Contenido creado por Martín Otheguy
Fantasía

Entre aristas y dialectos

Con Federico Ivanier, autor de "Nunca digas tu nombre", una bella e inquietante novela

"Sé que un libro puede acompañar mucho a un adolescente, puede darle un montón de cosas y yo quiero eso", cuenta el escritor.

12.08.2020 13:40

Lectura: 11'

2020-08-12T13:40:00-03:00
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Por Martín Otheguy

La nueva novela de Federico Ivanier, Nunca digas tu nombre (Criatura), demuestra que en la literatura no existen los temas trillados sino solo formas trilladas de contarlos. No es necesario que el lector anticipe cuáles son. Basta con dejarse llevar por la cadencia del libro, a veces de ritmo ágil y en otras con un tono de duermevela que, como un sueño recordado a medias, persiste un tiempo después de cerrar sus páginas.

Baste con saber que el protagonista es el lector, interpelado en una segunda persona que le da al relato una sensación de urgencia, de la inminencia de un hecho trascendente. Y, por supuesto, el lector sabe que algo ocurrirá, porque el arco se va tensando de a poco, sutilmente, en una trama que lo catapulta siempre hacia adelante.

El protagonista/lector anónimo es un adolescente en una ciudad desconocida, esperando su tren. Una confusión, casual o no, le deja varias horas libres para explorar el lugar. Sabe que no debería aventurarse solo en la noche, pero intuye (intuimos) que lo hará de todos modos. El aire está raro, como si pudiera detectarse en él una próxima perturbación de algún tipo. Atmosférica o no. Algo está por ocurrir, pero el lector sigue adelante -en las calles, en las paginas- empujado por una fuerza imposible de evitar.

Es una novela breve e inquietante, pero no por ello menos hermosa, narrada con el pulso poético justo y con la prosa contenida de quien conoce bien el oficio.

Federico Ivanier, multipremiado autor de una veintena de libros para niños y jóvenes, se animó a participar de nuestra sección Fantasía para hablar algo más de su nueva novela y del oficio de escribir para jóvenes.

La idea del libro fue disparada por una experiencia. ¿Cuál fue y por qué le encontraste valor literario?

La experiencia que disparó la novela fue tal cual ocurre en el comienzo de la novela: yo venía viajando desde Burdeos hacia Madrid en tren, al cruzar la frontera debía abordar el tren español y resultó que tenía el boleto para el día siguiente. Como eran los primeros días de enero, todo el mundo estaba regresando y conseguí pasaje no para el tren que me correspondía (a las 16 horas) sino para el que salía a medianoche. A mí me suelen encantar esas cosas imprevistas, sobre todo al viajar. Esos momentos en que te salís del plan. Era domingo y yo estaba con ocho horas para perder Irún, el pueblo/ciudad fronterizo del lado del País Vasco. Cuando salí a caminar por ese lugar, sin mapas, supe que iba a terminar en una novela, aunque no sabía exactamente de qué. El valor literario, supongo, estaba en la idea de que cuando te enfrentás a un plan que se rompe, todo puede pasar, y eso es un lugar muy interesante en el que colocar a un personaje.

Desde aquella chispa a su realización, pasaron unos cuantos años. ¿Por qué te tomaste ese tiempo, mientras en ese transcurso escribías otros libros?

Porque la novela no estaba pronta. La consideré fracasada durante mucho tiempo. Soy de procesos largos con los libros y disfruto de que así sea. La novela tuvo dos grandes saltos. Uno de ellos, cuando supe que debía escribirla en segunda persona y otra cuando entendí bien quién era mi personaje principal. Eso me llevó años de muchísimos borradores y caminos que no funcionaban.

¿Qué te llevó a la escritura en segunda persona, más frecuente en los libros del estilo Elige tu propia aventura que en la narrativa tradicional?

Nunca fui muy fan de los libros Elige tu propia aventura, porque incluso de niño sentía que ahí el autor no se estaba haciendo cargo de lo que narraba. La aventura la tiene que elegir el autor, el lector tiene que elegir qué es lo que eso significa para él. Yo siento la voz en segunda persona desde un lugar más estético y narrativo. Por un lado, es una voz hipnótica, potente, de la que es difícil despegarse (tanto del lugar autor como del de lector). Por otro lado, yo necesitaba que esa voz fuera parte de la narración, que conformara parte de la historia. Creo que no es una segunda persona solo por el gusto mío de que me parece atractiva, sino que, creo, es central en la narración.

En el libro hay una participación importante de las canciones, casi monopolizadas por Catupecu Machu. ¿Por qué Catupecu era un buen vehículo musical para este libro?

Soy de tener una banda sonora para cada libro. En este, coincidió Catupecu, porque me traía paisajes intensos y hasta un sentido (¿cómo decirlo?) biológico, hablando de cromosomas, por ejemplo, o de nacer. En cierto punto, creo que su música, en particular su disco de versiones acústicas, me ponía a tono con esa tarde/noche, entre las montañas, caminando pausado en medio de la nada. La novela es un poco eso, también, una road movie a pie. A eso le sumé, además, canciones de los Rolling viejas, de los setentas, que me daban un cierto toque vintage que disfruté mucho a lo largo de las páginas.



Foto: Escaramuza

Has escrito tanto para niños como para adolescentes. ¿Hay una decisión consciente de apuntar a un público a la hora de escribir o es el público el que se apropia de los libros?

Yo siempre digo que recuerdo mucho mi adolescencia, en particular mis doce a dieciséis años, donde creo que se marcó todo lo que yo iba a ser después. Entonces, como que siempre vuelvo a eso: le hablo a ese adolescente solitario que fui, es mi manera de acompañarlo, por decirlo de algún modo. Además, la adolescencia es un lugar de pasaje, de aprendizaje, de cambio. Un adolescente, cualquiera sea, es una novela.

Más aún, ¿existe una literatura infantil-juvenil o hay solo una literatura? ¿Es una exigencia de mercado la categorización?

Yo me tomo la literatura como una sola. Si sos pediatra o trabajás con adultos, siempre ejercés la medicina. Acá es igual. En cada novela, con mayor o menor éxito, hice todo el esfuerzo para que tuviera validez literaria. Soy plenamente consciente de mis limitaciones y por eso me tomo tiempo para publicar y trato de llegar a ese punto donde siento que no puedo agregarle nada al libro, que es lo que es, pero, sobre todo, es lo mejor que yo podía hacer. El hecho de que escribas para un supuesto "lector ideal" con menor experiencia vital (desde el punto de vista de tiempo) que vos no significa que debas darle algo de menor calidad, más simple o menos ambicioso. Al contrario.

Dicho esto, la literatura infantil y juvenil sí existe desde un punto de vista de mercado. Yo no creo que Martina Valiente (por decir algo) esté orientada hacia un público adulto, pero quiero pensar que un adulto que por alguna razón la lea, también puede encontrar cosas que lo satisfagan como lector. Mi esfuerzo está orientado a que la experiencia de cualquier lector sea lo más completa posible.

¿La literatura infantil o juvenil tiene el mismo valor que la literatura de adultos?

Sí.

¿Creés que está subestimada?

Sí, está subestimada. Yo, de todas maneras, no me paro ahí "quejándome", porque los poetas sienten que la poesía está subestimada, los escritores de novelas policiales sienten lo mismo, y así podríamos seguir. Yo creo que cuando alguien piensa en el mejor libro del año, ni se le cruza por la cabeza que sea de literatura infantil y juvenil, pero me da igual, porque yo igual trato de escribir algo que tenga significado para mí y para los lectores.

Lo que sí me parece preocupante es que la literatura esté subestimada desde las autoridades. En esto, incluyo a todo el mundo del libro. Somos, me atrevo a decir, el único país de toda la región que no tiene ninguna política en torno al libro. No estoy hablando de Holanda y Dinamarca, estoy hablando en comparación a la región. Los autores uruguayos cada vez estamos más en problemas, además, porque los autores extranjeros muchas veces vienen con libros que traen ya un gran trabajo de marketing contra el que no es posible pelear. Hay sagas que vienen, que nadie conoce, pero que ya vienen con la portada de la película y eso hace que se vendan. Hay millones de dólares a favor de lo extranjero. Recuerdo el caso de una saga, desconocida por completo, pero con portada de la película. Sus libros valían tres veces lo que valían uno uruguayo. E igual vendían mucho más. Si alguien piensa que era por la calidad literaria, se equivoca.

¿Por qué decidiste escribir para niños y jóvenes?

Porque me divierte, porque me gusta, porque me vincula a cuestiones de mi historia personal, porque sé que un libro puede acompañar mucho a un adolescente, puede darle un montón de cosas y yo quiero eso. Paralelamente, a medida que van pasando los años, el mundo adulto se me va convirtiendo también en un lugar donde hacer ficción y supongo que en algún momento haré algo con eso.

¿Por qué es importante que los niños y adolescentes lean?

Porque los conecta con el mundo, porque les ensancha su experiencia vital, porque les permite ponerse en el lugar de otros, porque los pone en contacto con su mundo interior (en un momento en que el mundo exterior parece devorarlo todo), porque otorga un instante de reflexión, porque nos da un descanso de las pantallas y de las redes sociales.

¿Cuál es el primer libro que recordás haber leído?

Grishka y los lobos, de René Guillot. Acerca de un chico que vivía en la taiga rusa, tenía aventuras y una amistad con un oso. Todavía conservo los cuatro libros de Grishka.

¿Seguís leyendo literatura infantil o juvenil?

Sí, me interesa ver qué hacen otros autores. También le leo a mis hijos. Debo reconocer, de todos modos, que leo más ficción para adultos.

¿Te parece que los niños y adolescentes leen cada vez menos, como se dice?

Creo que ese es un mito. A los adultos nos encanta ponerle etiquetas a los niños y adolescentes, es una manera de mantenerlos bajo control. En alguna charla que di en congresos, le hice la pregunta contraria a los adultos: ¿ustedes están leyendo más o menos? ¿Cuántos libros leyeron en el último año? Las respuestas creo que son peores que en el caso de los niños y adolescentes, solo que los que tienen el poder de poner las etiquetas son los adultos.

Para responder si los niños y adolescentes leen menos, sinceramente, daría una respuesta sociológica: no hay evidencia empírica de nada. No tenemos estudios científicos hechos acerca de cuántas personas leen en Uruguay, qué leen, por qué, cómo acceden a los libros. Ni siquiera sabemos cuántos libros se venden en un año, no tenemos información. Ahí hay actores que no han hecho su trabajo, tanto a nivel privado como público.

En Uruguay no hay prácticamente ningún escritor que viva de la ficción y hay un bajo grado de conocimiento de los escritores por parte del púbico general. ¿Es frustrante esa situación para un autor? ¿O lo fue en tu caso en algún momento? 

Sí, es frustrante. Como escritor no hay nada que garantice tu ingreso, no tenés jubilación, ni seguro médico, ni nada. Podés ir mejorando sustancialmente en cómo hacés tu trabajo, pero tu ingreso depende siempre del mercado y eso depende de que se haga una campaña de comunicación que sea buena, para que la gente sepa que está el libro, depende de que los libreros le den visibilidad a tu libro, depende de un montón de circunstancias que te exceden. Podés ir mejorando como autor y empeorando tus ingresos. No es justo para con el autor, pero es lo que hay. Funciona así en todos lados.
Lo que a mí me frustra es que, repito, se podrían hacer políticas que favorezcan el acceso a los libros por parte de la ciudadanía y, así, ayudar a un sector que tiene tantos derechos como cualquier otro y que, potencialmente, tiene muchísimo que aportar. Repito que estoy pensando en cosas simples, como las que se hacen acá a la vuelta, nada demasiado raro.

Somos una isla vacía en el continente. Cuando salís, te das cuenta y eso es triste. Sumado a que somos un mercado pequeño, el combo termina siendo letal.

¿Cuál es la principal motivación para seguir escribiendo?

Yo sigo escribiendo porque es mi identidad, porque es lo que soy, porque lo necesito y porque creo que mis libros pueden jugar un rol en los demás. No me refiero a dejar enseñanzas o a cambiarle la vida a nadie, sino a jugar desde el significado, desde ser algo que tenga significado para otros. Amo la idea de compartir algo así con alguien a quien jamás le veo la cara, pero con quien establecemos un vínculo que, en definitiva, es increíble.

Por Martín Otheguy