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Contenido creado por Manuel Serra
Perfiles
Montón de ojos en la cabeza

Entre la música, la poesía y la pintura: la aullante libertad de Pedro Dalton

Pedro es tinta china, rostros de animales, rock y aullidos. También el punk posdictadura. Pero es mucho más que eso. Pedro es multitudes.

23.11.2020 11:37

Lectura: 27'

2020-11-23T11:37:00-03:00
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Por Federica Bordaberry

Fotos: Javier Noceti | @javier.noceti

Era el primer día de jardinera. Su mamá lo dejó con una maestra y él lloraba, inconsolable. La maestra lo quiso distraer y lo llevó a un salón donde había instrumentos de música. Le ofreció, incluso, tocar y jugar con la batería, pero él quería volver con su mamá.

Solamente pudo calmarlo un compañero que se le acercó y le dijo que dibujara, así como él, con rayitas. En ese momento, aprendió cómo dibujar un arcoíris.

No fue la música, fue el dibujo.

Pedro Dalton nació el 28 de octubre de 1967. En el registro está anotado, no como Pedro Dalton, sino como Alejandro Fernández. Él es ambos: Pedro y Alejandro.

Lo que podría ser un problema de identidad es, para él, una unidad. Su mamá le dice Alejandro, pero cuando alguien le grita por la calle es más probable que responda al nombre Pedro.

Esa madre, la que le puso Alejandro en vez de Pedro, y la que lo dejó en una jardinera en la que encontraría la paz con el dibujo, no se sentaba en la mesa a comer con él, con su padre y con sus hermanos. Prefería estar parada porque le gustaba picotear y mojaba el pan en el huevo de los platos de sus hijos. Orlando, el más grande, se lleva once meses con Pedro y le daba rabia que su mamá le mojara el pan en el huevo. A Marcelo, que es tres años menor que Pedro, no le importaba tanto.

Eso pasaba en el apartamento en el que crecieron los tres, en Bvar. España y Benito Blanco. Eran guachos de apartamento, porque crecieron en un barrio donde pasaban autos y, jugar en la vereda, era casi inviable. Pedro recordaría el decir de Nico Barcia, ex cantante de Chicos Eléctricos: menos calle que Venecia.

Su mamá fue maestra y profesora de cocina hasta que se casó con su padre y dejó de trabajar para atender la casa. Su padre tocaba el saxo y el clarinete.

Él tenía su boutique para la que compraba ropa y se la vendía a gente conocida y a familiares. En el momento en que tuvo muchos clientes, los Fernández pudieron comprarse un apartamento en Pocitos y una casita en Punta del este. Pedro los definiría como de la clase media alta, esa clase social que vive en apartamento, y no en casa, pero que tiene empleada con cama y puede dejar a sus hijos para salir a hacer vida de pareja.

Vivía a las piñas con sus hermanos y él era el más atropellado. Fue, también, el que ligó las heridas físicas. Se cortó, se quemó y se partió las paletas.

Tenía no más de 9 años. Estaba jugando al básquet con Orlando en un piso de parquet encerado. Ellos, andaban de medias. Cuando Pedro saltó para meter la pelota en el aro, cayó enseguida y se partió los dientes.

Esos dientes serían parte de los atributos físicos que lo caracterizarían. Parte de lo que lo volverían personaje del underground del rock uruguayo. Y su música, claro.

Siempre fue el más introvertido de sus tres hermanos. Recuerda muy bien unas vacaciones de julio en la que se fue, en familia, a una estancia en Flores. Fue callado las seis horas de viaje. Pasaba mirando por la ventana de atrás de un Volkswagen que le mostró un atardecer en el que se veía todo el campo. A lo lejos, había un bosque con forma de ballena.

Pedro Dalton creció en dictadura, rodeado de reglas sin sentido.

***

Ventana trasera rumbo a la estancia en vacaciones de julio (polaroid familiar)
En las pestañas doradas se traslucen
las penas de los ojos bolita
con pelos de pluma tornasol
y gigantes montañas lila
bajo el foco naranja débil
que toca el horizonte
tras un monte negro
con forma de silueta de ballena
que posa inmóvil
sobre océano de pasto.

Todo se veía desde la ventana trasera del Volkswagen.

(Mentira el cielo, 2006)

***

Los tres hermanos que vivieron -y viven- del rock, alguna vez quisieron ser los Bee Gees. Hacían presentaciones familiares en las que Orlando era Robin, Pedro era Barry y Marcelo era Maurice. Como era el más grande, Orlando podía elegir primero.

Su padre les había hecho enamorarse de los vinilos que compraba. Los ponía para que los escucharan todos. Escuchó El Padrino y le encantó. Escuchó música clásica y le encantó. Después, pasó a escuchar la música comercial de la radio, y también le encantó.

Siempre fue sensible a la música.

Quizá, por eso, construyera guitarras de madera para presentarse como Bee Gee con sus hermanos. Quizá, también por eso, cuando salió Saturday Night Fever fue a verla con Orlando y con su padre al cine de Casablanca.

Con Orlando, querían tener una discoteca. Se encerraban en el cuarto, bajaban las cortinas y le ponían papel celofán de colores a una linterna. Simulaban una bola de espejos envolviendo una pelota de plástico con papel de aluminio de alfajor. Al boliche del tamaño de un dormitorio de un apartamento de Pocitos lo acompañaban un tocadiscos viejo y un Philips portátil. Por eso, tenían y hacían enganches para musicalizar.

Ya más de grande se encerró en el cuarto, puso la música al mango y simuló que cantaba y que bailaba sobre el escenario. Lo hacía con los discos de Kiss, de Queen, los Pistols y The Clash. Los primeros años, el cuarto sería de los tres. Después, Orlando se pasaría a otro y quedarían Pedro y Marcelo. Se llevaron muy bien y eran de hablar ratos largos, con la luz ya apagada, mirando el techo.

Su madre era muy resolutiva con las cosas que sucedían porque tenía que criar a tres engendros que vivían rompiendo algo, si no era a ellos mismos. Su padre encontraba valor en todo lo que fuera antidictatorial y revolucionario.

Sus hijos también.

***

Poema sin título
Solos o de a uno
los seres vivos duermen la muerte.
sin soles,
sin colores,
sin blanco y negro.

Así son los sueños:
segundos."


(Mentira el cielo, 2006)

***

Si ellos vivían en el octavo piso, sus abuelos maternos vivían en el sexto. Cuando sus padres se iban, su abuela subía con Marcelo, y con Orlando y Pedro bajaba con su abuelo. Se llevaba muy bien con él y fue el que lo motivó a dibujar.

Escuchaba música, pero hacía dibujos.

Los haría toda su vida.

Cuando tuvo 19 años, su abuela pasó a vivir con ellos porque ya se había quebrado dos veces la cadera. Todas las madrugadas, cuando su abuela ya estaba acostada, Pedro se iba a la cocina con una lámpara y un grabador, y se ponía a dibujar. Los Estómagos ya habían sacado sus primeras tres canciones y las escuchaba por ahí.

En esas madrugadas, solía charlar bastante con su madre. Mientras él dibujaba, ella tomaba un café.

Un buen día discutieron. Pedro tenía la música alta y a su madre la alteraba el estado de su propia madre, que estaba casi postrada. Ese día, Pedro apagó la música y se fue a caminar por la Rambla, hasta las piscinas Trouville. Cuando volvió, decidió que le pediría a su padre para irse a uno de los depósitos de la boutique. Él necesitaba escuchar música, dibujar y estar tranquilo.

A su madre le pareció bien y a su padre también.

Y así fue, a los 19, Pedro ya estaba viviendo solo.

En Buenos Aires, después de ver una exposición de Carlos Alonso, se obsesionó con la tinta china. Apenas salió de ahí, lo primero que hizo fue comprarse una pluma. Ahí arrancó con la serie de dibujos sobre animales, que nunca terminaría, porque hasta el día de hoy caracteriza personas a través de rasgos animales. Eso hace: personajes mitad hombre, mitad animal.

En algún momento quiso ser arquitecto, pero se metió en el taller de Nelson Ramos. Cambió la carrera por la UTU de ayudante de arquitecto. Fue ahí donde aprendió a manejar, realmente, la tinta china. Se pasaba horas dibujando, muchas más de las que dice que lo hacía.

Nunca fue muy rompe reglas, las odiaba pero era más lo que decía que lo que hacía. El lugar de contención que encontró fue el dibujo.

Quizá, por eso, decía más de lo que hacía.

A través de amigos de amigos, Pedro y Orlando conocieron a Vicente Martín, hijo. Pedro se haría muy amigo de él.

Toda su casa estaba ligada al arte. Su padre, Vicente Martín, era el pintor que había ganado el bienal de París y su madrastra, María Luisa Torrens, tenía el museo de arte contemporáneo y era una de las críticas más importantes del país. Esa familia le abriría un mundo nuevo.

Empezó a ir a exposiciones, a museos y a ver a Peralta pintar.

Cada tanto, se escapaba del liceo, a las ocho de la mañana, y le gritaba a Vicente por la ventana. Desde arriba le gritaban que hiciera silencio y que subiera. Y subía.

Recuerda, claramente, uno de los días que llegó a lo de Vicente y le mostró sus dibujos al padre. Desde el cariño, Vicente Martín le dijo que sus dibujos estaban mal, porque estaban sucios, pero que tenía el potencial y las ideas. Lo que faltaba era pulir la técnica. Le dio una clase magistral, con piques, sobre el dibujo.

Pasó de los talleres de Nelson Ramos a los de Clever Lara, otra persona que sería muy importante en su formación. Fue él quien le hizo valorar corrientes artísticas como el Renacimiento, que Pedro consideraba pintura vieja, y el arte abstracto de, por ejemplo, Paul Klee.

De a poco y en paralelo, se fue convirtiendo en una especie de dibujante del rock de los ochenta.

Gabriel Peluffo era amigo de Orlando e iba muy seguido a su casa. Durante la noche, tomaban café y hablaban de música. En ese momento, Pedro estaba dibujando en el taller de Nelson Ramos y Gabriel le propuso que hiciera la tapa de un disco que se iba a llamar Tango que me hiciste mal. La idea original fue de Parodi, que se imaginaba un tanguero recostado contra un farol torcido, fumando un cigarrito.

Pedro le siguió la cabeza y lo dibujó en el taller con tinta china con una sola línea. No le fue fácil, pero con varios intentos llegó al tipo con un bandoneón en el piso. Cuando se lo presentó a Gabriel, le encantó. Al resto de Los Estómagos también.

Diseñó, incluso, el arte del disco Impulso de la Vela Puerca.

Su primer vínculo con el rock post dictadura fue el dibujo. La música vendría mucho después.

***

Fragmento del poema "Caminando despacio en la noche con el walkman al mango"
La luna pegaba en las ventanas de aluminio
de los edificios modernos.
El brillo parecía un riel sin rumbo al cielo.
Iban pasando una y otra estrella,
gotas de mercurio luminosas,
colgando de un plafón negro.

Extrañaba todo eso que odié un día

(Mentira el cielo, 2006)

***

La primera vez que existió el nombre Pedro Dalton fue cuando existió la revista G.A.S. Subterráneo.

Pedro provenía de Pedro Picapiedra, porque así le decían en el liceo. Dalton, por otro lado, venía porque él, Orlando y Marcelo eran tres. Iban juntos a jugar al básquet a Trouville y les pusieron los Dalton por los personajes de la historieta de Lucky Luke.

La revista era ilegal, y para publicar ahí se necesitaba un pseudónimo. El suyo, por primera vez, fue Pedro Dalton. Es decir, Pedro Dalton era nombre de dibujante, no aun de músico. El contexto: 1987. Eso quiere decir que el Pedro que había crecido en dictadura ahora estaba creciendo en democracia pero con algunos grises. Eran los años en los que las razzias estaban vigentes.

La revista se movía a través del boca a boca. Orlando tenía un puesto de discos en la feria y los dejaba venderla ahí. Trabajó con Fernán Cisneros, Sandra Viscuso, Jorge Bonomi y Gerardo Michelín. Este último fue el que vino a buscarlo porque la revista necesitaba un dibujante.

Y lo consiguió.

Pedro trabajó, aunque sin sueldo y a pulmón, como todo lo que sucedía en el mundo del punk rock en esos años, y dibujaba comic-clips. Los hizo sobre rock español pero también los hizo sobre rock uruguayo. En especial, lo hizo sobre Los Estómagos. Esta revista, por ejemplo, fue una de las promotoras de Arte en la lona. Pedro estuvo ahí.

Con ellos también trabajaría, no solo haciendo la tapa de uno de sus discos.

Durante los ciclos Cabaret Voltaire, un festival de rock uruguayo con poca y nada repercusión mediática, pero con mucha potencia, Pedro y Guillermo Peluffo trabajaron en las escenografías. El slogan del ciclo era, "¿punk o dadá?"

Por esos días, Pedro salía de trabajar a las siete de la tarde y trabajaba en las escenografías hasta las cinco de la mañana. Como estaba viviendo en la boutique de su padre, él y Guillermo tenían que pintar afuera para no ensuciar. Y se congelaban. Al otro día, amanecía a las ocho de la mañana para ir a trabajar de cadete en una agencia de publicidad.

Una de esas tantas madrugadas, con la escenografía ya terminada, a Guillermo se le ocurrió pintar con esmalte sintético unas telas. En un estante cercano, había una botella de aguarrás y, cuando Pedro pasó cerca, volcó la botella. Quedó todo el cuarto tapado de aguarrás. Ese día explotó y le planteó a Guillermo que, si no había plata, no trabajaba más. Abandonó el ciclo de rock a dos fechas del cierre.

Fue a través de la familia Martín que Pedro conoció el rock. Gonchi, hermanastro de Vicente, se había ido a España y había vuelto con la remera de los Sex Pistols. Les grababa, a él y a Orlando, ensaladas de casetes que lo marcaron. Ahí empezó a escuchar el London Calling, Never Mind The Bollocks, Seventeen Seconds, Unknown Pleasures y Stray Cats. Eso fue, más o menos, por 1982.

Pedro y Orlando tenían 16 años y empezaron a ir al pub Escocia, que era el único pub que pasaba rock y al cual podían llevas sus casetes. También empezaron a ir a un boliche por Roque Graseras y 21 de Setiembre. Su nombre: El puente sobre el mundo.

Ese puente por el que empezaron a caminar les encantó. Ahí vieron a Leo Maslíah, a Fernando Cabrera, a Gustavo Fernández, a Andy Adler. Todos eran amigos de Gonchi. Ellos estaban ahí, pintados, escuchando a esa gente y viéndolos fumar porro.

Lo fundamental es que ni ellos, ni los Fernández, tenían dónde encajar. Escuchaban música distinta, se peinaban de otras formas, eran tipos raros.

Un día, en aquel año en el que supieron que eran diferentes, apareció Gonchi en la casa de Pedro y de Orlando. Les dijo que se levantaran y que se tomaran un ómnibus a Pando, ahí iba a tocar un banda de punk rock.

Ellos acataron, se subieron al ómnibus, y Pedro le pidió al hombre sentado delante de ellos que les indicara en Pando, para bajarse. Él les avisó y, una vez abajo, les mostró dónde quedaba el boliche.

Una vez en el show, se dieron cuenta que quien les había avisado dónde bajarse era Gabriel Peluffo, cantante de Los Estómagos. A partir de ese momento, no se perderían un solo show durante años.

Así los conocieron, así los escucharon y así empezarían a curtir ese ambiente del rock de los ochentas: Cadáveres Ilustres, Los Tontos, Los Estómagos, Los Traidores.

A Pedro le encantaba la sensibilidad que ponía el tecladista en las melodías y, por eso, cuando Los Estómagos se separaron, no pudo identificarse del todo ni con Buitres ni con Gallos Humanos.

Trabajó en la despedida de la banda cuando se separó. Hizo las luces del show, con Guillermo Peluffo. Era 25 de agosto de 1989, fecha patria, y el show era en Cine Cordón. Eso quería decir que, antes de empezar, tenían que pasar el himno.

Pedro y Guillermo jugaron a hacer luces rítmicas durante el himno y llegó un hombre a cancelar el show porque los graciosos de las luces estaban siendo irrespetuosos. El público empezó a hacer pogo, un tipo se tiró para abajo y hubo que atajarlo, se rompieron todos los vidrios de adelante.

***

hueso
paladar plástico
púas de carne
gritos de porcelana
pétalos
estambres
perfume en el aire
peras en el olmo
cuernos parlantes
ojos de chinche
lágrimas de alfileres
llora en clavos
de dientes
(acaricio el sueño)


(Más de eso, 2010)

***

Al Topo (Gustavo Antuña) lo conoció en un taller de fotografía en el Foto Club. Pegaron onda enseguida y se hicieron amigos. A principios de 1991, sucedió ese famoso ensayo que funcionó de semillero para gestar a una de las bandas de rock más importantes del país.

En ese primer ensayo usaron una guitarra criolla, pinceles y tarros para hacer música.

Cada uno llevaba dos, o tres, porros y se ponían a zapar. Tocaban con los ojos cerrados, ponían las luces bien bajas y no se miraban. Se guiaban, pura y exclusivamente, por los instintos. Y así era su música: instintiva, rockera si hay que encasillarla en un género, climática al pecho. Todo eso pasaba en el garaje de la casa de la madre del Topo en Malvín.

Los primeros tres muchachos, que sabían poco de música, fueron Pedro Dalton, el Topo Antuña y Rafael Clavere.

Esos primeros ensayos, que más que ensayos eran instrumentos siguiéndose, conociéndose, saludándose, están grabados. Empezaron con covers y terminaron con delirios. Los grababa Pedro, primero para poder escucharse y encontrar una canción en toda esa zapada y, segundo, para ponérselo de fondo mientras dibujaba con tinta china.

De esos ensayos también participaba un cuarto miembro, que no tenía ningún rol musical, pero que estaba ahí, estacado, fiel. Álvaro Garrigós iba a los ensayos con su pareja y se bancaba las dos horas enteras de zapada. Por eso, lo consideraron para que fuera el bajista fijo de la banda, pero tendría que aprender a tocar desde cero.

Mientras tanto, Gabriel Barbieri, bajista de los Chicos Eléctricos, era el que les daba una mano en los toques.

Barbieri fue muy amigo de Pedro en esos años: salía de trabajar en el Banco de Seguros del Estado y se iba a lo de Pedro. Juntos, se mostraban lo que habían compuesto musicalmente. Los Chicos Eléctricos serían los guías de Pedro durante su crecimiento en los noventa. Fueron sus mentores musicales sobre cómo hay que estar en el escenario: simple, contundente, expresivo y ruidoso. Casi todo sonaba mal y, por eso, había que agregarle emoción.

Y su presentación, la primera, que también estuvo grabada, fue en un cumpleaños frente a treinta personas. Las grabaciones tienen varios ratos de voces, charlas, risas, gritos. Esos fragmentos, llamados "Camino del bebedor", se usarían en el primer disco de los Buenos Muchachos, el disco que podrían producir recién quince años después.

***

Por si no despierto
Olas de calor que agobian instintos.
Deberes que no se deben a nadie.
Pezuñas raspando suavemente el cuerpo.
Ahorro de explicación cuando en un sueño
estuve muerto.

Son solo imágenes,
elige una.

(Mentira el cielo, 2006)

***


Pedro llegó a Juntacadáveres, un boliche underground de los noventa, y se encontró con un hombre bajito que recitaba poesía, estaba vestido de quechua y llevaba una valija. Al lado, Andy Adler vestido de traje, golpeando su guitarra contra las rodillas.

Ahí dentro siempre estaba pasando algo.

A eso se iba, a que pasara algo.

El principio de los noventa fue el momento de aprendizaje de los Buenos Muchachos y, claro, para Pedro. Por 1992, un año después de aquel ensayo en el garaje del Topo, iban de boliche en boliche tocando. El que más les gustaba, y en el que más se sentían respetados, era Juntacadáveres.

Sin embargo, pasaron por muchos otros. Entre ellos, Amarillo y Perro Azul. En esos boliches tocaron en escenarios mínimos, cuando no inexistentes. En un toque en Perro Azul, Pedro recuerda de estar tocando a nivel del piso y de que el Topo se corriera para dejar pasar gente que quería ir al baño.

Una de las experiencias de tocar en lugares chicos, tarde en la noche, es que tener el público tan cerca hace que griten cosas. Más de una vez le gritaron "puto" y, antes, contestaba cualquier disparate. En esos años, Pedro tenía fama de ser agrio y la tenía bien ganada.

En Amarillo, participaron de una ensalada musical llamada "Criaturas del pantano", editada por Perro Andaluz, del que también participaron otras bandas que serían clave para el rock de los noventa: Chicos Eléctricos, Trostsky Vengarán, La Hermana Menor, Neanderthal y Cadáveres Ilustres.

Pero Juntacadáveres era el boliche de los Buenos Muchachos. Y cuando cerró, la banda quedó huérfana.

La primera vez que tocaron ahí, Pedro pasó muy mal porque no se escuchaba cantar y sonaban horrible. Ese fue, quizá, el show más importante de su vida. Tras la mala disposición del sonido, Pedro estaba enojado, ofuscado y solo Marcelo pudo hacerle entender que cuando uno se sube al escenario, los problemas quedan afuera. Si alguien pagó por irlo a ver, él tenía que hacer lo mejor que pudiera.

En ese mismo escenario empezaron a volcarse hacia la escenografía. Hubo un show, que Pedro llama el show azul, donde pusieron luces azules y, por primera vez, se escuchó bien y el sonido tuvo calidad. Por eso, Pedro lo recuerda tanto.

A esa altura, ya estaba Marcelo Fernández, su hermano, integrado en la banda. Fue quien les dio un aire de mayor profesionalismo, porque venía de tocar para Cadáveres Ilustres. Con Marcelo, una banda que ensayaba sin hablar tuvo que empezar a dialogar para hacer música.

En 1996, los Buenos Muchachos decidieron sacar su primer disco. Venían de un Juntacadáveres cerrado y de ver una banda como Chicos Eléctricos que los inspiró a no quedarse quietos. Agarraron velocidad y empezaron a organizarse de manera que los medios supieran que existían.

Tenían un disco, llamado Nunca fui yo, de 14 canciones. Lo tenían grabado pero no lo tenían producido. De hecho, terminaron grabando cien casetes y haciendo el arte a mano. Quizá, hayan vendido 15, aunque es probable que varios de ellos los hayan regalado, como regalaron los 85 restantes.

Al disco lo grabaron todo de una tirada, en ocho horas, y no pudieron trabajar los distintos climas. No por eso, sin embargo, ningún sello quiso editarlo y producirlo.

En 1995, en una entrevista de los Buenos Muchachos con Sábado Show, un año antes del disco, se leía lo siguiente:

"Los grupos de rock proliferan en nuestro país, la mayoría de ellos peleando contra una situación económica que no les es favorable. Buenos Muchachos no es la excepción sino parte de la regla: una banda de cuatro jóvenes que aman la música pero que no logran sacar su propio álbum, a pesar de que existen hace cuatro años. Dan a conocer su música con presentaciones en lugares nocturnos, donde perder dinero es algo muy común. A pesar de todo, no abandonan su principal proyecto: tocar todo lo que se pueda".

En 1997, los Buenos Muchachos abrieron el show de Divididos y Las Pelotas junto a Neanderthal en el Teatro de Verano. Ese fue un show extraño porque fue un show mal explicado. La gente quería ver a Sumo y el recital nunca estuvo planteado de esa manera. Andrea Prodan no iba pensando en hacer de Luca. Para él, era el cumpleaños del hermano y estaba emocionado.

Como la atmósfera lo puso muy nervioso, Andrea tomó unos tragos, siendo alguien que no toma alcohol, y se subió al escenario muy borracho.

Pedro era, también, de tomar alcohol previo a un show. Alguna que otra vez no pudo encararlo como debería, pero él, a los golpes, aprende. Supo pedir disculpas a sus compañeros de banda y empezar a entender cuándo podía tomar y cuándo no.

El disco Amanecer Búho fue el que consolidó a los Buenos Muchachos como una banda de rock que no se queda quieta en un mismo sonido.

Lo presentaron un 18 de mayo de 2004, en el teatro El Galpón. Ese es uno de los shows que Pedro recuerda con más cariño. Fabián Muro escribió para El País, en aquel momento, lo siguiente:

"Las entradas estaban agotadas: seiscientas personas se habían congregado para reencontrarse con una de las bandas más singulares del rock nacional.

Sobre el escenario, sobre instrumentos y amplificadores, varias cabezas de búhos parecían haber brotado del piso como hongos. También sobre la batería colgaban dos búhos y cuando los músicos entraron en escena, el fijador de pelo y los oficios de un peluquero/a habían transformado a los Buenos Muchachos en lejanos parientes de esas aves rapaces y nocturnas".

En esa presentación despidieron a su única baterista femenina, Laura Gutman. Se subió al escenario a cantar junto a Pedro la canción Coral #5 y se sentó en la batería en dos clásicos de la banda: Desestrés y De a dos mejor.

Después, darían paso al baterista actual, José Nozar.

En una crítica para El Observador, Alejandro Espina escribió: "Es el disco de rock uruguayo más diferente editado en mucho tiempo".

Buenos Muchachos editó, hasta la fecha, ocho discos: Nunca fui yo (1996), Aire rico (1999) - editado por un sello argentino, Dendritas contra el bicho feo (2001), Amanecer búho (2003), Uno con uno y así sucesivamente (2006), Se pule la colmena (2011), Nidal (2015), y el octavo, que no tiene nombre (2017). Sus canciones fueron incluidas en las películas 25 watts (Pablo Stoll / Juan Pablo Rebella, 2001) y La perrera (Manuel Nieto, 2006). Un noveno disco se encuentra, ahora, en proceso de edición.

Hoy, la banda está integrada por Gustavo Antuña (guitarra), José Nozar (batería), Pedro Dalton (voz), Marcelo Fernández (guitarra), Pancho Coelho (guitarra), Ignacio Echeverría (bajo) y Nacho Gutiérrez (teclados). A lo largo de los años, también han sido buenos muchachos: Rafael Clavere, Laura Gutman, Alejandro Itté, Alvaro Garrigós, Mauricio Figueredo, Marcelo Monteverde y Daniel Yaffé.

***

Ángeles
Los ángeles duermen
luego de la batalla con el diablo,
"de nuestro propio diablo".
Quedan cansados de estas luchas.
Son ángeles sin aros
sin alas
tienen la boca grande
el corazón pesado
el hígado baleado...
ojos siniestros tienen.

También son bellos cuando pueden.


(No solo de hambre vive el hombre, 2006)

***

Hay una relación entre la música y la poesía. Su punto en común, por lo menos para Pedro, es su libertad. Son más flexibles los puntos y las comas. Eso, no pasa en la prosa. La poesía es incluso más liberadora: no hay por qué estar atento a la métrica de una canción, ni a los tonos de las palabras que él, con su voz ronca, va a cantar.

En 2006 publicó su primer libro de poesía, Mentira el cielo, editada e impresa por Artefato. En 2007, llegó No solo de hambre vive el hombre, editada e impresa por Amuleto.

Esos dos libros los compiló en un solo volumen y, en 2010, agregó Poemas contundentes y Más de eso. El libro que los reúne se llama Cuatro libros de poesía y un montón de ojos en la cabeza. Este fue editada e impresa por Estuario.

Pero, además de poesía, publicó una novela: La cara del ángel. La empezó en 1996 porque en ese momento necesitaba hacerlo.

Sus primeras páginas las escribió mientras estaba acampando en Arachania con unos amigos. Se levantaba temprano, les preparaba el desayuno, y se quedaba escribiendo casi todo el día. Tenía una mesa, una lapicera y un cuaderno, y así lo hacía.

En ese momento, estaba colgado con Bret Easton Ellis y con Raymond Carver, todo eso cruzado con una historia densa que tenía con las drogas.

El escritor que lo conectó verdaderamente con la escritura es Charles Bukowski. Ya no lo lee. Dice que lo conecta a otras épocas de su vida y que lo angustia.

Después de Arachania, dejó la novela quieta. Solamente la retomó para transcribirla en computadora.

En eso, la editorial Artefato, con quienes publicó su primer libro de poesías, le propusieron que retome la novela. Cuando la editorial se disolvió, se quedó trabajando con uno de los dos dueños. Con esa editorial publicó su segundo libro de poesía.

La Cara del ángel fue publicada por Cachimba del piojo en 2009 y fue reeditada en Argentina por Piloto de tormenta en 2010.

"Nunca fui yo, Gustavo Antuña" dice, a modo de prólogo, la Cara del ángel.

Sin embargo, a Pedro lo formaron mucho más los artistas plásticos que los músicos. Por más que hoy conduce un programa de radio donde invita músicos, Isla de Encanta, los que le parten la cabeza son personas como Peralta, Abdala, Gustavo Fernández y Cardoso.

Artistas como Nick Cave lo han inspirado, obviamente en lo musical, pero también a dejar de fumar. Dejó el cigarrilo el 2 de febrero de este año, porque quería grabar el disco número nueve de los Buenos Muchachos sin cigarrillo en la voz.

***

No hay final
Cualquier día de estos el estadio de la Tierra
se partirá en 10.000 pedazos de rubíes brillantes,
y en el reflejo de cada ángulo
te seguiré
viendo,
mi amor.

(Poemas contundentes, 2009)

***

Además de ser un buen muchacho, Pedro tiene otra banda, Chillan las bestias. Es esa banda mitad argentina, mitad uruguaya que en sus discos tiene rostros de animales. El ciervo, el mono y el pájaro los dibujó Pedro, con tinta china. En realidad, hizo casi todas las tapas de sus discos.

Forma parte de otra banda emergente llamada Wild Gurí. Esa es totalmente uruguaya. El disco de esa banda fue hecho entre 2018 y 2019.

Isla de Encanta, el programa radial que conduce junto a Nelson Barceló, también sacó un disco de covers.

Hoy, Pedro canta de lentes en el escenario. No precisa leer nada, pero le gusta conectar con esa cuarta pared que los artistas llaman público. Antes, por allá en Juntacadáveres, no se enteraba mucho de lo que había adelante. Ahora, lo disfruta.

***

Pedro Dalton es todo lo anterior: tinta china, humanos con rostros de animales, rock y otros géneros. Es aquellos años de punk underground después de la dictadura, es Juntacadáveres, es un Amanecer Búho donde crecen las cabezas de búhos como hongos en el piso.

Es, también, un artista que cambia de sonido, disco a disco, con su banda. Es sus viajes a Buenos Aires, es las mujeres con las que estuvo. Es un artista que sale en Rolling Stone, pero va a comprarla al Paquín para tener una copia y regalársela a su mamá.

Sobre todo, es un hombre que quiso dejar en claro durante una entrevista que la forma de vivir, y eso lo aprendió equivocándose, es tratar de hacer las cosas bien, sin herir y sin acusar los golpes.

Es un Pedro inmenso, que contiene multitudes.

Esas multitudes que son

típicas

del género

humano.

Para este perfil, la periodista estuvo en entrevista con Pedro Dalton y se nutrió de varias fuentes. Entre ellas, el libro Rengos con Nike de Nelson Barceló.

Por Federica Bordaberry