Para muchos, el silencio no es cosa sencilla. Prefirió tener el mundo a toda marcha a su alrededor antes que "sufrir" una apacible velada, a permanecer sentados y simplemente "estar allí" donde están.
Esto sucede, según explica la psicóloga portuguesa Cláudia Morais, porque parar y cultivar el silencio nos obliga a mirar la realidad tal cuál es. Y pese a que sufrir no tiene que ser una tragedia -aunque huimos siempre de ello-. "Si caminamos esquivando las áreas de nuestra vida que nos traen alguna forma de dolor, el silencio se vuelve incómodo porque nos obliga a examinarlas, cargándose con los vacíos y miedos que todos tenemos", dice en declaraciones al periódico Diário de Notícias.
Entonces, la alternativa pasa por ocupar la mente con todo lo que nos distrae de esa observación, revela la terapeuta: "Cuando pasamos demasiado tiempo tratando de evitar dificultades, frustraciones y tristezas, detenerse para 'apenas' observar la realidad y oír nuestra voz interior "es casi como un bombero que avanza hacia un incendio en una casa" compara Morais: si abre la puerta de repente, será sorprendido por la voracidad de las llamas.
Por otra parte, la estrategia de no detenerse para evitar mirar dentro uno mismo, obstaculiza sobremanera nuestro objetivo de ser felices, subraya el médico psiquiatra Vítor Cotovio, para quien hacer silencio nos lleva al encuentro de nuestra verdad, de nuestros defectos, de nuestra historia. La premisa es simple (y lógica): al mantener la mente sistemáticamente ocupada, dejamos de prestar atención plena a todos los momentos, incluyendo los que nos realizan como personas.
"Somos cada vez más estimulados para transformar la vida en un carrusel de momentos felices y memorias agradables. Entonces nos sentimos incómodos lidiando con el sufrimiento, como si no fuera tan parte de quienes somos como el resto de las experiencias", concuerda Morais . Curiosamente, cuando miramos ese ‘lado oscuro' exactamente como lo que es, aprendemos a calmarnos. "No se trata de aprovechar la vida a pesar de los problemas, sino de apreciarla con los problemas", dice la psicóloga.
Es lo que Cotovio llama "entrenarnos para pensar los sentimientos y sentir los pensamientos", como algo ineludible en el proceso de maduración personal. "Vivimos en una sociedad de mucha información, mucha velocidad, pero también de un gran vacío existencial, por estar obligados a la acción sin darnos el tiempo y el espacio que necesitamos para elaborar las emociones y construir vínculos significativos", explica.
En ese sentido, señala que la mayoría prefiere el placer inmediato de engañar sus propios vacíos existenciales en vez de buscar una satisfacción con sentido, la cual depende de no sentirnos amenazados por lo que sentimos en nuestros diálogos internos, sean ellos buenos o menos buenos. "Incluso en términos terapéuticos, es lo que nos va a permitir regular las emociones más básicas de alegría, miedo, tristeza, rabia y desarrollar la inteligencia emocional", sostiene el psiquiatra.
Como si todo esto no bastara, algunos estudios indican que una exposición repetida a niveles sonoros entre los 50 y los 55 decibelios - el equivalente al ruido del tránsito local típico en las grandes ciudades, con los que convivimos en el día a día ya sin darnos cuenta - puede interferir negativamente con los latidos del corazón de quien escucha, producir cortisol (la hormona del estrés) por encima de la media y afectar la tensión arterial.
"Convivir en un ambiente lleno de ruido y gente hablando al mismo tiempo es un agravante del estrés", confirma al citado medio José Roberto Marques, especialista en comportamiento y gestión de personas. Y enumera otros beneficios del silencio, y que van más allá del control efectivo de las emociones: reducción de la ansiedad; fortalecimiento de la memoria y de la salud cardiovascular y mejor calidad del sueño. "Estar en silencio significa mucho más que sólo mantenerse callado", enfatiza.
Morais añade que, para colmos de males, al huir de esos diálogos interiores "notamos que el pensamiento que intentábamos repeler nos persigue con mayor fuerza. Si multiplicamos esto por todos los miedos que sentimos, y reflexionamos en las veces en que nos comportamos como fugitivos y no queremos pensar en nada, concluimos que tal vez estemos transformando nuestros problemas en monstruos que magnifican su realidad."
La clave es, pues, dejar de huir del necesario silencio y llenar su aparente vacío con la conciencia de uno mismo. He aquí unos consejos para conseguirlo
Despierta a lo grande
No es necesario tener práctica en meditación para aprovechar estos cinco minutos diarios: basta con sentarse en un rincón tranquilo, sin encender la televisión o el smartphone, y respirar lentamente por unos instantes, atento a todos los ruidos de la casa ya las sensaciones que le despiertan en el cuerpo. Luego, te topes con lo que te topes allá afuera, esta pausa matinal ya nadie te la quita.
Protégete del ruido
Hay ruidos intensos que no podemos controlar, como el tráfico en la calle o de las obras en el edificio, pero debemos intentar reducir al máximo el tiempo de exposición a ellos y reducir el volumen de otros ruidos a nuestro alcance. Es un hecho comprobado: el exceso de ruido nos hace agresivos, hipersensibles, y debilita el sistema inmunológico.
Haz silencio
En algún momento durante el día, o al menos una vez por semana, reserva un momento para llamarte a silencio y descubrir, de paso, cómo el lenguaje no verbal alcanza y sobra para expresar lo que no se pudo decir por palabras. Si tienes niños pequeños, haz de esto una especie de juego e involúcralos.
Come sin hablar
Muchas familias aprovechan la hora en que se reúnen a la mesa para intercambiar experiencias y contar cómo fue el día de cada uno. Sin embargo, sucede que muchas de ellas terminan de cenar sin haber notado realmente los sabores que tenían en el plato. Una idea para mejor disfrutar de este momento puede ser intercambiar la conversación por un silencio compartido en la comida.
Aprende a escucharte
Aunque sea una vez, sal a la calle o al gimnasio sin llevar los auriculares, para escuchar realmente lo que te rodea: pájaros, viento y perros ladrando o, si es el caso del gimnasio, el chirrido de las suelas de las zapatillas en el suelo y tu propia respiración jadeante. El silencio es de oro también por estas riquezas.
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