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La vela en forma de ocho, resplandece sobre la torta que hizo Maite, toda de chocolate, con un poquito de nueces picadas. El patio de casa está casi oscuro, apenas iluminado por la vela. En primer plano y de cara a la torta está Emilia, flanqueada por Adriana y Clara, rodeada por algunos amigos y familiares.
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Emilia está tan radiante con su cumpleaños, que de alguna forma nos ilumina a todos con su extrema sabiduría de niña. Estamos todos callados y en silencio. Después de cantar el feliz cumpleaños, y antes de apagar la vela, Emilia pidió silencio para poder pedir sus tres deseos. El momento es mágico. Emilia se toma el asunto con una seriedad que me estremece. Sé que piensa sus deseos con una fe que no se va a perder así nomás. En su cara se refleja la dicha de estar viva y rodeada, llena de cariño y amor.
En el silencio trato de escuchar sus mudos deseos. Es claro que no los va a decir. Es un momento íntimo. Sin embargo, me llegan sin palabras sus sentimientos. Sé que Emilia pide felicidad. Sé que está expresando deseos generosos para con ella, y para con todos nosotros. De pronto recoge sus cabellos, acerca la cara a la torta y a la vela, sonríe, sopla, y estallan los aplausos.
Emilia se ríe feliz. Todos los demás la felicitamos y le damos besos. De inmediato se prende la vela para que la apaguen los más chiquitos, para que la apague la próxima en cumplir. La próxima es María Noel, que cumple treinta y dos. En la cara de María se refleja el encanto, el entusiasmo contagioso de Emilia. Después todos comenzamos a hablar al mismo tiempo. Retomamos las charlas interrumpidas por la torta, volvemos a una realidad más dura, más acartonada. Y de inmediato surge la pregunta retórica en la voz de Maite: ¿Quién quiere torta? Todos queremos.
Sabemos que una torta de Maite es un placer relleno de chocolate y cariño. Comienza el reparto y las felicitaciones, los comentario que expresan lo rica que está, lo mucho que queremos otro pedazo. Yo bromeo con que le falta azúcar, a pesar de la delicia, porque sé que Maite equivocó la receta y puso doscientos gramos en vez de cuatrocientos. Maite me mira como para matarme y yo le sonrío y la felicito. La torta está deliciosa. Surge un silencio nuevo, un silencio de bocas llenas y rebosantes. Pienso que hay que guardarle un pedazo a Roberto, el portero del edificio de al lado, que la quiere mucho a Emilia y le hizo un regalo para su cumpleaños, emocionado por una carta que le escribió Emilia al volver de las vacaciones. La carta que Roberto guarda en su billetera, dice que algo así como: "Te extrañé mucho. Allá donde estaba no había porteros, y ni si quiera un garaje. Ahora que volví estoy más contenta y te puedo ver. Te quiero muchísimo. Emi".
Emilia es así. Se hace querer por todo el mundo, e irradia una luz maravillosa. Lo mismo que Clara, que es compinche inseparable. Lo mismo que Maite, que nos llena de luz y chocolate.
La miro a Adriana que come torta y charla con Marta, Leticia y María Noel. Está feliz rodeada de sus amigas. En silencio, junto a la parrilla de brazas adormecidas y un par de hamburguesas tibias, me siento feliz. No siempre se dan momentos como este en mi vida. Pero cuando suceden, no me sale otra cosa que agradecer y compartir. No me sale otra cosas que desear tres veces que todas las almas de esta tierra puedan compartir esta felicidad.
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