Editorial
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Maternidad revelada

El universo de la maternidad es inmenso; de él se habla mucho, pero se estudia poco, sobre todo con el foco médico/científico

09.09.2021 07:00

Lectura: 5'

2021-09-09T07:00:00
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Por Daniela Bluth

Abigail Tucker es norteamericana, periodista, escritora y, dato no menor, madre de cuatro niños. Con su primer libro, The Lion in the Living Room, se convirtió en bestseller y recibió el premio a Mejor Libro Científico de 2016 por Library Journal y Forbes. Ahora publicó Mom Genes: Inside the New Science of Our Ancient Maternal Instinct (Genes de madre: Dentro de la nueva ciencia de nuestro antiguo instinto maternal), disponible en Amazon y en el que se embarcó porque quería una prueba científica de que entre los seres humanos el instinto materno existe.

El libro, que por ahora no tiene traducción al español, da cuenta de que Tucker sacó a relucir todos los recursos del periodismo: leyó, investigó, entrevistó, comparó y buscó hondo en su propia historia. Y aunque su hipótesis inicial no pudo ser confirmada al cien por ciento por la ciencia, en el camino hubo hallazgos más que interesantes. Para arrancar, que más de 90% de las mujeres del mundo se convierten en madres pero muy pocos científicos las han estudiado. Para seguir, que si bien los investigadores se han devanado los sesos para encontrar una versión humana del “patrón de acción fijo” —como tienen los animales—, todavía no han encontrado uno lo suficientemente determinante. En un momento se evaluó lo que en inglés se llama ‘motherese’, esos patrones de habla graciosos y agudos que usan las madres cuando se dirigen a sus bebés. Había registros de que esto ocurría en buena parte del mundo occidental e incluso entre madres sordas, pero luego se supo que en muchas culturas las mujeres ni siquiera les hablan a sus hijos pequeños, y quedó finalmente descartado.

Pero los descubrimientos más impactantes llegaron cuando Tucker se metió en el campo de la ciencia médica más pura y dura. Y ahí es cuando queda más que demostrado —y no creo que exista la madre que lo vaya a negar— que la maternidad modifica el cerebro de la mujer. Sus estructuras cambian, se forman nuevas conexiones, mueren otras y, según la universidad de Leiden, en Países Bajos, se da una pérdida de materia gris que en algunas mujeres alcanza a 7%. Las lagunas mentales son otro clásico de la maternidad: se le dice “mamnesia” y alrededor de 80% de las madres la padecen. Esa sensación de que vivimos desconcentradas, que ya no recordamos todo como antes, que nos cuesta que salgan o confundimos las palabras… es bastante más que una sensación. La autora cita a Linda Mayes, profesora de Psiquiatría, Pediatría y Psicología Infantil en el Centro de Estudios Infantiles de Yale, quien se refiere a una “economía de atención”. “No es que haya una atrofia. Es solo que (la madre) está muy concentrada en una cosa. Hasta cierto punto, su biología la empuja a concentrarse en ese bebé, y entonces algunas otras cosas tienen que hacerse a un lado”. En promedio, las madres recientes piensan 14 horas por día en su hijo. A nivel de los sentidos, los cambios también son brutales: eligen y disfrutan más los aromas que refieren al universo infantil y bastan 48 horas después del parto para que una nueva madre adquiera la capacidad de reconocer el llanto de su propio bebé, lo identifique en medio de otros llantos en el hospital, y solo se despierte con el de su hijo.

El panorama se vuelve todavía más inverosímil cuando se llega a los hallazgos de orden genético. Algunas investigaciones que se realizaron en animales y son extrapolables a los seres humanos mostraron que en el corazón de las madres había células propias y otras que coincidían con el ADN de sus crías. Lo mismo se vio más adelante en otros tipos de estudios y con otros órganos, donde las células de esos hijos se colaban en los pulmones, el hígado, la tiroides o la piel, incluso cuando no habían llegado a nacer. Todavía no se sabe a ciencia cierta qué hacen esas células infantiles en el cuerpo de sus madres, pero a juzgar por la influencia que tienen a la hora de curar o compensar enfermedades, todo indica que están allí para protegerlas a ellas y a su vez asegurar la continuidad de la especie.

El universo de la maternidad es inmenso; de él se habla mucho, pero se estudia poco, sobre todo con el foco médico/científico. Cuando Patricia Mántaras, autora de la nota, periodista y mamá, comentó algunos de estos datos en la redacción de Galería, donde somos mayoría mujeres y hay varias madres, muchas entendimos muchas cosas. Lo primero, lo valioso e importante de compartir las experiencias con otros que hayan transitado situaciones similares. La sensación de no estar solo no tiene precio. Lo segundo, que todas nos preguntamos alguna vez si somos buenas madres. No hay una única respuesta para esa interrogante, tampoco una receta mágica de cómo hacerlo. De hecho, una vez descartada la teoría del instinto como móvil fundamental de la maternidad, todo indica que este camino tiene mucho más que ver con la historia de cada uno, esa mochila que nos acompaña en cada paso. Y lo tercero, que no hay que cumplir mandatos ni actuar por presión social, y eso aplica tanto para la decisión de ser madre como para la forma de crianza. Nada de eso nos vuelve mejores o peores personas. Al finalizar su investigación, Tucker estaba más lejos que nunca de colocar etiquetas. En una nota publicada en The New York Times definió al cerebro materno como “una especie de revoltijo”, o lo que es más gráfico, “como el contenido de la cartera de una madre”. Ahí no se equivocó, la vida misma.