Cultura
Historias de debates

Cuando Kennedy descubrió a su aliada la TV

Mientras en Uruguay se confirma el primer debate televisado entre candidatos a la Presidencia en 25 años, se cumplen 59 años del primero de todos.

26.09.2019 23:59

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2019-09-26T23:59:00
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Por Leonel García

Quizá como nunca la magia de la televisión mostró su poder el 26 de setiembre de 1960, hoy hace exactamente 59 años. El candidato a la Presidencia de Estados Unidos por el Partido Demócrata, el senador de Massachusetts John Kennedy (43), llegó a los estudios de la CBS en Chicago dispuesto a matar. No solo se había preparado a conciencia para esa noche histórica, intentando inyectar confianza y seguridad en la población de que él era el hombre que la nación precisaba en esos tiempos y aventar las dudas que generaba su religión católica en un país de mayoría protestante; en el hotel donde se alojó aprovechó para tomar una siesta reparadora y usar su techo para reforzar su bronceado. Antes de salir al aire permitió que lo maquillaran. Para completar el cuadro, alcanzaron segundos de transmisión para constatar lo acertado de vestir un traje oscuro, ajustado, que lo resaltaba aún más. Sus asesores se ganaron bien el pan ese día.

El moderador del debate, Howard Smith, dijo good evening y ya se sabía Kennedy era el ganador del primer debate televisado entre presidenciables de la historia.

Su rival, el postulante republicano para las elecciones de noviembre de ese año, Richard Nixon (47) tenía más credenciales que mostrar, cuando aún faltaban 14 años para que su cabeza rodara debido al Watergate. Era el vicepresidente de un presidente admirado, Dwight Eisenhower, y un avezado político. Tal vez subestimando a su rival, apenas se preparó para esa noche. Pero su presencia ante las cámaras no era la mejor, fruto de una hospitalización por una lesión en la rodilla dos semanas antes y una fiebre pertinaz que lo afectó ese mismo día. Sus asesores le sugirieron que no se presentara, lo que él rechazó. También rechazó el maquillaje, lo que hizo que su semblante al aire distara de ser el mejor. Para peor, el traje gris que escogió lo confundía con el decorado, en épocas del blanco y negro. A la inversa de la plácida tarde de su contrincante, durante esa misma mañana él había pronunciado un discurso ante una audiencia hostil: el gremio de carpinteros de Chicago.

En un año en el que volvieron los debates presidenciales a Uruguay tras un cuarto de siglo, cuando faltan apenas días para que se enfrenten Daniel Martínez y Luis Lacalle Pou, ya candidatos únicos del Frente Amplio y el Partido Nacional, vale recordar cómo comenzó la historia. Y la población pareció entender lo trascendente del momento: la audiencia se calculó en 70 millones de aparatos prendidos, en momentos en que la televisión en EEUU era un elemento si no suntuario, al menos no omnipresente. En 2012, el primer debate entre Barack Obama y Mitt Romney tuvo 67 millones de televidentes.

Se da por buena la versión que asegura que quienes siguieron la instancia por radio sin ver las imágenes notaron al republicano más sólido. En rigor, eso responde a una encuesta realizada enseguida entre 2.138 personas, en la que 48,7% de los radioescuchas dieron ganador a Nixon mientras que solo 21% se decantó por Kennedy. Esa concepción ha sido matizada ya que no hay información detallada sobre la composición social de la muestra, en el entendido que la población que no tenía televisión era esencialmente de los estratos medio-bajos o bajos y conservadora; o sea, más proclive a votar a Nixon.

El dar por ganador de un debate al candidato de sus preferencias, en vez de valorar al mejor esgrimista dialéctico, es de vieja data. Y también se comenzó a alimentar otra idea, esta abonada por los que minimizan al debate como herramienta: ser un gran orador o un gran polemista no garantiza ser un buen presidente.

UN INSUMO ¿MÁS? Exigido y a veces presentado como un insumo cuasi imprescindible para la democracia, para el sociólogo y consultor político Federico Irazábal su efectividad es muy relativa. "Hay una suerte de exaltación del debate como instrumento de la democracia cuando en realidad es una herramienta más", dice este experto a galería. Cierto es que en las anteriores cuatro elecciones no hubo ninguno y el sistema republicano en Uruguay no se puso en riesgo. Cierto también es que por algo el que va primero en las encuestas le rehúye a estas instancias.

Y cierto es también que muchos debates han pasado a la historia. En Estados Unidos es recordado aún el gesto nervioso del republicano George Bush (padre) mirando constantemente el reloj mientras hablaba su rival, el demócrata Bill Clinton, en 1992. Muy fresca está la agresividad con que Donald Trump, el actual presidente, encaró las contiendas contra Hillary Clinton, en 2016. En España y en 1993, el ambiente entre el popular José María Aznar y el socialista Felipe González se cortaba con un cuchillo (el moderador Manuel Campo Vidal, de Antena 3, debió rogarles que no hicieran referencias personales).

En Francia también hubo instancias para el recuerdo: el popular Valerie Giscard d'Estaing demostró ser un hábil esgrimista para darle el touchè al socialista François Mitterrand en un debate que resultó decisivo para las elecciones de 1974; mucho más tosco y menos agradable de ver fue el cruce que en 2007 enfrentó a la socialista Ségolène Royal y al popular Nicolas Sarkozy. Este último la logró sacar de quicio y todos los analistas saben que en los debates (como en la vida) el que se enoja, pierde.

En Uruguay, es particularmente recordado el debate del 14 de noviembre de 1980, previo al plebiscito por la reforma constitucional propuesta por la dictadura, que enfrentó a Enrique Tarigo y Eduardo Pons Etcheverry por el No y a Enrique Viana Reyes y Néstor Bolentini por el régimen. La calidad argumentantiva de quienes se oponían al plan del Proceso fue el inicio del camino para recuperar la democracia.

Sin embargo, los debates más recordados fueron los últimos, los de 1994, que enfrentaron el 8 de noviembre al candidato del Frente Amplio Tabaré Vázquez con el colorado Julio María Sanguinetti (finalmente ganador de las elecciones de ese año), y el 22 de noviembre entre Vázquez y el nacionalista Juan Andrés Ramírez.

Antes de las internas de este año, en Canal 4, los todavía precandidatos Ernesto Talvi (colorado) y Óscar Andrade (frentista) se vieron las caras el 13 de junio, y Jorge Larrañaga (blanco) y Carolina Cosse (frentista) el 25 de junio. Lacalle Pou y Martínez, ya como candidatos presidenciales, ambos en los primeros puestos rumbo a las urnas en todas las encuestas, debatirán el 1º de octubre tras semanas de gestiones y negociación a partir de un acuerdo de cooperación entre los canales privados de televisión, Búsqueda, los medios públicos (Televisión Nacional, Radio Uruguay y TV Ciudad), y la Asociación de la Prensa Uruguaya (APU).

Además, el 11 de setiembre se aprobó de forma definitiva en el Senado el proyecto de ley que hace obligatorios los debates entre los candidatos que compitan en el balotaje.

INFLUIR. Irazábal estuvo presente en las dos instancias de debate organizadas en junio, cuyo formato, estructurado y rígido, limitó el intercambio. Para él, más que una confrontación fue una suerte de "doble entrevista en simultáneo", que desilusionó al público que esperaba algo más combativo. El atractivo dependió, entonces, de las características de los contendientes: cuando ellos fueron dos individuos expresivos, dispuestos a debatir y necesitados de hacerse oír, como Talvi y Andrade, el resultado fue un cruce entretenido y dinámico; cuando ocurrió lo contrario, como Larrañaga y Cosse, lo que se vio fue abrumadoramente tedioso.

"La ciudadanía recibe poco de un debate, porque hoy están muy pautados, muy estructurados y es difícil que haya un error grande. No es como en la época de Kennedy y Nixon. Con las herramientas tecnológicas que hay, hoy a los políticos los ves hasta en el baño", expresa. "A los candidatos les permite visibilidad, un espacio para dar sus ideas en horario central y con 15 o 18 puntos de rating".

El periodista Daniel Castro, quien fuera el moderador en los dos debates de precandidatos en junio, dijo a galería que más allá de la importancia del debate en sí, el impacto más grande estuvo en las redes sociales. "El pre y el post generaron notas periodísticas, editoriales, análisis, son más insumos para la gente", destacó.

Castro admite que el formato empleado fue rígido. De hecho, él prácticamente estuvo limitado a un rol de moderador, que incluía hacer respetar las reglas establecidas y evitar que cada precandidato se excediera en el tiempo. "Lo que se hizo fue lo posible para reivindicar el instrumento (del debate), pero hace falta la mejora contínua. Fue abrir una puerta".

De todos modos, no hay consenso absoluto sobre si un debate puede efectivamente influir en los votantes, al menos en los indecisos. Mientras algunos opinan que existe una cierta chance de que una persona reaccione negativamente ante el comentario o la actitud de un candidato con el que, a priori, estaría más afín, otros descreen que alguien cambie su sufragio luego de ver un cruce. Todos verían victorias concluyentes de sus favoritos, por lo que esta instancia no haría sino reforzar las convicciones existentes.

En aquel primer debate, en Chicago y en 1960, la madre de Kennedy, que lo escuchó por radio, tuvo la sensación de que su hijo había sido superado por un adversario muy sólido a la hora de argumentar. La madre de Nixon, que lo vio por TV, llamó luego a la secretaria de su hijo para preguntar cómo estaba su salud. Sudoroso y balbuceante, en las pantallas se veía al republicano demacrado y mucho mayor que su oponente, pese a que solo lo separaban cuatro años.

Son muchos los analistas que consideran que ese debate fue clave para revertir las dudas que había sobre Kennedy -a quien las cámaras parecían amar-, quien finalmente ganó esas elecciones por 34.220.984 votos contra 34.108.157 de su rival. Prácticamente nada.

Kennedy pegó primero y mejor. De nada valió que en los otros tres debates Nixon se mostrara más sólido. Desde entonces, es una regla que en las elecciones de Estados Unidos los candidatos se enfrentan en cuatro oportunidades. Del tema sobre el que giró el primero de esos encuentros (política interior) poco se recuerda, así como tampoco quedó registrado ningún intercambio tenso. Apenas, como dijo en 2008 el español Daniel Ureña, especialista en política norteamericana y director de MAS Consulting Group (firma dedicada a la comunicación estratégica), fue un punto de inflexión histórico: "La política cambió para siempre, nada volvió a ser igual".

NATURALES ACTUACIONES, CREATIVOS REACTIVOS

El semiólogo Fernando Andacht dice que "una mezcla de naturalidad con actuación" es la ideal para salir airoso de un debate televisivo.

Consultado por galería, este docente, investigador y doctor en Filosofía dijo que percibió lo mismo que el común de los mortales en los dos debates previos a las internas. Un cruce al menos intenso entre Ernesto Talvi y Óscar Andrade, y una nada atractiva experiencia entre Carolina Cosse y Jorge Larrañaga.

"En el primero, más allá de lo que opines de uno u otro, hubo más interacción. Importa la espontaneidad y lo reactivo. La creatividad es algo que está bien visto. Una charla monológica va en desmedro de tus chances. Y tenés que saber cómo reaccionar frente a lo que te diga el otro", resume.

Si uno se mantiene en su propia postura, sin intentar rebatir o proponer en referencia al contrincante, el debate se muere. Y si bien recomienda cierta formalidad, el experto considera que la vestimenta no es algo invalidante en Uruguay.

La gesticulación, el lenguaje corporal, también juega su partido. Sin embargo, enfatiza Andacht, nunca hay que cruzar la delgada línea roja que va de la ironía y el sarcasmo a la agresión. "No podés perder el autocontrol. El que se calienta, pierde. La reacción de la gente es tipo: ‘mirá si un tipo así es presidente'".

UN INTERCAMBIO DURO Y OTRO DE GUANTE BLANCO EN 1994

Las elecciones de 1994 fueron, hasta hoy, las últimas en las que los candidatos a la Presidencia debatieron. También fue la primera vez que comenzó a vislumbrarse que desde entonces esas instancias serían difíciles de concretar. Una nota de Búsqueda del 20 de octubre de ese año indicaba, premonitoria: "Los debates televisivos entre candidatos con chances de ganar, tan comunes y abundantes en la pasada campaña, seguirán, por el momento, brillando por su ausencia" (ver Búsqueda nº 763).

Para las elecciones de 1989 sí hubo muchos debates, moderados sobre todo por Néber Araújo. No son pocos los analistas que piensan que una de las causas de la derrota de ese año del colorado Jorge Batlle fue su sobreexposición en esas instancias.

En 1994 los debates tardaron en formalizarse. Tabaré Vázquez, candidato del entonces llamado Encuentro Progresista, solo quería debatir con Julio María Sanguinetti, del Partido Colorado, o con Alberto Volonté, del Partido Nacional. Este último, no quería debatir con nadie. Y Sanguinetti solo quería a Volonté. Juan Andrés Ramírez, también blanco, quería a Sanguinetti o a Vázquez.

Finalmente, Vázquez y Sanguinetti debatieron el 8 de noviembre. El moderador fue el rector de la Universidad de la República, Jorge Brovetto, quien luego sería presidente del Frente Amplio. Ambos vistieron de oscuro. El cruce fue duro. Sanguinetti había arrancado la carrera electoral como claro favorito, pero en las últimas semanas iba perdiendo votos "por derecha". Hacer un acuerdo electoral con Hugo Batalla, líder del Partido por el Gobierno del Pueblo, fundador del Frente Amplio y del Nuevo Espacio, y de una postura inequívocadamente de izquierda, provocó el efecto contrario al esperado, causando una sangría de votos sobro todo a los dos principales candidatos nacionalistas, Volonté y Ramírez.

Esa fue la explicación de su postura esa noche, donde más allá de echar mano a sus dotes de orador o explicar su plan de gobierno, se dedicó a acorralar a Vázquez cuestionando su credibilidad y exigiéndole que se explicara sobre su "doctrina marxista". El candidato izquierdista no quiso entrar en ese juego y no le respondió ese punto.

El último debate ocurrió el 22 de noviembre, entre Vázquez y Ramírez, que era el candidato que tenía el respaldo del presidente de entonces, Luis Alberto Lacalle. Búsqueda resaltó que si bien a priori se enfrentaban los "extremos filosóficos más antagónicos del espectro político", hubo más coincidencias que discrepancias. De hecho, durante la primera pausa, el presidente del Frente Amplio, Líber Seregni, le preguntó a otros dirigentes si se había realizado algo así como "un pacto de no agresión" (ver Búsqueda nº 768). El cruce fue tan light que incluso los periodistas lo han olvidado y mencionan al de Sanguinetti con el actual presidente como el último de los debates realizados hasta este 2019.