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Opción escondida

Las parejas que inscriben a sus hijos con el apellido materno, una minoría "novedosa"

Aunque una ley lo permite hace ocho años, en Uruguay las parejas que deciden inscribir a sus hijos con el apellido de la madre son una minoría que aún tiene que dar explicaciones y toparse con trámites engorrosos

07.05.2021 15:00

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2021-05-07T15:00:00
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Por María Inés Fiordelmondo

Como tantos recién nacidos, Leandro llegó al mundo en 2016 y el apellido de su madre, Etchebehere, fue el primero que se usó para identificarlo. Figuraba en la pulsera que rodeaba su diminuta muñeca y también estampado en el rótulo de la cuna.

En los sanatorios, el de la madre suele ser el primer apellido con el que se asocia a un recién nacido, algo que tiene sentido. Es ella la usuaria que entra en trabajo de parto, quien tiene un contacto más directo con médicos y enfermeros y puede permanecer internada incluso varios días después de dar a luz.

Una vez dados de alta, sin embargo, todo cambia. En Uruguay, cuando un niño es hijo de una pareja heterosexual estable, lo usual siempre ha sido identificarlo con el apellido paterno. Por eso, Leandro Etchebehere no tardó en convertirse automáticamente en Leandro Sequeira. Los funcionarios del sanatorio que así lo inscribieron en el certificado de nacimiento seguramente no imaginaban que, en realidad, ese no era el orden de apellidos que elegiría la pareja primeriza para su hijo.

Cecilia y Ángel siempre supieron que la crianza de Leandro, su hijo, no estaría atada a ningún tipo de tradición; o que al menos eso intentarían. Sabían que desde 2013 una ley les daba la posibilidad de marcar la diferencia desde el comienzo. Si llevar el apellido paterno antes que el materno era una cuestión puramente tradicional, entonces su hijo se llamaría Leandro Etchebehere Sequeira.

"Fue una cuestión de poder pensar más conscientemente cómo queríamos criar a nuestro hijo. Nos pareció que era romper con el modelo más tradicional, que el padre, por más que su hijo no tuviera su apellido como el primero, lo reconoce y está presente en la crianza. En el fondo tampoco nos importa mucho el apellido ni cómo suenen los nombres. Era un gesto para hacer las cosas de manera diferente", cuenta Cecilia.

La ley que permitió que Leandro pudiera llevar el apellido materno en primer lugar y el paterno como segundo es la de matrimonio igualitario. Entre sus 29 artículos, uno menos difundido establece que "el hijo habido dentro del matrimonio heterosexual llevará como primer apellido el de su padre y como segundo el de su madre" y que "los padres podrán optar por invertir el orden establecido precedentemente siempre que exista acuerdo entre ellos". Lo mismo aplica para hijos de padres que no estén casados. El requisito es que el orden acordado sea el mismo para los siguientes hijos de la pareja.

En Uruguay, el orden históricamente establecido de los apellidos -paterno primero y luego materno- no responde más que a una costumbre. Otros países tienen la suya, y algunos no tienen tradición alguna. En Brasil, por ejemplo, aunque no se establece un orden legal en los apellidos, la costumbre es a la inversa: primero el de la madre y luego el del padre. Otros sistemas, en tanto, priorizan el de la madre, mientras que en algunos -como Estados Unidos, Irlanda o Francia- no existe prioridad de uno sobre el otro y los padres eligen el orden. En otros lugares también es posible llevar ambos apellidos unidos por un guion.

En la mayoría de los países hispanohablantes, el orden solía estar claro: solo el paterno o ambos, pero anteponiendo el del padre. No obstante, hace ya varios años que esto empezó a cambiar. México, España, Argentina y Panamá son algunos de los que permiten elegir el orden. El último en dar este paso fue Chile, que el pasado 29 de abril aprobó un proyecto presentado en 2018.

En Uruguay, la posibilidad existe desde el 9 de mayo del 2013, hace casi exactamente ocho años. Fue el exdiputado del Partido Colorado Washington Abdala quien puso el tema sobre la mesa al impulsar un proyecto de ley en 2007. En conversación con Galería, Abdala recordó que la inquietud le surgió tras volver de Suiza, donde los hijos de sus amigos llevaban los apellidos de ambos padres unidos por un guion, en cualquier orden elegido. Tras investigar, se encontró con que en Uruguay no existía la posibilidad de que los hijos de parejas heterosexuales y estables llevasen el apellido materno. Tampoco se topó con alguna razón que fuera más allá del sentido común para mantener ese orden tradicional. "Como parlamentario, trabajaba en el ámbito internacional y había muchos tipos con formación jurídica. Los empecé a torturar con el asunto y encontré que era un tema muy conservador del derecho. Preguntaba cuál era el derecho que estábamos afectando al cambiarlo y el silencio era mortuorio", recuerda. Pese a que no había argumentos en contra, Abdala cuenta que su idea empezó a fracasar estrepitosamente. "Me bancaba alguna compañera de la bancada femenina pero nadie más. Fui naufragando y no encontraba receptividad", sostiene.

Con los años, dice, la historia cambió, la agenda de derechos se instaló y lo que durante años fue un proyecto encajonado encontró su lugar dentro de la Ley de Matrimonio Igualitario. "La razón central de por qué se me partía la cabeza con este tema es que la mayoría de las mujeres se quedan con los hijos y los hijos con las mujeres. Me parecía de orden hacer una reflexión jurídica al respecto. Segundo, aunque estuviera bien la pareja, darle la libertad para que establezca el criterio de prioridad por el apellido", indica.

En estos ocho años, sin embargo, los datos indican que la tradición se siguió imponiendo con fuerza. Entre enero y diciembre de 2020 hubo 322 inscriptos con el apellido materno en Montevideo, Las Piedras y Ciudad de la Costa, de un total de 29.313 inscripciones; es decir, un 1,09%, según información brindada por la directora del Registro de Estado Civil, Adriana Martínez. De acuerdo a datos que fueron divulgados en 2017, entre 2013 y ese año hubo 372 inscripciones con el apellido materno de un total de 107.592, o sea un 0,3%. No caben dudas de que las parejas que eligen que sus hijos lleven el apellido materno en primer lugar siguen siendo una extraña minoría.

Antigua novedad. Al momento de inscribir a su hijo, en 2016, Cecilia y Ángel se sorprendieron al encontrarse con que la ley llevaba tres años siendo una completa novedad. Mientras su hijo de casi cinco años lo persigue con una espada de juguete, Ángel recuerda con exactitud el momento en que fueron a inscribirlo. En ese juzgado era la primera vez que hacían el trámite para anotar a un niño con el apellido materno en primer lugar, y les aclararon que demoraría "un poco más" porque una jueza tenía que tratarlo con detenimiento.

Entre risas, Cecilia describe lo complejo de la gestión como "otro parto". Primero hubo que cambiar el certificado de nacimiento, ya que Leandro había sido anotado con el apellido de su padre y era necesario para iniciar el trámite. "Con eso lo teníamos que inscribir, pero el trámite se enredó un poco desde el comienzo", cuenta.

Para empezar la gestión se debe seleccionar una oficina según la letra del primer apellido, y Cecilia seleccionó la primera del suyo. Con Leandro recién nacido en brazos, fueron a inscribirlo junto con dos testigos mayores de edad, un requisito para los casos en que se opta por el apellido materno en primer lugar. Pero tuvieron que dar marcha atrás. "Nos dijeron que teníamos que inscribirlo con el apellido del padre y que ahí íbamos a hacer el trámite para inscribirlo con el de la madre. Fue una odisea porque vivimos lejos y no teníamos auto. Más allá de la anécdota que implicó ir dos veces trasladando a un recién nacido y reorganizar todo, nos llamó la atención que primero estuviera el paso de ir por el otro apellido y a partir de ahí había que gestionar el cambio. También nos dimos cuenta de que era algo que no se usaba tanto en la práctica, no estaba tan aceitado", expresa.

Entre ese 1,09% también está Patricio, de casi siete años. Su madre, Mariana, cuenta que empezó a plantearse el tema alrededor de los 20. Como antecedente tenía el caso de sus padres, que vivían en Brasil cuando nació su hermano y tuvieron que "hacer un trámite extra" para que sus hijos tuvieran el mismo orden de apellidos. Tanto le interesaba el asunto que hasta llegó a crear un grupo de Facebook mucho antes de que existiera la ley. "Me parecía que era algo lógico, pensando que si los parís, está buenísimo poder al menos tener la opción. Porque con el del padre no es opción, es imposición. Ahora tenés la oportunidad", subraya. 

Mariana Larrobla junto a sus hijos, Santino González Larrobla y Patricio Larrobla Perona

Su primer hijo, Santino, nacido antes del 2013, lleva primero el apellido de su padre. Como los padres son diferentes, Santino y Patricio tienen en común el apellido de su madre, Larrobla, pero en distinto orden.
Mariana reconoce no recordar con claridad todos los detalles de la inscripción, aunque asegura que notó la falta de costumbre y de información. "Estuvimos un rato largo y uno consultaba al otro, mientras yo estaba ahí con el bebito y me quería ir. Me dio un poco de rabia en el momento, y pensé por qué eso que elegía tenía que ser largo y tedioso", sostiene.

En el colegio o en el club, si el tema surge, los otros padres tardan algunos segundos en razonarlo. "Es una cosa novedosa cuando lo cuento. Muchos no sabían que se podía, pero queda ahí, no sé cuántos luego se acuerdan de la posibilidad", cuenta Mariana.

Lo mismo le pasa a Cecilia: "La gente se sorprende. A algunos les explicamos y no lo sabían. A veces se asocia con que cuando está el apellido materno, es porque el padre no está". Explica que, en su caso, se trató simplemente de reivindicar el lugar compartido de tiempos de crianza y la construcción de roles en función de cómo eran ellos como pareja. "Desde que uno se entera de que va a ser madre o padre siente los cánones tradicionales en cosas muy sutiles, como decir nena o varón. Cuando venís pensando qué querés hacer de una forma diferente, enseguida sentís esos patrones más naturalizados de la elección de los nombres, los colores. En detalles se empiezan a ver cosas que vienen de tradiciones sociales arraigadas, y nos pusimos a pensar en eso", manifiesta.

Por la continuidad. Los hijos de Giselle Van Cranembrouck y Gonzalo Falcone llevan el apellido materno por una clara y tal vez obvia razón: darle continuidad al apellido en Uruguay. Su abuelo, quien emigró desde Bélgica antes de la Segunda Guerra Mundial, tuvo un solo hijo, el padre de Giselle, que a la vez tuvo tres hijas mujeres. Antes de la ley, prácticamente no había manera de que el apellido permaneciera en Uruguay. Giselle cuenta que fue Gonzalo, su esposo, quien sugirió invertir los apellidos una vez que se enteraron de esa posibilidad. "No sé si fue en una conversación con mi padre o cómo fue surgiendo, pero era algo que se hablaba en la familia y una vez que se pudo hacer, quedó planteado sobre la mesa", rememora.

Giselle Van Cranembrouck y Gonzalo Falcone con sus hijos, Bruno y Mathilde Van Cranembrouck

Bruno y Mathilde Van Cranembrouck nacieron, en 2017, en Estados Unidos, por lo que Giselle sabía que el trámite no sería sencillo o del todo lineal. Llegó incluso a dudar. "En su momento dije: ‘Pah, ¿te parece encima agregarle el cambio de apellido?'. Era otro tema más". Sus hijos, mellizos, nacieron por gestación subrogada (vientre de alquiler), otro factor que influyó en la decisión. "Pensé que si ya no venía por las vías convencionales, ya está, que sea todo disruptivo", dice Giselle.

Ahora la duda vuelve a surgir cada vez que tiene que deletrear su apellido. "Ahí me pregunto si hice bien o no. Siempre tenés que andar con el documento cerca porque cuando alguien intenta escribirlo lo tiene que copiar", bromea. En este caso, el trámite de la inscripción fue más simple, ya que los mellizos llegaron a Uruguay con la partida de nacimiento de Estados Unidos, donde habían sido anotados con el apellido materno en primer lugar. Las trabas, no obstante, surgieron después. Al momento de sacar la cédula, Giselle recuerda que completaron los campos en los que se pedía apellido materno y paterno, y que el sistema informático, por defecto, antepuso el paterno. "El funcionario tuvo que hacer trampa para que quedara impreso con el apellido materno primero. Existe la ley pero en ese punto, el sistema a nivel informático no parecía estar preparado".

Ahora, radicados en Chile, Giselle comenta que sigue "luchando" para que el colegio invierta los apellidos. "Los inscribimos y cuando entré a la lista de nombres, primero estaba el paterno".

El hijo de Cecilia se presenta en el jardín como Leandro Etchebehere Sequeira. Mariana Larrobla, en tanto, está convencida de que todos (y aún más las mujeres) deberían firmar y mencionar el apellido materno. "Asumirlo como si fuese un apellido compuesto, y cuando nos preguntan mencionar los dos. El apellido materno tiene que estar presente", declara.

Sus hijos, Santino González Larrobla y Patricio Larrobla Perona a veces recitan sus apellidos en desorden y Mariana no puede contener la risa. "El más chico le pone los suyos al hermano, agrega otros. Para ellos es tan natural", cuenta.

A Bruno y Mathilda, de tres años y medio, les divierte pronunciar su nombre completo, con los dos apellidos. "Obviamente que no son ni conscientes, pero repiten el nombre como loros y es cómico", cuenta Giselle, su madre.