El lugar donde vivimos determina la vida que llevamos. Es un hecho. Y solo nos damos cuenta cuando algo se modifica. No es lo mismo vivir en un pequeño apartamento en el Centro, con o sin balcón, con una plaza a la vuelta o cerca de la rambla, que vivir en las afueras de la ciudad, en un barrio frente a la costa, o en una chacra hacia el oeste, o en una casa con fondo en un barrio de Montevideo. Cada tipo de hogar y su entorno conlleva un estilo de vida, que se traduce en hábitos, costumbres, distancias y tiempos de traslados, medios de transporte, momentos y espacios de disfrute.
Ciertamente, en momentos de confinamiento y largos períodos hogareños, el lugar que habitamos tomó nuevas dimensiones, otras funcionalidades, y el entorno inmediato también se resignificó. El balcón, la terraza, la azotea, el jardín cobraron otra vida. La plaza, la rambla, el parque empezaron a ser espacios más propios. Y el análisis y reflexión sobre el lugar en el que vivimos se hizo imperativo. Algunas personas decidieron mudarse a una casa nueva, más acorde a las necesidades emergentes, mientras otras eligieron irse fuera de la ciudad y pasar la mayor parte del tiempo en sus viviendas del balneario o del campo. Esto definitivamente es un cambio de vida provocado por un cambio de hogar.
A veces no somos conscientes de a qué nivel nuestra cotidianidad está determinada por el lugar en el que vivimos; porque nacimos allí y no conocemos otra cosa, porque hace tantos años que llevamos la misma rutina que ni nos cuestionamos cómo sería de otra manera. Pero más allá de que la opción o la posibilidad del cambio esté en nosotros, esto queda en evidencia cuando aparece un factor nuevo en el barrio que puede darle un vuelco a nuestro diario transitar.
Si en el lugar donde vivimos un día inauguran una plaza con espacios verdes, zonas deportivas, modernos juegos infantiles, bien iluminada para disfrutarla también en las noches, seguramente nuestros momentos de recreación en familia cambien. Si la calle por la que transitamos todos los días fue repavimentada y las veredas están lisas como una pasarela, es probable que disfrutemos más las caminatas. Si en el trayecto de la casa al trabajo construyeron una ciclovía, la felicidad de ir a la oficina pedaleando será una gran fuente de bienestar. Cualquier novedad que se introduzca en el espacio que nos rodea tendrá un impacto en nosotros.
A otra escala y en otro hemisferio, esto sucede, por ejemplo, con el nuevo acontecimiento urbanístico y arquitectónico de la ciudad de Nueva York: Little Island, un parque flotante construido sobre los antiguos pilares del viejo muelle 54 sobre el río Hudson. Esta obra de ingeniería, de la que damos cuenta en este número con una nota acompañada de fotos increíbles, además de configurar un gran espacio verde con hermosos paisajes sobre el río y la ciudad, incluye varias zonas de diferentes tamaños especialmente proyectadas para conciertos y eventos culturales. Sin duda esto cambiará la vida recreativa de los pobladores más cercanos al lugar.
Pensar en el efecto (positivo y negativo) que tendrá una obra sobre quienes vivirán cerca de ella debería ser siempre el camino en la mejora y el crecimiento de una ciudad bien pensada. La Planificación Urbana, como su nombre lo dice, se encarga de ordenar el uso del suelo y regular las condiciones para su transformación o conservación. Es una disciplina de carácter esencialmente proyectivo y establece un modelo de ordenación para un ámbito espacial, generalmente un municipio, área urbana o barrio. Esto significa que las ciudades deben planificar su crecimiento, hacia dónde, de qué forma, e ir construyendo la infraestructura vial, de saneamiento, de servicios antes de que lleguen sus pobladores para darles una buena calidad de vida. Lamentablemente sabemos que en los países como Uruguay eso no sucede en ese orden, sino todo lo contrario: primero las ciudades se van desbordando, y los habitantes, buscando dónde asentarse, se van instalando en las tierras que encuentran y atrás de ellos llega primero el almacén, luego los servicios de luz y agua, después el transporte, y años más tarde el saneamiento.
Está claro que el entorno nos condiciona y el uso que hacemos de él es también nuestra elección. Pero más allá de lo que las autoridades municipales o departamentales puedan hacer por nosotros, o de las oportunidades que tengamos para hacer grandes transformaciones en nuestras vidas, si queremos darle un vuelco a la cotidianeidad, podemos empezar por hacer alguna modificación en el interior del hogar -en la exposición de diseño y arquitectura Casacor que mostramos en esta edición hay muchas buenas ideas- o incorporar un espacio urbano que no teníamos en nuestro radar. Lo importante es despertar a la posibilidad de un cambio, aunque sea pequeño, y saber que eso nos puede traer un inesperado y gratificante aire fresco.
