Estilo de vida
Encanto al alma

“Parece todo lo contrario, pero ahora hay mucha más permeabilidad al amor”

Leticia Passeggi lidera desde el 2005 Encanto al alma, un grupo musical para niños que aun en la era de lo virtual e inmediato sigue llenando teatros y sacando discos

30.06.2022 07:00

Lectura: 16'

2022-06-30T07:00:00
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Por María Inés Fiordelmondo

El cielo está gris. Los árboles, pelados. El frío traspasa las capas y capas de ropa. De pollera, calza y blusa en diferentes tonos de azul y un chaleco entre colores rosas y anaranjados, la cantautora Leticia Passeggi, que sonríe a la cámara de Galería para las fotos, equilibra lo que de otra forma sería un paisaje apagado, potencialmente esplendoroso en un día de primavera. 

La foto es representativa, de alguna forma, del comienzo de Encanto al Alma, el grupo musical para niños que Passeggi creó en 2005. Todo empezó con una noche de gripe. Leticia tenía 24 años y volaba de fiebre cuando de repente afloraron recuerdos grises, dolorosos y olvidados de su infancia. De la nada, letras y sonidos empezaron a brotar de su mente y colorearon aquel momento que parecía de oscuridad. Fueron las letras y sonidos que, a los pocos días, se convertirían en las primeras canciones de la banda que nunca imaginó que 17 años después —aun en la era de las pantallas e inmediatez— seguiría llenando teatros y sacando discos, ni que sería escuchada por 4 millones de personas en YouTube. 

Durante estas casi dos décadas el grupo cambió varias veces su composición; Mariana Lucía, Magdalena Dos Santos y Román Impallomeni son algunos de los músicos que pasaron por Encanto al Alma. Para la cantautora, son cambios que lejos de debilitar o vaciar la banda, la enriquecieron. Y su esencia, lejos de perderse, se reafirma cada vez más. “Son desafíos creativos. Se incorporó gente que dejó muchos trazos y colores en el proyecto. Siento la energía de cada uno que pasó. Está buenísimo, dejan un montón de saber en el proyecto”, subraya Leticia. 

En estos años grabaron cinco discos: cuatro de estudio (Somos Arco Íris, Magia de la Tierra, La Tierra de los Cuentos y Encanto de Nuestra Tierra, lanzado el pasado 18 de junio), y uno en vivo (Viaje de la Semilla). Y en medio de esos discos también aparecieron los espectáculos, que hace muchos años se convirtieron en el plan favorito de los niños uruguayos durante las vacaciones de invierno y que fueron presentados en teatros, festivales y escuelas de todo Uruguay, además de Córdoba (Argentina) y La Habana (Cuba). 

Hoy Leticia encabeza la banda compuesta por Agustín Alen, Daniel Bentancur y Virginia Pereyra. Y los cuatro preparan una nueva propuesta artística que toda la familia podrá ver el 10, 11, 15 y 16 de julio en la Sala del Museo: El Plan Colibrí. El espectáculo, premiado por el programa de Fortalecimiento para las Artes y dirigido por Richard Riveiro, potencia mediante el arte escénico y la música valores como el cuidado del medio ambiente, la magia de estar en calma, la importancia de nutrirse de cuentos y canciones y el valor de los gestos amables y los buenos abrazos. Aunque parezcan temas muy necesarios en el mundo “pospandemia”, Leticia escribió el guion de El Plan Colibrí en 2019. ¿Visionaria?, ¿clarividente? Para ella, una de esas casualidades extraordinarias: “Cuando lo escribí, no sé, lo escribí. Después de que lo escribo pasa todo lo que pasa. Lo más loco es que casi no cambié el guion. Cuando me reencontré con él, me di cuenta de que tenía mucho más sentido que cuando lo había escrito”, explica a Galería.

Encanto al alma empezó en 2005 con una noche de gripe. ¿Cómo fueron esos comienzos?

En ese momento yo estaba con una sinusitis tremenda, mucha fiebre, empecé a hacer reiki y en determinado momento en ese trabajo energético empecé a conectar con cuestiones de mi infancia que me habían dolido mucho y me las había olvidado. Tenía 24 años. Ahí en esa lloradera me dormí, y en determinado momento empecé a soñar con canciones. Fue una sanación de mi niña interna. Esa noche soñé con cuatro canciones. No sabía tocar la guitarra, y dije: “¿cómo registro esto?”. Las anoté, había teléfono de línea, llamé por teléfono a mi casa de Lagomar y me grabé las canciones por la contestadora. Llamé a Mariana Lucía, le digo: “tengo canciones para hacer”, me dijo: “estoy aprendiendo guitarra, me interesa apoyarte así entreno guitarra”. Se las pasaba por teléfono y ella las iba buscando por la guitarra, y así lo empezamos a armar. Y fue como una canilla que se abrió. Un día ella se quedó a dormir en casa y había estado tan bueno el trabajo que esa noche soñé con tres canciones más.

¿Por qué canciones infantiles? ¿Siempre le interesó ese público?

De niña escuchaba Canciones para no dormir la siesta, Maria Elena Walsh, muchísimo. Tengo muchos hermanos, somos nueve, soy la octava y cuando nací algunos tenían 15, y después era la tía canchera joven que cuidaba a los sobrinos, les ponía música para niños, los cuidaba, me gustaba eso. Mi hermana animaba cumples y cuando ella creció agarré el curro, hacía títeres, ponía música, hacía juegos, me regustaban los niños y la música.

Marcelo Ribeiro también fue clave. Se me cayeron las lágrimas cuando escuché sus canciones, y pensé: sueño con hacer algo que pueda llegar como me llegaron a mí las canciones de Marcelo. 

Al principio solo sacaban discos. ¿Cómo surgieron los espectáculos?

Siempre me interesó mucho la parte de teatro. Había estudiado teatro y estaba todo el trabajo con niños en cumpleaños, hacía muchos títeres, personajes. Cuando arrancamos con Mariana y Magdalena, hacíamos también talleres, era una forma de divertirnos, engancharnos y poner un poco de historia a lo que estábamos cantando. Este año nos presentamos al programa de Fortalecimiento para las Artes y quedamos. Tenía un guion para 2020, que no pudo ser por la pandemia, y Nicole Berenstein, la productora, me dice: “¿No tendrás un guion ya escrito?”. Tenía ese, lo agarramos, lo trabajamos un poquito, lo presentamos, y quedamos. Eso fue genial porque nos dio tremenda fuerza para el espectáculo de este año, porque por primera vez trabajamos con un director escénico. Es como levadura para arriba del escenario. A nivel musical veníamos con mucha fuerza porque siempre nos formamos, pero tener director escénico hace que todo crezca mucho más, nos hace pulir cosas que no veíamos. Richard Riveiro nos aportó el ser bien cuidadosos con el trato amable dentro del escenario. Hay cosas que uno naturaliza como graciosas y en eso él ha sido muy incisivo y cuidadoso. Y está bueno que pueda llegar al niño un código amable del vínculo, porque nos van a ver niños de un año, está pensado para preescolares. Hay mucha imagen simbólica, porque el niño preescolar tiene muy desplegado todo lo simbólico y lo que tiene que ver con la imaginación. Hay niños de uno, dos años que están más en lo sensoriomotor y los ves seguir el ritmo de la música, superconectados. Poder nutrir a las generaciones nuevas con esos trazos de amabilidad y amor y procurando que el producto musical sea de la mejor calidad. Procurar la delicadeza, lo sutil, lo cuidado, que el oído se vaya nutriendo. Este nuevo disco está muy imbuido de la música folklórica, tenemos una canción con Larbanois y Carrero, son voces muy características de nuestra sonoridad y procuramos que los niños de todos los contextos escuchen y empiecen a familiarizarse con esas voces, la forma de tocar la guitarra, esa cosa de lo regional. Tenemos candombe, murga, buscamos texturas y sonoridades rioplatenses. Buscamos que los niños puedan sentir la misma conexión que pueden sentir con algo más comercial, con algo más cuidado desde el lenguaje, el mensaje que se está comunicando, desde lo sonoro. 

En YouTube suman cuatro millones de visitas y sus espectáculos llenan teatros. ¿Cómo explicaría ese fenómeno?

Fue muy loco. Cuando grabamos el primer disco, no pensé que íbamos a llegar a ningún lugar más. Creo que hay un mensaje en las canciones o una sensibilidad o forma de transmitir que es universal, que nos pasa con distintas cosas artísticas: te gusta algo cuando en un punto sentís que te representa o te sentís escuchado. Hay una cosa que tiene que ver con el inconsciente colectivo, una fuerza que nos trasciende a todos y busca determinados emergentes para salir. Creo que la humanidad está en un momento donde empieza a emerger un montón de búsqueda, no solo por Encanto al Alma, sino que aparece todo esto de la búsqueda de lo natural, la alimentación saludable, hacer yoga o tai chi, buscar algo más de lo espiritual o la astrología. Ya toda esa cosa del consumo más plano no te satisface y hay una parte de cada uno que necesita algo más. Y hay ganas de compartirlo, de mostrárselo a alguien. Es algo muy humano, compartís lo que te hace bien, lo que te gusta, lo querés compartir con otros porque es una forma de compartirte. Desde ese pulso creo que tuvimos tanta suerte.

Foto: Adrián Echeverriag

Foto: Adrián Echeverriag

¿Cómo es el niño como público? ¿Qué desafíos les presenta?

Primero, antes de presentarnos al niño hay meses y meses de trabajo. Y un trabajo profundo de conocimiento, buscamos, chequeamos, limamos, limamos. Cuando llegamos al momento de compartirlo los escuchamos también. Es aceptar y valorar que los niños tienen la razón. Por más que vos estés ahí arriba ellos están ahí, vos los estás mirando. Una vez teníamos todo el guion armado de una forma, viene Richard y me dice: “Hoy son todos chiquitos de 2 y 3 años”. Eran de un Caif, no habían ido con padres, y teníamos que entrar al escenario como si fuera en puntas de pie. Hay que cambiar en el momento. O ves que hay uno llorando y tenés que hablar más bajito. Hay una reacción que es inmediata, si ves que son más grandes y están para más, le das más power. El vínculo con el niño y niña es desde la empatía. Me trato de poner en el lugar de lo que está sintiendo. 

Entretener o llegarle a un niño en 2005 no debe ser igual que hacerlo hoy. ¿Qué cambió?

Me parece que los niños siempre necesitan lo mismo. Amor, escucha, y sensibilidad. En eso no cambió nada. Lo que ahora ayuda, que parece todo lo contrario, es que hay más adultos que sienten más atracción por determinado tipo de textura, de mensaje, determinada búsqueda. En 2005 largamos con las canciones, y desde cierta perspectiva uno podría pensar que fue al revés, pero ahora hay mucha más búsqueda por esos mensajes. Es como si nos hubiéramos cansado de tanto plástico desde los adultos. Cuando arrancamos nos decían: “Pah, esas canciones para los niños tienen mucho mensaje, los niños no van a entender nada”. Y después veían que los niños eran muy permeables y perceptivos a lo que estábamos compartiendo. Ahora es como si los adultos estuvieran mucho más perceptivos, como si antes les empalagara Encanto al Alma, y ahora hay mucha más permeabilidad al amor. Parece contrario a las estadísticas lo que te estoy diciendo, pero se percibe en la mirada de los adultos que llevan a sus hijos lo de “sí, dame eso porque lo necesito”. Capaz tiene que ver con que el exceso de pantallas nos cansa y necesitamos del encuentro, un mensaje que nos mueva desde un lugar que no sea frívolo. Escuchar una guitarrita, cambiar la sonoridad, hay más sed de todo eso. Después, nunca tuve que cambiar la forma de construir las canciones porque los niños estén más acostumbrados a las pantallas, por suerte. Y no les baja la atención en los espectáculos. Sí está cuidado el ritmo para que sostengan, son 45 minutos de espectáculo y que los niños tengan la atención puesta tanto tiempo es difícil. Al trabajar mucho con niños te das cuenta en qué momento se cae la atención, y no la mantenés siempre arriba; bajás, bajás, subís, subís, cuando el niño está a punto de desengancharse, vuelve.

¿Se busca a propósito que el niño baje su atención para después volver a subirla?

El diseño del espectáculo es arquitectura. Tenemos en cuenta que hay muchos niños que por primera vez van al teatro, se pueden asustar, capaz es la primera vez que entran a un teatro, que ven luces, cuidamos que no quede siempre oscuro, siempre hay una luz porque sabemos que trabajamos con públicos muy chiquitos. Y después levantás. Una vez que el niño se siente seguro, levanta la atención de nuevo. Hay canciones que sabemos que el público conoce y las intercalamos, sabemos dónde ponerlas. Es una arquitectura de subir y bajar, pero de a poco. Pensamos en el niño que está ahí sentado, que se sienta seguro y lo pueda disfrutar, y que descanse, porque si se sobregira lo perdiste, queda allá arriba y no puede absorber nada. Lo mismo cuando diseñás el disco. Aunque ahora se escuchan las canciones por separado. Eso sí que cambió. Cada uno hace su playlist. 

El niño hoy tiene la libertad de elegir entre millones de contenidos y canciones a través de las pantallas. ¿Qué piensa sobre esto?

Me parece que en distintas culturas es distinto cómo se presenta la música a los niños y qué música se presenta. Hay una especie de enlatados de música que son cuestiones digitales que las hacen como un empaquetado con colores fuertes que funcionan. Ahí va en papá y mamá y en los centros educativos que eligen. Lo cierto es que hay proyectos de música muy buenos, con audiovisuales muy cuidados, donde ves arte, y donde los niños aunque sea en una pantalla se pueden nutrir. Nunca se van a nutrir si están ocho horas frente a una pantalla. Sin ser eso, hay un montón de proyectos muy cuidados desde lo visual y musical y hay mucha chatarra. Después hay mucha música que no es para niños que se les pone a los niños. Con ciertos ritmos o letras que no tienen nada que ver. Son cuestiones culturales y cada cultura se va haciendo a sí misma. 

¿Qué tiene que tener una canción para que sea para un niño?

Lo seguro es buen trato. Que el mensaje sea amable. Que el lugar de la mujer, que en mucha música está cosificado, no sea ese. Si está nombrado el cuerpo, que pueda encontrarse desde el lugar sagrado que el cuerpo tiene, nutrirse desde ese lugar. Porque desde la música se construye subjetividad, desde las cosas que decimos, aunque las naturalicemos, estás construyendo subjetividad,  y desde esa subjetividad que construimos es como nos vinculamos después con el otro. Ese niño va a devenir adulto y va a tratar a amigos, pareja, hijos, a otros seres cercanos con determinado código. Lo que tiene que tener la canción es un código sano. Hay muchas canciones donde ella o él son capaces de morir por el otro, y eso tampoco es saludable. Uno diría: ahh, pero no es que el niño después va a morir por el otro. Pero estás construyendo subjetividad, y no te das cuenta de que en la canción estás naturalizando una forma de vínculo donde hay un grado de dependencia y desvalorización de la propia vida. Hay que cuidar esos nutrientes. Los niños vienen desde la pureza mayor y tienen sus antenitas y campo energético superabiertos. Después, hay experiencias de la vida que no se las podés ahorrar. Pero si podés nutrir, ¿qué clase de pensamiento de sí mismo querés fortalecer? Eso es más que educar, porque educar es aprender algo que después recuerdo. Esto es naturalizar algo que es obvio, desde un lugar mucho más profundo, más inconsciente, con una huella mucho más honda. Hay dibujitos que vos mirás ahora y decís: ¿cómo podíamos mirar esto? Queda un montón, pero estamos mucho mejor, y eso se nota en el impacto que Encanto al Alma tiene, que cuando arrancó empalagaba y hoy tiene mucha mejor receptividad porque hay más corazones abiertos de distintos sectores sociales y tienen la misma respuesta. 

CASUALIDAD MÁGICA

¿Cómo se ideó El Plan Colibrí, su nuevo espectáculo?

Surge en un momento donde estaba muy movida la fibra social mundial, en 2019, con el incendio en Amazonas, uno veía que algo estaba pasando, que había que apelar a algo que nos volviera al centro. Estaba muy desbordado el consumo en ese momento y eso los niños lo sufren un montón, porque muchas veces son el último orejón del tarro en la cultura del consumo. Todo te llama hacia afuera y el niño está ahí, que llora, va quedando en un lugar relegado. En ese momento, que todo estaba tan extraño, sin saber que se venía lo del 2020, era necesario poder apelar a que había algo que trascendía todos los tejidos y fibras y era tan sutil como el colibrí. El colibrí es silencioso, podés no verlo, no es el grito del águila, el cacareo de la gallina, tiene un sonido que es casi como un golpeteo chiquitito y su andar es muy sutil. Y en realidad es un polinizador, su tarea es superimportante, además de que se alimenta de las flores y la dulzura. El Plan Colibrí tiene que ver con alimentarse de la dulzura, los planes transparentes como el agua y que se tejen desde lugares que nosotros no nos damos cuenta, y hay tejidos que nos envuelven que tienen que ver con El Plan Colibrí, una fibra que es tejida desde un lugar que no es obvia ni aparece en los medios ni es algo que uno pueda ver, no obstante nos está tejiendo. Cuando lo escribo, después pasa todo lo que pasa. Cuando veo el guion me doy cuenta de que tenía mucho más sentido que cuando lo había escrito. Termina dándose un proceso de transformación que tiene que ver con que a veces vivimos momentos muy duros, dolorosos que en el momento en que los vivimos no entendemos nada lo que está pasando. Fue lo que nos pasó esos dos años, fue difícil, duro, hosco, y apelar a la calma, el amor. A nivel social hubo mucha herida, todavía hay niños que tienen miedo de acercarse. Hay cosas que necesitamos sanar, y El Plan Colibrí ahora tiene mucho más sentido. Lo traemos desde el arte y los personajes, apelando a esas energías que traen estos personajes. 

Foto: Adrián Echeverriaga

Foto: Adrián Echeverriaga


El Plan Colibrí. Funciones: 10 y 11 de julio, a las 16 horas; 15 de julio a las 15 horas y 16 de julio a las 15 y 17 horas. En Sala del Museo. Entradas por Red Tickets a 510 pesos (niños menores de tres años gratis).