Personajes
Trincheras del chifón

André Leon Talley: incansable buscador de belleza

Con la muerte de André Leon Talley se fue uno de los últimos bastiones de la industria de la moda; ex mano derecha de Anna Wintour en Vogue, fue dueño de observaciones agudas, una prosa exquisita y un estilo extravagante

30.01.2022

Lectura: 11'

2022-01-30T07:00:00
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André Leon Talley medía casi dos metros, se vestía de forma extravagante, reía fuerte y aplaudía con efusividad cuando un atuendo le resultaba exquisito —algo que a su primera jefa en Vogue, Grace Mirabella, le resultaba irritante—. Era grandilocuente, exagerado, dramático y, por sobre todas las cosas, amaba la moda. 

Durante muchos años fue una de las pocas personas negras en los primeros asientos de los principales desfiles. “Tienes que ver el mundo con los ojos de caleidoscopio de un niño y sorprenderte con todo”, afirmó en el documental biográfico The Gospel According to André (2017). Así absorbía cada colección, en busca de la belleza. Era un gran observador y prestaba atención a todos los detalles: las terminaciones, el movimiento de la tela, la selección de las modelos, la ambientación y la música. Fue esa mirada inquieta y atenta la que lo convirtió en uno de los periodistas de moda más importantes del siglo XX.

Talley falleció a los 73 años el pasado 18 de enero por complicaciones derivadas del Covid-19 y diseñadores, periodistas, amantes de la moda y celebridades —desde Michelle Obama hasta Beyoncé— lamentaron su muerte. 

Conocimiento y nuevos horizontes. Talley creció en Durham (Carolina del Norte). La segregación racial seguía vigente en el sur y las leyes Jim Crow, bajo el lema de “separados pero iguales”, perpetuaban la discriminación a las personas afroamericanas. Sus padres lo habían dejado bajo el cuidado de su abuela materna, Binnie, mientras se establecían en  Washington D.C. Ella, efectivamente, fue quien lo crio. Mama —como él la llamaba— trabajaba como limpiadora en la Universidad de Duke y era estricta, pero tenía un gran vínculo con André. Según cuenta en su segunda autobiografía, Las trincheras del chiffon (2020), desde muy chico le asignó tareas diarias como lavar los platos o tender la cama y así aprendió la importancia de la rutina. Binnie solía repetirle la frase: “La limpieza te acerca a Dios” y ese mandato lo guio por el resto de su vida: siempre procuraba estar impecable, sin importar su situación económica. 

El trajín de la semana era sacrificado para ambos, pero todo valía la pena cuando llegaba el domingo. Ese día se vestían de punta en blanco para ir a la iglesia, un centro de reunión de gran importancia para la comunidad negra en el sur segregado. Allí Talley desarrolló su pasión por la vestimenta, y por la belleza. Miraba qué sombreros usaban las mujeres, qué siluetas de vestidos, qué carteras, cuál era el color de moda. La iglesia era su refugio. 

Luego lo fueron las páginas de Vogue, que tomaba prestadas de la biblioteca. “En el libro The Fashionable Savages, John Fairchild describía un mundo amplio y luminoso, el mundo de la alta costura de París, las venerables casas de Givenchy y Balenciaga (...). Hizo que la cultura del estilo cobrara vida para un joven chico negro del sur”, cuenta en su documental Talley, un ávido lector hasta el final de sus días.

A través de la moda y de la literatura, Talley se enamoró de Francia y de su cultura, y empezó a estudiar el idioma en la secundaria. Sus calificaciones perfectas le valieron una beca en la prestigiosa universidad de Brown, en Rhode Island, y logró salir de Carolina del Norte. Fue así que descubrió un nuevo mundo. “La sustancia y el conocimiento te permitirán crear nuevos horizontes”, asegura en Las trincheras del chiffon. 

André Leon Talley junto a Diana Vreeland.

André Leon Talley junto a Diana Vreeland.

El mundo más allá de Carolina. Talley cursó la carrera de grado y de posgrado en Brown, especializándose en Literatura Francesa —su tesis exploraba la influencia de las mujeres negras en Charles Baudelaire—. Aspiraba a ser profesor pero, al mismo tiempo, el mundo de la moda lo seducía cada vez más. Libre de las miradas prejuiciosas del sur, comenzó a usar capas que recordaban a los zares rusos, o abrigos militares largos hasta los pies, que compraba de segunda mano. Eso llamó la atención de los estudiantes de diseño en el campus, que lo apadrinaron. Al tiempo decidió abandonar su doctorado y probar suerte en Nueva York, la capital de la moda.

Allí conoció a la segunda mujer que marcaría su vida, Diana Vreeland, la exeditora de Vogue y, en aquel momento, directora del Costume Institute del Museo de Arte Metropolitano (MET). “Mi abuela y la señora Vreeland tenían formas similares de apreciar el lujo porque ambas creían en el mismo fundamento: la pulcritud”, aseguró en su primera autobiografía A.L.T. (2003). 

A los pocos minutos de conocerlo, Vreeland lo contrató como su mano derecha para que la ayudara a montar la más reciente exhibición del instituto. Sin embargo, era un trabajo voluntario y durante semanas Talley durmió en el piso del apartamento de un amigo, pasando hambre y frío. Confiaba en Vreeland y en su lugar en el ecosistema de la moda neoyorkina: sabía que si lograba impresionarla, ella le conseguiría un puesto en alguna revista. Y así fue: ese mismo año, 1974, empezó a trabajar como recepcionista en la popular Interview Magazine, dirigida por Andy Warhol. 

En The Factory, el hub creativo de Warhol, se hizo amigo de todo el mundo: las socialites Bianca Jagger y Paloma Picasso, los diseñadores Manolo Blahnik y Karl Lagerfeld —antes de tomar las riendas de Chanel—, el fotógrafo Bill Cunningham y Fran Lebowitz.  La escritora contó que su madre estaba convencida de que Talley era un príncipe africano, porque nunca había visto un hombre afroamericano vestirse con el lujo y la extravagancia que lo hacía el joven sureño. 

“Iba a la escuela y a la iglesia, hacía lo que me mandaban y no hablaba demasiado. Pero sabía que la vida era más que eso. Quería conocer a Diana Vreeland, a Andy Warhol, Naomi Sims, Pat Cleveland, Edie Sedwick y Loulou de la Falaise. Y lo hice. Y nunca miré atrás”, explica en el documental.

Talley por Andy Warhol, su primer jefe y gran amigo.

Talley por Andy Warhol, su primer jefe y gran amigo.

Periodista de moda por excelencia. Su extensa red de contactos, junto con observaciones agudas y prosa exquisita lo llevaron a trabajar como periodista, editor de moda y director creativo en Women’s Wear Daily (WWD), Ebony, Vanity Fair y Vogue. Yves Saint Laurent dijo que nunca habían escrito una crítica más acertada, cuando Talley reportó sobre su colección de verano de 1978, Broadway Suits.

“Su vestuario servía para deslumbrar y distraer a las personas de la rareza que era. Pero no importa qué tan exagerado pareciera el atuendo, siempre tenía su sustancia: él creía que no podías entender el presente sin entender el pasado, era crucial hacer los deberes. Él sabía más de las referencias de los diseñadores que los propios diseñadores. Sabía hasta el nombre de la peluquera de María Antonieta (según él, María Antonieta fue la primera fashion victim)”, escribió Vanessa Friedman del New York Times en su obituario.  

El estrecho vínculo con algunos diseñadores y la honestidad de sus comentarios fueron, al mismo tiempo, una bendición y una maldición. Tenía acceso directo a los couturiers, pero cuando los contrariaba con sus reseñas sufría las consecuencias. En 1980 alabó el último trabajo de Valentino Garavani y esto, sumado a su amistad con Karl Lagerfeld —enemigo profesional y personal de Yves Saint Laurent— hicieron que Pierre Bergé (el socio comercial de Saint Laurent), montara en cólera y le exigiera a WWD que lo despidiera, o retiraría todos sus anuncios.

Fue mano derecha de Anna Wintour en Vogue, pero en los últimos años se distanciaron según contó en su biografía. Foto: AFP.

Fue mano derecha de Anna Wintour en Vogue, pero en los últimos años se distanciaron según contó en su biografía. Foto: AFP.

El único hombre negro en primera fila. Durante casi toda su vida, André Leon Talley prefirió no hablar del racismo que sufrió dentro de las “trincheras” de la industria de la moda. Sin embargo, en su documental contó, entre lágrimas, que no había sido fácil. “No te levantabas y decías: ‘Soy negro y estoy orgulloso de ello’. Simplemente hacías lo tuyo y, de alguna manera, eso impacta en la cultura”, afirmó.

Más adelante, en Las trincheras del chiffon, confesó que una publicista le llamaba “Queen Kong”, aludiendo de forma despectiva no solo a su raza, sino a su homosexualidad. También fue acusado de acostarse con los diseñadores para lograr primicias, algo que negó categóricamente y que, además, dijo que era extremadamente insultante porque se retrotraía al estereotipo del hombre afroamericano como objeto de placer, al servicio de los blancos.

Su actitud de mantener la cabeza en alto y sin denunciar esos maltratos, le permitió seguir adelante y alcanzar posiciones de poder —fue el primer editor negro en una revista de moda de primera línea— y lograr cosas increíbles, como una sesión de fotos protagonizada por Naomi Campbell en la que se recreaban diferentes escenas de Lo que el viento se llevó, solamente que la servidumbre era blanca y los protagonistas afroamericanos. Para sus críticos, que lo juzgan desde la perspectiva actual, cuando el activismo es moneda corriente, no hizo lo suficiente para abrirles las puertas a otros miembros de la comunidad.

Hambruna de belleza. “Hay una hambruna de belleza, ¡una hambruna de belleza! Mis ojos están famélicos por algo bello”, se queja dramáticamente André Leon Talley, vestido con un enorme tapado de piel y lentes oscuros, en el documental The September Issue (2009), que retrata cómo se hace el número anual más importante de la revista Vogue.

Esa búsqueda de lo virtuoso no solo lo llevó a gastar más de lo que debía —desarrolló un problemático gusto por las prendas de alta costura hechas a medida— sino también a apoyar a aquellos diseñadores con los que tenía afinidad y en los que veía potencial, como lo hizo con el famoso John Galliano a principios de su carrera. 

Más recientemente, mentoreó a LaQuan Smith, de 33 años, a quien visitaba frecuentemente en su taller. Además de escribir sobre él y aconsejarlo, le prestó dinero en 2010 para que viajara a París por primera vez y hoy es considerado uno de los diseñadores emergentes más importantes, habiendo vestido a Beyoncé, Kim Kardashian y Rihanna.

Su grandilocuencia no solo se limitaba a sus manierismos, sino también a los gestos que tenía con sus amigos. Por ejemplo, cuando Diana Vreeland estaba perdiendo la vista y no salía de su apartamento, él la visitaba para leerle las últimas revistas de moda.

Un mundo en desaparición. André Leon Talley era, tal vez, uno de los últimos bastiones de un mundo en extinción en el que las publicaciones de moda jugaban un rol fundamental en el ecosistema de la industria. Él continuaba soñando en grande, pero las revistas se iban achicando cada vez más. Al mismo tiempo que emergieron los blogs y las redes sociales, los presupuestos se fueron reduciendo y las críticas concienzudas fueron reemplazadas por videos en tiempo real e historias de 15 segundos. 

El rol del editor de moda, ese que escribe, produce editoriales fotográficas, viaja por el mundo y se viste de forma extravagante, está desapareciendo. Talley era testimonio de una era que ya no existe y, en los últimos años, la industria le había dado la espalda —según declaró en su libro, también tuvo que ver con su aumento de peso y la gordofobia del ambiente—. Pero, a pesar de eso, su legado y su resiliencia siguen vigentes.

Como dijo en su biografía: “Debes levantarte cada día y crear tus propios milagros. La fortaleza, a lo largo de mi vida, me la dio la esperanza, el recuerdo de mis ancestros y la gente que me demostró amor incondicional”.

Se fueron los grandes

En el último año la industria de la moda se vio sacudida por la pérdida de diseñadores icónicos de las décadas de los 80 y 90, como Kenzo Takada, Thierry Mugler — el pasado domingo 23 de enero—y la joyera Elsa Peretti.

Además, fallecieron los contemporáneos Albert Elbaz, Federica Cavenati y Virgil Abloh, creador de la marca Off-White y director creativo de la línea masculina de Louis Vuitton hasta el momento de su muerte. La marca le rindió tributo días atrás presentando su última colección y materializando así su visión.

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