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Dame pelota

La verdadera reina de los mundiales

De una tortura para ser cabeceada a un caparazón termosellado amigable con el planeta, así han evolucionado los balones de fútbol

25.06.2022 07:00

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2022-06-25T07:00:00
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Por Leonel García

Más rápida, más precisa, más amigable con el medio ambiente con sus tintas y pegamentos basados en agua. Con un exterior sin costuras, con veinte uniones termoselladas y con un 70% hecho de poliuretano. Speedshell se llama esa cobertura, lo que se puede traducir como “caparazón veloz”. El diseño diamantino, además, está basado en la cultura, la arquitectura y los símbolos patrios de Catar, el país organizador del Mundial de Fútbol de este año. Se llama Al Rihla, que en árabe quiere decir “el viaje”, y es la pelota oficial del torneo. La diseñó la alemana Adidas, la misma empresa deportiva que viene aportando los balones para estos eventos desde 1970 y que tiene contrato con la FIFA hasta 2030. Y por la módica suma de 165 dólares, ya puede estar en cada casa para un picado con los muchachos y las muchachas.

Más allá de lo declamativo, que, cada cuatro años, suele presentar a la pelota correspondiente como “revolucionaria”, “un punto de inflexión”, “rupturista” y otras hipérboles semejantes, tanto que parece que solo los grandes futbolistas son dignos de patear estas obras de arte esféricas, los componentes de la Speedshell tienen su razón de ser. La pelota Al Rihla promete ser más rápida que la Jabulani, la del Mundial de Sudáfrica 2010, esa que Diego Forlán aprendió a usar como nadie, que Uruguay amó y casi todo el mundo detestó.

Es que más allá de su velocidad y su diseño, la Jabulani era criticada por lo liviana e impredecible. Los arqueros la veían viborear en el aire y no tenían mucha idea de lo que podía pasar, lo que fue claro para los que enfrentaron a Cachavacha… bueno, y para Fernando Muslera también. La cobertura de la Al Rihla promete hacerla no solamente rápida sino también estable. En otras palabras: si el mundial resulta malo será culpa de los pataduras que lo disputaron.

Las pelotas son un elemento de juego milenario, de antes de que se conociera el concepto de deporte (y mucho menos el de fútbol). Los chinos rellenaban una esfera de cuero con raíces y crines de caballo en el siglo IV antes de Cristo. Pueblos tan dispares como el griego, el romano y el azteca también apelaban a elementos esféricos, que podía incluso llegar a ser la cabeza de un prisionero enemigo en civilizaciones bárbaras. La primera verdadera revolución ocurre a mediados del siglo XIX, con la invención de la goma a partir del caucho. Las vejigas de goma sustituyen lentamente a las de cerdo, noble animal que involuntariamente ayudó a mejorar las destrezas de los pioneros futbolistas. Ya para entonces estaba establecido que la circunferencia debía medir unos 70 centímetros.

Recién en el noveno Mundial de Fútbol, el de México 1970, Adidas comenzaría a proveer de balones oficiales. Hasta entonces, los comités organizadores de los torneos ofrecían su propia pelota, que era a su vez un testigo de los tiempos y de sus tecnologías, así como también de la integridad física que estaban dispuestos a arriesgar los jugadores.

Muchas formas. Es común ver futbolistas de la década del 30 con boinas o vendas en su cabeza. Eso respondía mucho menos a una moda que a una necesidad: la vejiga era protegida por paneles de cuero cosidos con un tiento ahí donde se inflaba. Realmente había que ser muy valiente para cabecearla. Y cuando se mojaba, los 450 gramos que oficialmente debían pesar parecían multiplicarse exponencialmente.

En el primer mundial, el de Uruguay 1930, el modelo de pelota fue el T-Shape, llamado así porque eran 12 paneles en forma de T, muy moderno para la época. La falta de balón oficial hizo que en la final entre los locales y Argentina cada uno quisiera imponer su propia pelota para jugar. En un fallo salomónico, el juez determinó que se utilizase una pelota por tiempo. Con la argentina —también de tiento, pero con gajos rectangulares— se disputó el primer tiempo, tras el cual iban ganando los visitantes 2 a 1. Con la uruguaya —la T-Shape— se jugó el complemento, en el que la celeste consiguió tres goles para el resultado final de 4 a 2. Bastante clara resultó la influencia. La pelota con que se jugó la mitad complementaria está exhibida en el Museo de la Selección Española, en Madrid.

La Federale 102 fue la pelota del Mundial de Italia 1934. Se usó cuero otra vez y los paneles eran diferentes, de tres tipos. Sin embargo, la gran evolución era el cordón de algodón que se usaba en la costura que protegía a la vejiga, en vez del tiento. Los cabeceadores, agradecidos. Como correspondía a un torneo disputado en un país con un régimen ultranacionalista, con Benito Mussolini recordando a los suyos lo mal que podían pasarla si no ganaban, las pelotas fueron producidas en Italia, finalmente campeón.

El cuero y el cordón de algodón volvieron a darle forma a la pelota oficial del mundial siguiente, el de Francia 1938. Se la llamó Coupe du Monde, demostrando que la originalidad todavía no era un valor en sí mismo. Quizá la novedad radicó en que se le encomendó su diseño y fabricación a una marca deportiva, Allen, por supuesto francesa, cuyo nombre figuraba bien grande en los paneles.

Los cabezazos pasaron a ser seguros en el Mundial de Brasil 1950, el de más bello recuerdo para Uruguay. El cordón se sustituyó por un pico y una válvula que permitía que se inflara. Ya no había costuras exteriores. Cosida a mano, también fue fabricada localmente. La pelota que Obdulio Varela se puso bajo el brazo para —según la leyenda— frenar el aluvión brasileño y posibilitar el Maracanazo llevó por nombre Duplo T y el fabricante fue Superball.

Las filmaciones en blanco y negro no lo permiten apreciar, pero las pelotas en Suiza 1954 y Suecia 1958 eran amarillas. En el primero dominaba la idea de que era el color “más visible para el ojo humano” que se mantuvo para el segundo, aunque también las hubo blancas. En el 54 hubo un promedio de 5,38 goles por partido (un récord) y en el 58, 3,6; así que quienes no la vieron fueron los arqueros. La de Suiza se llamó Swiss World Champion, la hizo la firma local Kost, y parecía una pelota de vóleibol. La de Suecia era la Top Star, también era de producción local, y significó un paso de 18 a 24 paneles. Y merece un lugar en la historia solamente por acompañar el nacimiento de Pelé.

La producción local de pelotas tuvo su última actuación en Chile 1962, el primer mundial con canción oficial. La Crack tenía un curioso diseño con 12 paneles hexagonales y seis rectangulares. Sorprendió gratamente: era más esférica, precisa y veloz que todas las anteriores. No era perfecta, claro: se desteñía con el sol y aumentaba mucho de peso con el agua. Pero no falta quien dice que inspiró a todas las que vinieron. El brasileño Garrincha (Manuel Francisco dos Santos) se lució con ella.

Para 1966 en Inglaterra, primer mundial con mascota oficial, desembarcaron las multinacionales. La Slazenger, tan inglesa como el astro Bobby Charlton, fue la responsable de la Challenge 4-Star. Fue la última de todas en tener gajos rectangulares a la usanza de la de vóleibol, lo que significó un retroceso respecto al mundial anterior. De hecho, este tipo de estructuras atentaba contra la esfericidad. Y a partir de entonces llegó Adidas.

El desembarco de Alemania. Lo más probable cuando uno piensa en una pelota de fútbol es que se le aparezca la imagen de la Telstar: 12 pentágonos negros y veinte hexágonos blancos formando un icosaedro truncado, generando lo más parecido a la perfección esférica jamás vista en una cancha de fútbol, el cuero revestido con poliuretano y el nombre homenajeando a los satélites de la NASA, que le daban un toque futurista. La multinacional alemana Adidas comenzó pisando fuerte en México 1970, el primer mundial televisado en vivo y en directo a colores a todo el mundo (todo el mundo que tenía esa tecnología, claro, lo que por entonces excluía a Uruguay), y el último del reinado de Pelé. Y tan marcado fue el quiebre, que para Alemania 1974, el mundial de Johann Cruyff, Franz Beckenbauer y de un fracaso uruguayo del tamaño del mundo, la pelota oficial fue prácticamente la misma.

A la Telstar la sucedió la Tango. Y como la Telstar, la Tango fue lo suficientemente exitosa como para centrar la atención del planeta en dos mundiales: Argentina 1978 y España 1982. Se mantuvo el icosaedro truncado, aunque los polígonos eran totalmente blancos y las tríadas negras en los hexágonos generaban un interesante efecto visual de 12 circunferencias idénticas. La modificación para España fue pequeña pero vital: costuras impermeables que hacían que no aumentara de peso aún en caso de lluvias torrenciales.

El cuerpo sintético llegó para quedarse en el Mundial de México 1986. Tenía el mismo diseño que la Tango, solo que las tríadas estaban decoradas con dibujos inspirados en las culturas precolombinas del país anfitrión. Era la hora de la Azteca: a partir de entonces, la tierra de acogida tendría su relación en el decorado de las pelotas. Había sido diseñada para soportar la altura y la humedad del DF, ahí donde Diego Maradona brilló como nadie.

Es acá cuando cada cuatro años comienza a asegurarse que la pelota del presente mundial tendrá la “máxima impermeabilidad”. Valía preguntarse: ¿no era lo que se decía en el torneo pasado? Para Italia 1990, la existencia de una capa interna de espuma negra de poliuretano lo garantizaba. La Etrusco, así se llamaba, como el pueblo de la Toscana, estaba decorada con leones romanos siguiendo un diseño casi calcado de la Azteca.

Como el Mundial de Italia fue el más pobre en promedio de goles de la historia (2,21), para el siguiente se buscó que la pelota oficial apoyara más al espectáculo, dándole más sensibilidad al tacto al revestirlo de espuma de poliestireno, lo que también le otorgó más aceleración. La Questra de Estados Unidos 1994 tenía ilustraciones estelares, en el mismo lugar donde hacía cuatro años las había etruscas y hacía ocho, aztecas. Al menos se cumplió el objetivo, aumentando en medio gol por partido el promedio: 2,71. Romario tuvo mucho que ver con eso.

El fin de siglo trajo el color a las pelotas mundialistas de Adidas. La Tricolore inspiró sus vivos en los colores de la bandera de Francia, por más que los “círculos” seguían siendo blancos. En materia tecnológica, las microburbujas de gas formaban una espuma sintética que le daba más resistencia a la pelota. Con Zinedine Zidane como astro máximo, el Mundial de Francia 1998 también significó el fin del formato Tango, que ya había durado 20 años. Llegaba el nuevo milenio.

Siglo XXI sin Tango. La pelota que Adidas ofreció para el primer mundial del siglo XXI, el primero realizado en dos países y el primero fuera de América y Europa, Corea del Sur-Japón 2002, la Fevernova, mantenía en sus características técnicas el icosaedro truncado, con los 20 hexágonos y los 12 pentágonos, que ya cumplían 32 años y nueve torneos. Estaban, sí, los infaltables avances: la gomaespuma sintética, las microceldas de gas comprimido que le permitían recuperar su forma al instante y una capa plástica superficial transparente.

Lo realmente novedoso fue el diseño: el fin de la era Tango con sus tríadas trajo consigo unos motivos futuristas, coloridos y revolucionarios, asemejando la caligrafía del Lejano Oriente, inspirados en los países altamente tecnológicos que oficiaban de anfitriones.

La Fevernova —en alusión a la fiebre intensa pero breve que genera cada mundial— trajo críticas por ser excesivamente ligera. Eso se intentó solucionar con la +Teamgeist de Alemania 2006 —el término quiere decir “espíritu de equipo”; el + se incluyó para no tener problemas al patentarla—. El icosaedro y sus 32 polígonos —los viejos y queridos “gajos”— quedaron en el pasado: ahora son 14 caras curvas unidas y no cosidas formando un octaedro truncado. Al no usar pegamento por no haber costuras se la presentó como la más impermeable (otra vez) y esférica (otra vez) de toda la historia. La falta de costuras la hizo notoriamente más ligera, lo que motivó quejas en varios jugadores como el brasileño Roberto Carlos, que era uno de los mejores pateadores del mundo.

La pelota favorita para los uruguayos, ya lejanos los tiempos de la T-Shape y la Duplo T, fue la Jabulani, la del Mundial de Sudáfrica 2010. La conformaban ocho paneles unidos mediante un sellado térmico, fruto de tres años de estudios. Aunque predominaba el blanco, había un total de 11 colores en su diseño, en homenaje a los jugadores de un equipo, los idiomas oficiales y las distintas comunidades del país anfitrión. Claro que salvo Uruguay (y España, el campeón) el resto del mundo solo acumuló odios hacia este balón por lo tremendamente impredecible que podía llegar a ser. Esto causó tal revuelo que en pleno torneo un estudio de la NASA abordó el tema, concluyendo que a más de 72 kilómetros por hora la pelota, efectivamente, podía desviarse de manera inesperada. Vale decir que 72 kilómetros por hora, en el fútbol de élite, está muy lejos de ser un chumbazo.

A muchas más pruebas que ninguna otra de sus antecesoras debió someterse la Brazuca, la pelota del Mundial de Brasil 2014, más presionada aún por el aluvión de críticas a la Jabulani. De ocho paneles se redujo a seis, hechos de poliuretano, que cubrían una vejiga de látex. Las estrellas del diseño, sobriamente colorido, están inspiradas en las de la bandera brasileña.

Y así se llega al hasta ahora último capítulo de esta serie. La Telstar 18 de Rusia 2018 fue un homenaje de Adidas a sus primeras pelotas, aunque el pentágono negro ya no era pentágono y el negro aparecía pixelado. Se mantenían los seis paneles y se le agregaba una característica que seguramente no pensaban los pioneros: era una pelota inteligente. Esto era gracias a un chip NFC que permitía a quienes la adquirían conocer a través de una web velocidades, recorridos y ángulos de tiro. Eso, por supuesto, no tenía ninguna utilidad para el público de los partidos. Nuevamente, se prometieron mejorías en velocidad, precisión y esfericidad; nuevamente también, hubo críticas sobre su inestabilidad, sobre todo para quienes defendían. De última, ha quedado claro que lo que importa son los goles.