La chía, la cúrcuma, la spirulina, el jengibre, la palta, el aceite de coco. Desde comienzos del siglo XXI, cada año aparece un nuevo alimento o extracto de este al que se le otorga propiedades cuasi milagrosas. En su mayoría, son frutas, semillas u hortalizas ricas en nutrientes que se consideran beneficiosos para la salud, como vitaminas, minerales, antioxidantes o fibra. La última en llegar parece ser la clorofila. En redes sociales como TikTok se viralizan videos con adolescentes tomando esta sustancia en polvo bajo promesas de que borrará para siempre las marcas dejadas por el acné, los ayudará a bajar de peso o a reducir la distensión abdominal. Pero ¿qué tanto de esto es cierto?
La magíster en Nutrición Allyson Monzón cuenta a Galería que, en 2014, el Centro Nacional de Prevención de Enfermedades Crónicas y Promoción de la Salud de Estados Unidos concluyó que los alimentos más nutritivos del planeta son las hojas verdes. La explicación está en su alto aporte de nutrientes esenciales, como se les llama a aquellos que el organismo no puede producir y que se obtienen a través de los alimentos. "La clorofila es la participante vital de la fotosíntesis, proceso por el cual algunas plantas absorben energía solar y la convierten en nutrientes. Pero no solo las plantas se ven favorecidas por estos nutrientes. En este sentido, la clorofila merece un lugar especial, ya que tiene múltiples virtudes y beneficios para el organismo", agrega. De todas maneras, no existen aún estudios científicos que avalen todos los atributos que se asocian al consumo de clorofila, llegando incluso a proclamarlo como un aliado en la lucha contra el cáncer.
La ciencia. En el libro Cómo curan los zumos verdes: Beneficios de la clorofila y los alimentos crudos para la salud, publicado en 2013, Blanca Herp, autora de libros y artículos en revistas especializadas sobre alimentación, salud y vida natural, escribe que fue en 1817 cuando los investigadores franceses Pelletier y Caventou lograron aislar por primera vez a la sustancia que proporciona el color verde a las plantas, y la nombraron clorofila (chloros, "verde "; y phyllon, "hoja"), pero el conocimiento sobre su funcionamiento llegó más de un siglo después. En 1913, el ingeniero químico alemán Richard Willstätter (premio Nobel de Química en 1915) descubrió que la molécula de la clorofila y la hemoglobina -el pigmento rojo de la sangre humana- solo difieren en un elemento central. La sangre está unida a un átomo de hierro y la clorofila a uno de magnesio. Por lo tanto, comparten una de sus principales propiedades, la de oxigenar la sangre.
Monzón explica a Galería que "si bien la clorofila no tiene la capacidad de transportar el oxígeno como la hemoglobina, puede romper las moléculas de anhídrido carbónico liberando oxígeno para proveer a las células de una mayor oxigenación. Este descubrimiento marcó un antes y un después en el vínculo que los vegetales verdes establecen con el organismo". Además, acota: "Por esta razón, se dice que la clorofila ayuda a prevenir las enfermedades en general, porque con buenos niveles de oxígeno en la sangre las enfermedades no tienen lugar.
Por otro lado, propicia la generación de un medio alcalino, en el cual algunos virus y bacterias tampoco pueden desarrollarse, fortaleciendo de esa manera el sistema inmunológico".
A su vez, comenta la nutricionista, "la clorofila puede unirse a metales pesados dañinos para las células favoreciendo su eliminación, y contribuyendo a un correcto funcionamiento del hígado, vesícula y colon". A esta lista de beneficios, a la clorofila se le suma que favorece la cicatrización, ayuda a mantener en equilibrio los niveles de glucosa en sangre y tiene funciones antioxidantes, es decir, enlentece el envejecimiento celular.
La dosis. No existe una cantidad recomendada de ingesta de esta sustancia. Los lineamientos de una alimentación saludable indican, por ejemplo, comer dos a tres tazas de hojas verdes por día. Estudios científicos afirman que una taza de espinacas equivale a entre 15 y 24 mg de clorofila.
Monzón explica, por ejemplo, que "la manera más provechosa de consumir esta sustancia es en los vegetales verdes crudos, ya sea en ensaladas o jugos, al menos una vez al día". Esta profesional recuerda que las hojas contienen, además, fibras que otorgan sensación de saciedad, y aportan vitaminas y minerales. "En invierno, puede que sea más fácil tomar un jugo verde al día que comer una ensalada, por ejemplo", agrega.
Todos los alimentos de color verde contienen clorofila. Herp destaca especialmente a las acelgas, alfalfa, algas de mar, apio, berro, brócoli, cereales verdes, repollo, repollos de bruselas, espárragos, porotos verdes, lechuga, nabo, pepino, perejil y rábanos. De esta lista, Monzón agrega que "cuanto más oscuro es el vegetal, más clorofila tiene".
Si bien la mejor forma de aprovechar los nutrientes de las hojas es consumirlas frescas, en la Cátedra de Investigación y Desarrollo en Ciencia y Tecnología de Alimentos de la Universidad Autónoma de Nuevo León, en México, estudiaron la concentración de la clorofila en los alimentos cocidos. Como resultado, comparten que la espinaca es la hortaliza con mayor contenido de clorofila, y la mejor manera de mantener sus propiedades es cocinarla al vapor por no más de cinco minutos.
Por otro lado, en tiempos de complementos nutricionales, productos como el polvo de algas chlorella o las gotas de clorofila ganan terreno en la góndola. El prospecto de estos superalimentos indican consumir una cucharadita de té equivalente a 5 mg máximo tres veces al día. Es decir, una taza de espinaca.
Monzón aclara que si bien puede preferirse consumir esta sustancia en forma de shot de pasto, en polvo o cápsulas, el organismo no asimila los nutrientes de la misma manera que cuando consume el alimento fresco. "El aparato digestivo está diseñado para comer directo a la naturaleza, no está preparado para digerir químicos".
Un jugo verde todos los días
Las combinaciones más habituales de jugos verdes son: manzana verde, apio y pepino; espinaca, limón y manzana verde; brócoli, pepino, manzana verde y apio; ananá, kale y jengibre.
No obstante, no existen recetas únicas a la hora de hacer estos jugos. Muchas veces son gustos adquiridos y la mejor forma de adaptar el paladar es agregar frutas dulces como manzana verde, pera o ananá, para hacerlos más fáciles de tomar.
Si no se tiene una juguera, no importa, se puede hacer batidos o licuados agregando agua o exprimidos cítricos a la preparación
