¿Por qué te fuiste tan joven de la casa de tus padres? Me fui a los 16 años, me había empezado a ir a los 15. También es cierto que pasaba mucho tiempo fuera de casa, pasaba mucho en lo de amigos, no fue de golpe. Básicamente fue porque en ese momento era imposible combinar la idea de vivir de la música con vivir en la casa con mis padres. Ya lo arreglamos, ahora estamos muy bien. Como músico yo empiezo a trabajar cuando la gente se acuesta. Yo aprendí a tocar la guitarra muy bajito. Primero tuve una Giannini que me prestó un tío de mi hermana, estaba destruida y nunca logré que tocara bien. A los 15 mi padre me compró una Washburn electroacústica, que usé hasta hace poco.
¿Cómo aprendiste a tocar? Mi padre tocaba mucho y lo veía. Luego aprendí mucho con libros, revistas, cancioneros... Aprendí dos canciones el mismo fin de semana: Tema de Piluso, de Fito Páez, y Pichonero, del Sabalero (José Carbajal).
¿Cómo llega casi un niño a ser amigo de Eduardo Darnauchans? Yo era una persona muy ávida de conocimiento, lo sigo siendo. A Eduardo le interesó eso de mí, que podía compartir cualquier cosa conmigo y eso le copaba. Yo lo había visto tocar en la tele, en (el programa) Caleidoscopio, en Canal 10. Siempre tenía un VHS dentro de la videocasetera y me grabé Desconsolados 2 y Por los médanos blancos. Como a los ocho meses, anunciaron que al otro día iba a estar Darnauchans de nuevo. Yo tenía 14 años y llamé al canal a ver si podía ir. Salí del liceo y lo esperé ahí. Llegó y me invitó al bar de la esquina a desayunar... como a la una de la tarde. Él se pidió un whisky y a mí un café. Ese fue el primer café solo que me tomé, con él. Ese día pegamos buena onda, tenía muchas cosas para contar y yo tenía mucho interés. Además, Eduardo comenzó a tener problemas de salud, sufrió una seguidilla de accidentes y comencé a ir a su casa, en el Centro, a hacerle favores. Le pasaba a mano lo que él escribía para (la revista) Posdata. Jamás usaba la computadora. A cambio de ayudarlo podía estar ahí escuchando discos increíbles, tocar con él, hablar de mil cosas. Lo extraño mucho.
¿Cómo te gusta definir a Eté & Los Problems? Como una banda de canciones. No pertenecemos a ningún conjunto de artistas de nada. Siempre estuvimos bastante solos hasta que vino gente a vernos. Llegamos tardísimo al boom del rock uruguayo; cuando sacamos nuestro primer disco, en 2007, ya no quedaba nada. Cuando empezamos a tocar, en 2005, iban a vernos 250 personas porque la gente iba a ver músicos. Luego demoramos 10 años en recuperar ese público...
El disco El éxodo (2014) fue compuesto tras una separación. ¿Componer es terapéutico o un exorcismo? Exorcismo, sí; terapéutico, no sé. A mí sí me hace bien. Me ayuda a ordenar las cosas que estoy viviendo. Construir un relato en torno a lo que me pasa me permite herramientas para sobrevivir. Pero además lo hago porque si no, sería muy infeliz.
¿Cómo eras como basquetbolista? Jugué de muy chico, entre los 9 y los 15, mini, cadete y un año de menores. Yo vivía por Malvín Alto, Cyssa Maroñas era de la Curva y la escuela a la que iba equidistaba entre mi casa y el club. Muchos compañeros jugaban ahí y me presenté a un llamado. Empecé jugando de alto y terminé de bajo. Pegué el estirón temprano y a los 10 años medía básicamente lo que mido ahora. Entendía bien el juego, pero era más inteligente que talentoso. Ahora no juego porque me lastimo las manos. En el último partido que jugué me ligué un pelotazo cuando faltaban cinco días para un show.
El último disco, Hambre (2018), fue gestado en una gira bastante caótica por Alemania en 2017. El grupo casi se separa. ¿Qué pasó? El disco fue gestado de una forma que no fue la que hubiera elegido, pensado en horas de camioneta hablando lo mínimo con mis compañeros. Pero el camino nunca es el que yo pienso; el destino final, sí. Es posible mantener amistades dentro de una banda, pero es inevitable que haya tensiones, se convive mucho tiempo en condiciones de precariedad.
Vivís en Ciudad Vieja, ¿qué te gusta del barrio? Vivo acá desde 2005. ¡Pero atención que yo vivo en la Aduana! ¡Es redistinto! En la Ciudad Vieja viví varios años, pero ese es un barrio que no tiene mucho de barrio, está lleno de gente que va ahí solo a laburar y que tiene una relación descuidada con el barrio. En cambio, de (calle) Colón para acá, hacia la escollera, es otra cosa muy diferente: salgo a la calle, conozco la carnicería, el verdulero me anota, están los pibes de la calle en la plaza todo el día, los conozco y me conocen... Eso es muy valioso y hace que sea un barrio superseguro, que además tiene un sentido de pertenencia muy profundo.
¿Cuál fue tu último trabajo de traje y corbata? En una empresa de controles de acceso de personal, software y hardware. Habré estado un año y algo, hasta los 21. No era para mí. Luego hice otras cosas: repartí libros, trabajé en un bar, en publicidades, hice música para un montón de cosas, cociné... Pero lo que abandoné definitivamente es el uso de mi tiempo. Ahora lo tengo para la música; lo que sobra, para hacer dinero.
