Como representante de la Unión Europea (UE), ¿cuál es el desafío de estar al frente de los intereses de 27 países? La verdad que en mis 26 años de carrera el multiculturalismo se siente más en Bruselas que en el exterior. Cuando trabajamos afuera nuestra tarea principal es la de alimentar la unidad de Europa. Aquí, por ejemplo, con los ocho embajadores residentes y con los 14 concurrentes en Buenos Aires coordinamos y organizamos información y actividades en todos los niveles: político, comercial, cultural, consular.
¿Cuáles son las prioridades de su trabajo con Uruguay? Tener un relacionamiento basado en intereses compartidos, ya sabemos y lo vimos ahora con la invasión de Rusia a Ucrania, estamos viendo los valores que nos unen. Desde el punto de vista de Europa nosotros miramos a América Latina, a Asia, a África. Y América es el continente que más compartió la posición de Europa occidental sobre la invasión a Ucrania y, dentro de América, con Uruguay tenemos los mismos valores, lazos de sangre profundos y vemos el mundo de la misma forma. ¿Qué quiere ser Europa para el continente? Un socio confiable que puede aconsejar. Y Uruguay, ¿qué le pide a la UE? El conocimiento de cómo traducir el diagnóstico de la realidad en temas de medioambiente, agricultura y ganadería sostenible, lucha contra el crimen, droga o digitalización.
¿Qué diferencia hay entre un embajador de la Unión Europea y uno de un país en particular? En que nosotros nunca volvemos a nuestro país de origen. Después de cada destino regresamos a Bruselas y, en mi caso, nunca volví a ningún país en el que trabajé (Ucrania, Moldavia y Paraguay) salvo a Croacia. En vacaciones vamos a Italia para ver a la familia y porque quiero que mi hijo conozca su país. Lorenzo tiene 13 años y nunca vivió en Italia.
¿Qué quiere transmitirle a Lorenzo? Me gustaría que él tenga un mínimo de sentimiento nacional, de sentimiento de pertenencia. Lorenzo crece hinchando por Italia, se pone la camiseta y ser italiano lo distingue frente a sus amigos. Es el único que puede explicar cómo se cocina la pasta, por ejemplo. Con el asado no nos metemos, pero la pasta tiene que estar muy al dente porque desde el agua al plato se sigue cocinando por unos minutos.
¿En casa usted cocina? Yo no, solía cocinar cuando vivía solo, pero ahora estoy en inferioridad frente a mi esposa Zaira, ella adora cocinar especialmente pescado y pasta, con las salsas que es lo que cuenta en verdad. La cocina es su reino.
¿Cómo se conocieron? Fue raro, nos encontramos en un curso estival de húngaro. Éramos como 100 personas de todo el mundo y la vi sola sentada en una mesa afuera tomando una cerveza. Me acerqué a hablarle y así empezamos. Después volví a Bruselas y ella a su ciudad, Pompeya; al año siguiente nos mudamos a Kiev, Ucrania, y en 2008 nos casamos.
¿Cuántos idiomas sabe? Corrientemente uso italiano, inglés, francés y español pero estudié alemán, ruso, húngaro, griego antiguo, latín, croata y rumano cuando vivía en Moldavia, no lo hablo pero lo leo.
Después de haber vivido en Kiev, ¿qué siente cuando ve la invasión de Rusia? Pasaron 16 años desde que dejamos Kiev, pero es difícil ver que llegan misiles a lugares donde tomábamos café o salíamos con amigos. Después de la guerra mundial pensé que todos habíamos entendido que hay otra manera de resolver los conflictos.
Con su abuelo, padre y hermano médicos, ¿nunca pensó en seguir la tradición? La verdad que no, lo que sí me pasaron fue el gusto por la ciencia y además cuando hay que resolver problemas médicos en casa yo sé muchas cosas. Ellos son cirujanos, entonces salvo temas urgentes a mí no me daban mucha importancia. Me acuerdo que cuando me rompí un dedo mi padre no me llevó a urgencias, solo me dijo: “Ponte eso y ya está”.
Con su hermano mayor jugaban al fútbol. ¿De qué equipo es hincha? De chicos dentro de nuestro departamento en Pavía jugábamos al ping pong con libros de tapa dura como raquetas y en el patio interno al fútbol. En esta familia ahora hay peleas constantes porque yo soy de la Juve y mi esposa es del Nápoles. Mi jugador favorito es Paolo Montero, que jugó en la Juve como (Marcelo) Zalayeta y (Fabián) O’Neill, pero Montero fue el mejor, quisiera conocerlo pero todavía no he podido. Ahora estamos de luto porque Italia no clasificó al Mundial, pero como embajador de la UE tengo siete, ocho países más para hinchar, además de Uruguay, por supuesto. Tengo la celeste, la camiseta de Suárez, aunque mi esposa prefiere a Cavani.
Pero en este hogar prevalece el básquetbol, en la puerta hay un tablero tamaño real. Sí, el básquet es el deporte de mi hijo, juega en el Club Malvín. Cuando llegamos a Uruguay busqué los clubes en los que pudiera competir de forma seria y los puse en Google Maps para ver cuál estaba más cerca. Lorenzo adora Malvín.
¿Van a verlo? Nunca nos perdemos un partido y Lorenzo me pide que lo filme para después analizarlo juntos. A mí me gusta Malvín porque es un club de barrio y nuestro hijo, como los hijos de diplomáticos, crecen en un entorno que no es la vida real. Yo, como mis amigos y los premios Nobel italianos, fuimos a la escuela pública y al hospital público. Entonces eso compensa y le da sentido de realidad.