interrumpe, se disculpa por tener que marcharse a otro compromiso y se despide con un "cuídense". Pero su imagen queda por varios minutos en la pantalla del Skype porque no sabe cómo irse. "Tenés que apretar el botón rojo", le dice Agustín. Los dos se ríen y la imagen desaparece.
Ping pong:
¿qué prefieren?
¿La vida en la década del 2000 o la ansiedad del presente?
PV: El ritmo de la vida de antes.
AC: El presente. Yo del 2000 ni me acuerdo (risas).
¿Extrañarse cuando solo existía el teléfono de línea o en tiempos de redes sociales?
PV: Ahora.
AC: Antes. No me gusta estar 100% disponible y tener que estar siempre con el teléfono. Si no contestás, te preguntan por qué no contestás. Es demasiado.
¿Vivir hasta los 85 años con mal wifi o llegar a los 80 con una buena conexión?
AC: Hasta los 80 con buena conexión. Yo soy adicto a jugar a la computadora y si tengo mala conexión, me saca (risas).
PV: Sí, yo también (risas).
¿Un clásico del cine o la última película de superhéroes?
PV: Un clásico, seguro.
AC: Clásico del cine como León, el perfecto asesino.
¿Estudiar en libros o por Internet?
PV: Internet si es necesario, no más. Yo elijo los libros, tengo miles.
AC: Si el libro cumple con los requisitos, prefiero el libro. Pero sé que en Internet hay mucha información que en papel no está. Mis libros son increíbles; no tengo ni una novela, son todos espirituales. Ahora me quise sentar a leer una novela y no tengo nada (risas). Son de meditación, ángeles...
PV: Yo soy de meditar todos los días. Cuando me despierto, medito de 10 a 20 minutos. Me hace mucho bien.
AC: Te recomiendo hacer un baño de inmersión. Llenás la bañera de sal y no sabés cómo filtra.
