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Un día, todos los días, hoy

Padres de las mujeres del futuro

La sociedad cambió y con ella la forma de ejercer la paternidad; en el caso de criar niñas, la sobreprotección dio lugar al empoderamiento y la igualdad.

07.07.2022 07:00

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2022-07-07T07:00:00
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Por Leonel García

Toda la vida se dijo que las nenas son de papá, criolla definición del complejo de Electra, revés del de Edipo, propuesto por el psicoanalista suizo Carl Jung hace 110 años. La filosofía de estaño afirmaba que los padres preferían sin embargo al hijo varón, para llevarlo al fútbol, para hacerlo hincha de su mismo cuadro, para perpetuar el apellido o para proyectar en él sus sueños (o frustraciones). La Universidad de la Calle, que no se sabía ni se sabe aún qué título brinda, delegaba empero todas las tareas de crianza en la madre, culpas y responsabilidades incluidas. El padre, título nobiliario que equivalía al de jefe de familia, porque por algo existe la locución latina pater familias, solo intervenía para poner orden, en algunos casos a cintazo limpio.

Casi todo este párrafo destila un anacronismo extremo. Sin embargo, estos formatos de familia todavía viven y luchan. “Existen menos pero todavía existen”, asegura a Galería la psiquiatra infantil y escritora Natalia Trenchi. “Todavía hay hombres y mujeres apegados a los roles tradicionales, ellos delegando la crianza y ellas acaparándola. Romper ese modelo ha enriquecido en primer lugar a los niños”.

Para esta experta, el quiebre “no solo es más justo” sino que le ha brindado o devuelto al hombre “la posibilidad de ejercer un rol tan gratificante como el de ser padre, y de contactar cercana y profundamente con sus hijos”. Para ella, solo puede dar “mucha pena” pensar en las generaciones anteriores que se han perdido esa oportunidad.

La tarea de ser padre, entonces, está cambiando para todos. Pero en estos tiempos de combate al patriarcado y al techo de cristal, de nuevas identidades sexuales, de cuotas y de inclusividad, a la hora de criar niñas el salto parece ser aún mayor. De la misma forma que hoy regalarle a la esposa/novia/compañera de vida un mantel de cocina, un utensilio de cocina o la mismísima cocina ya puede ser causal de divorcio, reducir el universo de las nenas a las cocinitas, muñecas o castillos huele a formol.

Y no es solo el tema de los juegos. El padre de la nena, al menos en su visión más “tradicional” (por llamarla de alguna manera), solía sobreprotegerla y tratar de solucionarle la vida hasta el momento mismo en que ella se iba de casa… para que supuestamente la protegiera otro hombre (faltaba más) ahora llamado marido. Al varón —que no podía llorar, a lo sumo escribir un tango— se lo solía largar antes a la calle para que se hiciera “macho”. No hace falta ningún estudio sociológico para determinar quién quedaba mejor parado para enfrentar los vaivenes de la vida.

“Unas generaciones atrás a las niñas las formaban como futuras esposas y madres exclusivamente. Actualmente, pocos dudan en darles también a las niñas las herramientas necesarias para que sean personas independientes en el futuro. Las diferencias en los roles de género eran mucho más marcadas. Las niñas de mi generación teníamos prohibidas actividades consideradas masculinas, como el fútbol, y a los varones más les valía ni acercarse a ser un poco sensibles si no querían ser castigados socialmente por ‘mariquitas’”, cuenta Trenchi.

Con esa premisa, Galería convocó a varios padres de niñas a que cuenten cómo los desafían estos tiempos, qué aprenden de ellos y qué aprenden de ellas. Más allá de miedos y alegrías, de aciertos y errores, hay en ellos —y en el autor de estas líneas, el padre de una niña que debió aprender de golpe sobre dinosaurios, Sam & Cat, verduras salteadas, K-Pop y todas las tirolesas que hay en el país— una coincidencia total: que ellas sean felices como ellas decidan serlo.

El reflejo en una canción. “Cuando se rían de ella por no actuar igual que otra gente,/ por pensar diferente y ser abierta de mente,/ y ellos desprecien lo que ella valora, / la nena los ignora, la nena no llora”. Para No llora, de 2014, el cantante, compositor y guitarrista del Cuarteto de Nos Roberto Musso (59) pensó en su hija Federica (11), que entonces tenía dos años. “La vi y supe que iba a ser una inspiración. Y ahora, que la veo en retrospectiva, la canción se transformó en un punto muy alto, que sale de lo común en las giras y que emociona en los recitales ver tanta gente cantándola”.

Esa canción, le han dicho, conmueve especialmente a dos segmentos de su público. “Uno es a los padres de nenas, que los sensibiliza particularmente. Y otro es a las mujeres de mi generación, que se ven reflejadas en la letra. Algunas también me dicen que les hubiera gustado que sus padres les hubiesen cantado algo así”.

Padre famoso, cuando Federica era recién nacida salió en la producción de una revista, con su hija rodeada de muñecos de peluche. Hoy su afición por los macaquitos ha sido sustituida por el desvelo musical de la pequeña, que lejos de ser el Cuarteto es el pop surcoreano. “¡Sobre todo con las bandas femeninas! Ahora está con Black Pink, Twice, y se cuelga con todas las series coreanas, que son un mundo aparte”. Hace un tiempo, recuerda, le preguntó si él había escrito Me agarré el pitito con el cierre, un clásico de la banda del ya lejano 1994. “Se ve que el padre de algún compañerito le dijo algo. Le dije que sí y quedó por esa”, (ríe). Lo que ella más conoce y disfruta es el material nuevo.

Roberto tiene una hermana menor, única referencia a la hora de comparar diferencias generacionales. “Seguramente yo te diga que en casa no fuimos criados distintos pero ella te contestaría que sí (risas). Sí te digo que yo compartía mis juegos con mi hermano Riki (exintegrante del Cuarteto) y ella se quedaba por fuera, ya sea por la pelota o por la música. Como padre, solo te puedo hablar por Federica”. Y el cambio es notorio.

Si bien siempre se ha considerado un padre presente, tratando de encontrarse con Federica y su madre al final de las giras, que igualmente trata no se extiendan por más de 20 o 25 días, lo positivo de este tiempo pandémico fue haber aprovechado más tiempo con ella. “Supongo que con mi esposa nos complementamos bien para tratar de darle herramientas para que sea ‘abierta de mente’ (risas). Yo recuerdo que a su edad mi hermana no manejaba temas del feminismo y ahora con Federica mantenemos conversaciones sobre lo que ella aprendió en talleres de educación sexual. A mí me encanta que ella lo exprese así, naturalmente”.

Eso sí, si bien puede hacerle algunas consultas, Federica se siente más cómoda hablando de temas del crecimiento y la sexualidad con la madre, admite.

Ser padre de una nena hoy, de igual forma que lo pueden haber dicho padres de niñas de décadas atrás, tiene mucho de improvisación y de construcción sobre la marcha, con las herramientas que dan los tiempos. Se dice “orgulloso” de todo lo que “casi subliminalmente” le ha inculcado. “La proyecto a futuro y me encanta verla. A mí me despertó… ¿viste cuando jugás un partido después de mucho tiempo y te duelen músculos que ni sabías que tenías? Bueno, a mí Federica me despertó emociones así. Ella y su vínculo con el mundo me dieron una perspectiva nueva de ver las cosas”.

Lo que te haga feliz. El decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad ORT y presidente de Endeavor, Eduardo Mangarelli (47), dice haber tenido en casa “una educación igualitaria en libertades y responsabilidades” con sus dos hermanas. Sin embargo, era aceptado, en lo retórico y en lo fáctico, que había “cosas para nenas y cosas para varones”, en el concepto más abarcativo de “cosas”.

Con Lucero (11) el tema de igualdad se mantiene. Y hay barreras que la sociedad ha cruzado, mientras otras se mantienen, tozudamente, bajas. “Con la madre, más allá de que estemos separados, coordinamos y le hablamos que tenga presente que las oportunidades son iguales para todos, que en ningún momento deje que se vean diferencias de género en una situación. Son cosas que lamentablemente se dan, todavía hay sesgos de asociar actividades a determinado género. Solemos preguntarnos: ¿por qué todos los técnicos de fútbol de equipos masculinos son hombres? A mí me preocupa que sigue habiendo escenarios donde el acceso no es igualitario. Yo trato de darle el ejemplo dando oportunidades en los ámbitos donde estoy involucrado. Y con Lucero la tarea pasa por ayudarla a que no incorpore esos esquemas o paradigmas”.

Hoy, opina, la idea de “cosas para nenas y cosas para varones” al menos está socialmente aceptada como inaceptable. A Lucero, como a muchos chicos de su edad, le gusta la ciencia, algo que en generaciones anteriores de niños de sexto de escuela estaba reducido a un grupito minoritario, casi completamente de varones. Si bien él se dice involucrado en las actividades de su hija, nota que en ello las madres todavía son una amplia mayoría.

De cualquier forma, siempre hay lugar para los aprendizajes. “Ella me ha enseñado mucho. Yo le hablo de cosas de mi día a día y ella te da vuelta todo con una sola pregunta. Yo a veces tengo que tomar una decisión importante sobre algo, se lo comento y ella me dice: ‘¿qué creés que te haría más feliz?’. Y eso, tan básico y tan importante, es algo que perdemos en nuestra vida adulta”.

Venir con la posta. En estos tiempos, educar a las niñas viene de la mano con educar a los varones para que también crezcan acordes a la sensibilidad actual. Ya no es aceptable la formación de “princesas y campeones”.

Trenchi subraya que la equidad bien entendida empieza en casa, donde tiene que empezar a vivirse. “Si los niños y niñas son criados en un entorno donde se vive a la familia como un equipo en que todos tienen algo para aportar y lo hacen efectivamente, resulta mucho más fácil incorporar la equidad como filosofía. Mientras sigamos pidiendo a las niñas que ayuden a poner la mesa mientras los varones miran la tele, o mientras el papá siga siendo alguien a quien su esposa tiene que atender, o mientras impulsemos al varoncito a defenderse a las piñas cuando tiene algún conflicto… seguiremos atrasando a la historia y alejando el bienestar social”, asegura la experta.

El artista plástico Gastón Izaguirre (50) puede dar fe. Es el padre de Mora (15) y Justo (13). Su experiencia fue, sin serlo, la de un hijo único. “Yo vengo de una familia muy clásica del interior, de Mercedes. Fui hijo menor y con el que me llevaba menos era 12 años más chico, así que nunca tuve mucha interacción con ellos”. Por eso, subraya, pudo apreciar una notoria diferencia “de mente”: “De adulto formé mi familia en función mía y no en cómo fui educado”.

El respeto por el otro y el cultivo de la autoestima son los lineamientos básicos de la crianza de ambos. “Yo les dejo en claro a ambos, pero sobre todo a mi hija, debido a esta sociedad machista y patriarcal en la que vivimos, que no hace falta casarse, tener hijos y un perro Golden para ser feliz. Que no hay que satisfacer a nadie. Que la felicidad tiene que ver con que cada ser se sienta realizado, y que por lo tanto pueden elegir la opción de vida que deseen. Si son felices yo los aceptaré”.

Para el artista, cuyo trabajo incluye la docencia en su propio taller y también en el colegio de Mora y Justo, tener hijos no fue “una necesidad” —sí la de su pareja— pero resultó en una de las mejores cosas que le han pasado en la vida. En breve, planea un viaje de un mes a España y Portugal solo con Mora.

“Yo me he preocupado de criar gente pensante, que no vayan con la corriente, ¡en eso mis hijos están despegados!”, dice, verborrágico. “En Mora hago hincapié en que no se enganche a los 15 años y que disfrute, Justo tiene 13 y tiene una mentalidad de 30, los he curtido con la realidad. Igualmente, estoy convencido de que las nuevas generaciones ya vienen con un nuevo chip, si bien arrastran un montón de cosas tienen mucho más claro cuál es el verdadero formato de la vida, vienen más libres, ellos tienen la posta”.

Proyecciones. No son pocos los que sostienen lo dicho por Izaguirre: que los niños actuales ya están casi que “programados” para adecuarse a estos tiempos, más allá de los entornos familiares y sociales. Trenchi, por caso, ve que para las nuevas generaciones “por lo menos la aceptación de la diversidad sexual es mayor que lo que era antes”. Que el padre suelte un chiste homofóbico en la mesa ya puede generar más reprobaciones o silencios incómodos que risas.

“Si bien no siempre es así, he asistido a transiciones de género en adolescentes con excelente aceptación y respeto de sus pares. Quiero creer que a las nuevas generaciones no va a ser posible obligarlas tanto a ajustarse a un molde”, agrega la médica.

Años atrás, en cambio, era común que los varones tuvieran más libertades y las mujeres más restricciones a la hora del tiempo libre. “Quizá la mujer era más Susanita, como el personaje de Mafalda, soñando con la casa, la familia y los hijitos”, opina el empresario y consultor gastronómico Tomás Bartesaghi (48), con la experiencia de venir de una familia de siete hermanos, con una hermana melliza y con una madre que debió hacer de padre y madre al quedar viuda a los 45 años y a los 11 de Tomás.

Con Agustina, su hija que cumplirá 14 el 30 de julio, la cosa es distinta. “Son otros tiempos. Nosotros a esa edad quizá ya nos proyectábamos. Hoy a ella le preguntás qué quiere ser de grande y no lo tiene muy claro. Eso sí, antes y hoy, lo fundamental sigue siendo el vínculo con los amigos”. Hay cosas que no cambian.

Admira en ella una sociabilidad “sin etiquetas”. “Yo disfruto la felicidad con la que vive en un entorno que no fue el nuestro. Estos niños no saben lo que es crecer en dictadura. Ella sabe que es libre de tomar el camino que quiera a la hora de crecer o manifestarse. A mí, en particular, no me cambia que un 8 de marzo se quede tirada en el living y vaya a la marcha, lo que me importa es que esté bien”. Mientras que años atrás un hijo de padres divorciados era el raro de un grupo, ahora las afinidades sexuales de nadie son motivos de exclusión, comenta. A la vez que Agustina empieza a entender el arte de vivir, Tomás comprende muchas preocupaciones de su madre, que debió ser madre y padre, cuando él estaba en esa transición de niño a hombre.

Nuevos marcos. Si bien se está avanzando en el recorrido de un largo camino, aún falta lograr una verdadera equidad en la crianza y educación en las casas para niñas y varones, sostiene Trenchi. Entre las “rémoras culturales” que se resisten a irse están la agresividad validada —y en algunos casos estimulada— en ellos, hasta ritos que considera “arcaicos”, como la Fiesta de 15 para ellas.

“En las niñas especialmente hay una gran presión cultural con la apariencia que se va sintiendo desde muy chiquita. ‘Estar linda’ pasa a ser una misión sagrada e indiscutida, lo que puede significar una batalla de por vida con el peso, o la altura, o algún rasgo en especial. En esto creo que madres y padres no son muy conscientes a la hora de criarlas, y siguen pensando que cada vez que le dicen cosas como ‘sos la más linda’ o parecidas les están haciendo un bien, cuando es todo lo contrario. Y ahí tenés a miles y miles de mujeres que siguen luchando a brazo partido para seguir ajustándose a algún modelo idealizado de aspecto hasta el final”, concluye.

El periodista Gonzalo Delgado (47) tiene tres hijas: a Martina (20) —“hija de la vida, estoy con ella desde que tenía cinco años y conocí a la que hoy es mi exmujer”— se le sumaron Guadalupe (11) y Lila (7). Evidentemente ellas, sobre todo la mayor, ya le están marcando el camino a seguir. “A mí me encanta que tengan una visión y un posicionamiento de ellas desde un lugar donde sean conscientes de sus derechos, que tengan naturalizado que tienen los mismos derechos que los hombres y que en todo caso tengan que pelear todavía por territorios en disputa. Y es muy bueno que hoy resulte rara una persona que no entienda eso”, dice.

Eso significa que hay cosas —pensamientos, frases, palabras, chistes, modismos, prejuicios— que ya no tienen lugar. “A veces se te escapan cosas que vos las tenés incorporados que para la más grande son inadmisibles. La mía más grande es feminista, va a la marcha, tiene una militancia de género, está muy activa en eso de cambiar cabezas. Hay cosas que vos diste toda tu vida por naturales que resulta que no lo son. Y al principio vos te podés escudar en el marco con el que te criaste, pero llega un momento en que ya no es excusa, que tenés que romper con eso”, cuenta sobre una verdadera enseñanza que viene desde los más jóvenes.

“Creo que mi relación con ellas es divina, ¡pero eso se lo tenés que preguntar a ellas!”, (ríe). Él también vivió la generación de los padres que protegían a sus hijas y que trataban de solucionarle todo lo posible, mientras que al varón poco menos que lo desterraban de la manada para que fuera a buscar su sustento. “Por suerte, ahora el foco es distinto. Vos tenés que darles todas las herramientas para que salgan al mundo igual de armadas que todos. El vínculo debe ser desde ese lugar y no desde el cuidado extremo”.