Contenido creado por Manuel Serra
Navegaciones

Escribe Esteban Valenti

Opinión | La revolución no es un sueño

Las revoluciones no tienen que terminar en el estatismo de cada resquicio económico, político y social, ni en el monopolio del poder.

13.06.2019 11:26

Lectura: 7'

2019-06-13T11:26:00-03:00
Compartir en

Por Esteban Valenti | @ValentiEsteban

La revolución no es algo fijo de una ideología, ni algo de una década en particular. Es un proceso perpetuo incrustado en el espíritu humano. (Abbie Hoffman)

El mayor retroceso de esta época, lo que le ha quitado toda vitalidad y fuerza y la está transformando cada día más en la administración de la decadencia moral, política y cultural, es la desaparición de la revolución.

La revolución tecnológica es una falsa revolución, por más rápida y profunda que sea es un cambio en las técnicas y en las ciencias aplicadas, no es las formas de organización social y económica. Influye, pero no revoluciona la cultura.

La noche del 20 de mayo, cuando decenas de miles de personas marchábamos bajo una lluvia inclemente y bajo un mar de paraguas, detrás de cientos de retratos de desaparecidos hace casi 40 años, me surgió una pregunta, que me sigue atormentando. ¿Por qué lo hicieron?

No me refiero a nosotros, los que estamos vivos y marchamos desde hace muchos años reclamando verdad y justicia, sino ellos, esos jóvenes - porque la inmensa mayoría sigue allí con sus rostros jóvenes, siempre jóvenes - recorriendo con sus imágenes las avenidas de nuestra América. Nosotros preguntamos ¿Dónde están? Y yo insistí en preguntarme ¿Por qué?

¿Por qué se jugaron la vida, se arriesgaron, fueron asesinados, torturados y desaparecidos? Y la pregunta vale para los miles y miles que estuvieron presos, que lucharon en la clandestinidad, que se fueron hacia el exilio. ¿Por qué?

Es posible que no todos hayan tenido exactamente las mismas razones, porque las dictaduras eran además de feroces, eran burras e indiscriminadas, pero la gran mayoría lo hicieron por una razón principal: por la revolución.

Hay que decirlo fuerte, alto, sin miedo, sin cobardía, sin el oportunismo de adaptarnos a las conveniencias actuales, lo hicieron - lo hicimos - por la revolución.

Una revolución radical que se proponía cambiar el orden establecido e injusto de las cosas, cambiar la vida de la gente, cambiar los valores egoístas que nos oprimían.

Lo hicimos porque otras revoluciones en todo el mundo y a lo largo de la historia habían cambiado esa misma historia y la vida de millones de seres humanos, habían derrotado y destruido tiranías y formas opresivas, coloniales, políticas, dinásticas, sociales, económicas y culturales.

No las inventamos nosotros, las revoluciones existieron, vaya si existieron y sin ellas los seres humanos seguiríamos viviendo en el peor oprobio, en la explotación más terrible, en la falta absoluta de libertad y de justicia, pero también paralizados en nuestras ideas y nuestros proyectos, sin progreso.

Vaya si existieron las revoluciones: la norteamericana, la francesa, las latinoamericanas, inglesa, holandesa, rusa, la mexicana, china, vietnamita, yugoslava, las africanas, cubana, iraní, nicaragüense y muchas otras. De diferente tamaño e importancia, pero que con protagonistas diversos modificaron profundamente el rumbo de muchos países y del mundo en su conjunto.

Nosotros, los uruguayos, somos uno de los ejemplos más evidentes de una revolución traicionada antes de concretarse. El ideario, el pensamiento y la práctica artiguista son únicas en el continente y son profundamente revolucionarias, para su época y siempre. No hay ningún ejemplo en el continente en que las ideas más avanzadas y populares del ideario de la revolución norteamericana y francesa se plasmaran en el lenguaje y la realidad, en el programa de la independencia en esta latitud. Y la revolución terminó exiliada en Paraguay.

¿Es responsabilidad de la revolución o mejor dicho de algunas de esas revoluciones que hayan sido traicionadas, se hayan devorado a sus hijos y a sus ideas originales o se hayan precipitado en la burocracia y la decadencia o en él exilio? No.

Las revoluciones no tienen que terminar en el estatismo de cada resquicio económico, social, político y cultural, ni en el monopolio del poder o evaporarse y dejar atrás una larga estela de burocracia, como dijo Kafka.

Las revoluciones son - y seguirán siendo - la respuesta final ante la barbarie y la injusticia, y abandonar y renegar para siempre de la revolución es la peor derrota cultural, ideal y moral de las ideas del progreso y de la libertad.

El liberalismo es en definitiva un parto de las revoluciones, tanto como el socialismo.

Su deformación, su transformación en una forma de avaricia sin límites, de apropiación desproporcionada de la riqueza por uno pocos a costa de miles de millones de seres humanos en todo el mundo en nombre de la libertad, o el hundimiento del socialismo en la burocracia más feroz y retrógrada, dominada por castas que se han adueñado hasta del nombre y del sentido de la revolución, no es responsabilidad de el origen y el sentido profundo de la revolución. Son su negación.

Como lo gritó Hoffman: la revolución "es un proceso perpetuo incrustado en el espíritu humano".

Las verdaderas revoluciones no comenzaron simplemente como una reacción, como una protesta, sino como una idea, como la capacidad de algunos seres humanos de imaginar un mundo diverso, más justo y libre. Esa relación tan compleja entre las ideas, entre pensar por sí mismos, superando las limitaciones de un tiempo, del poder, de los prejuicios y la revolución es la más apasionante construcción política. No admite esquemas, ni recetas y menos dogmas.

Es la sutil, compleja, profunda relación entre los hechos y el pensamiento, entre los procesos materiales y las ideas renovadoras y transformadoras. No hay aventura humana con una dosis de épica, de estética y de ética mayor que una revolución verdadera.

Lo que han cambiado son los protagonistas y las banderas de las revoluciones a lo largo de la historia y una manera de condenarlas al fracaso o peor aún a la inexistencia, acorralándolas en los discursos nihilistas y frustrantes, es tratar de recetarlas como si fueran un pastel, repetir hasta el aburrimiento las citas y las supuestas leyes de las revoluciones. No hay nada más libre y creativo que una revolución.

No hay nada que imponga más miedo a los timoratos, a los conformistas, a los que se esconden detrás de pequeños o gigantescos privilegios que la revolución.

La revolución, ha sido a lo largo de la historia, la más traicionada, la más embarrada y ensangrentada de todas las páginas, en especial por los que han hecho todo lo posible por confundirlas con solo tirar unos cuantos tiros.

La revolución ha sido, sin duda, la más traicionada de las causas, porque sus objetivos son las nubes y demasiados hombres reptan y, porque siempre es el caldero donde se cocinan las mayores contradicciones.

Las banderas de las revoluciones se han enriquecido de colores. El mundo actual está esperando una revolución de su moral republicana, de la relación de los seres humanos con la Tierra y con los millones de otros seres humanos que no tienen ningún destino posible más que arrastrase en busca de pan, agua y libertad, una revolución del trabajo en este tiempo de nuevas tecnologías excluyentes.

Una revolución que ponga la ciencia, las tecnologías, no al servicio de la Bolsa de valores, sino de la vida de todos los habitantes del planeta.

Hoy en Uruguay estamos más lejos de la revolución que antes, porque en muchos casos la hemos traicionado políticamente, moralmente, a través de la mentira y la avaricia insaciable del poder.

La revolución nunca es, no fue, ni será solo un sueño.