Por eso las películas comerciales se apresuran a presentarnos todos estos elementos en juego, pues así el espectador encuentra un lugar seguro por donde avanzar.
Incluso las películas de terror, que se basan en nuestras inseguridades (en nuestros miedos) caminan sobre -al menos- un lugar seguro: el protagonista. La identificación es fundamental. Sus desventuras son las nuestras, sus triunfos, nuestros triunfos. Pero para eso debemos conocerlo.
En La terminal no conocemos del protagonista más que su presencia física, su nombre y que es de Krakozhia, un país que supo pertenecer al bloque soviético. Además de eso, sabemos el conflicto movilizador y poca cosa más. Éste es el mayor mérito fílmico que posee la nueva cinta de Steven Spielberg protagonizada por Tom Hanks.
Sala de espera
Los aeropuertos son como limbos modernos, lugares que quedan en la
frontera de todo y en ningún lugar en particular. En tal sentido, erigir un
relato con ese espacio físico, como marco conceptual, es simbólicamente riquísimo.
El extraño llega a Nueva York, con su ropaje y mochila a cuestas como otros miles por minuto, pero éste es particular. Se llama Viktor Navorski (Tom Hanks) y por los designios de la providencia, cae en un vacío burocrático por el cual no pertenece a país alguno. Su tierra de origen acaba de entrar en guerra interna, justo en el momento en que su avión se encontraba en camino a la tierra de la libertad.
Para el encargado del aeropuerto (Stanley Tucci) Viktor es inaceptable en su condición actual. No es ni una cosa ni otra. Es un perfecto Ni. Cualquiera sufriría una terrible angustia, pero este viajero acepta su sino con normalidad.
Basado en un hecho real, el filme vuelve este lugar frío e impersonal (tan impersonal como un shopping) en una zona de gente para conocer y querer. Mientras tanto Viktor espera una respuesta, espera que su condición sea aceptable , espera poder cumplir con su promesa de vida que lo llevó hasta las orillas de su meta. Espera.
Perdido en la traducción
Cualquiera que haya salido de fronteras, aunque sea a Buenos Aires,
sabe lo que se siente ser un extranjero. Y cuando se llega a un lugar donde
ni siquiera se conoce el idioma, entonces la sensación de soledad es máxima.
A pesar de eso, Spielberg, no hace referencias mayores a esa terrible percepción,
a penas unos minutos iniciales que nunca llegan a ser perturbadores.
No le interesa al director de ET el dolor del protagonista y su público, o si le interesa no logra transmitirlo. Dado el currículum del hombre, que maneja como pocos los sentimientos del espectador, solo podemos creer lo primero. El marco es perfecto para sentirse perdido ante cientos de personas en movimiento. Pero eso no sucede ni un instante. Sobre esa idea del dolor por hallarse ajeno a todo, Sofia Coppola desarrolló magistralmente su obra Perdidos en Tokio (Lost in traslation, 2003).
No es correcto analizar una película por lo que no fue, sino por lo que es. Pero cuesta aceptar que se haya dejado pasar la oportunidad estupenda, de contar una profunda película sobre el mundo actual, la burocracia y el poder en todas sus demostraciones. En su lugar se eligió una fábula apenas periférica relativa a las promesas, el amor y la solidaridad y al final sobre los buenos y los malos.
El guión se esfuerza demasiado en buscar las coincidencias en la historia romántica de Viktor y una azafata (Catherine Zeta-Jones) y la de Napoleón con sus mujeres, encuentros que deberían ser simples accesorios ante el verdadero cuento que se percibe a lo lejos.
Jack Nicholson, dijo que después de lo vivido el 11 de setiembre no quiere hacer papeles que le causen angustia y dolor, en consecuencia tomó el camino de las comedias. Tom Hanks expresó que a esta altura de su vida, ya tiene la suficiente carrera y plata para elegir el papel que quiera. De Spielberg no sabemos lo que piensa, mas viendo su última factura, deja la impresión de estar de acuerdo con Nicholson. Apuesta al mensaje de los sueños (no oníricos), la amistad como eje de la sociedad, y los grandes gestos heroicos de la solidaridad del cine de navidad. Tan comunes de ver en estas épocas en que pululan como los chirimbolos y las comidas lights.
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