Las escuelas, un eterno tema de debate. O lo que pasa dentro de ellas; la enseñanza y sus metodologías. Mucho se critica y, sin embargo, pocas cosas parecen tan resistentes al paso del tiempo como las escuelas. Una del 2022 sigue siendo parecida a una de 1980, 1920 o hasta a las del siglo XIX. Es más o menos la misma en Uruguay que en Japón, Grecia, Brasil o Estados Unidos. Grandes edificios de arquitectura similar, casi como si fueran construidos en serie. Muchos pasillos, salones llenos de pupitres en fila en dirección hacia un gran pizarrón y un escritorio más grande que todos, el del docente. Y lo que pasa en el aula evoluciona y al mismo tiempo es poco variable: una maestra que expone y transmite conocimientos hacia 20, 30 o hasta 40 alumnos a la vez. Un alumno que debe absorberlos —o memorizarlos— al ritmo de la mayoría, o de ninguno. Por todo eso, encontrar escuelas que se despeguen de estos patrones sigue siendo un hallazgo.
Algo diferente está ocurriendo en una zona de Uruguay. Pasando el puente de La Barra, en Maldonado, los colegios que están desafiando la idea de escuela tradicional parecen más una regla que una excepción. Y casi todos fueron creados en los últimos dos años.
Montessori, Reggio Emilia, Constructivismo, Waldorf son algunas de las metodologías pedagógicas alternativas al modelo tradicional. No obstante, los colegios fundados en La Barra en los últimos años no se ciñen a una sola de estas metodologías. Son alternativos dentro de lo alternativo. Algunos incluso se definen como modelos únicos.
La aparición de nuevos colegios en esta zona no es un fenómeno aislado. Tanto por la pandemia como por la flexibilización de los requisitos para tramitar la residencia por parte del gobierno de Luis Lacalle Pou, en los últimos años Uruguay ha sido un destino elegido por extranjeros para vivir. Solo en 2020, 10.376 extranjeros, en su mayoría argentinos (más de 6.000), solicitaron la residencia permanente. En 2021, esa cifra ascendió a 14.926 solicitudes, 84% de ellas provenientes de argentinos, según datos de la Dirección Nacional de Migraciones.
Y entre quienes eligen Uruguay para vivir, o los propios uruguayos de la capital u otras partes del país, Punta del Este y sus balnearios aledaños están entre los lugares preferidos. En febrero de este año, el intendente de Maldonado, Enrique Antía, recordó que “hay muchos extranjeros que se instalaron en el departamento apostando a la seguridad, a la mejor calidad de vida y al buen nivel”, señala la web de la comuna.
Consciente de esa realidad, North Schools, colegio bilingüe que forma parte de la Red Itinere —que basa su educación en la innovación—, y que abrió este año sus puertas en Ciudad de la Costa, ya proyecta inaugurar un nuevo colegio en Maldonado en 2024. “No es pensar solo en la demanda. Esa es solo una variable. Cuando uno habla de educación, habla de futuro. Entendemos, habiendo hablado con referentes y autoridades, y por relevamientos, que Maldonado es el departamento de mayor crecimiento dentro de Uruguay. Crece la presencia de familias jóvenes que tienen hijos, y la migración de uruguayos y extranjeros hacia Punta del Este, y los servicios empiezan a ser carentes. La mayor carencia cuando se instala una familia en un lugar es la educación y la salud”, explica a Galería el fundador de la Red Itinere, Darío Álvarez Klar.
Entre la tecnología y la naturaleza. El salón de clases de The Garzón School no se parece a un salón de clases. iPads en mano, los cuatro alumnos del grupo de entre 8 y 9 años están sentados en sillones, en puffs o en el piso. Hablan en un inglés fluido; no se distinguen acentos, pese a que entre todos los alumnos del colegio suman más de 10 idiomas. Las posiciones de los niños no duran mucho. El que estaba sentado en el piso ahora se acuesta con el iPad boca abajo, mientras que la niña que estaba en el puff se para con entusiasmo a mostrar su trabajo a Sam, el maestro. Son las 10 de la mañana, y a las 15 llegará a la escuela Rosan Bosch, artista holandesa que trabaja en la intersección del arte, el diseño y la arquitectura, y que está a cargo del proyecto de un nuevo edificio de TGS sobre la Ruta 104. Con motivo de su llegada, la consigna para los alumnos es diseñar en 2D su escuela soñada, que luego le mostrarán a la arquitecta.
“Ellos también están inventando el espacio”, dice a Galería Sam, inglés radicado en el país hace cinco años. “Me mudé a Uruguay para trabajar (como maestro) con una familia en José Ignacio y después me fui a un colegio internacional para también tener esa experiencia, y TGS para mí es el conjunto de esas dos cosas: educación internacional y homeschooling. Nuestro espacio tiene la sensación de ser una casa, y queremos guardar eso. Es un homeschooling para un auditorio mayor”, cuenta Sam.
En el recreo, tres niños juegan a cocinar con tierra y ladrillos. “Estoy haciendo dulce de leche de verdad. Con barro, arena y agua”, dice una niña. Otra se mete entre las ramas de un árbol, una supuesta cárcel, mientras otras dos hacen trenzas. Unos hablan en español, otros responden en inglés, pero entre el juego, los gritos y las risas, el lenguaje parece uno solo. “Cuando leímos de qué trataba el proyecto fue como ¡wow!, armar el colegio de nuestros sueños, a donde todos quisimos ir. Tener la oportunidad de arrancar un proyecto de este estilo de cero, con una propuesta alternativa dentro de lo alternativo, para mí es bajar a tierra un sueño”, dice Lucía, maestra de los niños de 4 y 5 años.
TGS abrió sus puertas hace un mes para 25 alumnos de familias que provienen tanto de Uruguay y Argentina como de Estados Unidos, Dinamarca, Rusia, Holanda, entre otros países. Fue ideado por familias que, insatisfechas con la oferta académica de la zona, buscaron crear un colegio internacional por fuera de todo lo tradicional.
Aunque se inspira en pedagogías como Montessori o Reggio Emilia, TGS fue creado como un “modelo único”, explica su director, Andy Atkinson. Es inglés, con amplia experiencia en dirección de colegios internacionales. Se dedicaba al asesoramiento de colegios en España y Medio Oriente, y terminaba un posgrado en Educación y Liderazgo en Trinity College (Irlanda) cuando lo convocaron los fundadores desde Uruguay, vía Zoom, para dirigir un nuevo colegio. “Este proyecto me entusiasmó porque nunca tuve la oportunidad de lanzar un colegio de cero, y me lancé”, cuenta. Para el armado del proyecto, los fundadores invitaron a expertos de Harvard y de la Universidad de Montevideo, y se basaron en investigaciones de varias universidades del mundo para crear un currículo que fuera único. “No trabajamos en detalles de conocimientos, sino en grandes ideas, y el alumno está en el centro de la enseñanza, los chicos son realmente los protagonistas”, subraya Atkinson desde un puff en el jardín de la entrada del colegio, ubicado en lo que fue la posada Casa Zinc en La Barra.
Por el nivel de su cuerpo docente y su estilo cosmopolita, TGS es tildado como un colegio de élite. Sin embargo, es una institución sin fines de lucro. Ese es, justamente, gran parte de su diferencial: toda la inversión del colegio y las cuotas se destinan a los alumnos y a la calidad de la enseñanza. “Tenemos gente que está donando dinero para construir el colegio, gente que vivía aquí, se fueron con sus niños y están invirtiendo en el colegio para volver, o por ganas de darle un buen colegio a la región. También hay empresarios que quieren un buen colegio para sus futuros empleados”, detalla el director. Buena parte de esa inversión también se destina a los salarios de los profesores. “Yo como director puedo contratar a los mejores profesores del mundo”, dice Atkinson. A la vez, el colegio busca contrarrestar su imagen de élite con una de inclusividad, ya que cuenta con programas de becas y ayudas financieras. Si bien el colegio tiene una imagen de elite, busca fomentar la diversidad e inclusión con la comunidad. Las clases son por la mañana, y el cuerpo docente dedica todas las tardes —de 14 a 17— a trabajar en conjunto e investigar sobre nuevas técnicas de aprendizaje, con el objetivo de planificar un programa “de excelencia”. “De esta forma los profesores no quedan exhaustos como en otros colegios, donde dan clases hasta las 16:30. Acá siempre tienen ganas de enseñar”.
A diferencia de un colegio bilingüe, que se divide en dos turnos —uno en español y otro en inglés—, TGS es translingüístico, se maneja más de un idioma en una misma clase. “Hay dos profesores en el aula, uno que habla siempre en inglés y el otro que es bilingüe”, señala Atkinson. De todas formas, el principal idioma en el colegio es el inglés.
Luego del horario de clases, el colegio también ofrece actividades extracurriculares hasta las 16, como taekwondo, natación, arte, danza, música, entre muchas otras disciplinas. La tecnología también juega un papel primordial en el programa. TGS es Apple Distinguished School (Escuela Distinguida de Apple), por lo que aplica la visión de Apple para el aprendizaje con tecnología. “Es alta tecnología pero la usamos con mucha precaución, solamente para aprender. No tenemos pizarras interactivas para que los chicos usen pasivamente. Somos de alta tecnología pero la usamos muy poco, y para lograr un aprendizaje más profundo. Somos también de alta naturaleza”, enfatiza. Por el momento, TGS da clases para niños de 4 a 9 años. La idea es abrir un grupo nuevo por año, y llegar eventualmente a abarcar desde educación inicial hasta secundaria.
Humanizar el aula. A las cinco de la tarde de un jueves, no hay casi rastros de niños en Human School. La tranquilidad y el silencio de la casona-escuela en La Barra parece contrastar con los garabatos desenfrenados trazados en ventanales y las obras artísticas de niños que cubren alguna que otra pared. Pese al silencio y la tranquilidad, hay algo que queda más que claro: el espacio es de ellos. Desde los baños hasta los muebles y bibliotecas, casi todo está hecho a su medida. En medio de la pandemia en 2020, Federica de Freitas (uruguaya) y Juan Pablo Eviner (argentino) regresaban desde el país vecino con un proyecto educativo en mente para desarrollar en el largo plazo. Pero la migración hacia Maldonado tanto de extranjeros como de uruguayos prácticamente obligó a acelerar los planes. Sumaron a Paulina Amorín al equipo y para noviembre de 2020, ya habían encontrado el lugar ideal: una clásica casa en La Barra. Y abrieron sus puertas en febrero de 2021. “Los tres veníamos de trabajar en lo educativo. Cada uno trabajaba con herramientas innovadoras, trajimos esa experiencia y con eso formamos Human School”, señala De Freitas. Eviner, por su parte, agrega que “en Punta del Este siempre hubo una oferta acotada, colegios históricos”, y que pasando el puente de La Barra no había suficientes propuestas formales. “Mezclando esa falta de oferta con el crecimiento de la demanda y nuestro deseo, más la formación y experiencias que veníamos teniendo, llevamos adelante el proyecto”, añade.
Human School es un colegio para niños de entre 1 y 4 años, y su pedagogía se inspira en Reggio Emilia, una metodología basada en la creencia de que los niños y niñas construyen su propio conocimiento en relación con su entorno. “Lo que buscamos es humanizar la educación. A partir de ahí nos inspiramos en la filosofía de inteligencias múltiples y en Reggio Emilia para poner la pata pedagógica”, dice De Freitas. Amorín, formada en mindfulness para niños, se encargó de sumar esta práctica de meditación como filosofía transversal de la propuesta. “Imaginar a un niño de tres años meditando nos suena raro, pero la práctica va a ejercicios más concretos, chiquitos, como ponerle nombre a lo que me pasa. Hay muchos recursos a la mano con lectoescritura, como el famoso libro del monstruo de los colores”, utilizado para aprender a describir emociones. Se busca involucrar a los padres en la propuesta, para que niños y adultos estén alineados en el aprendizaje y en el trabajo con la atención. A través del mindfulness los niños también trabajan la emocionalidad y amabilidad con los demás y con su ambiente.
La meditación es una parte fundamental de la propuesta. Así lo explica De Freitas: “Toda la vida nos pidieron que prestemos atención, y nunca nadie nos enseñó a prestar atención, a lograr que nuestra atención vaya hacia el lugar que queremos”. Y Amorín agrega: “Todos venimos de un sistema bastante homogéneo, venimos al colegio solo con la gente. Acá buscamos que vengan también con el alma, lo que voy sintiendo, lo que me traigo de casa, mi entorno”.
El colegio cuenta con una atelierista que se encarga de despertar interés en los niños con instancias propuestas o provocadas por ellos. “Nuestro rol como educadores es estar atentos a lo que emerge del aprendizaje de los niños, a dónde ponen atención, y generar un proyecto de aprendizaje de eso. El objetivo del atelier es tener un momento de exploración sensorial para ir viendo dónde está el interés de los chicos en ese momento y esa sería la hoja de ruta para las maestras para ir armando proyectos”, afirma De Freitas. La naturaleza, además, es “un tercer educador”. Una vez por semana se dictan clases en un bosque cercano. “Los chicos hoy piensan que ese bosque es nuestro”.
La matrícula de Human School es de 12.600 pesos anuales, más 11 cuotas de entre 10.500 y 13.000 pesos, según edades y horarios. La cuota incluye desde los materiales hasta la merienda saludable.
Pionero en La Barra. Un día de 2021 en el colegio Blue Blue Elefante. Melissa, de 7 años, le preguntó a la maestra si la Luna podía tener hijos. “No sé, ¿por qué lo preguntas?”, respondió. “Un día estaba redondita, otro día le faltó un pedacito, entonces tuvo una lunita”, reflexionó Melissa. E intervino Lucas: “¿Cómo la Luna va a tener hijos si no respira, ni habla?”. Julieta añadió que si las plantas de su casa no se riegan, se mueren, aunque no hablan ni respiran.
Tras varios minutos de conjeturas, afirmaciones y más preguntas, el rumbo y la misión de aquella semana parecía claro: encontrar una respuesta certera a la pregunta de Melissa. Sobre esa base y todas las hipótesis, los niños armaron equipos de investigación y salieron con sus chivitas al predio del colegio en busca de respuestas. ¿Cómo saber si algo está vivo, si alguna vez lo estuvo, si lo estaría, o nunca tendría vida? Cuatro o cinco días bastaron para recolectar todo tipo de información y experiencias y construir un concepto sobre la vida. Y para saber si la Luna efectivamente podría tener hijos.
¿Qué hubiera pasado en otra escuela si le hacía a la maestra una pregunta como aquella? ¿Un simple no como respuesta acompañado de una sonrisa? Probablemente, nada de lo que pasó en Blue Blue Elefante hubiera sucedido en una institución tradicional.
La historia de este colegio empezó hace 12 años en Lavalleja, cuando se cruzaron los caminos de la arquitecta Sylvia Mazzuchi y una filántropa alemana. Mazzuchi no quería que su hija fuera a una escuela tradicional, y la filántropa encontró en Uruguay el lugar ideal para inventar una escuela diferente. “Me dijo que quería que los niños fueran felices en la escuela como cuando van a Disney, y que le gustaba Gaudí”, recuerda Mazzuchi. Y le dio la misión de diseñarla. “Le dije: ‘Nunca hice una escuela, pero prometo hacerte una escuela que no existe, para eso, necesito insumos’, y visité durante mes y medio los parques de diversión de última generación en el mundo. No podía tomar como paradigma ninguna escuela actual, ni una sola, por más bella que fuera”.
El particular edificio donde se construyó el colegio Blue Blue Elefante terminó siendo elegido por el crítico de arquitectura inglés Peter Parker como una de las 14 mejores obras de aquel año, e inspiró a la escritora y educadora española Eulalia Bosch, quien escribió el libro Blue Blue Elefante: Las voces de una escuela, un material que habla sobre el modelo de educación que aplica este centro educativo. “Eulalia Bosch dijo que el Blue era un faro en el océano de la educación, y ese libro es lectura obligada en magisterio”, cuenta Mazzuchi.
La pedagogía aplicada es una especie de ensamblaje entre Constructivismo y Montessori. El primer modelo consiste en no dar certezas y que cada niño construya su propio conocimiento. “Se dedica a que el niño construya modelos de conocimiento, porque si los construye él, los hace propios, y así se llega a un aprendizaje significativo, aquel que el niño construyó resolviendo situaciones-problema. De esa manera es capaz de transformarlo, aplicarlo y transferirlo a una nueva situación”, dice la fundadora. Montessori, en tanto, se caracteriza por proveer un ambiente preparado para que los niños potencien su creatividad a partir de la libertad y socialización, mientras que los adultos son guías que estimulan al niño en sus esfuerzos y le permiten pensar y actuar por sí mismos.
Pero Minas no parecía preparada para un colegio de este tipo. “Los padres preguntaban por la directora y los escritorios. Les explicamos lo de no dar certezas, y era un pelotazo en contra. No colaboraban, destruían la forma de enseñar. ¿Yoga para qué?, preguntaban. Dije basta, estaba remando contra la corriente”. Finalmente, Blue Blue Elefante regaló su innovador edificio a una escuela pública, y se terminó transformando en un camping. “Nunca más visité Minas porque me da dolor. No entendieron que eso era para enseñar, que aprender es divertido. Pensaron: ‘esto es para vacaciones’”, dice Mazzuchi.
En La Barra, por el contrario, el equipo se encontró con una población más que preparada para este tipo de propuesta. “Está lleno de gente que piensa lo mismo que nosotros. ¿Por qué hacer esto donde está todo el mundo en contra, si vamos a La Barra y explota?”, dice Mazzuchi. No sucede lo mismo con Punta del Este, que es más tradicional, según la arquitecta.
El colegio que abrió en 2017 en La Barra —para educación inicial y primaria— se define a sí mismo como una aldea de aprendizaje. Consta de varios edificios pequeños, diseñados a partir de contenedores que están unidos por caminos e indicadores. Cada edificio cumple una función distinta: robótica, danza, yoga, alimentos, entre otros, y todo el predio es un espacio en el que se fomenta la investigación.
Blue Blue no pone notas ni manda deberes. Lo que ven sus alumnos y los padres es una evaluación libre de juicios. “Tienen que ser observaciones positivas que ayuden a impulsar. Lleva más tiempo, pero como están ocho horas acá, el niño es bien conocido”, señala Mazzuchi. Los deberes “están desterrados. No existen porque no aportan, son negativos”. El colegio también se centra en llegar al talento natural de cada niño. “Le arrimas cosas parecidas a las que le gustan pero distintas, ayudando en lo que le cuesta, hasta que de golpe le arrimas algo y hace ¡pum!, ahí le pegaste en el elemento, el talento natural”.
Un alumno, una consigna. “Con que mi hijo me diga que es muy feliz yendo a Meraki, ya está, ¡no se necesita más!”, escribe Cecilia, madre de Alejo en la cuenta de Instagram del colegio Meraki, ubicado en el balneario Buenos Aires (Maldonado). Como maestras de escuela, Paola Cuello, Leticia Tellagorry y Romina Scafiezzo se enfrentaban a diario con la frustración de no poder desarrollar todos sus planes y estrategias en el sistema educativo tradicional. “El gran número de alumnos que tenés por clase no lo permite. Hace un par de años llegué a tener 48 alumnos en el mismo salón. No daban ni las sillas”, recuerda Cuello. “A veces las exigencias son que logres en cuatro horas hacer lo imposible con 40 niños. Es difícil tejer esas redes para que realmente puedas ayudar. De los 40, a veces quedás contenta con que tres o cuatro lo logren, pero todos podrían si tuvieras las herramientas”.
Hasta que dejaron las quejas a un lado y decidieron emprender el desafío de abrir su propio colegio y formar parte de la solución. “Íbamos a empezar con inicial pero se nos fue de las manos. Cuando planteamos la propuesta, la demanda fue mucha”, cuenta. Desde el comienzo, se encontraron con situaciones inesperadas. “Los venían a buscar y los niños no se querían ir, lloraban”.
Meraki se inauguró en marzo del 2021 y hoy trabaja con grupos desde inicial hasta sexto de escuela. El horario curricular es por la tarde, mientras que de mañana se brindan talleres extracurriculares según las características del niño. El máximo de alumnos por clase es de 15.
Cuello dice que el principal diferencial de Meraki es el trabajo personalizado. Cada día los alumnos se encuentran con sobres en la pared, con consignas sorpresa diseñadas especialmente para cada uno de ellos. “Ninguno se siente menos que otro, la consigna es de acuerdo a lo que necesita, y para todos es diferente”, explica.
No se basan en una metodología específica, ya que entienden que cada niño necesita de un modelo particular. “Hay colegios que son solo Montessori, pero hay niños a los que por sus características no les favorece, y necesitan otras estrategias. Si te focalizas solo en una metodología, el niño que está cómodo va a avanzar, pero con el que no está cómodo ¿qué hacés? Todos los niños aprenden diferente”, señala. “Hay una niña que llora si se va sin escribir algo en el cuaderno, lo mejor que le puede pasar en su día es escribir, y en su sobre, entonces, hay otras actividades”, ejemplifica.
En Meraki los niños tienen taller de huerta, clases de música, de cocina, yoga y respiración consciente, educación física, inglés (que se puede avalar por Dickens), entre otros. Se busca que el alumno sea crítico, que se cuestione, investigue y descubra junto con otros. Cuello también habla sobre lo beneficioso de no dar certezas, y dejar la lámpara encendida para que el propio alumno encuentre las respuestas a sus preguntas. “En la mañana dos niños encontraron una revista que mostraba todos los peces que se podían encontrar en Uruguay. No se lo dejás pasar, les decís que no, que esos peces no deben ser de acá, y ellos te lo explican, se dan cuenta de que te están enseñando y pueden aportar, que sus ideas son importantes. Uno los acompaña y los guía”, indica. Para tener una idea, la cuota mensual de este colegio ronda los 8.000 pesos.
