Editorial
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Bienvenidas las historias que generan incomodidad

En los últimos años, la mayoría de las historias clásicas para niños como Cenicienta, Blanca Nieves y Peter Pan vienen siendo blanco de críticas e incluso censura, sobre todo por ser consideradas sexistas y violentas, reproduciendo modelos y conductas que no acompañan los tiempos que corren.

12.08.2021 07:00

Lectura: 5'

2021-08-12T07:00:00
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Por Daniela Bluth

Yo crecí en los 80. En el recreo de la escuela, además de jugar al Ladrón y Poli o cambiar hojas de carta, había que pronunciarse a favor de Parchís o Menudo. En la tarde, después de merendar, lo único que podía verse en la televisión -más allá de la TV Educativa- eran telenovelas como Cristal, Topacio, Cuna de Lobos o Rosa Salvaje. Los programas de humor más populares eran Decalegrón y Telecataplum, aunque nadie se perdía -ni siquiera los niños- los sketches de No toca botón, donde brillaba Alberto Olmedo. En cuanto a lectura, todavía no se había dado el boom de la literatura infantil uruguaya, y lo que predominaba eran autores clásicos con obras clásicas, como las sagas de Enid Blyton, las historias de Julio Verne, El principito, Mujercitas, Alicia en el país de las maravillas y las mil y una versiones de los cuentos de Disney.

Pasé mi infancia -igual que muchos que estuvieron antes y otros tantos que lo experimentaron después- asustándome con el lobo que se comió a la abuelita de Caperucita Roja, detestando a las hermanastras de Cenicienta, sufriendo por el abandono de Hansel y Gretel, llorando con el injusto encierro de la madre de Dumbo o la trágica muerte de la de Bambi. Esas historias, casi siempre con un relativo final feliz, me llegaban a través de revistas, libros de tapa dura o películas de cine que en vez de con pop se acompañaban con medallones de menta.

En los últimos años, la mayoría de estas historias vienen siendo blanco de críticas e incluso censura, sobre todo por ser consideradas sexistas y violentas, reproduciendo modelos y conductas que no acompañan los tiempos que corren. De hecho, en enero de 2021 Disney retiró de su plataforma de streaming animaciones clásicas como Peter Pan, Dumbo, La dama y el vagabundo, El libro de la selva y Los aristogatos. Unos meses después, dos periodistas del SFGate, en Estados Unidos, cuestionaron la versión cinematográfica de Blancanieves, que fue el primer largometraje de Disney, de 1937, por el "beso no consensuado" que el príncipe le da a la protagonista de la historia.

Lo curioso (y a la vez interesante) es que la crítica llegó casi al mismo tiempo que Disney anunciara que la protagonista de la nueva versión de este clásico será la actriz Rachel Zegler, hija de madre colombiana y padre estadounidense, cuya piel no es precisamente "blanca como la nieve". Esa noticia también encendió la polémica, esta vez de parte de los fans más puristas de la historia.

En tiempos de corrección política y luchas de género, no parece fácil lograr unanimidades ni felicidad completa. Y eso también es un reflejo del mundo en que vivimos. En la nota que publicamos este número sobre el tema, aprovechando el Día del Niño como disparador, varios expertos dan sus opiniones, entre las que sí hay bastante consenso. Como punto de partida, la escritora y psicoanalista Virginia Mórtola advierte que las censuras a los clásicos son un clásico en sí mismo. Para seguir, la docente de Literatura Dinorah López Soler opina que "el contexto de recepción de una obra no puede cuestionarla ignorando su contexto de producción". Y como para reafirmar, el profesor de Literatura Daniel Nahum dice: "Los cuentos y sus reversiones son todos hijos de su tiempo. Siempre hay un contexto histórico que lo avala y también avala las modificaciones".

Desacreditar lo que sucedió, lo que se escribió o lo que se filmó parece un camino para necios. Es, en definitiva, desconocer parte de una realidad que también fue cambiando con los años y que, a su vez, nos permite llegar al hoy. Muchas de estas historias eran originalmente aún más crueles, sangrientas y abusivas de lo que las conocemos. El mundo tampoco era el mismo. Ni su sociedad, ni su posibilidad de cuestionar, ni sus recursos tecnológicos. Y el concepto de infancia -dentro del cual luego surge el de literatura infantil- seguramente sea uno de los que más ha cambiado en el último siglo. "Cuando una sociedad decide qué educación quiere, manifiesta unos principios éticos que se trasladan a la literatura", explica Nahum. A partir de ahí se da la reversión constante, adaptando la producción a las sensibilidades y modelos de cada tiempo.

Sin embargo, más allá de celebrar la capacidad de adaptarse y reversionarse, hay otro concepto subyacente que me resulta el aprendizaje más valioso para este momento histórico. Se trata de que la incomodidad genere reflexión y debate. El beso no consensuado, los malos tratos, el engaño o la oda a la belleza van a seguir estando, igual que en la vida real hay discriminación, injusticias y abusos. Pero ¿qué hacemos con ellos? "A los niños además de enseñarles a leer hay que enseñarles a interpretar. No es válido creer que todo es maravilloso", dice Nahum. Y yo no podría estar más de acuerdo.