En sus orígenes, las entrevistas eran consideradas "algo abominable y de poco postín". Así lo dice, sin remordimiento alguno, el editor del libro Grandes entrevistas de la historia, el inglés Christopher Silvester.
Según su documentada introducción, la primera entrevista de la era moderna fue publicada en el New York Tribune el 20 de agosto de 1859. Se trató de una charla con el líder mormón Brigham Young, hecha por Horace Greely, un periodista norteamericano bastante célebre en aquel momento. Mucho antes de que existiera el concepto de la cultura de masas, publicar la conversación entre dos personas -por más periodística que fuera- resultaba más una frivolidad o una vulgaridad que una herramienta de entendimiento o difusión de conocimientos. Sin embargo, la entrevista gustó desde el comienzo y rápidamente se volvió un género periodístico popular y atractivo. En el prólogo de ese mismo libro, la escritora (y gran entrevistadora) española Rosa Montero desliza varias verdades, pero elijo una: "La entrevista siempre ha sido un género muy literario, y hay piezas periodísticas que aspiran tanto a la eternidad como un buen cuento". Son aquellas entrevistas que no pierden vigencia en el tiempo, "porque no responden a nada accidental, no se deben a la fugacidad de una noticia pasajera, sino a la sustancia misma de la vida".
Hoy, conviven distintas opiniones sobre qué hace a un buen entrevistador, más allá del entrevistado que tenga enfrente. Hay quienes opinan que la clave radica en saber preguntar o en estar bien informado. Para otros, en cambio, lo fundamental es saber escuchar. Montero, por ejemplo, distingue del resto a aquellos "que quieren entender a sus entrevistados", que buscan en la esencia de su carácter y su comportamiento las respuestas para develar algo más sobre los misterios del mundo. En contraposición, dice que detesta al periodista enfant terrible, "al reportero fastidioso y narciso cuya única ambición consiste en dejar constancia de que es mucho más listo que el entrevistado", cuando esto no es así, porque no aprende nada. En ningún caso, advierte, esto significa que el periodista no pueda -o no deba- enfrentarse verbalmente a su "oponente", su enemigo durante el lance de la entrevista. Lo deja hablar, lo pincha, le repregunta, lo molesta, lo lleva a lugares incómodos, y también a algunos inesperados y tibios.
De todos los géneros periodísticos -aun después de más de 20 años ejerciendo la profesión-, la entrevista es mi favorito. De ella, se ha dicho que es "una peculiaridad" del periodismo americano y que su éxito forma parte de "una revolución en el modo de ver a los personajes públicos". Pero hay otro dato de su historia que me llamó más la atención: que en gran medida despertó polémica porque se trataba de un campo periodístico en el que las mujeres competían en igualdad de condiciones con los hombres. A fines del siglo XIX, la entrevista les permitía a las mujeres contactarse con gente importante e interesante, a la cual seguramente no tenían acceso de otra forma. Elizabeth L. Banks, una periodista norteamericana que trabajó en Londres durante la década de 1890, aseguraba que la entrevista era "la más gratificante, apasionante y edificante rama del periodismo que pueda desempeñar una mujer". Ella, que había escandalizado a gran parte de sus lectores cuando se hizo pasar por empleada doméstica durante unos meses para luego narrar y publicar sus experiencias, opinaba que las mujeres eran "mucho mejores entrevistadoras que los hombres" porque "normalmente tienen más tacto" y son "más observadoras y capaces de tomar nota de las cosas pequeñas de la vida".
Aunque nunca lo había pensado conscientemente de ese modo, y con el mayor de los respetos hacia mis colegas hombres, creo que hay algo de cierto en esa afirmación, que quizás debería hablar no de mujeres sino de cierta sensibilidad femenina. Lo que me llevó a revolver la biblioteca y repasar esos libros que abordan la entrevista, su historia y sus particularidades fue, justamente, la entrevista a Cecilia Bonino que publicamos como nota de tapa en esta edición. Hace años Cecilia se dedicó, de distintas maneras, a este género periodístico. Lo hizo en prensa escrita, en radio y también en televisión. Desde hace un tiempo puso el foco en ellas a través de su proyecto Mil historias hoy, que se difunde sobre todo a través de su cuenta de Instagram. Allí, sin limitaciones de espacio en la página de un diario o de minutos al aire, conversó largo y tendido con escritores, filósofos, actores, psicólogos, deportistas y un larguísimo etcétera sobre sus profesiones, pero también sobre los grandes dilemas de la existencia humana. Eso es lo que más le interesa y disfruta, dice. Se dedica a "curar" esas historias, a sacar la hojarasca y ofrecer contenidos que valgan la pena, con los que haya un encuentro y una transformación. Y dice una frase que usa mucho en el ciclo y aplica siempre: "Me interesa tu historia porque echa luz sobre la mía".
Durante la charla con María Inés Fiordelmondo, hablando sobre el valor de una buena entrevista Cecilia nombra a la argentina Leila Guerriero, que le "fascina" cuando hace sus perfiles, y a la uruguaya María Esther Gilio, a quien tuvo "el gusto de conocer" y entrevistar para su tesis de facultad. Me animo a sumar algunas más, como Oriana Fallaci y sus entrevistas, que son testimonio de la historia, a Rosa Montero, a quien conocí como entrevistada y leí como entrevistadora, y a Oprah Winfrey, que convirtió su ciclo de entrevistas en el programa más visto en la historia de la televisión norteamericana en su rubro. Seguramente haya más y sigan apareciendo nuevas. Cecilia habla de aprender de las historias ajenas y del poder transformador de un ser humano sobre el otro. Yo sumo un ingrediente más: trabajar para que siempre haya lugar para una conversación interesante. Porque con una buena charla, hay menos soledad.
