Contenido creado por Pablo Méndez
Espectáculos

Moviendo las cabezas

CRÓNICA DEL SHOW DE DYLAN

Dylanianas puntaesteñas, o cómo disfrutar un gran show musical en el este junto a Pancho Dotto y 300 brasileños ansiosos por llegar a un casino: crónica del show de Bob Dylan en el hotel Conrad.

22.03.2008

Lectura: 6'

2008-03-22T11:39:00-03:00
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Por Martín Otheguy

Viste de blanco impecable, se conserva muy bien pese a sus años, mantiene la mayoría del pelo en su lugar y sacude la cabeza con ritmo a cada golpe de tambor. No, no es Bob Dylan. Es Pancho Dotto, ubicado junto a una de sus lolitas a una distancia muy conveniente del escenario, esperando ansioso que Dylan, verdadero protagonista de la noche del 20 de marzo en el hotel Conrad, comience su show de una vez por todas.

Junto a Dotto, en la platea más cercana al escenario, se mezclan los fanáticos que pagaron 100 dólares por ver el show y los invitados especiales del Conrad, quizá los mismos que estuvieron allí cuando subieron a escena Julio Iglesias o Diego Torres. Los brasileños componen la mayoría de estos últimos, en una mezcla despareja entre gerontes arrastrados por su familia y parejas con colores vistosos, en una gama apropiada para el Sambódromo.

A las 21:30, la noche de Punta del Este es perfecta: la temperatura es veraniega, el cielo está despejado y una luna llena se cuela por encima de las gradas del estacionamiento. T odo está listo para que Dylan que pretendía comenzar a las 21 horas, en lugar de las 22, como se anunció en primera instancia- salga a llenar las expectativas de 3700 personas y la curiosidad de otras 300 invitadas al show.

Dylan, que en el año 1991 pasó por el Cilindro para revivir la traumática experiencia de sonar igual que en los conciertos allá a principios de los años 60, sale a escena, toca el primer acorde y probablemente crea que está en otro país. Y quizá tenga razón.

El show debe comenzar

La banda del mítico músico norteamericano sonó con una claridad y consistencia que podría sacarle lágrimas a cualquiera que haya sufrido la pésima acústica del Cilindro en el 91. El quinteto que lo acompaña tiene a Stu Kimball y Denny Freeman en una primera y segunda guitarras bien definidas, al conocido sesionista Tony Garnier (Tom Waits y Paul Simon, entre otros) alternando entre el bajo y contrabajo, a George Receli en la batería y un multi instrumentista como Donnie Herron, que pasa sin problemas del pedal steel al banjo o la mandolina eléctrica.

El propio Dylan se encargó de la guitarra solista en los tres primeros temas, cambiando rápidamente a un órgano Farfisa que no abandonó hasta el final del show, supuestamente por problemas artríticos que le dificultan el manejo de las seis cuerdas. Vestido de negro y con un sombrero claro a lo cowboy, Dylan arremetió junto a su banda un repertorio que paseó por distintos géneros y álbumes con mucha prestancia: fue desde el blues más visceral a standards de jazz disfrazados, paseando por baladitas country, folk, rock and roll hecho y derecho y un par de valsecitos suaves para atemperar el clima. Desde los inicios, con "Lay lady lay", la banda repasó temas de "Modern times", álbum del 2006, pero no olvidó hacer un recorrido histórico por algunos de sus discos más representativos, como el "Blonde on blonde" o "Highway 61", dejando una ristra de clásicos casi irreconocibles (a modo de ejemplo, "Watching the river flow" o "When the deal goes down")

Mito número 1: la antipatía de Bob Dylan. Que prácticamente no se dirija al público ni le dé la bienvenida al show parece ser un motivo de irritación para muchos, pero no hace en absoluto a la esencia del show; quien considere fundamental que el artista le hable con simpatía puede asistir a un show de Enrique Pinti. La noche del jueves, que la interacción de Dylan con el público se limitara a un "Thank you, friends" no modificó en absoluto el nivel del espectáculo. El músico, por otra parte, cometió el descuido de sonreír en tres o cuatro ocasiones y estuvo muy conectado en muchos momentos con los demás integrantes del grupo, como en la demoledora relectura de "Highway 61 revisited" o "Like a rolling stone".

Mito número 2: la voz de Dylan. Es un tipo de 66 años y tiene la garganta cascada, pero canta desde el fondo de un barril de arena con un timbre único y un volumen de voz intacto. A lo largo del show, por más lejos que se encontrara de la cadencia de sus primeros álbumes, demostró que sigue siendo un gran cantante, capaz de conmover con un tono aparentemente desgastado. No todos están de acuerdo. Los invitados especiales del Conrad, al menos, seguro que no. A partir del tercer tema, como si hubiera un desfile de Mangueira del otro lado del casino, comenzaron a huir en estampida. Fue un éxodo constante que duró cerca de 40 minutos. Primero fue el turno para la tercera edad, en un indisimulable mutis por el foro a tránsito lento. Luego, llegó la retirada de las primeras filas, compuestas por jugadores brasileños y clientes especiales, que se convirtieron en un estorbo persistente mientras escapaban por un rincón que quedaba exactamente a la vista del músico.

Los tiempos están cambiando

Los que se quedaron, la inmensa mayoría, llenaron los espacios sobrantes de tal modo que no se notó ninguna ausencia, preparándose para el clímax del show. Con A hard rain s a-gonna fall , folk subvertido a ritmo de vals, Dylan puso cuarta y enfiló rumbo a los momentos más emotivos del recital, como "Just like a woman", que aún modificada espontáneamente por la voz cantante le erizó la piel a todos. Incluso a Dotto, que dejó ondear un mechón de canas metrosexuales al viento, sacudiendo la cabeza conmovido. "Like a rolling stone" estableció el vínculo más directo entre Dylan y el público, que se puso de pie ante una versión sumamente enérgica, clima iniciado por la acometida feroz de "Highway 61 revisited".

Cuando Dylan se retiró, nadie se movió de las gradas. Tal cual se hizo costumbre desde que vivimos un proceso de futbolización de la música, parte del público comenzó a corear "Olé, olé, Dylan" pidiendo el bis, como si estuvieran a punto de sacar trapos con la cara de Dylan transformada en el Che Guevara. Dotto, parado sobre una silla, miraba enojado con expresión de quien exige el regreso, dispuesto a arrojar tres o cuatro modelos al escenario si el cantante no reaparecía.

El hombre, quizá para callar los cánticos, regresó a escena con una dupla infalible de canciones: "Rainy day women", del "Blonde on blonde", y una lectura estupenda y electrizante de "All along the watchtower". Era el final. Con mucha parsimonia, Dylan y sus partenaires se pararon frente al público sin mover un músculo, recibiendo un aplauso interminable. No hubo reverencias ni saludos efusivos: dieron media vuelta y se marcharon definitivamente, pese a la esperanza de quienes se ilusionaron con un segundo bis, como aconteció en Rosario. En fila india y en cámara lenta, abandonaron el escenario. Dylan sintió la ovación a sus espaldas pero no miró atrás, como en las películas.

Por Martín Otheguy