Editorial
Columna, por Daniela Bluth

Alguien que se anime y haga

16.06.2022 07:00

Lectura: 5'

2022-06-16T07:00:00
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Por Daniela Bluth

Hace muchos años, en facultad, un profesor de taller de periodismo, veterano él ya en aquel entonces, nos dijo que en el mundo había dos clases de periodistas: los que se animan y los que no se animan. En el primer grupo claramente estaban aquellos intrépidos, arriesgados, que iban detrás de la noticia sin medir (demasiado) las consecuencias; en el segundo los que esperaban que las cosas llegaran, que cayeran como por arte de magia, o las buscaban pero como pidiendo permiso. Los-que-se-animan estaban en la cima del podio, era a lo que todos debíamos aspirar. El resto, cada uno era capaz de hacer sus propios juicios y sacar sus conclusiones. Esa categorización se volvió una suerte de mantra entre varios estudiantes que hoy somos periodistas y la solemos repetir, un poco en broma y bastante en serio, cada vez que nos enfrentamos a algún tipo de dilema profesional.

Con el tiempo, sin embargo, me di cuenta de que esos dos grandes bolsones no solo se aplican a los periodistas, sino a los seres humanos en general. Y que, quizás para sacarle un poco de dramatismo, se puede sustituir por una dicotomía universal: los que hacen y los que no hacen. Ahí sí, esta división imaginaria, mental, filosófica, se aplica a todos y todo, ya no hay escapatoria.

En esto pensaba hace un par de semanas, cuando en un mismo número de la revista publicamos una entrevista a Santiago Rosenblatt, un uruguayo de 25 años que hoy aprovecha su conocimiento como hacker para dedicarse a eso profesionalmente, ayudando a empresas a ser más seguras y rechazando ofertas de gigantes como Amazon o Facebook en pos de tener su propio proyecto; una nota sobre dos exposiciones simultáneas que giran en torno a la figura de Thomas Lowy, un hombre que se dedicó a la gestión cultural en la esfera pública pero que paralelamente pintó y creó objetos toda su vida, sin exponer hasta los casi 70 años; y una entrevista a la cineasta Alicia Cano, que acababa de estrenar su documental Bosco, filmado entre un pueblito de Italia y Salto, en el que trabajó más de 10 años y con el cual rindió homenaje a la historia de su abuelo y, con la suya, a la de la inmigración.

Y en eso también pensaba mientras leía la entrevista que Patricia Mántaras le hizo a la comediante argentina Dalia Gutmann a propósito de su nuevo espectáculo, Cosa de minas 2: Tengo cosas para hacer, que viene a presentar la semana que viene en Montevideo. Leer la entrevista es como ver (o imaginar, porque nunca la vi en vivo) a Gutmann haciendo stand up, o como escucharla en su podcast, ese que comparte con Alejandra Bavera y que surgió, justamente, a partir del show que dio título a todo y que escribió sin que nadie se lo pidiera y sin tener una sala para presentarlo. Pero Dalia hizo, Dalia se animó. Hacía locuciones y trabajaba en un informativo, pero en un momento decidió cambiar las malas noticias por la comedia y el humor. Se alejó de las grandes historias y se metió en las historias mínimas. Se empezó a reír, de ella y de los demás. Mujer, madre y en sus 30 —además de estar casada con el actor y también comediante Sebastián Wainraich—, Dalia tenía materia prima de sobra. El nombre Cosa de minas, el origen de todo, es por demás elocuente. Allí habla de los grupos de WhatsApp, de las vacaciones en familia, de las vacaciones con amigos, de sexo, de la culpa, de las suegras, de la fidelidad, de la relación con el cuerpo, de las frustraciones y de todos los temas del universo femenino sin caer en el resentimiento, sin tomar la bandera del feminismo extremo, sin apelar a una rebeldía irrealizable. En este nuevo show suma un tema de esos que están invisibilizados, que corren por debajo de todo como si no hubiera otra forma de vivir: se trata de la falta de tiempo y de vivir a las corridas, una dupla de sensaciones que se suele materializar en la frase “no puedo, tengo cosas para hacer”. Y aunque en la entrevista Gutmann explica que esto no es exclusividad de ellas—sino que es más una consecuencia de los tiempos que vivimos—, la relación de las mujeres con el disfrute y el tiempo libre sigue siendo al menos diferente a la de los hombres. “Firmemente creo que no hay que tapar el agujero que deje el otro, hay que exponerlo para que la cosa cambie, y creo que las mujeres tenemos que estar convencidas”, opina. “A mí me hace bien lavar los platos porque me ordena la cabeza, pero una vez alguien me dijo algo y me quedó grabado: ‘Cada vez que lavás los platos es un libro que no estás avanzando, una película que no estás viendo’. Los hombres quizás son más relajados, pero nosotras primero queremos cumplir con todo, dejar más o menos todo preparado y después brindarnos a hacer algo placentero. Y tal vez no hay que hacerlo, y hay que irse a ver la película”.

Para las nuevas generaciones, seguramente esto ya está claro y no precisan que venga una Dalia Gutmann a decírselo. Pero para las mayores de 40 —esas que no crecimos con la deconstrucción y la sororidad, pero que estamos afín a romper paradigmas—, siempre viene bien que haya alguien que ponga en palabras y acción lo que pensamos/sentimos/queremos. Viene bien que haya alguien que se anime y que haga.