Como si el tiempo fuera cómplice de lo que estaba por suceder, el cielo se abrió y se tiñó de celeste para recibir a Sol Fernández en la entrada a su propia boda. Mientras sonaba el clásico de The Beatles Here Comes the Sun, el novio, Manuel Latorres, aguardaba en un altar sin mucho ornamento, rodeado de los viñedos de la Estancia Aguaverde ya pasado el mediodía del 30 de abril.
Celebrar el amor fue la consigna de este encuentro que reunió a más de 300 familiares y amigos, como modo de darle un giro a la idea clásica de casamiento. Y se logró: todo resultó fresco, simple y diferente. El artista Gastón Izaguirre, amigo íntimo de los novios, ofició de maestro de ceremonia compartiendo un breve discurso en el que invitó a reflexionar sobre la importancia de mantener el amor vivo en los pequeños disfrutes cotidianos, así como de preservar la individualidad de cada integrante de la pareja.
Manuel y Sol ya habían concretado su unión civil el 21 de abril. Ese mismo día, pero hace cinco años, se conocieron a través de las redes sociales. Luego de algunas conversaciones por WhatsApp se animaron a salir, y sintonizaron de inmediato. En parte, los unió compartir una misma pasión por fiestas y eventos que, por sus profesiones, ambos abordan desde diferentes áreas. Ella es chef y artista plástica, estudió en Francia e integra el equipo de su abuela, Nora Rey, reconocida empresaria gastronómica; mientras que él es productor de eventos y desarrollador de contenidos multimedia.
La gran fiesta llegó algunos días después, en una fecha también especial, porque coincidió un eclipse solar y la conjunción de Venus y Júpiter. Según la novia, amante de la astrología, ese acontecimiento marca nuevos comienzos y significa un muy buen augurio. Algo así como si los planetas se alinearan para acompañarlos en esta celebración de amor.
Todo fue muy descontracturado y el look de los novios también. Sol lució una ópera prima de su amiga diseñadora Maca Domínguez, confeccionada con una combinación de telas livianas, escote pronunciado y una capa con capucha que dejó a los invitados embelesados. Manuel vistió un traje de Studio Muto, de corte italiano y cosido a mano, realizado en una paleta de colores campestres especial para la ocasión.
Como no podía ser de otra manera, el catering tuvo un protagonismo muy particular y acompañó esta impronta original de los novios. Partiendo de las enseñanzas y recetas de la abuela y experta, se pensó una mesa siguiendo el concepto de la conjunción entre la tierra, el agua y el fuego. En la mesa de tierra había quesos clásicos y veganos, tabla de jamones y pan artesanal con paté de foie. En la mesa de agua predominaron los platos basados en el mar, desde bocados de ceviche con maracuyá hasta tartar de salmón con naranja y otras fusiones como causa peruana con camarones y esferificaciones de cangrejo. Por último, la mesa de fuego incluyó carnes rojas, vegetales, rack de cordero y ananá a las brasas. El plato principal resultó de un encuentro entre generaciones: salmón en salsa de citrus, elección de la novia por ser una de las recetas preferidas de su abuela. A su vez, hubo una opción alternativa vegana con una milhoja de vegetales y hongos con queso de cajú, receta de Sol y elección del novio. A la hora de los dulces, deslumbró una torre de macarons y bombones junto a los clásicos postres de Nora.
Tras degustar todas estas delicias, llegó el momento de bailar. Como uno de los hobbies de Manuel es producir fiestas electrónicas, pasaron por la cabina de música más de 10 DJ. Y, sobre el final, el novio ocupó ese rol para darle un increíble cierre a la fiesta con su show de techno. El encuentro terminó cerca de las dos de la mañana, luego de más de 13 horas de fiesta.