Cultura
Perfil de un eterno buscador

Exposiciones muestran el lado silvestre e intelectual del artista Thomas Lowy

Dos exposiciones de Thomas Lowy muestran al artista casi desconocido detrás de la figura pública, que fue referente de la gestión cultural, hombre multifacético, intelectual silvestre y perfeccionista

05.06.2022 07:00

Lectura: 18'

2022-06-05T07:00:00
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Por Carolina Villamonte

Thomas Lowy fue un hombre multifacético. Se lo conoce por su trabajo como gestor cultural ocupando cargos públicos (desarrolló la primera Dirección de Cultura de la Intendencia de Montevideo en 1985 y ocupó su dirección hasta 1990, fue director de Cultura del Ministerio de Educación y Cultura entre 1995 y 2000, y fue director de la Unión Latina para Uruguay del 2001 al 2011) e integrando asociaciones y fundaciones (como la Fundación MAPI). Era artista plástico egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes, dibujante, director de arte y director creativo en agencias de publicidad, actor de teatro en su adolescencia, creador del taller de serigrafía Estampa 3, diseñador de muebles infantiles bajo la marca Ludika (carpintero fue su primer oficio), diseñador gráfico y fundador del semanario Jaque. En sus últimos años se dedicó a la plantación de olivos y producción de aceite. Su curriculum vitae ocupa nueve páginas de Word. Pero fue recién a los 71 años que Lowy sorprendió con su primera exposición individual en el Museo Blanes. Ocurrió en 2018, se tituló Por qué y fue, por las vueltas del destino, su única muestra en vida. Lowy falleció en un accidente a fines de 2020, en plena pandemia. Hoy hay dos muestras en la ciudad que rinden homenaje a su obra: Respuestas provisorias, en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV), que presenta sus últimos trabajos, y Thomas Lowy: un espíritu libre, en el Museo de Arte Precolombino e Indígena (MAPI), sobre su vida.

Existen tres teorías bastante bien fundamentadas sobre por qué Lowy esperó tanto para mostrar su arte.

En la Sala 1 del Museo Nacional de Artes Visuales, Santiago y Marcos Lowy, hijos de Thomas, observan los collages y los ploteos de alta calidad de otros collages que conforman la exposición Respuestas provisorias, que permanecerán colgados hasta el 24 de julio.

“Con los ploteos lo que hace es como homogeneizar el relieve que dan los collages. En algunos los quiso mantener y en otros quería que quedara todo en un mismo plano, porque el relieve, de alguna manera, te quiere decir algo y capaz que no era la intención de él”, dice Santiago. “Es otro lenguaje. Otra textura”, agrega Marcos. “También, como anécdota, tenía miedo de que se le despegara algún papelito”.

Según Santiago, varias personas que conocían de cerca la obra de Lowy solían identificar en sus cuadros a maestros como Edgar Degás o Pablo Picasso; ahora hay un consenso entre esas personas de que esta muestra del MNAV es una exposición muy particular, porque en ella Lowy logró tener un lenguaje propio. Esta sería la primera teoría. Había encontrado la manera de decir lo que quería decir.

Una segunda línea está muy emparentada con esta. “Hay voces que hablan —y yo estoy más de ese lado, dice Santiago— del miedo que tenía mi padre a exponerse, a la crítica. Entonces esta exposición y la del Blanes marcan que el tipo estaba satisfecho, porque era un hombre muy difícil de satisfacer, hasta con él mismo. Me hubiera gustado tenerlo enfrente para preguntarle si expuso a los 71 años porque sintió que había encontrado su propio lenguaje o porque le costó tanto tiempo armarse de valentía”.

Lo cierto es que nunca dijo nada al respecto. “Él no hablaba de esas cosas”, asegura Marcos, el menor de los hermanos. “Primero que era una persona de hacer, y no sé si él en algún momento lo planificó tanto. Creo que el loco iba como juntando piezas y se dio. Era una persona que usaba las oportunidades y me parece que lo del Blanes fue una manera de ordenar todo su trabajo, además de que bueno, había llegado a una edad, y sus amigos iban desapareciendo”.

Dicen que hacía 20 años que sus amigos lo venían presionado, porque se había dedicado siempre a sponsorear la carrera de otros y él, con tanta trayectoria, no exponía su obra. Y es acá donde aparece la tercera teoría. “Una muy real”, sostiene Santiago. “El temor más grande de mi padre era que alguien viniera y le dijera: ‘Vos usaste tu cargo para esto’. Me acuerdo que yo necesitaba que me diera una mano para entrar a un curso y no lo hacía. Lo podía hacer para cualquier otra persona, pero nunca para un hijo. Me acuerdo de la época de la intendencia, que tenía chofer y no lo usaba, le decía: ‘Andate para tu casa, yo me manejo en ómnibus’”.

Analía Sandleris, curadora de la muestra en el MNAV y amiga de Lowy, confirma esta versión en su texto curatorial. “El artista que había en él era despiadado en la autocrítica de su trabajo, con algunas máximas éticas que no le permitían mostrar su obra porque —como decía— ‘no se puede estar en ambos lados del mostrador’”. Y continúa: “Por alguna razón, que a veces me resulta misteriosa, él decidió crear un puente de confianza y compartir conmigo algunas tribulaciones de su trabajo artístico. Descubrí un tipo que era torbellino de ideas que lo sobreestimulaban a la hora de poner foco en sus procesos creativos. Esa cantidad de imágenes nuevas creaban cierto caos y un mar de ruidos que debía desoír para seguir adelante. En eso estaban nuestras últimas charlas: ordenar, planificar, disciplinar la mente, trabajar en series. Es posible que en Lowy las luces del gestor opacaran al artista. La cariñosa admiración que despertaba a su alrededor le devolvía esa imagen brillante y al verse a sí mismo en ese espejo, dejó en las sombras al plástico que lo habitaba”.

Sus hijos coinciden en que tenía un apego a la ética que lo guiaba siempre en sus decisiones. “Puede ser una tercera posibilidad que el tipo quisiera esperar a estar totalmente fuera de la gestión política para presentarse como artista, y no apalancarse en ella para hacerse autobombo”, piensa Santiago. E inmediatamente surge la anécdota que lo pinta en este rasgo tan honesto. Cuando le ofrecieron el cargo de la Dirección de Cultura de la intendencia, fue a Bellas Artes a pedir “permiso” a sus profesores y compañeros, a saber si les parecía una buena idea formar una dirección de cultura, y si aceptaban que él fuera el director.

“La Escuela de Bellas Artes fue la cuna, no solo para él sino para mi madre, que también era egresada de ahí. Era como la casa de ellos. (Lowy fue profesor de Serigrafía y Grabado, y miembro del Claustro del Instituto). Y yo creo que él también tenía un tema y es que era colorado, y la cultura es del Frente, siempre fue patrimonio frentista, y él chocaba mucho con eso porque lo aceptaban, era muy querido. Hoy lo quiere el ministro blanco (Pablo da Silveira inauguró la exposición del MAPI), tenía una amistad muy fuerte con (Julio María) Sanguinetti y todo el núcleo duro del Partido Colorado, y con (la exintendenta por el Frente Amplio) Ana Olivera hablaban mucho”, dice Santiago. “Confiaban. Tendía puentes”, agrega Marcos.

Señalando los cuadros, Santiago remarca el detalle nada menor que lo delata como integrante de la Escuela de Bellas Artes: sus obras no llevan firma. “Es el anarquismo de Bellas Artes”, dice su hijo. “La obra no es tuya, sino que vos fuiste un canal para generarla. Y una vez que está terminada es del mundo. Nunca vas a encontrar una firma de mi padre en un cuadro. Salvo que se lo hayan pedido. Ninguno tiene firma y no es porque no sean los originales”.

Thomas Lowy nació en Montevideo en 1947. Su padre, Richard Lowy, fue fotógrafo y su madre, Inge Elbau, estuvo siempre vinculada al teatro. Ambos emigraron a Uruguay siendo muy jóvenes, debido a la persecución nazi. Su madre contrajo matrimonio por segunda vez en 1952 con Ludwig Neulander, destacado dramaturgo, conocido en el mundo cultural con el nombre de Luis Novas Terra.

Aunque los cuadros no tienen título ni explicación (salvo uno, que Lowy contó que era una representación personal del Holocausto), para sus hijos es fácil identificar elementos de sus diferentes mundos. “Yo veo referencias del campo, veo cosas de su vida cotidiana. Y estas formas son recortes de una escultura que él hizo. Recién pasé por el edificio que él construyó, donde está esta escultura suya en la entrada”, reconoce Marcos.

¿También construyó un edificio? “Era un filántropo multifacético”, responde Santiago. Financió la construcción de dos edificios (uno en la calle Juanicó y otro en San Martín), en los que también dejó su impronta en cuanto a la estética y el diseño. Eran proyectos realizados bajo ciertas leyes que daban acceso a la población a una vivienda de calidad con grandes facilidades. “Tenía un condimento social y eso le puede haber interesado también por su ideología”, aclara Marcos.

Los diferentes elementos de los collages van tomando protagonismo de a uno. “Y en esta obra veo retazos de otras cosas, muchas de esas mujeres también están esculpidas, esas formas redondeadas…”, dice uno. “Yo acá, por ejemplo, veo las lavandas del campo...”, dice el otro.

Unos 16 años atrás Lowy decidió comprar tierras en Pan de Azúcar y plantar olivos. “Fue un desafío para él hacer algo a largo plazo. Porque en su dialéctica, en su manera de explicarse las cosas, decía que los judíos tenían profesiones en las que podían agarrar sus cositas y hacerlas en otro lado”, explica Marcos, y Santiago profundiza. “Los judíos toda la vida han sido corridos de todos lados, por eso eran joyeros, relojeros, oficios muy comerciantes, siempre algo que fuera aplicable en otro lado... porque venía una guerra y quién les iba a reconocer eso. Entonces, para él, como judío, comprar hectáreas era como un paso generacional que sus antepasados no hubieran hecho”.

“Iba en contra de un instinto de supervivencia, de algo casi inconsciente. Y esos últimos años los vivió muy intensamente en el campo, le metió muchas horas y mucho amor. Porque está precioso, es un lugar espectacular”, comenta Marcos, quien está a cargo ahora de ese campo.

La cantidad de actividades y las diversas facetas de Thomas Lowy hablan de una personalidad inquieta, enérgica, avasallante, preocupada por los detalles, en busca de perfección. “Era un tipo que si se metía en algo, se metía hasta los huesos. Se metía en la escultura y no lo sacabas hasta las 5 de la mañana. Y capaz que hacía decenas de piezas por día. Porque era de la teoría de que vos mejorás tu técnica haciendo. No existe esa obra de hace seis meses que está esperando que la inspiración llegue, no. En eso era bien Picasso, ‘que la inspiración me agarre trabajando’. Producía todo el tiempo”, cuenta Santiago. Y agrega: “Cuando escribí el texto para el MAPI iba a escribir algo que era el lado B del artista, el costo. Vos tenés un padre que hace edificios, tiene un campo, es escultor, tiene agencia de publicidad, está en el gobierno, y decís: ¿cuándo está en la casa con los hijos y la señora? Y ese era un poco el lado B que él tenía. Era muy enérgico, muy involucrado en las cosas, generó muchas políticas culturales muy interesantes como el Circuito Departamental, que para mí cambió mucho el paradigma del teatro en Uruguay. El loco montó una obra, montó un teatro móvil y ahí iban en caravana por todo Uruguay, llevando teatro de calidad a las regiones más inhóspitas. Y ahí se generó toda la parte de teatro en las aulas. Lo mismo hizo con bibliotecas móviles. Recuerdo que un día nos sentó a mi hermano, a mi madre y a mí y nos dijo: ‘Me están ofreciendo ser director de Cultura, ahora del ministerio. Se acuerdan que estaba muy poco, bueno, ahora no voy a estar. Mi madre no estaba muy de acuerdo, pero bueno, ahí es donde estaba la generosidad de ella. ‘Yo banco el boliche acá y vos seguí haciendo’”.

Infancia entre arte. Santiago es el hijo mayor, tiene 43 años, estudió Sociología, trabaja como gerente comercial en una empresa de infraestructura y compone música como hobby. Es padre de dos niñas. Marcos tiene 41 años, es cocinero, vive en La Barra, viaja mucho por su trabajo y hace fotografía en su tiempo libre. De niños vivían con sus padres —Thomas y la también artista plástica Mariana Castiglioni— en una casa en la calle Córcega, entre Murillo y Mones Roses. “Un Carrasco diferente al de hoy”, aseguran. “Un Carrasco que todavía conservaba todo eso de barrio, el Club Córcega de fútbol, el bar del gallego, el almacén del Pancho, la peluquería de Gonzalo”.

¿Cómo fue crecer en una casa de artistas?

SL: Ser hijos de artistas tiene todo un condimento que sale de la educación tradicional. Me acuerdo de vivir la vida distinta a otras casas. En las casas de mis amigos a las 9.30 todos comían juntos, en mi casa no comía nadie junto, salvo los domingos.

¿Era una vida mucho más bohemia?

ML: Un poco más bohemia, con largas conversaciones. Capaz que íbamos a comer un helado y se encontraba con alguien y se quedaba hablando una hora y media, y bueno, también escuchabas y algo te enterabas, y era interesante de alguna manera. Pero sí, era todo mucho menos estructurado.

SL: Me acuerdo con 13 años que vine con cinco materias bajas del liceo y el tipo me agarró y en vez de ponerme una penitencia como haría cualquier otro padre, me dio una charla de tres horas del deber ser, sacó la enciclopedia, era una charla para alguien de 50 años. A él le costaba un poco empatizar o tener un lenguaje con gente joven. Con niños sí, porque me acuerdo de mi niñez como algo muy lindo, de juegos, él inventaba que era de una tribu indígena.

ML: En los cumpleaños hacía máscaras, hacía magia, era el animador. Con mi madre hacían disfraces y unas tortas hechas con galletitas, unas cosas supercreativas. Muy lindo.

¿Era muy exigente con ustedes?

ML y SL: Muy exigente.

ML: Consigo mismo y con los demás.

SL: Yo conseguí mi primer logro laboral a los 25 o 26, que era un ascenso importante y fui corriendo a contarle y me dijo: “¿Y después de eso qué viene? O sea, ¿cuál es el próximo objetivo? Este ya lo lograste”. “Pero yo quiero festejar este, papá, dejame, festejalo conmigo”. Y no, era siempre mirar dónde estaba la próxima meta…

¿Cómo era su taller?

SL: Era abierto, vos podías ir.

ML: Era un lugar en el fondo de la casa, con su baño, muy bien puesto. Tenía la mesa gigante de la carpintería, unos tornos, tenía el barro atrás, las terrinas, donde mezclaba el barro con el agua. En esa época él hacía mucha escultura. Ahí vivimos hasta los 18 y 20 años.

SL: Cuando mis padres se separaron, vendieron la casa y nos vinimos para Pocitos.

ML: Igual te montaba un taller en cualquier lado.

SL: Después alquiló un apartamento al lado de lo de mi abuela, bien de judío, que le hacía la comida y le agarraba la manito (risas).

ML: Era un apartamento de una habitación y en la cocina tenía un taller de cerámica. Siempre se hacía un tallercito. En el campo tenía otro taller, lo desmonté hace unos días, donde hizo esto (las obras que conforman la exposición del MNAV).

¿En la pandemia se fue a vivir al campo?

ML: Iba y venía, vivía mitad y mitad.

Y murió allá, en un accidente de caballo.

SL: Ahí habla también de su personalidad, de que era una persona que no iba a morir viejito en una silla sin poder caminar, no hubiera podido nunca porque el hecho de envejecer lo estaba matando. Me decía: “Yo caminaba este campo tres, cuatro veces al día y ahora no puedo ir hasta ahí y volver porque me agito”. “Pero, viejo, fumaste 40 años y tenés 70, ¿qué querés?”. Y no lo podía admitir, iba por todos los médicos buscando una explicación. Y nunca lo pudo admitir. Por algo, ¿quién con 71 años se va a subir a un caballo brioso como era ese? Casi siempre los Lowy tuvieron cierta mancha de muertes trágicas. Mi abuela se mató en un accidente de auto. Como que llegan a cierta edad y dicen: “hasta acá llegué”. Espero que no lo respetemos nosotros (risas). No, creo que nosotros quebramos con muchas cosas que vienen autoimpuestas como tradiciones familiares.

Marcos, en el texto que escribiste para la exposición del MAPI hablás de la parte silvestre de tu padre, no tan intelectual

ML: Creo que uno piensa en un intelectual como alguien detrás de un libro, siempre formándose o siguiendo un estudio, y él era multifacético, iba absorbiendo todo lo que lo rodeaba. Le encantaba tirarse en la playa y no hacer nada. Pero era en el único lugar donde él decía: “Acá siento que no tengo que hacer nada”. Le encantaba tirarse al mar, barrenar olas, ir de campamento, le gustaba pescar y andar descalzo. Me acuerdo de poder disfrutarlo un poco más a él en esa faceta, que él la disfrutaba muchísimo también. Pero creo que al final lo que más le preocupaban eran las personas. Era una generosidad de su parte dejar de lado esa parte más silvestre porque le interesaban mucho más los seres humanos, y te lo decía: “Para mí la foto más impresionante es la cara de una persona, un retrato”. Y ahí es como que yo veo todo. Creo que lo del rostro humano lo decía desde el punto de vista de la humanidad, del interés por lo humano, por las historias detrás de cada persona. La cultura para él era eso, darle la oportunidad a la gente a disfrutar más de todo, de la vida en general.

SL: Igual las historias las veía en todo. Me acuerdo de ir a Buenos Aires y nos hacía mirar los pestillos de las puertas, porque tenía todo un cuelgue sobre qué historia contaba ese pestillo.

Parados frente a esta exposición y a la del MAPI, ¿se encontraron con algo de su padre que no sabían?

SL: Mi padre siempre fue un tipo muy transparente, y en lo que no era transparente te lo dejaba por escrito. Parte de lo que hizo toda la vida fue una especie de testamento, pero que no era tan monetizable, sino testamento de cosas, donde nos decía: “Busquen en mi computadora, busquen en mis cosas, investiguen”.

ML: Nos hizo un ayuda memoria.

SL: Se llama Para hijos, y habla de todo lo que él tenía, dónde estaban las cuentas, qué hacer, qué cobertura médica tenía mi abuela si él se iba. Él ya estaba planeando su muerte como 10 años antes, y todos los años lo actualizaba. Parte del testamento era todo lo que él había hecho, y lo que nos pedía era: “No tengan miedo de investigar en mis cosas, no van a encontrar nada más que alguna carta de amor”. Y ahí dejó su computadora, tenemos todo. Lo que pasa es que todavía no pasó tanto tiempo como para lanzarse tan en profundidad a navegar por esos miles de datos y de cosas, pero sé que parte de lo que él ambicionaba era: “redescúbranme después de que me fui”.

¿Y lo están redescubriendo?

SL: Yo sí. No está tanto vinculado a las exposiciones directamente, sino más a la parte humana que decía Marcos, de la cantidad de gente que él ayudó, no solamente vinculada a la cultura. Era un tipo que tenía un sentido del altruismo muy interesante y sentía una gran satisfacción al ayudar. Uno termina dando 10 pesos y quiere la foto con la persona a la que le dio 10 pesos y después quiere que se publique en todas las redes sociales. Y el tipo era totalmente al revés, era de ir a ayudar a los amigos. Una de las cosas que siempre decimos en broma, es que debe haber no sé cuántos miles de dólares tirados por ahí porque él fue ayudando a gente, que obviamente nunca nos vamos a enterar. Igual llamaron algunos, no quiero decir que no. Algunos nos dijeron: “Tu padre me prestó, probablemente jamás te la pueda devolver”.

Debe ser movilizador tener un padre tan multifacético, que haya hecho tanto aporte a la sociedad.

SL: Es lindo y es complejo. Uno tiene esa tendencia biológica de intentar superar al padre, pero claro, cuando tenés un tipo así decís: “Me voy a jugar a la bolita” (risas). Pero después te das cuenta de que no hay una cosa de competitividad, es disfrutar, aprender y cada uno recorrer su camino. Y sentir orgullo, que es lo que te queda.

ML: Y las herramientas que mamamos para poder disfrutar de las cosas, que creo que es su legado.

SL: Sí, eso de aprender a disfrutar de las cosas más simples, que ahí es donde está la magia de la vida, no esperar esa emoción del gran momento que te sacuda. Que te sacudan las simplezas. Porque al final es eso, creo que lo que tiene un artista como él de increíble es el poder ir caminando, observando y absorbiendo.

ML: Abstrayéndose.