Desde hace pocos días ya está disponible al público el primer disco de El Peyote Asesino, en el formato que los más añosos calificarían como long play. El Peyote Asesino, así se llamaba el álbum, homónimo como es común que lo sean los debuts, no fue editado en vinilo cuando vio la luz originariamente, en 1995. Ahora, ya convertido en un clásico, temas como L Mental, Todos muertos o Tanta parla ya están en 33 r. p. m., por seguir utilizando términos viejos que han cobrado nueva vida.
El Peyote Asesino y su primer opus se unen a otros vinilos ya dispuestos en las bateas (otro "viejazo") de las disquerías: Visitantes de Zero, que vio la luz originalmente en 1987; Amanecer Búho de los Buenos Muchachos, de 2003; y Mateo & Cabrera, de Eduardo Mateo y Fernando Cabrera, de 1987. Estos últimos artistas también cuentan con sus recientes reediciones por separado: Cuerpo y Alma (1984), el primero, y El tiempo está después (1989), el segundo. Todos prolijamente remasterizados y con nueva presentación e información por un precio que ronda los cuarenta dólares cada uno.
Bizarro, que posee el catálogo de Orfeo, y Little Butterfly son dos sellos que se han embarcado en esta aventura de reeditar en vinilo discos clásicos de la música popular uruguaya. Al principio lo hicieron cada uno por su lado, y desde mediados del año pasado están trabajando en conjunto: el primero aporta el acervo y el segundo hace la curaduría.
El legendario Graffiti, aquella "ensalada" que vio la luz a fines de 1985 y que para muchos fue la presentación en sociedad de la primera camada del rock uruguayo posdictadura (con temas de Los Estómagos, Los Traidores, Los Tontos, Zero, ADN y Neoh 23) estuvo entre las primeras reediciones de Bizarro, cuenta su director, Andrés Sanabria. Esta primera "horneada" de placas nuevas/viejas, que salió en 2017, incluyó El tiempo... de Cabrera, el recordado Montevideo agoniza de Los Traidores, que originalmente había visto la luz en 1986, y el histórico Canta Zitarrosa, que significó el debut discográfico de Alfredo Zitarrosa en 1986.
"Esto fue una iniciativa nuestra. Nosotros tenemos el catálogo de Orfeo", dice Sanabria, sin ocultar el orgullo que le da tener tal acervo. "En la medida de lo posible tratamos de trabajar coordinadamente con los artistas, sobre todo en la presentación gráfica y el sonido, ya que el vinilo requiere una masterización especial. Desde la década de 2010 el mercado de vinilo creció en todo el mundo y acá explotó desde hace tres, cuatro o cinco años".
Salvo el Amanecer Búho de los Buenos Muchachos, que ya originalmente fue editado por Bizarro y que solo salió en CD, todos los demás habían salido bajo el paraguas de Orfeo.
Semejante tesoro en títulos, sin embargo, no puede salir en malón al mercado. No hay compradores que absorban tanto, resume Sanabria. "Esto no es Argentina, donde se pueden sacar 35 discos a la vez". Es por eso que de todo ese tremendo catálogo se selecciona el material según criterios de calidad artística, sí, pero también tomando en cuenta su potencial comercial, explica. Asimismo se busca contemplar distintos estilos; por ejemplo, en aquella primera tanda se combinaron el rock de Los Traidores, la milonga de Zitarrosa y la propuesta de Cabrera, a mitad de camino entre uno y otro.
Recuperaciones. Los fanáticos de este soporte dicen que nada da más calidez y calidad de sonido que el vinilo, que eso se pierde al pasar al formato CD o a la música en streaming. Pese a ser coleccionista de este formato desde hace muchos años, Mauro Correa asegura que todo depende del equipo y del disco con el que se cuente. "Si usás el tocadiscos y la púa de tu abuelo, es obvio que va a sonar mal. Pero invertí en un buen equipo y una buena bandeja y vas a notar la diferencia", dice. Y apunta a algo fundamental para hacerlo irremplazable: el tamaño. "El vinilo te permite tener la obra en tus manos en un espacio único donde no solo se aprecia el contenido musical sino el arte de tapa, la información, un conjunto de cosas".
Y es ese el diferencial que Correa, también director de Little Butterfly Records, considera que viene haciendo desde 2015. Más que reediciones en vinilo, 27 en total, prefiere hablar de "recuperación de obra".
Como ejemplo señala los trabajos en los dos primeros discos de Psiglo, Ideación (1973) y Psiglo II (1982), ambos editados originalmente por el desparecido sello Clave. El segundo de ellos se había grabado en 1974 y puesto a la venta ocho años después, con sus músicos desperdigados por el mundo y un tema censurado por la dictadura. "Ni siquiera tenía información correcta sobre la formación del grupo. Se nombraba en la guitarra a Luis Cesio, que era un integrante original y no había tocado (en ese disco). En verdad, César Rechac había pasado del bajo a la guitarra y no se nombraba a Gustavo Mamut Muñoz, quien se había ocupado del bajo. Entonces nosotros al reeditarlo damos información correcta; ese es nuestro concepto de recuperación de obra: hacer justicia".
En sus trabajos, dice, cuentan con un periodista o experto que les da a las nuevas generaciones información de contexto sobre el material que tienen en sus manos (en el caso de Psiglo fue el investigador Fernando Peláez, el de los dos volúmenes de De las cuevas al Solís). Lo mismo pasó con otras placas, como el ya nombrado Cuerpo y alma (originalmente de Sondor) y el Deliciosas criaturas perfumadas, disco de los Buitres de 1995 (Orfeo).
Esta inquietud de Little Butterfly comenzó en 2014, luego de que Correa notara que "había mucha atención en la música uruguaya" por parte de coleccionistas de todo el mundo. "En países como Japón o Estados Unidos diferentes sellos comenzaron a editar cosas de Tótem, de Mateo, de Opa, del Sexteto Electrónico Moderno. Entonces empezamos a pelear por algo nuestro, por conseguir las licencias y poder publicarlos acá, a un precio que no resultara imposible".
Al igual que en el caso de Bizarro (por algo terminaron trabajando juntos), también hay un criterio en los discos escogidos por este sello. "Es una lógica de serie", dice su director. Así volvieron a verse 40 años después los discos de Opus Alfa y Días de Blues, pioneros del rock nacional, junto con el trabajo solista de Jorge Barral, quien había pasado por ambas bandas y que grabó su propio material horas antes de tomarse el avión al exilio.
Lo mismo puede hablarse de los herederos ochentosos del sonido de Mateo, como Mujer de sal junto a un hombre hecho carbón (1985), de Jaime Roos y Estela Magnone, Ni un minuto más de dolor (1983), del trío Travesía, y Estados de ánimo (1990), de Hugo Jasa, una joya que mezclaba candombes y sintetizadores que pasó casi desapercibido en su momento. Algunas apuestas, más allá de sus méritos artísticos, no se vislumbran como un "jugar y cobrar" si de negocios se habla. "Eso importa... pero nosotros tenemos una tienda de discos (por calle Tristán Narvaja) y ahí vendemos cosas de Pink Floyd y Rolling Stones. Tenemos libertad para decidir. Todo es un balance", explica Correa.
En breve, las disquerías verán nuevas oleadas de clásicos de la música uruguaya. El primer y único disco de los Mockers (homónimo, 1966), algo así como los Stones criollos, y el tan disfrutable como poco difundido Segundos afuera (1983) de Jorge Galemire protagonizarán una saludable, justa, segunda oportunidad. Los 40 años de Aquello, el tercer disco de Jaime Roos, se unirá prontamente a los ya (re)existentes Mediocampo (1984) y Siempre son las cuatro (1982). También Raro (2006) de El Cuarteto de Nos tendrá su versión en vinilo.
Por otro lado, es casi un hecho que un disco histórico de una igualmente histórica banda del rock uruguayo posdictadura y un clásico de uno de los mayores trovadores que dio este país, ambos trabajos contemporáneos en su primera salida, se sumarán a esta oleada de revivals en formato vinilo. Habrá que estar atentos.