Personajes
Santo Maradona

La mano de Diego, el libro sobre cómo el astro salió al rescate de muchos sin proponérselo

Maradona era capaz de salvarle el pellejo a una persona en una situación que iba de muy complicada a desesperante; de eso trata el libro de Micaela Domínguez Prost

04.11.2021 07:00

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2021-11-04T07:00:00
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Por Leonel García

Una fría madrugada de enero, en 2018, en La Floresta, esperando el ómnibus para volver a Montevideo, nació la idea de plasmar en un libro por qué Diego Maradona es Dios. No el de las hazañas deportivas, no el de los triunfos contra los poderosos, no el de la venganza de los humildes, aunque sí en parte por todo eso. Por supuesto, tampoco el de los excesos y los escándalos mediáticos. Era el Diego Maradona capaz de salvarle el pellejo a una persona en una situación que iba de muy complicada a desesperante.

Claro que Diego Maradona, el dios en cuestión, en vez de todopoderoso y omnipresente, no estuvo ni enterado de todo eso que hizo.

Sentía frío Micaela Domínguez Prost esa madrugada, volviendo del cumpleaños de un amigo, aunque sin duda no tanto como aquella de diciembre de 2009 en Burlington (Vermont, Estados Unidos), donde esta argentina estudiaba cine y también esperaba un bus. Tapada de valijas, tenía que viajar a las dos de la madrugada hacia Boston, donde a las ocho de la mañana debía a su vez abordar un avión con destino a Europa. Pero ese bus nunca llegó. Desesperada por estar cargada, helada y con la fea perspectiva de perder un vuelo, aceptó la invitación de un taxista ghanés de entrar a su vehículo para calefaccionarse. Solo eso, porque había mucha nieve como para hacer ruta, su turno se terminaba, estaba muy cansado y no podía arrimarla a su destino. Resignada, se puso a charlar con el hombre y entre los recuerdos de la tierra de una y de otro surgió el nombre Maradona. Al chofer, vaya a saber por qué extrañas vueltas de la vida, Maradona le recordaba a su tierra y a su padre.

“Sonreía, contento de que un encuentro fortuito con una argentina lo hubiese transportado a una parte de su memoria que lo llenaba de felicidad. Los ojos le brillaban en la oscuridad de su auto y los recuerdos le salían por la boca como una catarata. De pronto se detuvo. Se quedó en silencio, mirando todo y nada a la vez, giró la cabeza, me miró y me dijo: ‘Te llevo’”, escribió Micaela en uno de los prólogos de La mano de Diego. Fue un viajecito de 350 kilómetros bajo nieve y noche cerrada.

“Yo estaba volviendo a Montevideo de un cumpleaños con una amiga, le conté esa anécdota y le dije: ‘Ese día Maradona me salvó la vida’. Y luego, ya en el ómnibus, comenzaron a abrirse las ideas. Yo conocía la historia de (el exfutbolista argentino Pedro) Monzón, de (el exintegrante de la troupe del programa de televisión Videomatch Diego) Korol, de (el cineasta italiano Paolo) Sorrentino, de todos esos que de alguna manera u otra le debían su vida a Maradona. Ahí nació el libro”, dice a Galería la ahora cineasta, periodista y docente que vive en Uruguay desde 2013.

El arranque. Antes de esa epifanía en un ómnibus interdepartamental, estaba el propio periplo vital de Micaela. Ella nació en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, en marzo de 1986. Era una bebé de meses cuando en junio de ese mismo año, bajo el sol inclemente de México, Maradona se colocó la corona de rey. Se puede decir que ella creció bajo el culto a un dios pagano. “Yo no te podría decir cuándo tuve la primera noción de Maradona. Es como que siempre estuvo ahí, en las charlas, en los sueños, en las aspiraciones de los varones de ser como él. Pero recién tengo recuerdos muy nítidos para el Mundial de Estados Unidos de 1994. Me acuerdo de estar con mis compañeros de clase viendo el partido contra Grecia (N. de R.: Argentina ganó 4 a 0 y Maradona anotó su último gol con la selección) y abrazarnos y festejar. Recuerdo todo el ambiente y la expectativa que había, era un equipazo, estaban también Caniggia, Batistuta, Redondo. Pero pasó aquello… y fue como que se apagara el país”, cuenta la autora. “Aquello” fue el doping positivo del astro por efedrina, luego de la victoria contra Nigeria, que lo sacó de la cancha de la mano de una enfermera, antes del “me cortaron las piernas”. Después de un arranque avasallante, sin su líder natural el equipo argentino se desinfló psicológicamente como pocas veces se vio.

Micaela Dominguez Prost, autora de La mano de Diego

Micaela Dominguez Prost, autora de La mano de Diego

A Micaela, admite, no le interesa mucho el fútbol. Pero sí viajar y sí estudiar. “Ahí me empecé a dar cuenta de que hablar de Maradona ya te resolvía problemas y te hacía sentir mejor”. Fue cursando un bachillerato internacional en Noruega que comprendió la globalidad de su compatriota, en la admiración de compañeros de Vietnam, Arabia Saudita, Egipto o el Tíbet, que le respondían “¿Argentina? ¡Maradona!” cada vez que ella se presentaba. En Nápoles, donde el futbolista brilló siete años, vio prácticamente un altar en cada esquina. Siempre significaba una sonrisa o una apertura de puertas. Y también comenzó a escuchar historias donde invocarlo marcó realmente una diferencia.

La escritura del libro empezó en enero de 2020 con la entrevista a Emilio Politi, un sociólogo también de Bahía Blanca, que con ganas de recorrer el mundo se encontró demorado en la frontera entre India y Bangladesh, por obra y gracia de un pasaporte hecho a las apuradas por la Embajada de Argentina en Nueva Delhi y por un sello que indicaba que había estado en el odiado enemigo Pakistán. Cuando ya no sabía qué podía pasar con él, el capitán de los oficiales que le habían impedido seguir el viaje en tren le preguntó en inglés: “Sin contar el que les hizo a los ingleses, ¿cuál es tu gol favorito de Maradona?”. La historia terminó con Emilio viajando cómodamente a su destino en un vehículo de la propia guardia fronteriza.

“Aproveché mucho la pandemia para las entrevistas. Era una de las pocas cosas que se podía hacer”, cuenta la escritora. Y en todas se contactó con los responsables, salvo en el caso de Pedro Monzón y Paolo Sorrentino, en el que recreó las historias a partir de las fuentes que el libro consigna. Hay historias más increíbles, más conmovedoras, más risueñas que otras. Y todas ellas están bien contextualizadas según el momento, el lugar, los protagonistas y su entorno.

Diego Korol, de Videomatch, se llama Diego Armando Korol. Fue por pura casualidad y no por admiración paterna, porque el exintegrante del séquito de Marcelo Tinelli nació en 1969, cuando Diego Armando Maradona era un niño más que pateaba sueños en forma de pelota en Villa Fiorito. Pero llamarse así, lo salvó de ser baleado por la policía nigeriana y por una banda armada de ese país, durante la cobertura del Mundial Juvenil de 1999. A un cordobés llamado Facundo, pronunciar el apellido Maradona lo salvó de ser linchado por barras bravas serbios; para una inglesa llamada Rebecca, casada con un argentino, escuchar las palabras mágicas “¿Argentina? ¡Maradona!” significó saber que no iba a ser acribillada junto con su esposo por paramilitares iraquíes durante la invasión a Kuwait en 1990; una foto en la que salió junto a Maradona casi de casualidad le permitió al trotamundos Emilio, preso en Chad acusado de ser espía del líder libio Muammar Gadafi (algo así como una sentencia de muerte), seguir recorriendo el planeta en su moto. Esa es la tónica: historias muy atrapantes con Maradona como (totalmente involuntario) salvador.

“No hay una historia que me haya impactado más que otras porque mi forma de vincularme con ellas tiene más que ver con cuándo las escribí que con la historia en sí. La segunda mitad del libro lo escribí con Diego ya muerto y a nivel emocional me afectaban de otra forma. Pero si tuviera que elegir una, la de los hermanos Funes fue de las que más me llegaron. Será porque yo también tengo una relación muy estrecha con mis hermanos…”.

Aferrarse a Diego. Maradona no es Dios. Tampoco fue, faltaba más, un santo. Ni siquiera un beato. Para esto último se requiere un milagro. Pero se podría atribuir algo así al caso de los hermanos Funes. 

En la madrugada de la Navidad de 2012, Mariano Funes sufre un grave accidente de moto en Miami. Desde Buenos Aires vuela su hermano mayor, Diego, quien comienza a encargarse en nombre de la familia de los cuidados en el Jackson Memorial Hospital. El cuadro de Mariano es muy grave, gravísimo: está en coma y precisa que se estimulen sus sentidos para que las neuronas vuelvan a interactuar. Si eso no ocurre, puede que no vuelva a despertar. Diego prueba con todo: fragancias de las comidas que le gustan, sus perfumes preferidos, masajes en los pies, audios de familiares y amigos, fragmentos de películas favoritas. Pasan los días y nada. Finalmente prueba con el relato de Víctor Hugo Morales del primer gol de Maradona a los ingleses en los cuartos de final de México 1986, justamente el gol de la mano de Dios…

Para su libro, Micaela entrevistó telefónicamente a Mariano Funes, todavía en recuperación, hoy vivo y consciente, el 6 de octubre de 2020. También contactó a su hermano Diego, el 29 de noviembre, cuatro días después de la muerte del propio Diego Maradona. Y de las 19 historias bien relatadas que conforman el texto, esta está particularmente lograda.

La mano de Diego, de Micaela Domínguez Prost. Editorial Tajante, 160 páginas, 490 pesos

La mano de Diego, de Micaela Domínguez Prost. Editorial Tajante, 160 páginas, 490 pesos

Que el libro se llame La mano de Diego no es casual.  

“Para Mariano, leer la historia (titulada El chisporroteo) fue algo muy loco, porque él no estaba consciente de nada, es la narración de Diego, desesperado, tratando de despertar a su hermano”, cuenta Micaela. “Y cuando vos precisás un milagro, acudís a todo, te aferrás a lo que sea, médicos, curas, pastores, brujas… y lo que funcionó fue el gol de Maradona”.

Cuando el director y guionista de cine italiano Paolo Sorrentino subió al Dolby Theatre de Hollywood a recibir el Oscar a Mejor película extranjera por La gran belleza, en 2014, el último de sus agradecimientos fue a Maradona. Es que cuando tenía 17 años, en 1987, su insistencia para ver al astro argentino defender los colores del Nápoli fuera de su Nápoles natal, lo salvó de sufrir la tragedia que mató a sus padres por culpa de un escape de gas en la casa de vacaciones de la familia en Abruzos.

Pedro Damián Moncho Monzón es un exfutbolista argentino, de origen tan humilde como el de Maradona, también integrante de una selección mundialista de su país (la de Italia 1990), pero sumamente rústico. Ya lejos de su esplendor, con la fama desvanecida junto con la plata, decide suicidarse. Corría 1997. Lo detiene el impulso de hacer una última llamada por teléfono público. “No ando muy bien. Tengo ganas de verte, Diego”. Y Diego va, habla con él, le presta unos pesos. Hoy el Moncho vive, no holgadamente, pero vive. Y tiene tatuado el rostro de su excompañero de equipo en el antebrazo derecho. Pero su felicidad está empañada porque Diego no está más.

Mi propio Maradona. A esta altura resulta claro, pero si todavía existe algún distraído conviene dejar algo bien sentado: este no es un libro sobre fútbol. No se detallan goles ni partidos en Argentinos Juniors, Boca, Nápoli, la selección argentina ni cualquier otra camiseta que Maradona defendió. Micaela se ríe esperando que nadie quede decepcionado por ello. De cualquier forma, libros destacando las hazañas deportivas del Diez sobran.

“En realidad me ha pasado lo contrario. Hay mucha gente, amigos, familiares, que me dijeron: ‘Yo lo compré solo porque lo escribiste vos porque no me interesa el personaje, pero luego de leerlo me emocioné’. Es que Maradona no es el protagonista de las historias, es más bien una excusa para contar sobre diferentes países y culturas”, explica.

Es que Maradona, dice, es “un fenómeno social y cultural”. Limitarlo solo al fútbol, aunque haya sido un gran exponente, es un error. Tampoco alcanza su origen social. La historia de este deporte está repleta de atletas que se llenaron de oro, glorias y fama desde la pobreza más absoluta, sin rozar el impacto en los colectivos que sí logró Maradona. “En muchos países, él tiene la imagen de alguien que se enfrentó a los poderosos, la de un superhéroe capaz de salvarnos del mal”, dice la autora.

¿Cómo es eso? No hay una respuesta. Puede ser que su apogeo coincidiera con períodos históricos parteaguas, como el fin de las dictaduras en el Cono Sur, con la caída del Muro de Berlín, con las guerras de las Malvinas, del Golfo y de los Balcanes, más un desarrollo notorio de las telecomunicaciones. En el prólogo de La mano de Diego, el escritor y sociólogo argentino Pablo Alabarces señala que el Mundial de México 1970, el último en el que brilló Pelé (el mayor rival histórico de Maradona por el honorario título de mejor futbolista de todos los tiempos), fue visto por 540 millones de televidentes; México 1986, Italia 1990 y EE.UU. 1994, los certámenes maradonianos, fueron transmitidos, en cambio, para 13.000 millones, 26.000 millones y 32.000 millones de personas, respectivamente.

“Nadie puede entender a Maradona persona”, apunta la escritora, cuando se le pregunta por la otra arista famosa de su personalidad, más allá de la deportiva, que no está desarrollada en el libro. “No se puede entender a alguien que era un dios en vida, que tuvo en sus manos la responsabilidad de darle felicidad a un país (Argentina) o a una ciudad (Nápoles), sin proponérselo; porque su fama no fue buscada, él solo jugaba al fútbol, no fue a un reality show”. Para juzgarlo, subraya, no tiene herramientas. Pero sí tiene opinión.

“Mi opinión sobre Maradona es muy compleja y con muchas capas, tal como era él. Me genera cosas positivas y negativas a la vez. Yo no estoy del lado blanco o negro, tipo ‘hay que amarlo porque me importa lo que hizo con mi vida y no con la de él’. ¡Sí, a mí me importa lo que hizo con su vida! No estoy del lado de cancelarlo por abusador o drogadicto. Cuestiono muchas cosas que hizo con las mujeres y sus hijos no reconocidos, porque eso choca con mi ideología y mi forma de vivir. Pero a la vez, me parece que hizo mucho por las personas marginadas en distintos lugares, de alguna forma fue un paladín de la justicia social”, se explaya Micaela.

Maradona, en tanto hombre político, tenía una postura bastante fuerte e inclinada —al menos en lo declamativo— hacia la izquierda, reflejada sobre todo en sus enfrentamientos con los poderes de turno de la FIFA. Eso no le impidió, añade la autora, “sacarse fotos con jeques, dictadores, presidentes de todo signo… sí, hay algunos encuentros que te hacían decir: ‘Pah, Diego, ¿era necesario?’”.

Micaela resalta que Maradona no alegró su vida futbolísticamente hablando, aunque su nombre haya ido a su auxilio más de una vez. “Piense lo que piense, aunque yo sienta que lo puedo cuestionar, tomando en cuenta que él fue parte de un sistema tan machista como el fútbol, yo no puedo evitar que me genere amor y cariño. Y a veces me da lástima, bronca e impotencia que no se haya hecho lo suficiente por él, que ahora esté muerto… Creo que Diego Maradona es la persona que más emociones me genera”.