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El animador del Titanic

La vuelta de Exilio Psíquico, que presenta su disco nuevo este viernes 13 en Plaza Mateo

Exilio Psíquico vuelve con "Sertralina mon amour", un disco que hace equilibrio con maestría entre la tragedia y la comedia.

27.10.2020 18:46

Lectura: 7'

2020-10-27T18:46:00-03:00
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Por Martín Otheguy

El músico italiano Maximiliano Angelieri, radicado en Uruguay en 1990 a raíz de una serie de casualidades que no hacen a esta historia, decidió volver a su Roma natal en el 2003 por una serie de causalidades que tampoco aportan a esta historia. Esta ausencia duró hasta el 2019, año en que retornó a vivir a esta tierra que siente más suya que la europea.

El dato cronológico no se destaca para dejarlo como responsable de las crisis del país, acusarlo de ser agente portador de virus infecciosos (se fue con la aftosa, vino con el coronavirus) o simplemente para cimentar su fama como yeta, sino para resaltar que su partida significó el fin de una carrera musical muy prolífica en la escena local, justo en un momento en que el rock uruguayo empezaba a tener una difusión inusitada en el país.

La partida de Maximiliano significó el fin de Exilio Psíquico, la banda que formó con Orlando Fernández (Cadáveres Ilustres, Buitres, Sibyla Vaine) en 1991 y que editó cuatro discos entre 1994 y 2002. El grupo nunca fue especialmente popular ni fácil de clasificar, pero dejó una pequeña legión de culto gracias a sus letras irónicas y frases ingeniosas, una dosis de pathos inusual en el rock vernáculo, una puesta en escena muy divertida (al comienzo bastante teatral) y una mezcla de estilos particular, con el teclado de Maximiliano y los riffs de guitarra de Orlando alternando el protagonismo.

Para su tercer disco Exilio se había convertido ya en un "supergrupo" que reunía a Riki Musso, Popo Romano, Cheche Etchenique, el violinista Jorge Rodríguez y el pianista (y acordeonista) Fernando Notaro, con la versatilidad suficiente para tocar con comodidad tanto rock como una balada digna de un cabaret de Berlín Oriental, una canzonetta pop o hasta alguna milonguita transformista. Las canciones de Exilio se convirtieron en calesitas que hacían girar, una y otra vez, caballitos musicales de orígenes diversos impulsados por la voracidad melómana de Angelieri.

Pero Exilio Psíquico volvió. O casi. Tras grabar en Italia su primer disco solista (Fatto in casa, 2009), estrenar el mote de Casi Exilio Psíquico en un muy buen álbum grabado y editado entre Italia y Uruguay en 2014 (Jugando siempre en Segunda División, Ayuí) y realizar algunas composiciones para cine, Angelieri rearmó la banda al regresar a Uruguay. Además de su compinche usual Orlando Fernández y la colaboración ocasional de Riki Musso, reclutó a Andrés Coutinho y Javier Depauli (los Formidables de Riki Musso) para volver a escena. No lo hizo desde el simple ejercicio nostálgico de tantos regresos noventosos (desde los Backstreet Boys al liberalismo) sino con hambre de hacer música nueva y de paso sublimar un poco la angustia existencial, como suele suceder con el arte.

De crescimenti et madurationibus

El resultado del regreso de Exilio Psíquico (o Casi) es el disco Sertralina mon amour (Little Butterfly Records), una oda a los antidepresivos que hace caminar al oyente en la cuerda floja entre la tragedia y la comedia, un dispensador de nueve pastillas agridulces con efectos residuales, una muestra estupenda de pop y rock existencialista. La felicidad artificial -pero eficiente- de la Sertralina es la misma que mira desde la tapa del disco, con el cuadrito de una playa idílica e inalcanzable colgado sobre el tapizado floral de una pared.

En Sertralina mon amour se repiten algunas de las obsesiones frecuentes en la carrera musical de Angelieri, como el paso del tiempo, la mortalidad, el fracaso, las relaciones, el absurdo o la frustración, pero siempre manejadas con una mano gentil o matizadas con humor a modo de antídoto, incluso involuntariamente. Es así que en sus canciones Angelieri se transforma en el "Maradona de las amarguras" ("Coleccionista") o se alegra ante la perspectiva de que la muerte lo trate "mejor que un spa". Las canciones más depresivas tienen algo que hace reír y las canciones más alegres tienen algo que entristece. Cuando algo es triste, es triste "como una cena de veganos". Cuando es alegre, es un samba para bailar en un cumpleaños al que llega un solo invitado. Es como el bufón heroico que anima la fiesta pese a que sabe que se hunde el barco, pero de paso les recuerda a los invitados su inevitable mortalidad cuando ve que se enciende una luz de esperanza.

Sertralina es también un disco más rockero y homogéneo que la mayoría de los trabajos de Exilio, en buena parte gracias a la base de Coutinho y Depauli (adiós baterías programadas) y porque los teclados pasan a un segundo plano, con más preponderancia para las guitarras. Riki Musso, que fue el productor (además de tocar las seis cuerdas), hizo lo suyo para que las canciones fueran más breves y despojadas.

Sin embargo, el disco comienza con una balada hermosa que parece más apropiada para el crooner de un programa televisivo de los setenta que para una banda de rock. "Quizá porque" es una gran carta de presentación para el álbum, melancólica pero también divertida, que juega con los desencuentros y las ausencias y suena como un hijo engendrado por Los Iracundos y Leonardo Favio a orillas del Tíber (si perdona el lector esta imagen que no abandonará su cerebro).

Aunque una obra con canciones con títulos como "Triste" o "Cuando me muera" parezca una brillante maniobra publicitaria para estimular el consumo del antidepresivo que le da nombre, Angelieri se sabe al dedillo la fórmula de sus adorados Eels (letra triste, música alegre) y la dosifica bien a lo largo del álbum. Por ejemplo, en la pegadiza "Si querés", con un estupendo juego a dos guitarras, en "Cuando me muera", con un teclado circular como la melodía de una cajita musical, y especialmente en "Samba de mi esperanza", la joyita curiosa de Sertralina mon amour.

Es un samba a toda ley, con un ritmo que invita a preparar una caipirinha y mover el pandeiro que uno se trajo de Brasil como souvenir. Sin embargo, desde las primeras de cambio se percibe que algo no cuadra bien con el espíritu carnavalero y que probablemente ese samba no termine con alegría brasileña sino uruguaya (felizmente). Sr. Chinarro, el grupo sevillano, la hubiera firmado con orgullo.

No es el único himno "antifiesta" del disco. "Qué culpa tengo yo" hace algo similar con la Navidad y es además una muestra del Exilio Psíquico más clásico, con uno de esos riffs adhesivos "marca de la casa" que la guitarra de Orlando Fernández repartió pródigamente en la carrera de la banda. Es un buen ejemplo del "estilo Exilio", aunque como diría en forma derrotista el propio Maximiliano, "lo que se llama estilo es repetición de lo mismo porque no sabés hacer otra cosa".

El final de Sertralina es quizá un poco amargo de más, con el medio tiempo blusero de "Me despierto", pero incluso allí Angelieri se ingenia para colar frases muy depresivas con la ironía amartillada después de cada verso. Canta imperturbable la línea "Me acuesto con ganas de morir" pero la remata luego con la frase "No me digan que soy pesimista". Todo lo hace mientras deja caer el fraseo lánguido de un piano de cabaret, como si estuviera escondido en el rincón oscuro de una cena show de un buque condenado. Si hace 25 años Exilio Psíquico cantaba "Se hunde la nave, tenemos que bajar (...) traigan a los músicos, tiren a los viejos porque no hay lugar", ahora no tiene problema en quedarse en el barco que se hunde, pero no lo hará sin largar la carcajada final.

Sertralina mon amour (Little Butterfly Records) se presenta el 13 de noviembre en Plaza Mateo (rambla presidente Wilson) a partir de las 20:30 horas. Patricia Turnes es la artista invitada. Entradas a la venta por sistema Redtickets.

Llega a plataformas digitales el 6 de noviembre y también se pone a la venta la edición física en disco compacto.

Por Martín Otheguy